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Mario Vargas Llosa y los mestizos latinoamericanos criollos e hispanohablantes

Fuentes: Rebelión

Según el diario español El País, que tomó el reporte de Efe, Mario Vargas Llosa ha afirmado que «Evo Morales no es un indio, sino un criollo latinoamericano típico, un mestizo hispanohablante». Eso dijo en Barcelona, el 1 de octubre pasado, en una rueda de prensa antes de impartir la conferencia titulada Sueño y realidad […]

Según el diario español El País, que tomó el reporte de Efe, Mario Vargas Llosa ha afirmado que «Evo Morales no es un indio, sino un criollo latinoamericano típico, un mestizo hispanohablante». Eso dijo en Barcelona, el 1 de octubre pasado, en una rueda de prensa antes de impartir la conferencia titulada Sueño y realidad de América Latina, y apenas empecé a leer el artículo fruncí el entrecejo. Había algo que no me encajaba en el concepto de «criollo latinoamericano típico», de alguna manera opuesto al de indígena; ya se sabe que «criollo» fue un término empleado por primera vez en el siglo XVI, en Latinoamérica, y que servía para diferenciar a los descendientes de los colonizadores europeos, respecto de los indios y los negros.

En fin, de inmediato me asaltaron varias dudas: ya se sabe que durante el proceso de comunicación la mente humana suele generar conexiones de diversa índole: examina referentes, dispone de arquetipos; asigna sentidos. No daré una clase de lingüística aun cuando el término hispanohablante opuesto al de indio alcanzaría para ello -sobre todo porque pasan de varios cientos los vocablos indígenas que forman parte del español. Para aclararle al lector -o quizá para confundirlo aún más- solo pondré un ejemplo de los arduos laberintos por los que suele transitar el idioma, y que de alguna manera tienen relación con mis ansiedades cognoscitivas ante lo dicho por Mario Vargas Llosa. Se sabe que, según la teoría de la evolución de Darwin, un perro es un ser superior a una planta: al menos siente y padece y se mueve por su propio impulso; no vejeta. Sin embargo, veamos una paradoja de la comunicación: a una mujer seguramente le halagaría que la comparasen con una flor, pero nunca que le digan pareces un animal. Incluso, en un poema nuestra amada pudiera ser un ave: o sea, una tórtola o una gaviota; y hasta un insecto, es decir una mariposa; pero difícilmente acepte ser comparada con una víbora o una mona… En fin, el lenguaje es asunto complejo, y más complejo entenderlo, porque a veces su lógica no tiene sentido, y viceversa. De modo que me dije, no te adelantes, continua leyendo. Espera que Vargas Llosa argumente la idea; ya sabrás por qué un indio de Bolivia de pronto no clasifica entre los latinoamericanos; por qué no debe ser hispanohablante. Pero he aquí que de pronto la explicación me llenó de mayor perplejidad: «Evo está acabando con Bolivia»; «está creando problemas monstruosos con la cuestión racial».

Ya mencionamos el tema de los arquetipos; y, como Vargas Llosa es escritor -y también articulista, y orador, y sobre todo fue candidato a la presidencia del Perú- ha disparado ya suficientes palabras al aire y al papel y al éter y al mundo virtual, para que, más o menos, uno puede hacerse un cuadro de cómo piensa. Por ejemplo en una oportunidad dijo: «hay que modernizarlos, (a los indios) aunque ello signifique sacrificar sus culturas, para así salvarlos del hambre y la miseria». Pero de pronto descubro que no sería modernizarlos según el método de Evo, es decir: alfabetizándolos, repartiéndoles tierras, posibilitándoles el acceso a la medicina: parece que esto significa destruir a un país.

