Me ha sucedido muchas veces: sentada frente al ordenador intento conquistar a los lectores con algunas pistas sobre quien les hablará en las líneas siguientes; pero no hallo por dónde empezar. Siento que sobro. Con esa sensación les ¿presento? a nuestro Premio Nacional de Literatura 2010. Podría hablarles del escritor cubano-uruguayo que espabiló la novela […]
Me ha sucedido muchas veces: sentada frente al ordenador intento conquistar a los lectores con algunas pistas sobre quien les hablará en las líneas siguientes; pero no hallo por dónde empezar. Siento que sobro. Con esa sensación les ¿presento? a nuestro Premio Nacional de Literatura 2010.
Podría hablarles del escritor cubano-uruguayo que espabiló la novela política de aventuras desde los 80 y que ha firmado obras tan populares como Joy, La sexta isla, El ojo de Cibeles, Viudas de sangre o Príapos; del autor de numerosos artículos literarios y políticos que han dado la vuelta al mundo en publicaciones hispanas o de habla inglesa; del guionista de cine y televisión; de su colección de premios Dashiell Hammett, Planeta, Edgar Allan Poe, Alejo Carpentier y Casa de las Américas; del profesor Daniel Chavarría… pero vuelvo a sentir que son palabras extra.
Tan a fondo le conocen los lectores cubanos y los de otras latitudes, que sus comentarios en foros online y blogs -ese mundo virtual que a Chavarría le apasiona- contienen mucho más atractivo que cualquier reseña biográfica: un lector le llama «el picaresco», «el joven que se peina de blanco», «el de la generación del entusiasmo» o «el hombre-domador de palabras, sean dichas o escritas»; otros evocan la llegada a Cuba del comunista montevideano, en 1969, a bordo de una avioneta que suponen había secuestrado para apurar el exilio. Y enseguida alguien acota: «tema este que es eludido por Chavarría y que, sin embargo, enriquece la aureola del mito que rodea a todo escritor y que es propia recreación de aquellos que le siguen como fieles».
Lo presentan sus lectores o se presenta a sí mismo. Sirvan mis preguntas solo para conectarlos, otra vez.
Usted publicó su primera novela a los cuarenta y cinco años… ¿qué hizo con los modelos, las ilusiones, las inquietudes de la juventud que suelen ser comida de los primeros intentos de un escritor?
-En realidad, publiqué mi primera novela a los dieciocho y resultó un mamarracho. A los diecinueve añadí otra peor. Aquellos dos títulos de mi desastroso debut sucumbieron en una memorable hoguera, víctimas de un ataque de furia destructiva que padecí a los veinte años.
«Y en 1987, durante mi primera visita al Uruguay después del exilio, en casa de mi madre encontré dos ejemplares sobrevivientes, a los que di su merecido, no ya en el fuego purificador, sino en las cloacas montevideanas.
«Dos décadas después, ya en Cuba, con mi retaguardia material asegurada y abundante tiempo disponible, respondí a una segunda andanada vocacional y como narrador tardío, tuve el buen tino de no caer en los dos más frecuentes errores de los literatos noveles, que prefieren lo autobiográfico y la imitación estilística de sus paradigmas.
«He ahí una combinación desastrosa, porque los avatares de la vida imberbe, en general, son de poco interés cuando los escriben sus inexpertos protagonistas. En cambio, suelen ser muy buenos evocados desde la distancia y una madurez autocrítica. No deben confundirse los ardientes deseos de contar algo con la capacidad de hacerlo.
«En mi caso, tuve la experiencia muy ilustrativa de dar con varios escritos adolescentes de Horacio Quiroga, mi insigne cuentista compatriota, a los que tuve acceso en Montevideo gracias a la complicidad de un empleado de la Biblioteca Nacional. Y resultaron tan malos que me sirvieron hasta de consuelo cuando también escribí mis tonterías.
«Imitar a los grandes escritores es una empresa perdida de antemano. Salvo Rimbaud y tres o cuatro adolescentes genios de la poesía, nadie ha escrito nada que sirva antes de los veinte años. Y en la narrativa, mucho menos. La gran ambición juvenil suele terminar en desastre. Después de leer sus imitaciones, la mayoría de los neófitos terminan por destruir sus intentos. Y en muchas ocasiones abandonan para siempre el quehacer literario. En mi caso, fue como el vicio del cigarro. Muchas veces lo dejé para siempre.
