A corazón suenan, resuenan, resuenan, las tierras de España en las herraduras Rafael Alberti Marcelino Camacho, vanguardia obrera y militante comunista, manos de hierro como suaves tenazas que atrapan el tiempo histórico y lo agitan hasta romperlo, palabras impulsoras de la aceleración del combate, qué potente resuena tu nombre por las calles y las fábricas, […]
A corazón suenan, resuenan, resuenan,
las tierras de España en las herraduras
Rafael Alberti
Marcelino Camacho, vanguardia obrera y militante comunista, manos de hierro como suaves tenazas que atrapan el tiempo histórico y lo agitan hasta romperlo, palabras impulsoras de la aceleración del combate, qué potente resuena tu nombre por las calles y las fábricas, qué determinación, 1001, 1002, 1003, en la tribuna y en las negociaciones, qué manera de intuir la política, aprovechar las repetidas estancias en la cárcel y concebir las transformaciones sociales -la revolución científico-técnica, decías-; qué convicción, valentía y honestidad de hombre de izquierdas, de sindicalista. Marcelino Camacho, uno de los fundadores de CCOO, héroe de nuestro tiempo, de todos los tiempos, fue homenajeado por su sindicato el pasado lunes 26 de noviembre en el Palacio de Congresos de Madrid. Tres cuartos de entrada -con restringida invitación, fino librito de regalo y vino español– para un acto que merecía el aforo completo de una plaza de toros. Marcelino, por su valor y contribución al armazón práctico del movimiento obrero, merece una estatua dotada de vida, o dos, o tres, o 1001, 1002, 1003, y su asunto ritual (procesal) se salda -por ahora y sospecho que para siempre- con una placa, unas desgastadas intervenciones y un repetitivo power point con imágenes mil veces vistas.
La representación fue tan emotiva como extraña. Emotiva ya que la presencia del dúo dinámico Josefina/Marcelino irradia sabiduría popular, historia en marcha, represión, penales y punto inglés, y extraña, por decir así, ya que por la tribuna de oradores desfilaron personajes como Rodríguez Zapatero, presidente del gobierno -en campaña electoral y sonrisa permanente- y Cuevas, sobrado y cariñoso, ex CEOE. Cuando la derecha te aplaude o venera algo haces mal, decía un diputado socialista alemán durante la República de Weimar. También subieron a la tribuna Antonio Gutiérrez, antiguo Secretario General o Confederal o como se llame, de CCOO y repeinado diputado del Grupo Socialista, de tan pulcra presencia y sibilina palabra que da un poco de miedo y pereza, Javier López, rojo tradicional, gafas de listo y verdades del barquero, Pilar Bardem, haciendo -excesiva, como acostumbra- de sí misma, Cándido Méndez, de cuello portentoso e ideas un poco menos portentosas, Agustín Moreno, inteligente, atrevido e incendiario, Francisco Frutos, hablando a los jóvenes del futuro, Fidalgo y Llamazares, los dos médicos sin bata ni termómetro, ay, metidos a circunstanciales (accidentales) dirigentes políticos, y algunos más. A modo de ambientación, visite nuestro bar, cantaron Labordeta, andarín, ex-diputado de la Chunta Aragonesista (sic) y presentador de programas de televisión, y Luis Pastor (se sumó para una copla -a petición de Pastor- Elisa Serna siempre tan dispuesta y animada). Antes de la intervención de Camacho, creo recordar, Nuria Espert se marcó unos versos clásicos de la izquierda y empezó a gritar (declamar) con mucho empeño y devoción, cosa que el respetable agradeció, entendiendo yo -a mi edad- que la vena hinchada, el ojo desorbitado y la voz de ultratumba -ligeramente estridente- sigue impresionando.
Aplaudir, lo que se dice aplaudir, se aplaudió mucho, standing ovation, y sin demasiado criterio ni fundamento, pero era el homenaje a Marcelino -conciencia crítica de la clase trabajadora- y a toda una generación de comprometidos y perseguidos, y tampoco es cuestión de ir con el estilete entre los dientes. Josefina parecía feliz con su ramo de flores (toda la velada reconociendo el esfuerzo titánico de las mujeres en la lucha común para terminar con el ramito pequeñoburgués de siempre) y el cariño sincero de los asistentes. Marcelino, mayor, 89 años le contemplan, estuvo simpático y reivindicativo. Fernán-Gómez, que acaba de morir, decía que el público del teatro eran unas señoras. Aquí, entre nosotros, es en esto actos de «autoafirmación» colectiva -cualquier excusa es válida- donde más se detecta la falta de sintonía entre unos y otros. Basta con contar el número de apelaciones a la unidad para saber que algo huele a podrido en las Comisiones Obreras, ex sindicato de clase reconvertido al sector servicios. Desde su lejana silla de ruedas, ironside de aplomo y ética, Saramago mandó un saludo fraternal. Condujo el sarao con templanza y aciertos Aitana Sánchez Gijón. Una parte del personal (masculino) parecía a gusto con la actriz. Al terminar el festival de la emoción se entonó la primera estrofa de La Internacional. Zapatero encantado, se vistió por una noche de lo que no es y no quiere ser; Fidalgo, Secretario General o Confederal o como se llame de CCOO, no levantó el puño acompañando el himno. Tendrá un (poli)traumatismo de corbata o un esguince de ideología. El homenaje fue un éxito. Dicho sea sin ironía.