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Marx y Ucrania, contra la «Realpolitik» infantil

Fuentes: Rebelión

«Jamás olvidaremos que los trabajadores de todos los países son nuestros amigos y los déspotas de todos los países nuestros enemigos.» (Primer Manifiesto del Consejo General de la Iª Internacional sobre la Guerra Franco-Alemana, 19 de julio de 1870). En las revoluciones burguesas europeas de 1848-1849, que removieron e hicieron salir al escenario de la […]

«Jamás olvidaremos que los trabajadores de todos los países son nuestros amigos y los déspotas de todos los países nuestros enemigos.» (Primer Manifiesto del Consejo General de la Iª Internacional sobre la Guerra Franco-Alemana, 19 de julio de 1870).

En las revoluciones burguesas europeas de 1848-1849, que removieron e hicieron salir al escenario de la Historia a muchas nacionalidades oprimidas, resultaba característico que, siempre que el movimiento ucraniano se incrementaba en fuerza y voz, lo declarasen de inmediato como «invención» de cualquier «potencia foránea» o del mismísimo maquiavélico Metternich; incluso en la Rusia prerrevolucionaria se consideró entre los socialdemócratas que la cuestión nacional ucraniana era una «quimera» o bien de Bismarck, o bien del «Estado Mayor alemán», o incluso del Vaticano. Ucrania era una falsa tierra irredenta. En la prensa burguesa revolucionaria se etiquetaba a los ucranianos como un pueblo ahistórico, contrarrevolucionario de «campesinos y popes». Cuando en 1890 Engels escribió en Ginebra para el diario Sotsialdemokrat ruso su estudio sobre «La política exterior del Zarismo» (por cierto, puesta en el Index por Stalin), los editores Vera Zasúlich y el padre del Marxismo ruso, Plejanov, protestaron escandalizados contra un pasaje en el cual Engels designaba a los ucranianos como nacionalidad «especial, diferente de los rusos» y que habían sido anexionados «por la fuerza» en 1772. El Marxismo ruso ortodoxo, del cual evolucionó el Nacionalbolchevismo stalinista, consideraba a los ucranófilos (antiguos «rutenos» bajo la nobleza polaca y el Zarismo) con desprecio y hostilidad. No era raro que entre 1918-1919 el Ejército Rojo fusilara a gente en Ucrania meramente por hablar ucraniano, lengua que se consideró «contrarrevolucionaria» per se en la época del dominus Stalin.

La teoría de Lenin de las nacionalidades intentó poner paños fríos sobre el asunto… La incomprensión de la nación ucraniana (o de la polaca o de la finlandesa o de la letona o de la bielorrusa o de la georgiana o de la armenia) al Partido Bolchevique le costó tres años de cruenta guerra civil y una sangrante división en su interior. Ucrania finalmente perdió su independencia en 1922, en el anticlimax de la represión de Kronstadt, las revueltas de Tambov y la restauración capitalista de estado de la NEP. Hasta tal punto llegó la incomprensión que Lenin tomó medidas radicales contra el Chauvinismo ruso bolchevique en el aparato del estado y del partido en su sección ucraniana (creado ex post facto de la Revolución de Octubre, en abril de 1918, compuesto en su mayoría por ¡rusos! y que representaba al 0,2% de la población ucraniana), las llamadas medidas de «Indigenación» o Korenizatsiia. Hubo que esperar a finales de los años 1920’s para que Ucrania tuviera por fin en la estructura del PCU y en las del estado a… ucranianos. En aquellos años dentro del mismo PCUS se alzaban voces contra las relaciones «colonialistas» de Moscú sobre Kiev. Por supuesto la Korenizatsiia pensada por Lenin, se detuvo y se invirtió a partir del dominio de Stalin en 1929. Las sangrientas purgas comenzaron en el PCU en 1933, los detenidos (ejecutados) eran acusados, ironía de la Historia, como criptofascistas y terroristas «nacionalistas degenerados». Se prohibió la lengua ucrania y se impuso como lengua franca oficial el ruso. Por eso puede decirse que la cuestión ucraniana debe considerarse como el «punto neurálgico» del Socialismo y del Comunismo ruso, ayer y hoy.

