A continuación transcribimos el testimonio de un emigrante camerunés que resume y refleja la visión de los inmigrantes de Nador (norte de Marruecos) sobre el intento de entrada en la colonia española de Melilla que, según la versión oficial de las autoridades marroquíes, se saldó con seis muertos: «Sobre las 2:30 de la madrugada (hora […]
A continuación transcribimos el testimonio de un emigrante camerunés que resume y refleja la visión de los inmigrantes de Nador (norte de Marruecos) sobre el intento de entrada en la colonia española de Melilla que, según la versión oficial de las autoridades marroquíes, se saldó con seis muertos: «Sobre las 2:30 de la madrugada (hora marroquí) hemos llegado a la alambrada. Hemos visto cuatro helicópteros, parece que tres eran españoles y uno marroquí. No hemos atravesado ni la primera alambrada y nadie nos ha tocado… Hemos podido llegar hasta allí. Han comenzado a dispararnos y a tirarnos gases lacrimógenos. He visto caer a mi lado dos cuerpos. La policía marroquí nos tenía cercados por detrás, y por delante, la policía española (que estaban algunos en territorio marroquí). Disparaban de ambos lados, del lado español y del lado marroquí. Yo mismo he transportado a un herido con una bala en el pie.»
En el hospital de Nador hay un compañero nuestro herido que ha visto siete cuerpos llegar, es decir hay siete personas muertas. Aquí en el bosque quedan también muchos heridos a los que no se les ha dado asistencia médica. También hay 32 personas heridas, muchas de ellas con heridas de bala.
Hay pies y brazos rotos, y aquí no ha llegado aún ni la asistencia de organizaciones humanitarias, como Médicos Sin Fronteras, porque nos tienen totalmente cercados. En las tiendas pequeñas marroquíes, en las que compramos alimentos, tienen miedo de vendernos la comida.
No hemos atacado mil personas, es imposible… La situación es asfixiante. Al menos antes, si nos cogían, nuestras vidas no estaban en peligro, ahora te devuelven al Sáhara y mueres. Tienes que elegir entre morir en el desierto o morir tiroteado en la alambrada.» (L. C., emigrante del Camerún)
Este compañero camerunés tiene razón. Hasta el momento es imposible contabilizar el número de desaparecidos, pero sabemos que desde el sábado hasta el miércoles de esta semana unos sesenta autobuses con una media de entre cuarenta y sesenta personas han sido deportadas a una zona del desierto, frontera entre Argelia y Marruecos. Quiere decir que más de 2.400 personas han sido deportadas entre estos días.
Es la zona del corredor donde la frontera no está definida y comienzan los conflictos territoriales entre Argelia y Marruecos.
De los diferentes grupos contactados, nos han denunciado treinta y seis muertes y un número indeterminado de desaparecidos.
La preocupación por estos hechos es latente entre todos los africanos y en los países de origen se habla todo el día en la televisión y en la radio. En África negra se está hablando de genocidio y de caza al negro.
Hemos comprobado que, efectivamente, hay al menos una treintena de demandantes de asilo deportados. Nos hemos puesto en contacto con un senegalés y un camerunés cuyos papeles están en orden con el estado marroquí. Se han comprobado la deportación de diez mujeres con bebés y de unas cincuenta que decían estar embarazadas.
El tema de las mujeres nos preocupa sensiblemente puesto que son más vulnerables a la violencia, sobre todo violencia sexual, que se habría utilizado también contra ellas durante estas deportaciones.
Otro de los testimonios recogidos explica y resume el procedimiento de deportación seguido por las autoridades marroquíes:
«Estuve en España. La noche que intentamos entrar en Ceuta. Había pasado las dos alambradas y me encontré a la Guardia Civil, que me hicieron volver con una brutalidad impresionante que jamás creía que encontraría en un país democrático. Me entregaron a los militares marroquíes junto a ciento cincuenta y cinco personas que estábamos bien y veintitantos heridos de diversa gravedad. Todos tiraron las balas reales, los marroquíes y los españoles, los españoles cuando estábamos arriba de la alambrada y los cuerpos caían abajo. Recuerdo los muertos y me muero yo también por dentro.
Las autoridades marroquíes nos trasladaron a la ciudad de Oujda, como siempre. Cuando llegué allí encontré un montón de africanos procedentes de otros sitios de Marruecos. Ví muchos con papel de asilo, expedido por ACNUR y que dice que están bajo la protección temporal de las Naciones Unidas.
Vi también compañeros que tenían un visado de entrada en Marruecos o un sello de entrada en su pasaporte que aún no había expirado. Ví mujeres y bebés, ví mujeres embarazadas.
Nos metieron en autobuses. Creía que como siempre nos iban a llevar a la frontera de Oujda a veinte kilómetros. Eramos catorce autobuses pero nos dirigíamos hacia el sur, a unos seiscientos kilómetros de Oujda, calculo.
Después los autobuses paraban y llegaban camiones militares y jeeps que nos separaban en pequeños grupos y nos adentraban en el desierto.
Nos dejaban allí sin agua ni comida. A los lejos había luces, eran de Argelia decían los marroquíes. Hemos marchado toda la noche hacia las luces, algunos hemos llegado hasta allí y hemos visto que era un campamento militar argelino. Los militares nos daban agua y comida. No dejaban de llegar compañeros, pero otros no llegaban. Los habíamos perdido en el desierto. Os juro que aquellos que no hayan llegado se han muerto de verdad.
Los argelinos no nos han maltratado en ese momento. Nos han trasladado y mostrado el camino, y para no topar con el campamento militar marroquí, nos llevaban en los jeeps y/o en camiones militares. El problema es si te vuelven a ver los militares marroquíes, porque te deportan otra vez y vuelves a comenzar.
Hay deportaciones de heridos, con las piernas rotas, que no pudieron andar y quedaron en el desierto.
Pensamos no en nosotros que estamos bien, sino en los que quedaron adentro del desierto. Pedimos que los busquen en helicópteros por favor, las horas cuentan.»