La modernización a lo Vargas Llosa quién sabe si hubiera sido como aquella ordenada hace ya casi medio siglo atrás por cierto militar panameño: las indias no se pintarán la nariz, sino las mejillas como debe ser, y tampoco usaran aros en la nariz, sino en las orejas… Como debe ser. Esa es una variante posible; pero quizá tan solo los modernizaría de otra manera. Por ejemplo naturalizándolos ciudadanos españoles, tanto como él hizo consigo mismo, porque está claro, según ya vimos, que no sería convirtiéndolos en criollos hispanohablantes; es decir, en latinoamericanos típicos: ¿no acaba de amonestar a Evo por poseer esa condición?

En fin, yo suponía que el reproche al presidente boliviano vendría por aquello de: Caramba, hombre, de alguna manera usted es parte de nosotros -desde luego, el nosotros en el sentido de los colonizadores, las trasnacionales, la oligarquía, etc.- entonces, don Evo, qué hace usted nacionalizando hidrocarburos y despojando de tierras a la misma gente suya para darle propiedades y medios de vida a esos indiotas (Aclaro que el término indiota lo tomé prestado de la novela Conversación en la catedral, de Mario Vargas Llosa)

Nada, que tampoco Vargas Llosa estaba diciéndonos: Caramba, miren qué oveja descarriada nos ha salido este don Evo Morales; vean cómo tiene un por ciento de esta muy valiosa sangre aria nuestra -es decir, goda- y, sin embargo, ahí está creando esas rentas llamadas Dignidad y esos bonos Juancito Pinto, a cuenta de nuestros bolsillos, que son como los de él. Qué va. No era ese el reproche. Entonces pensé que en realidad habría querido expresar otra cosa; algo así como: Óigame, Evo, no quiera usted beneficiarse con el complejo de culpa que los europeos (naturales y no naturales) padecemos con los indios americanos: sabido es que ya los señores europeos de los discursos y los medios de difusión no dicen «Descubrimiento de América»; ahora han asumido su deuda con los indios, y la pagan con el eufemismo «Encuentro entre dos culturas»; pero usted, Evo, es un simple criollo mestizo hispanohablante que no clasifica en la categoría de los que a veces nos hacen recordar cierta culpa nuestra: a ustedes, los criollos, no se les asesinó tanto ni se les esclavizó o condenó a vivir como burros, sino en todo caso como a caballos, dos categorías que son muy distintas, sobre todo porque, simbólicamente hablando, distintos son los arquetipos que el idioma le carga a ambas bestias.

Vean como el asunto del idioma me asalta una y otra vez. Y es que en realidad suena bastante a regaño el hecho de que Evo hable el idioma español. Pero reitero mi compromiso anterior: no abundaré demasiado en cuestiones lingüísticas, ni tampoco en el hecho de que, antes de volverse europeo, Mario Vargas Llosa fuera un criollo latinoamericano típico, aunque justo es aclarar que todavía es hispanohablante. Sólo me pregunto -si lo que en verdad reprocha a Evo es que gobierne pensando en los indios- cómo iba a gobernar él mismo en el Perú donde uno de cada dos habitantes es indígena. ¿Cómo iba a conseguir modernizarlos si, aunque la constitución peruana reconoce la igualdad de condiciones entre el quechua y el español, habría que apuntar como Eduardo Galeano: «La Constitución lo dice, pero la realidad no lo oye. El Perú trata a los indios como África del Sur trata a los negros. El español es el único idioma que se enseña en las escuelas y el único que entienden los jueces y los policías y los funcionarios. (El español no es el único idioma de la televisión, porque la televisión también habla inglés.)»