En la mayoría de los análisis y comentarios de autores de izquierda sobre Ucrania y la crisis en Crimea -pero puede aplicarse a cualquier análisis de crisis mundiales similares (Libia, Siria, etc.)- planea la forma esquemática, las «malas abstracciones», los abstractos defectuosos, en el sentido de que no son vehículos conceptuales adecuados para comprender la concreción real, que puede sintetizarse así: «El Enemigo de mi Enemigo es mi Amigo». El Gran enemigo es el único déspota del mercado mundial, Estados Unidos. Se trata de una lógica binaria, maniqueísta, teológica, que no se encuentra necesariamente anclada en la lucha de clases sino en un mecánico anti-imperialismo de una sola cara. Es Napoleón o la Santa Alianza, así de brutal e irracional. Antidialéctico ad nauseam, incapaz de imaginar que «El Enemigo de mi Enemigo también puede ser mi Enemigo». Aquí ya no hay «análisis concreto de la situación concreta», ni complejidades de la Historia, ni los matices e interrelaciones que imprime la propia totalidad. Aunque en nuestra propia tradición revolucionaria tenemos líneas de acción materialistas en Política exterior (la experiencia democrático-burguesa de Engels y Marx en la cuestión de las nacionalidades en la NRZ entre 1849-1850; la experiencia frente a conflictos internacionales en la Iª Internacional, Zimmerwald, etc.) nuestros estrategas antimperialistas las obvian, las ignoran o peor: nunca las han leído. Todo es una contradicción fantasiosa, simple y burda. Nada de sutilezas: hay blanco o negro desde una infantil «Realpolitik».

