Ésta es una semana rojiblanca en Bilbao. No porque juegue el Athletic (o se la juegue), sino porque llegan las blancas nieves y los motivos rojos, el General Invierno y los espectros del comunismo. Porque hay alerta roja sobre un precioso decorado blanco (esperemos que en algún momento se pueda llegar a la ciudad). Se […]
Ésta es una semana rojiblanca en Bilbao. No porque juegue el Athletic (o se la juegue), sino porque llegan las blancas nieves y los motivos rojos, el General Invierno y los espectros del comunismo. Porque hay alerta roja sobre un precioso decorado blanco (esperemos que en algún momento se pueda llegar a la ciudad). Se celebra, sin ir más lejos, el Congreso Internacional de Crítica de la Economía Política, y lo hace con motivo del segundo centenario del nacimiento de Karl Marx (1818-2018). La sede es el Bizkai Aretoa, propiedad de la Universidad del País Vasco, junto al mismísimo museo Guggenheim y la ciclópea torre de Iberdrola, en el corazón mismo de la capital vizcaína.
Tres jornadas de comunicaciones, ponencias y mesas redondas (podéis consultar aquí el programa) después del más lluvioso invierno de las últimas décadas, y cuando la urbe amanece colapsada por una intensa nevada. Y es que con la opinión pública alterada por la violencia callejera, sobre todo tras la muerte de un Ertzaina la pasada semana, Bilbao vuelve a lucir su faceta más gore, más explícita, más perversa: la de ese bocho oscuro y peligroso, que hace las delicias tanto de los intelectuales más nostálgicos como del inversor de turno más «progresista». Escaparate de todas las miradas, de todos los vicios, donde la avaricia y el lujo se han convertido definitivamente en virtud pública: eso es Bilbao, y no San Mamés Barria, los restaurantes cool o la Virgen de Begoña.
Las cosas han cambiado mucho en Bilbao, con todo. Y no sólo debido al temporal. Telón de fondo de El Pico, La batalla de Euskalduna y Todo por la pasta, Bilbao se adaptaba antaño, allá por los aciagos años ochenta y noventa, a todo tipo de estéticas: kinki-punk, proletaria-insurrecta, policíaca o de suspense. Hoy, sin embargo, la propia urbe es la estética. Es la ciudad de moda. Aquí el turista de fin de semana se codea con la manifestación de los pensionistas, los estudiantes de Erasmus con la juventud precaria o parada, las mujeres de clase humilde y trabajadora que hacen vida de barrio y en sus barrios mueren con las pijas cosmopolitas de Indautxu y la Gran Vía, con todas esas mujeres que gozan de la orgía cotidiana del consumo, pero que al final no irán a la huelga del 8M porque la huelga es política, porque la huelga es emancipadora, porque la huelga es feminista.
Y un largo etcétera de contradicciones y conflictos, de fricciones latentes que sólo en ocasiones salen a la superficie y se manifiestan, ya patentes, como lo que en realidad son -de intereses, de verdaderos intereses de clase-. Conviene no olvidarlo. No olvidar que, gracias precisamente a la constante ocultación de los antagonismos de clase, la sociedad bilbaína es la arcadia de la burguesía vasca. La imagen cruda y viviente de ese éxito incontestable que Marx y Engels pronosticaron ya en el Manifiesto, y que corresponde nada más y nada menos que a la clase de los usurpadores profesionales, la corporación del crimen legal, la cúspide de esa jerarquía capitalista y patriarcal que gobierna, generación tras generación, el mundo (y a la que nada ni nadie parece poder hacer frente).
Entre conmemoraciones y efemérides, mientras las izquierdas catalana, vasca y española se debaten entre la épica de una victoria que les viene demasiado grande y lasuperación de una derrota que no acaban de asimilar, durante varios días el espectro del comunismo pasará revoloteando sobre nuestras cabezas. Y no, no será este Congreso el que anuncie la Buena Nueva de la emancipación de nuestra especie, como tampoco se hará declaración unilateral alguna de independencia… Seguramente, su mayor logro consistirá en haber situado la recepción de Marx en el epicentro de una serie de discusiones de notable actualidad: la crisis medioambiental, la ideología política del feminismo, la cuestión nacional, la construcción de la comuna… son temas, todos ellos, de proporciones notables, y por desgracia no sólo teóricas. El propio marxismo se ve una y otra vez indefenso frente a la incertidumbre y el fervor que suscitan.
Más allá del análisis teórico, merece la pena también tener en mente que la filosofía de la praxis que el marxismo aspiraba a desarrollar se ha demostrado poco menos que impotente. De hecho, hoy difícilmente podría considerársela una disciplina filosófica en sentido estricto -y de práctica no tiene mucho, en verdad. Puede que el marxismo, en sí, no sea ciencia, ni sea revolucionario. Como puede ser también que las agudas críticas que llueven por doquier sobre la izquierda no nos sitúen, mal que nos pese, a la izquierda de la crítica. La teoría crítica, por su parte, y como bien ha señalado Rendueles en su última reseña, parece ser desde hace ya medio siglo el pretexto perfecto para la desmotivación y la desmovilización colectivas, para una competitividad intelectual puramente especulativa y académica, en otras palabras, para el aislamiento generalizado -cuando debería ser, precisamente, todo un acicate para la organización y la acción.
Si París o Londres fueron las capitales perfectas del siglo XIX, y Nueva York y Berlín las del XX, Bilbao quiere hacer lo propio en su tierra, hasta el punto de que, en lo que llevamos de milenio, no hace sino acaparar premios y más premios. Tendrá incluso su propio Marx, Bilbao, pero también sus acontecimientos deportivos, su gala de los galardones MTV, sus ferias comerciales… Bilbao bien puede ser, así, el último acto de esa tragedia anunciada que era la progresiva mercantilización y espectacularización de la existencia misma, y que sólo el fetichismo más soberbio y acomodado pudo sustraer a la atención del mundo. El Congreso Internacional de Crítica de la Economía Política va a tener lugar los días 1, 2 y 3 de marzo en Bilbao. Eso sí, sólo si la CIA, el Estado español y la «casta vasca» lo permiten.
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