«No obstante, ya con cuarenta y cinco años, me propuse iniciar y terminar una modesta novela de espionaje; y tuve la humildad de no escribir sobre mí mismo, pese a poseer ya entonces juicios valorativos derivados de mis viajes, conocimientos, múltiples ideas y vivencias.
«Para redondearte una respuesta quiero enfatizar que en literatura considero invalorable alcanzar la visión penetrante y depuradora del tiempo añejado. Es lo que he tratado de hacer con mis recuerdos de juventud en mi reciente libro de memorias».
Usted vive en Cuba desde 1969. Si el exilio le hubiera hecho llegar a otro puerto, ¿veríamos hoy la misma literatura firmada por Daniel Chavarría?
-Seguramente no. Si hubiera conseguido el trabajo de locutor en la BBC, al que aspiré en 1953 en Inglaterra, ni siquiera sería escritor. En aquellos años mi interés era la actuación; y si lograba radicarme en Londres con un buen salario y cientos de salas de espectáculos a disposición, hubiera dedicado al teatro, como aprendiz o espectador, todo mi tiempo libre.
«Algo similar habría ocurrido de realizarse mis sueños de vivir en el Mediterráneo Oriental o navegar de puerto en puerto en mi propia embarcación. No me habrían alcanzado tres vidas para aprender griego moderno, turco, árabe, y adentrarme en costumbres y culturas de tierras que he amado siempre.
«Además, si un comunista como yo viene a vivir a Cuba cuando ya se ha hecho la Revolución, suele sobrarle el ocio creativo y genera muchas ideas para hacer literatura; sin ese ocio y esas ideas, es seguro que no habría escrito nunca obras de ficción».
Como escritor, usted no ha ignorado ninguno de los ganchos principales para el gran público: la intriga, la comedia, el erotismo. Y lo ha hecho con plena conciencia. ¿Cree que eso hace de su obra una «literatura de mercado»?
-Desde luego. Esa fue mi intención desde que la belle époque editorial cubana se fue a pique por falta de papel. Y en efecto, para sobrevivir como escritor y ganarme la vida en los días difíciles del período especial, opté por incluir en mis obras esos ganchos tan atractivos para los mercados capitalistas; pero lo hice sin volverme un jenízaro, de modo que toda mi obra de los años 90, pudiera también publicarse en Cuba, en las mínimas tiradas de la crisis. Y a juzgar por la creciente aceptación del público cubano, parece que no llegué a pasarme de rosca.
Alguna vez dijo que Príapos era un «divertimento». ¿Se propone escribir una obra o sencillamente le «brotan», unas veces como divertimentos y otras como novelas trascendentes?
-Eso es parecido al caballito de batalla de los peloteros, cuando dicen que el terreno tiene la última palabra.
«Príapos surgió como idea prometedora para una gran comedia sobre un médico joven en su asistencia social, algo megalómano, dispuesto a cubrirse de gloria por poner al servicio de las altas temperaturas nacionales, y de todos los bolsillos, un viagra cubano.
«Sin embargo, sobre la marcha, algunos personajes secundarios comenzaron a crecer en importancia y la obra se fue enriqueciendo con situaciones y matices dramáticos o como dices, trascendentes, sin que estuvieran previstos en mi guión inicial.
«Desde luego, esto no es un descubrimiento mío. Es algo que conocemos todos los narradores. Uno se propone escribir una novela de amor y elabora un guión para veinticinco capítulos; pero al cabo de un año el resultado son cincuenta y tres de una intriga de aventuras o sesenta y nueve de una trama erótica.
«Para El ojo de Cibeles proyecté un policiaco en dos tiempos, relacionado con el robo del ánfora panatenaica del Conde de Lagunillas, exhibida en el Museo Nacional de Bellas Artes; y salió mi novela más ambiciosa, sobre la cotidianidad de la Grecia clásica y los posibles orígenes del cristianismo.
«En principio, el mendigo de Cibeles era un partiquín sin ninguna importancia, diseñado como simple nexo anecdótico; pero de pronto, cuando le da por demostrar sus dotes de hipnotizador y hablar la lengua griega como el bárbaro que era, se me transforma en el gran protagonista y quizá en el más logrado personaje de toda mi obra. Pero eso no podía saberlo de antemano. Era algo que no figuraba en el guión. Y cuando uno tiene la dicha de gestar un personaje así, es lógico que quiera aprovecharlo, y para darle espacio hay que ofrecerle nuevas situaciones, tampoco previstas. Por eso, al cabo de mis cuatro años dedicados a esa novela, salió algo que no se parecía al argumento inicial en casi nada.