¿Hay una revolución democrática casi clásica en Kiev que derriba a un gobierno autocrático y corrupto? Se la reduce conspirativamente, como a los rutenos en 1848-1849, a una «invención», a un producto artificial de EEUU, «golpe de estado» del Pentágono, un putsch «supervisado» por la UE, etc. Los colores de la Historia aquí se vuelven blanconegros estridentes. Que el Imperialismo (el de EEUU o el de cualquiera otra nación) va a intervenir efectivamente en un mundo multipolar y globalizado para orientar una rebelión popular hacia sus intereses mezquinos y sus fines canallescos es una obviedad, pero uno podría reflexionar que a nosotros, «marxistas», nos interesan no las sutilezas de la «Realpolitik» burguesa a lo Kissinger, ni el juego de ajedrez de cancillerías a lo Richelieu, sino el auténtico motor de la Historia: las masas trabajadoras ucranianas, su cuestión nacional, sus organizaciones, sus consignas, sus innovaciones organizativas (grupos de autodefensa, formas de consejo y autogestión), su rol en el movimiento «Maidan», sus liderazgos, su relación con el sistema de partidos, la situación de doble poder en Kiev, el contenido de las demandas populares (por qué exigen separarse definitivamente de Rusia, ir hacia Europa, etc.), las contradicciones inherentes a toda revolución democrática y el rol de las oligarquías, el por qué de su carácter insurreccional, el congelamiento revolucionario en un mero cambio de elites, la propia historia socioeconómica de Ucrania ligada indisolublemente a la opresión rusa, etc. ¿Y es que el tipo de investigación materialista no ha de cambiar a tono con el objeto? ¿No se refiere a esto la máxima metodológica leniniana? En esta caricatura marxista el carácter del objeto no ejerce absolutamente ninguna influencia sobre la crítica investigación materialista. Se quiere, se desea, que la investigación sobre una crisis internacional sea seria, aunque el objeto ría, como decía Marx. Se enfoca a la verdad de un modo abstracto, convirtiendo al arma de la crítica en un mero juez de instrucción externo, que se limita a levantar un atestado escueto y binario. Un levantamiento popular (con millones de personas participando durante meses) exigiendo menos pobreza y corrupción y más democracia se reduce de un plumazo a un orquestado Nazi coup d’état de Obama o Cameron o la OTAN (da lo mismo), un «Script orquestado», cuando en realidad se respetaron todos los mecanismos constitucionales que preveía la propia constitución ucraniana (un «Impeachment» que votaron ¡los propios diputados del partido del depuesto Yanukovich!). El movimiento «Maidan», pluriétnico (ucranianos, rusos, polacos, tártaros, judíos, inspirado en el activismo de un estudiante afgano y musulmán, Mustafa Nayem) y transversal socialmente, complejo y contradictorio, con amplia representación juvenil y estudiantil (38% de los participantes tenían una edad comprendida entre 15 y 29 años), como todo movimiento social, con una amplio apoyo popular (en algunas regiones de Ucrania llega al 84%) se lo embotella en cómodos envases fascistas reduciéndolo a una ultraminoría fascista reunida en torno al Pravyi Sektor. Una epojé digna de un realista burgués. La ultraderecha ni la derecha necon euroescéptica, el partido Svodoba, que obtuvo 10.4% de los votos en 2012, muchos menos que muchos partidos de extrema derecha en Francia o Italia (ideológicamente muy similar al Partido Republicano de EEUU), ni fueron ni son dominantes en Maidan. El Pravyi Sektor, que presentará por primera vez candidatura presidencial en las elecciones convocadas el 25 de mayo de 2014 (el curioso «Golpe de Estado» nazi, con un PM judío y aplicando recetas neoliberales, paradójicamente convoca elecciones libres sin ninguna interdicción ideológica, en las cuales participará libremente el prorruso Partido Comunista de Ucrania), no alcanzaría según las encuestas electorales ni siquiera el piso mínimo del 2%. En cuanto a Svodoba su intención de voto ronda el 4%. El gabinete del gobierno de transición, calificado por Rusia como «neonazi», que se compone de veinte cargos, por votación parlamentaria le ha otorgado cuatro carteras al partido «Svoboda», pero hay que señalar que partes importantes del movimiento Maidan y el partido del exboxeador Klitcho (ADUR, «Alianza Democrática Ucraniana por la Reforma», al que las encuestas otorgan un 23% de intención de voto) se han negado a integrar el interinato. Por supuesto que tenemos que exigirle al movimiento «Maidan» que se depure de estos falsos aliados, estos peligrosos compañeros de ruta, que se separe de esta deriva nacionalista y supere su in Stato nascendi… No nos extrañemos que con esta misma cosmovisión mecánica inspirada en el Dia Mat stalinista muchos socialistas y comunistas de aquella época justificaran la guerra contra Polonia (y la ocupación sine die de la Ucrania occidental repoblada de rusos étnicos, de la cual se deportaron alrededor de un millón de polacos, ucranianos y judíos a Siberia y Asia Central), la guerra contra Finlandia de 1940, la represión a los obreros alemanes en Berlín en 1953, la invasión a Hungría en 1956, la invasión a Checoeslovaquia en 1968, etc., etc. Qui vivra, verra.