En fin, yo permanecía colmado de dudas, y lo peor: estas crecían en la medida en que avanzaba en la lectura del artículo. Vean ustedes, el caso es que yo también soy un típico criollo hispanohablante, y algo de mestizo también habré de tener: en Cuba decimos que quien no tiene de congo tiene de carabalí. De modo que continué leyendo hasta el final: confieso que me picaba bastante la curiosidad; sobre todo quería ver qué parte del pecado original de Evo yo también debía cargar. Pero terminé la página, y del susodicho tema indígena, así como de los orígenes del criollo, solo se me explicaba que, si quería ahondar en mis conocimientos, debía consultar las primeras crónicas que se escribieron por estas tierras. Caramba, qué dilema, qué prodigio de la información moderna con todos esos hipervínculos que ahora convierten a un simple artículo en una historia interminable. Sin embargo, no encontraba por ninguna parte del texto esas palabras en fuente de color azul que trastoca en una simpática manito la flecha del cursor, y que en este caso significaría «pinche aquí para acceder a los cronistas de Indias».

Perdonen la digresión, pero ahí mismo empecé a echar la culpa del dislate a los diseñadores de periódico El País: ya se sabe que con frecuencia se equivocan. Por ejemplo hace un par de meses presentaron la foto de una pacifica reunión de miles de indígenas partidarios de Evo como si en verdad estuviesen a favor de sus opositores, y luego, en cambio, colocaron una incendiaria revuelta de autonomistas -con sus escudos verdes y sus cruces bizantinas, emblemas de estos- y el pie de foto equivocadamente decía: «Partidarios del presidente de Bolivia, Evo Morales».

Sí, estos diseñadores de El País que no hacen correctamente su trabajo, para que luego la gente diga que es la gerencia del Grupo Prisa que teme a las nacionalizaciones en Bolivia, un país donde controlan el diario La Razón, y hasta hace muy poco el matutino El Nuevo Día. ¡Cómo si El País no fuera un diario plural y de izquierda!

Bien, siguiendo el orden cronológico de mis razonamientos, luego me dije: Hombre, quizá no han colocado el hipervínculo para evitar demandas legales: conocido es el caso de lo ocurrido al periodista Pascual Serrano, que por citar someramente a Vargas Llosa recibió un correo electrónico de la gerente comercial de «El País Internacional» exigiéndole pagar derechos de autor. Entonces salté iluminado: Caramba, tiene lógica. Puede que tanta brevedad confusa del artículo haya sido engendrada por la prudencia. Vaya usted a saber si los de Efe temieron que de pronto el propio Vargas Llosa les presentara una demanda por citarlo en exceso (quién sabe si por eso el artículo nos está haciendo un guiño al advertir que este señor es un «liberal a ultranza»: ya sabemos que para los liberales, -calculo que mucho más para los liberales a ultranza- business are business, y que, para el triunfo legítimo de una individualidad liberal a ultranza, funcione muy bien la máxima de que el dinero es amigable, pero no tiene amigos)

En fin, que otra vez me enredé en las elucubraciones, porque de pronto caí en cuenta de que los Cronistas de Indias no tienen copyright. Así que me armé del consabido refrán: Si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma va a la montaña; y entonces pinché el URL de una biblioteca virtual.

Como es lógico, empecé la lectura por los cronistas de la conquista del Perú. El primero que cayó a mano fue Pedro Cieza de León; pero a poco de avanzar en la lectura, comprobé que, sobre todo, aquél veía en los indios a unos salvajes capaces de la crueldad y «del pecado nefando de la sodomía». Así pasé a Agustín de Zárate, solo para ver que usaba un tono arbitrariamente condenatorio al juzgar a los gobernantes de Cuzco. Salté entonces a Pedro Sarmiento de Gamboa, y este me explicó que los incas eran unos tiranos usurpadores; en su Historia de los incas, pinta cuadros de terror e infamias indígenas. En fin, no seguí leyendo después de consultar a Francisco López de Jerez, porque me parecieron un poco exageradas las hazañas de los conquistadores hasta la muerte de Atahualpa. (Aclaro que desde el principio descarté leer a Garcilaso de la Vega, el Inca, porque este era un típico criollo mestizo e hispanohablante)

