Muchos seres humanos no son egoístas ni insolidarios, sin embargo estamos a merced de un sistema que basa su permanencia en un reparto injusto y en el desequilibrio social. No todas las personas son agresivas, pero la violencia es un instrumento «legítimo» de los estados para en buena medida, perpetuar el hecho contenido en el […]
Muchos seres humanos no son egoístas ni insolidarios, sin embargo estamos a merced de un sistema que basa su permanencia en un reparto injusto y en el desequilibrio social. No todas las personas son agresivas, pero la violencia es un instrumento «legítimo» de los estados para en buena medida, perpetuar el hecho contenido en el primer punto. Hay gente, mucha gente, que no es servil, cobarde o domesticada, pero lo cierto es que la sociedad calla, consiente y soporta los innumerables y sangrantes abusos que parten del poder.
Hay pocos ciudadanos, al fin, que estén de acuerdo con la tortura de un ser vivo y que disfruten con su miedo, o que sientan placer ante su agonía y se regocijen con su muerte. Pero las acciones contenidas en la última frase constituyen todavía una costumbre lícita para los pocos que la practican y una imposición para todos los que experimentan rabia, asco y dolor ante su existencia. Siendo así, o es que la supuesta inteligencia y sensibilidad natural que atribuyo al ser humano es una creencia falsa, o simplemente nos hemos acostumbrado de tal modo a vivir rodeados de crímenes legales que ya no nos perturba la visión de la sangre, los gritos de la víctima ni el triunfalismo de sus verdugos.
El Toro Alanceado de Tordesillas, cuyo padecimiento ya se anuncia engalanándolo de festejo, será otra palada de ignominia que arrojen a nuestras garganteas sin que al parecer, tengamos excesivas dificultades en seguir respirando con la boca llena de una tierra generosa en jirones de piel y de carne sanguinolenta con sabor a terror y angustia, las de un animal acosado, martirizado y asesinado por cientos de hombres. Sí, porque aunque la administración lo permita y sufrague, ética, que no oficialmente, no es más que un asesinato cobarde y miserable.
Todos los que en las últimas semanas han afirmado que a aquellos que celebran el fin de las corridas de toros en Cataluña les trae sin cuidado el sufrimiento de los animales, ¿qué dirán ahora?, ¿qué abyecta justificación enarbolarán para amparar la muerte de un toro atravesado por lanzas?, ¿y con qué ruin argumento tratarán de denostar a los que exigimos la prohibición de tan atroz tradición? Ya no les vale lo del nacionalismo, siendo así, ¿qué inventarán?
La rebelión ante los desmanes y los abusos no ha de seguir siendo una utopía, ni el legado dejado a nuestros hijos esta suerte de mansedumbre de la que hacemos gala. Si hay que llevar a las urnas cuestiones como la continuidad de la monarquía, la nacionalización de la banca o el fin de los festejos en los que un animal paga con su vida la diversión humana hagámoslo ya, y si no, dejemos de dárnoslas de racionales y de libres. Quien así traga no es más que un triste títere.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.