En la tribu prorrusa (¿sabrán que Rusia no es ya la URSS?) a partir de la falsa dicotomía se reduce todo a un fantasmagórico «Neonazismo» sin demostrar, repitiendo la retórica chauvinista del Kremlin y de Russia Today, se imponen vacías categorías de un curioso «Antifascismo sin Fascismo», una vuelta grosera a los análisis de la Guerra Fría, que incluso llega a la desinformación grosera y a la ignorancia supina. Se le suma un aparente dato empírico: en Kiev hubo un «Golpe de Estado», una aserción sin demostrar salvo las referencias del depuesto corrupto expresidente Yanukovich y en los toscos clichés de la propaganda rusa, con lo que se recarga la malformada ecuación. Un «Golpe de Estado» se puede definir, tomado un manual de Politología escolar, como una rápida y decisiva toma ilegal del poder gubernamental por un grupo relativamente pequeño de políticos y militares (con mayor frecuencia, se inician y son dirigidos golpes por altos oficiales militares), típicamente por medio del arresto, prohibición o muerte del jefe del ejecutivo actual y sus principales partidarios en el gobierno. ¿Hubo un Coup d’état contra Yanukovich el 22 de febrero de 2014? Podemos ver algo de esta lógica en la Verkhovna Rada de Kiev? Yanukovich sufrió su destitución por el mecanismo constitucional de «Impeachment», tal como lo recoge la Constitución de Ucrania, tanto la versión de 1996 como la de 2004 (Artículo 111), y es más: el propio Partido de las Regiones de Yanukovich votó por su destitución legal, la votación fue de 328 a favor y cero en contra (sobre 447 diputados nominales, votaron a favor de la medida los tres partidos mayoritarios). Clinton sufrió un «Impeachment», ¿también era un «Golpe de Estado»? Otro elemento que se introduce para banalizar y despreciar al movimiento Maidan es el de acusarlo automáticamente de «Neofascista», con lo que se suma al paradigma «Realista» un curioso «Antifascismo sin Fascismo», que permite las más maravillosas torsiones y manipulaciones de la Historia real. Pero: ¿qué entendemos entonces por Fascismo?, ¿qué se entiende por «Golpe de Estado» nazi?

Fascismo, como una categoría política con su differentia specifica en la teoría marxista, puede definirse a grandes rasgos como una forma extremadamente reaccionaria de gobierno capitalista basada en un Nacionalismo populista militarista, anticonservador, antiliberal y antimarxista, forma que generalmente instala una dictadura de partido único. ¿Puede definirse con estos rasgos el gobierno interino ucraniano, lleno de viejos políticos, neoliberales y oligarcas conservadores? Por cierto: se trata de un peculiar gobierno neonazi ya que lo encabeza como Primer Ministro a Arseniy Yatseniuk… ¡un judío-ucraniano!, mantiene en la legalidad al PCU y persigue los líderes neofascistas ucranianos hasta la muerte. Lo curioso es que si existe una deriva fascista real y no fantasiosa, ella se está produciendo no en Kiev sino en el Este, en Moscú. La ideología imperial de Putin, y sus aliados nacionalbolcheviques como «Esencia del Tiempo», casi cumplen todas las condiciones de una auténtica deriva hacia formas fascistas. Ni hablar de sus apoyos incondicionales dentro el espectro de la ultraderecha europea, de Hungría a España pasando por Holanda. No nos detendremos aquí a analizar las metas imperiales de Putin, su intento de reconstruir una Rusia-URSS capitalista. Las instrucciones de uso son elementales: se reemplaza en la dogmática ecuación del Antiimperialismo unilateral el término «URSS» por el término «Enemigo de nuestro Enemigo» y listo. Como decía irónicamente Marx de Urquhart: estos comentaristas si no fuesen españoles querrían ser rusos; si ya no fueran ateos, desearían ser ortodoxos rusos…

A los indignados analistas para los que el «Imperialismo» (yanqui) es lo único importante en una crisis geopolítica y el sujeto negativo central en la crítica, y ya no las clases proletarias ni su emancipación, hay que decirles que en éste caso fueron el Imperialismo Russian-Style de Putin y el Estado-Mafia capitalista ruso (y sus oligarcas aliados en el Este de Ucrania), su militarismo sin fin, su democracia de baja intensidad, los que colocaron y sostuvieron al régimen Yakunovich en el poder, política y económicamente. Imperialismo «putinesco» que tiene una serie de intervenciones militares con el mismo modelo de Crimea (Chechenia, Nagorno-Karabakh, Georgia) y la creación de estados fallidos satélites (Abkhazia, Osetia del Sur, Transnistria) no reconocidos por la comunidad internacional. Sí, camaradas, hay más de un Imperialismo operando en Ucrania. Es este Imperialismo real y concreto al que hay que visualizar y criticar en primer lugar. Ni hablar del pseudoreférendum «Kalashnikov» que viola la propia Constitución ucraniana (Art. 73), realizado bajo una grosera invasión militar a Crimea de tropas rusas sin insignias, escudada irónicamente en una cínica «intervención humanitaria» de los amenazados rusos-ucranianos (cuando el único ruso muerto en la revolución ucraniana, recordemos su nombre: Igor Tkachuk, era militante del movimiento Maidan y lo fue en Kiev de manos de los francotiradores de los temibles «Berkut»), violando el acuerdo de integridad de fronteras de Alma-Ata (1991), el propio acuerdo firmado por Rusia en 1994 para «desnuclearizar» Ucrania («Budapest Memorandum»), el acuerdo sobre la Flota rusa del Mar Negro, violando al propia Carta de las Naciones Unidas, y la propia legalidad que rige la comunidad de naciones y las relaciones internacionales de facto, legalidad que defendemos en toda ocasión, ¿no lo enarbolamos en Irak, en Afghanistán, etc.?.

