Reza un conocido Axioma que las normas jurídicas no solo deben poseer legalidad sino que también deben contar con legitimidad, esto es, que dichas normas para lograr su cabal y efectiva inserción en el ordenamiento legal de un país no sólo deben de transitar todos y cada uno de los pasos prefijados por el sistema […]
Reza un conocido Axioma que las normas jurídicas no solo deben poseer legalidad sino que también deben contar con legitimidad, esto es, que dichas normas para lograr su cabal y efectiva inserción en el ordenamiento legal de un país no sólo deben de transitar todos y cada uno de los pasos prefijados por el sistema constitucional y legal de ese país, sino que además la población de dicho país debe percibir estas normas como adecuadas y necesarias a sus necesidades existenciales y requerimientos históricos, es decir, debe considerarlas como legítimas.
En múltiples ocasiones se crean leyes intrínsecamente valiosas que vienen a llenar vacíos en el ordenamiento jurídico de un país, mas sin embargo a veces las tradiciones y usos culturales de la población de ese país chocan y se resisten obstinadamente a aceptar dichas leyes. Este es el caso del tráfico y comercio de animales silvestres en peligro de extinción con la finalidad de utilizarlos como mascotas domésticas.
En Venezuela existen un importante conjunto de leyes (Ley Penal del Ambiente, Ley Orgánica del Ambiente, Ley de Protección a la Fauna Silvestre, Convenio Sobre Diversidad Biológica) que regula, penaliza y castiga estas actividades. Sin embargo, se pueden contar por cientos de miles los hogares venezolanos en los que Loros, Cotorras, Guacamayos y Pericos se encuentran en cautiverio, y de preguntárseles a quienes en ese estado los retienen si creen o consideran estar cometiendo una actividad delictiva o estar contribuyendo a la extinción de esos animales, de seguro la respuesta será un rotundo «no».
La realidad es que esta actitud por parte de una enorme mayoría de la población venezolana ha llevado a las poblaciones de las especies antes mencionadas a encontrarse al borde de su total desaparición. Según el Libro Rojo de la Fauna Venezolana, la población de la Cotorra Cabeza Amarilla (endémica sólo en los estados Zulia, Falcón, Sucre y Nueva Esparta), ha caído en el presente a menos de mil quinientos ejemplares en libertad en todo el territorio nacional. Los Guacamayos están prácticamente extintos en el norte de Venezuela y los Loros Reales, son cada vez más raros de ver en libertad en las montañas de Zulia, Falcón, Lara y Yaracuy.
Las personas que compran estas aves silvestres deben saber que sólo uno de cada cuatro pichones sobrevive al proceso de captura, traslado y comercialización; que estas aves NUNCA se reproducen en cautiverio y que la alimentación que se les proporciona (generalmente pan y leche) nada tiene que ver con sus requerimientos nutricionales y su dieta natural, desarrollándose como consecuencia animales desnutridos y sin posibilidad de un crecimiento sano. Hay que iniciar desde ya una labor de concientización para evitar que el genuino amor que miles de personas sienten por estos animales termine convirtiéndose en el definitivo instrumento de su muerte y extinción.