Desde hace una semana, lo mío es un mero «vivo sin vivir en mí», que diría Teresa, la de Ávila, antes de convertirse en brazo incorrupto. Me acompaña un desasosiego general motivado por la noticia de la abdicación del rey Juan Carlos I, hábil estratega éste que consiguió engañar al propio Franco y, desde dentro, […]
Desde hace una semana, lo mío es un mero «vivo sin vivir en mí», que diría Teresa, la de Ávila, antes de convertirse en brazo incorrupto. Me acompaña un desasosiego general motivado por la noticia de la abdicación del rey Juan Carlos I, hábil estratega éste que consiguió engañar al propio Franco y, desde dentro, sin hacer apenas ruido, conchabado con Adolfo Suárez, otro que tal, abrió las puertas a esta democracia española envidia del mundo. Amén
Bertold Brecht, poeta y dramaturgo alemán, escribió así: «Tuvimos muchos señores. Tuvimos hienas y tigres, águilas y cerdos. Y a todos alimentamos. Mejores o peores, era lo mismo. La bota que nos pisa es siempre la misma bota. Ya comprendéis lo que quiero decir: no cambiar de señores, sino no tener ninguno!». Pues eso, no cambiar de rey, sino no tener ninguno. Ni el padre, ni el hijo, ni el espíritu «Franco» que anida en los dos.
Por esta razón -grosso modo- Amaiur no va a tomar parte en la votación de la Ley Orgánica relativa a la abdicación del rey Juan Carlos, pues entendemos que ésta, más allá de las razones dadas, es una mera operación de lifting que tiene por finalidad parchear un régimen heredado de una Transición tramposa a la que cada vez se le abren más vías de agua.
La abdicación del rey y el posterior nombramiento de su hijo no es sino un mero «de oca a oca y tiro porque me toca», un «quítate tú para ponerme yo» que deja todas las cosas en su sitio. La baraja está trucada. Solo tiene reyes y la reparte un trilero. Y el cambio que se precisa no es de personas, sino de estructuras. No es tan solo la monarquía la que sobra, sino el propio Régimen nacido allá por 1975, tras la designación de Juan Carlos como jefe del Estado, y la aprobación de la Constitución a fines de 1978.
Para ver la profundidad de esta crisis es preciso situarse hace tan solo cinco o seis años. La aparente estabilidad institucional instalada entonces en el Estado español ha saltado por los aires. El proceso continuado de desgaste sufrido por la monarquía -corrupción, safaris, decrepitud,….- ha sido uno tan solo de sus componentes. El segundo ha sido el fuerte golpe político sufrido por el PSOE y el PP, principales partidos sustentadores de este Régimen, en las últimas elecciones. El tercero, las Diadas millonarias y el proceso independentista catalán, auténtico torpedo en la línea de flotación de la España constitucional. En cuarto término, la extensión de ese «¡le dicen democracia y no lo es!» del 15-M, el 25-S, las mareas…, y la irrupción electoral de «Podemos». Por último, la nueva situación abierta en Euskal Herria ha situado el conflicto político vasco en claves estrictas de confrontación democrática, un terreno en el que el poder es más débil y las fuerzas soberanistas más fuertes, lo cual ha permitido irrumpir con fuerza tanto en el terreno electoral -Bildu/Amaiur- como en el social: manifestación del 11 de enero en Bilbo, cadena humana del pasado 8 de junio, entre Durango e Iruñea,…
Ante esta crisis, distintos son los retos y debates ante los que se sitúan hoy las fuerzas de la izquierda política, social y soberanista. Se habla en primer término de la necesidad de impulsar un «proceso constituyente» con unos contenidos un tanto imprecisos que permiten, incluso, que el propio PSOE haya usado estos términos a la hora de adornar su propuesta de reforma constitucional nunca concretada. Por eso, entre otras cosas, pienso que es necesario hablar en plural y reclamar la exigencia de «procesos constituyentes», pues ni el pueblo catalán, ni tampoco el vasco, por supuesto, deben supeditar los tiempos, ritmos y estrategias de sus propios procesos, reales y en marcha, a otros hipotéticos que no terminan de dejar claro que es lo que va a pasar con la soberanía única española afirmada por la actual Constitución.
Se habla también de la necesidad de una «segunda Transición», dando a entender así como si el ciclo político abierto por la primera se hubiera ya agotado e hiciera falta una segunda. Sin embargo, en mi opinión, más que hablar de una segunda Transición es preciso reclamar una «primera Ruptura», pues es precisamente aquella primera la que nos legó los pilares esenciales de la Dictadura: el monarca que juró fidelidad al criminal Franco y luego, por arte de magia, se hizo demócrata de toda la vida; la Iglesia Católica y su jerarquía, con todos sus privilegios pasados y presentes; un aparato de Estado nunca depurado (ejército, policía, judicatura,…), blindado por la ley de amnistía de 1977; un poder empresarial y bancario que medró y sustentó a Franco y hoy es pilar del IBEX 35 y, por último, la España «indisoluble e indivisible» tan parecida a aquella otra «una, grande y libre» del dictador Franco.
No queremos, por supuesto, ninguna monarquía. Ni para Euskal Herria ni para nadie. Somos republicanos y solidarios por ello con todas las gentes que luchan contra aquella en cualquier lugar del Estado. Pero, dicho lo anterior, entiéndase bien, la República por la luchamos en nuestro pueblo es la Euskal Errepublika, aquella que nunca hemos tenido -ni primera, ni segunda-, pues siempre nos la han negado. Sabemos además de qué hablamos, pues Repúblicas jacobinas como la francesa niegan también a nuestro pueblo, en Ipar Euskal Herria sus derechos lingüísticos, sociales y políticos. Nada pues que arrincone, subordine o niegue a nuestro pueblo el derecho a decidir, a la libre autodeterminación.
En las últimas décadas, dos han sido las ocasiones en las que se ha convocado un referéndum y en las dos la opinión de nuestro pueblo no ha sido respetada. En el constitucional, en diciembre de 1978, tan solo un tercio del censo electoral vasco votó «Sí», pero la Constitución se nos aplicó al cien por cien, pues esta resultó aprobada en el conjunto del Estado. En el referéndum de 1986, Euskal Herria dio un «No» rotundo a la OTAN, pero ocurrió lo mismo: se nos metió en esa organización, Polígono de Tiro de Bardenas Reales incluido. Por ello, cuando hablamos de referéndum sobre Monarquía o República, ¿se está pensando en respetar la decisión de nuestro pueblo o nuestro voto servirá únicamente para engrosar un resultado estatal?
La ruptura democrática sigue siendo la tarea pendiente.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.