Esta legalidad que se conforma a partir de la constitución de la ONU puede sintetizarse en siete puntos:

1) Existe una comunidad internacional de estados independientes,

2) Esta comunidad tiene una Ley que establece los derechos de sus miembros (en especial en dos ámbitos existenciales: integridad territorial y soberanía política);

3) Cualquier uso de la fuerza o amenaza inminente de la fuerza por un estado contra la soberanía política o la integridad territorial de otro constituye una agresión y un acto criminal;

4) La agresión justifica dos clases de respuesta violenta: a) una guerra de defensa propia de la víctima y b) una guerra de defensa de la Ley de convivencia internacional, tanto de parte de la víctima como de cualquier otro miembro de la sociedad internacional;

5) Nada fuera de la agresión puede justificar la guerra;

6) Una vez que el estado agresor ha sido rechazado militarmente, puede también ser castigado;

7) Si los estados son miembros de una comunidad internacional, sujetos de derecho, también deben ser objetos de castigo.

Pero acompañando la lógica primitiva y binaria, el Antiimperialismo unilateral, la gastada cantinela de «El Enemigo de mi Enemigo es mi Amigo» nos depara otra sorpresa. Como soporte al Antiamerikanismus radical y abstracto (que coincide en muchos aspectos de sus tópicos con la extrema derecha europea) y a la falsa dicotomía subyace otra idea ya ni siquiera premarxista, sino pre-burguesa, anterior a la democracia, y es que nuestros críticos e incluso la línea oficial de muchos partidos de izquierda se mueven cómodamente dentro del paradigma «realista» de las relaciones internacionales. ¡Reemplazamos a Lenin por De Gaulle! El «Paradigma Realista» (PR) -que tiene en la tradición europea una existencia de más de cinco siglos- supone como sujeto central al Estado, y es para este enfoque la entidad principal. Se trata de una ideología «estatocéntrica» que se fundamenta en Maquiavelo, Hobbes y Spinoza, basada en la Macht Politik alemana, la doctrina del Estado-Potencia que presupone al Estado como una organicidad plena. En el PR, nacido antes de la democracia moderna, aunque se considera que dentro o abajo del Estado existe algo así como una comunidad con ciudadanos-miembros, no se considera la figura de una «sociedad civil» y es indiferente al juicio realpolitiker si esta sociedad civil es libre, autónoma, elige a sus dirigentes, la comanda un sátrapa, etc. El Estado es la organización territorial que monopoliza los instrumentos de violencia en el interior (soberanía interior) y quienes detentan el Poder (sea por golpe de estado o elecciones libres) son los detentores en última instancia de la decisión en materia de relaciones con el ambiente exterior (soberanía externa). El Estado persigue sus propias metas y estructura su propia agenda con independencia de las clases dominantes y las relaciones de dominio internas. En segundo lugar, en el PR lo que domina la relación entre estos estados es la ley de la selva, al anarquía, entendida no como falta de orden (para los «realistas» existen potencias hegemónicas, alianzas y relaciones jerárquicas claras) sino como una falta de autoridad central. Es obvio que la ideología del PR se ha generado en la Europa «anárquica» del 1700, realizando la transición entre el Absolutismo y el nuevo Estado burgués, sin redes institucionales ni acuerdos que fueran más allá de la unilateralidad. El PR es una visión estática, incluso reaccionariamente cíclica de la Historia (una perenne alternativa entre paz y guerra, entre fuerte y débil, entre Enemigo mayor y Enemigo menor, entre integración y desintegración, etc.). La Anarquía como supuesto absoluto es la que induce al uso de la fuerza, es un componente ineliminable para los «realistas» de las relaciones entre estados que deben atenerse como ley de bronce al Self-Help, a preocuparse en todo momento exclusivamente por su supervivencia, por ello las relaciones internacionales siempre están a la sombra de la guerra. El tercer elemento fundamental del PR es la idea de que el Estado es considerado siempre como una «actor unitario», que actúa racionalmente sobre la escena internacional, evaluando en términos de «input/ ouput» costos y beneficios, su conducta para proteger su supervivencia y sus «intereses vitales» en el ambiente salvaje y anárquico del mundo globalizado. La política internacional es una Power Politics, cínica y ligada a la lucha por la existencia (estatal). La rapidez con que la URSS, en especial bajo el dominus Stalin, adoptó acríticamente el PR nos dice mucho de manera indirecta sobre su ideología nacionalrusa y el abandono del internacionalismo de clase.