O sea, que por esa vía me iba a costar una eternidad encontrar el cronista adecuado, aquel que por fin evacuara todas mis dudas anteriores, y que de paso me explicara si era un mito o una realidad -por ejemplo- la masacre de Pando. El asunto es que Vargas Llosa apunta que hay dos caras de América Latina, una concreta y otra llena de mitos. Por ejemplo, dice que la política de Evo es concreta, pero tiene una lectura que la convierte en fantasía. Esto, que a mí también me suena a cosa concreta, pero con su correspondiente lectura de fantasía, ahora mismo me hace recordar algo que recientemente publicó en El País, en un artículo titulado Caracas al vuelo. Allí escribió que Teodoro Petkoff le había contado una anécdota: Al tomar un taxi en el centro de Caracas, fue reconocido por el chofer. Este era un médico cubano que, en sus ratos libres, hacía de taxista para mejorar sus ingresos. Puestos a conversar, el médico-taxista le confesó a Petkoff una debilidad: «Cuando llegué a Venezuela y vi por primera vez una botella de Coca-Cola, se me llenaron los ojos de lágrimas». Vean entonces la moraleja de Vargas Llosa: «Si después de medio siglo de revolución, ese símbolo quintaesenciado del capitalismo despierta semejantes emociones en un cubano nacido y educado bajo la prédica ideológica de Fidel Castro, ¿quién puede dudar que el socialismo en su versión cubana tiene los días contados?»

Gracias a Dios, y con el perdón sea dicho, soy de los que se permite dudar y por eso pregunto. O sea, antes de preguntar necesito hacer una introducción. Recientemente se publicaron dos trabajos científicos contradictorios sobre la Coca-Cola. El primero fue publicado por los norteamericanos Sheree Umpierre, Joseph Hill y Deborah Andersson, en el New England Journal of Medicine, y afirma que la Coca-Cola tiene propiedades espermicidas; y, el segundo, apareció en Human Toxicology, suscrito por los taiwaneses C.Y. Hong, C.C. Shieh, P. Wu y B.N. Chiang, y por casualidad afirma todo lo contrario. En fin, mi pregunta a Vargas Llosa es la siguiente: ¿Cuál de los dos tipos de Coca-Cola se tomó el taxista de Petkoff?

Confieso que iba a dejar el asunto aquí, pero entonces fue que me asomé a la ventana de mi casa y vi que en el río flotaba una botella de Coca-Cola. Corrí a buscarla, y perplejo descubrí que dentro de ella había un mensaje. Increíble, me asombré, porque de pronto, y de acuerdo con sus diversos matasellos, descubrí que la botella había sido arrojada al río Manzanares en Madrid; de ahí fue a dar a Lisboa por el Tajo, bajó a Canarias por la corriente ecuatorial norte, atravesó el Atlántico y entró al Mar Caribe, y, al llegar a Cuba, subió por el río Jatibonico del Sur hasta cerca de mi casa. El mensaje era un artículo de Vargas Llosa, La segunda oportunidad, publicado hace un par de años en El País, y en el que al fin creí entender lo que éste deseaba para Bolivia. Al reflexionar sobre la democracia en su país natal, dice Vargas Llosa que el Perú necesita de una transición definitiva hacia «el progreso, la prosperidad y la libertad», y como ejemplo de esas transiciones exitosas toma de modelo, nada menos y nada más, que a España y Chile. Entonces me estremecí. Dije: Caramba, para que un socialista pueda gobernar un país que marche camino de una sociedad avanzada, primero tiene que hacer un tránsito desde el fascismo. O sea, tener antes a un Pinochet o a un Franco sobre los cuales erigirse, perdonarles a los torturadores y asesinos todos sus crímenes y atrocidades, y por supuesto mantener intacto el modelo capitalista. Vamos, que ahora sí me pareció entender lo que deseaba Vargas Llosa para Bolivia; y todo gracias a una botella que algunos dirán que es de pura fantasía, pero sin poder negarle su lectura concreta.