A esta ideología decimonónica y absolutista de la Política Exterior con el ascenso de la burguesía le respondió lo que llamaremos el «Paradigma Liberal», ya que la Doctrina realista ya no se correspondía con la propia lógica del Capital ni con su forma estado nacional y supranacional. El Paradigma Liberal parte ya no de los estados como los «Realistas» sino de los individuos, su base es el individualismo posesivo y entiende la política internacional no como un diktatum de un decisionismo estatal, sino de una negociación compleja, de un efecto de composición de agentes individuales, ya que para ellos el Estado es una organización más, importante pero una más, entre las variables organizativas (horizontales y verticales) y la superestructura de normas e instituciones nacionales e internacionales que componen la resultante «Política exterior». Si los «Realistas» atribuyen importancia decisiva y desmesurada a la fuerza militar, los «Liberales» revalúan la Low Politics, la Baja Política, como la Política comercial, la financiera, la cooperativa, etc. y le atribuyen un importancia al Poder económico igual a la del Poder militar. El PL tiene una visión dinámica de la Historia por la cual, por un lado, los actores aprenden de errores pasados, y heredados de la fase «heroica» del ascenso burgués, se asocia con una visión optimista enlazada con la idea de Progreso indefinido. Obviamente, para un marxista el PL no es otra cosa que el producto más genuino del propio desarrollo capitalista y de la lenta imposición global de la Ley del Valor, motor impulsor del Militarismo y el Imperialismo.

El problema es que, inconscientemente, al sostener esta ideología del paradigma «Realista» se abraza sin saberlo una tesis antropológica negativa y otra de carácter estructural que se oponen radicalmente tanto al Liberalismo como al propio Marxismo. Marx rompe simultáneamente con las dos Weltanschauung sobre Política Exterior, manteniendo postulados de lo que llamamos «Paradigma Legalista»: ni la conservadora ni la burguesa (incluso siendo más progresiva). Nuestros «realistas» de izquierda son «estadocéntricos» en sus análisis, en contraposición con la tradición marxista. Para Marx no hay «Estados» unitarios frente a «Estados» unitarios, sino «Estados» con sociedad civil (Ay! Hegel!), con contradicciones sociales, con luchas económicas y sociales, Estados con… lucha de clases. Pero la complejidad en estos «marxistas» es una barrera infranqueable para el conocimiento. Lo único que importa es el razonamiento tosco sobre Imperialismo yanqui y posicionarnos en apoyo de sus enemigos coyunturales. Da igual que sea un día el dictador teológico Assad o el Nepotismo de Corea del Norte. ¡Eureka! Ya está: no necesitamos nada más, ni siquiera saber la historia de Ucrania, ni analizar las relaciones de clase, muchos menos leer en ucraniano o ruso. Esto no es análisis materialista, y esto no es Internacionalismo proletario.

¿Qué diría hoy Marx de Ucrania y la anexión de Crimea por Rusia? Para Marx el establecimiento correcto de una Política Exterior «proletaria» era fundamental, algo que se derivaba de su idea de emancipación: si la emancipación de las clases trabajadoras requiere unión fraternal y cooperación entre naciones, se preguntaba, hablando del reparto de la anexión de Polonia por Rusia, «¿cómo va a poderse alcanzar esta gran meta con una política exterior que persigue fines canallescos, que especula con prejuicios nacionales y dilapida en guerras de piratería la sangre y las riquezas del Pueblo?». Su visión crítica se basaba en considerar el Capital como una Totalidad concreta, pars pro toto, en el cual naciones y estados se encontraban inextricablemente interconectados e interdependientes tanto hacia arriba-abajo como horizontalmente, cuyo epifénomeno era la incipiente globalización. La lógica histórica transnacional de la Ley del Valor haría añicos las ilusiones de naciones y estados «separados», ilusión creada tanto por las fronteras geográficas pasadas que separan a los pueblos gobernados por diferentes sistemas políticos como por los intereses de dominio de las propias burguesías nacionales. Por ello Marx niega el reduccionismo tosco del PR ya que la fuerza de los Estados es una fuerza derivada, secundaria, incluso terciaria, en los «asuntos humanos», en comparación con el modo de producción, el desarrollo de las fuerzas productivas y oh!… la lucha de clases. La entera organización de las naciones y sus correspondientes relaciones internacionales, la misma competición geopolítica, para Marx puede deducirse (es una «expresión») de una determinada división del trabajo a escala mundial. Y si cambian, es porque se ha modificado la división de trabajo básica en la Ley del Valor. La capacidad explicativa del Marxismo en tanto materialismo se genera a partir de la estructura de clases, no de la dominanción nacional ni de la figura omipresente del Estado. La Política Internacional solo puede comprenderse en su riqueza y complejidad en las Clases y en la Ley del Valor. La perspectiva total de la lucha de clases, que entremezcla inevitablemente política interna con política exterior, los graves errores de alineación de muchos partidos y dirigentes obreros de la época, habían enseñado una lección, que las clases trabajadoras tienen el deber de «iniciarse en los secretos de la Política Internacional, de vigilar los actos diplomáticos de sus respectivos gobiernos, para enfrentarse a ellos cuando sea necesario», y en los casos en que no puedan lograr impedirlos, «unirse en una denuncia simultánea y hacer valer lo mismo las sencillas leyes de la Moral y la Justicia, que deben regir las relaciones entre personas», e imponer también, continúa Marx «su vigencia como Leyes Supremas del trato entre las Naciones». La lucha por una política exterior «de izquierda», nueva y que rompía tanto con los paradigmas realistas o liberales, de esta manera formaba parte en Marx (y en la rica experiencia de la Iª Internacional) de la lucha general por la emancipación de la clase obrera.

Pero veamos cómo aplicó esta «Política Exterior proletaria» Marx en un caso concreto, aunque hay más. Tomemos el ejemplo de la Iª internacional en una guerra interimperialista entre la Francia de Napoleón III y la Prusia de Bismarck entre 1870-1871. Marx incorpora en sus análisis (que no consistían en elucubraciones de gabinete ni en repetir artículos periodísticos) ciertas ideas como la de la «guerra justa», la de la «guerra defensiva» y «país agresor», y estas variables las combina con la propia lucha de clases y la «causa de la Democracia». Es interesante porque es el caso de dos potencias subimperialistas no hegemónicas (Alemania y Francia) que chocan en una guerra abierta, y el hegemónico tercia desde afuera (Inglaterra); una situación bastante análoga a la crisis de Ucrania, en la que dos subimperialismos no hegemónicos (Europa y Rusia) más el hegemónico (EEUU) entran en conflicto sobre el territorio soberano de un estado satélite (Ucrania). En primer lugar, contra el paradigma «realista», Marx incorpora la situación político-social «dentro» de cada estado (separando el aparato de estado «oficial» de las clases trabajadoras nacionales) analizando tanto la forma de dominio como la utilización de guerras exteriores y el chauvinismo (tanto en Napoleón III como en Bismarck) para «prolongar su dominación». En el caso francés, definido por Marx como «país agresor», el complot bélico y el militarismo eran la continuación del golpe de estado de 1851, por lo que la Internacional recomendaba a los obreros franceses oponerse a su propio gobierno y a toda anexión. Desde el punto de vista de Alemania, Marx señala que se trata de una guerra justa, «estrictamente defensiva», recomendando a la clase obrera alemana mantener este carácter y oponerse a Bismarck en cuanto se haga de «conquista». Notemos que en el conflicto franco-alemán no participan directamente ni el «déspota mundial», Inglaterra, ni su aliado natural, la reaccionaria Rusia zarista, países a los que Marx observa con el rabillo del ojo crítico. La regla del Internacionalismo proletario es clara: «está naciendo una nueva sociedad, cuyo Principio Internacional será la Paz, porque en ella todas las naciones se regirán por el mismo principio: el Trabajo».

Hasta qué punto es abierto, antidogmático, universal concreto, dinámico y plenamente dialéctico el Marxismo lo demuestra el hecho que Marx intervendrá nuevamente en un Segundo Manifiesto (¡menos de dos meses con respecto al anterior!), cuando la evolución de la guerra perfilaba que Alemania pasaba de una «guerra defensiva y justa» a otra de «agresión y conquista», anexionándose las provincias de Alsacia y Lorena, llegando a París (donde explotaba la Commune) y degenerando en una guerra «contra el Pueblo francés». En este manifiesto se critica el supuesto ideológico del llamado «Derecho Histórico» como cobertura a guerras de conquista, pero también un argumento que aparece en la crisis de Ucrania: el supuesto de la «seguridad nacional» de las fronteras en la cuales una anexión generaría una «garantía material» contra futuras agresiones. Marx sobre este supuesto erróneo es categórico: «¿no es acaso un absurdo y un anacronismo eso de elevar las consideraciones de orden militar al rango de un Principio a tono con el cual deben trazarse las fronteras nacionales?». Sin tapujos, Marx califica a toda «Política de Conquista» territorial, sin considerar su alineamiento en el ajedrez mundial que tanto aman nuestros «neorealistas» (el penúltimo ejemplo en el conocido economista Vicenç Navarro), como «un crimen» de enorme magnitud. Para los que todavía utilizan la perspectiva realista, la lógica tosca del «Enemigo de mi Enemigo es mi Amigo» Marx tiene duras palabras, calificando el PR como «Ley del viejo sistema político» absolutista y definiéndolo como una cínica lógica basada en «lo que uno gana lo pierde el otro», totalmente ajena a la nueva conciencia de clase obrera internacional. En este Segundo manifiesto Marx se preocupa dialécticamente tanto por la clase obrera alemana, ya inmersa en una «Guerra injusta» y de conquista, como de la clase obrera francesa, ahora parte de una nación agredida. Finaliza llamando a los obreros a cumplir su deber internacional, y enfrentarse en cada nación «a los Señores de la Espada, la propiedad de la Tierra y el Capital».

¿Es posible condenar la invasión de Putin y al mismo tiempo sostener que en Kiev y en el movimiento Maidan no debe haber lugar para elementos neofascistas? Claro que sí. El Marxismo tiene in nuce una precisa teoría de las relaciones internacionales propia y autónoma a las corrientes preburguesas y burguesas, una concepción propia de la Política exterior que nada tiene que ver con estos reduccionismos primitivos e ideológicamente reaccionarios. Y es bastante sencilla. Para concluir con las palabras de Marx en el «Primer Manifiesto» de la Iª Internacional a propósito de la guerra interimperialista entre la Alemania de Bismarck y la Francia de Napoleón III: «las sencillas leyes de la Moral y de la Justicia que deben regir las relaciones entre personas tienen que imponer también su vigencia como leyes supremas del trato entre las naciones.»

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.