«De paso, te aseguro que las mejores páginas que he escrito a lo largo de mi carrera surgieron sobre la marcha; o mejor dicho, sentado a mi mesa de trabajo. Porque las Musas desestiman la farándula de un escritor y llevan cuenta de sus horas-culo. Por eso suelen visitarlo e inspirarlo en plena faena. Y en muy modesta medida, eso fue lo que sucedió con Príapos«.
Usted ha declarado: «el cuento me queda chico y prefiero la novela. La poesía, aunque me gusta mucho como lector, no figura entre mis prioridades, porque la veo un poco destructiva para quien la hace, mientras que los ensayos no me interesan». Pero le interesa escribir artículos y crónicas en la prensa, ¿por qué?
-Siempre pensé que el género cuento me quedaba chico por negarme el espacio que requería mi retórica habitual; y sobre todo, porque carecía de síntesis. La novela, en cambio, con sus ámbitos infinitos y las posibilidades de digresión me resultaba más acogedora.
«Si en el párrafo precedente hablé en pasado, fue porque ya aprendí a escribir cuentos y hoy no opino lo mismo. Pero de eso hablaremos en otra entrevista.
«En cuanto a la poesía «destructiva», lo dije porque la que más me gusta proviene en su mayoría de experiencias dolorosas. En todo caso, como no tengo el genio augural de Whitman ni la lira erótica de Catullo, solo escribiría la poesía de mis angustias, sobre lo efímero de la existencia o los golpes tan fuertes de la vida, al estilo de Vallejo, y para lograrlo hay que destruirse un poco.
«En cuanto a los ensayos, cuando el asunto me interesa los leo de buen grado y son un género muy importante; pero en lo personal, solo puedo cultivar una literatura vinculada al humor, el ingenio, la belleza de lo excepcional maravilloso, ajenos a la índole del análisis ensayístico.
«Los «artículos y crónicas en la prensa» son una nueva afición, porque vivo con gran intensidad la coyuntura mundial y porque he descubierto que formar parte del combate ideológico en el periodismo cultural o político me mantiene atento, proyectado hacia el futuro. Puedo mezclarlo con un poco de estilo, otro de ingenio y humor, y hasta he encontrado quien me lo celebre.
«Además, me gusta lanzar opiniones a modo de apuestas, y decir por ejemplo que Wikileaks puede ser un regalo funesto para la izquierda mundial, como un nuevo caballo de Troya. Por último, en estos tiempos, a nadie le hace daño un poco de visibilidad».
Hace alrededor de cuatro décadas, su obra dio un nuevo impulso a la literatura policial cubana. ¿Advierte una continuidad en ese impulso?
-Mi atracción por lo policiaco no existió nunca. Jamás me ha interesado saber quién mata o roba y cómo lo apresan y castigan. Lo que me sedujo fue la novela política de aventuras, versión soviética ideologizada de las tramas del espionaje occidental, que circulara mucho en Cuba durante las décadas de los 70 y los 80.
«Un día me di cuenta de la excepcionalidad que me brindaba la Revolución Cubana. Era el único país de Occidente que enfrentaba a brazo partido a los EE.UU. Todos los demás eran sus aliados más o menos sumisos, o vergonzosos vasallos.
«Y como esa oposición Cuba-EE.UU. se expresaba también en la pugna entre la CIA y la Seguridad del estado cubano, descubrí que tenía vía libre para concebir un héroe negro, blanco, mulato, indio; hablante de español, aficionado a nuestra música, chistes, comida; y podía ponerlo a fajarse en un callejón de Jakarta o El Cairo, en cumplimiento de una misión.
«Así surgió el mayor Alba de mi novela Joy, miembro de la contrainteligencia científica, graduado como biólogo en la URSS, karateca, culto, políglota, que desbarata una covert action de la CIA destinada a arruinar la citricultura cubana.
«Tanto el personaje como sus circunstancias son, no solo posibles, sino en gran parte documentables: es sabido que los EE.UU. llevan casi cincuenta años atacando y saboteando los esfuerzos de Cuba por salir del subdesarrollo, y han introducido numerosas plagas en el país, del dengue hemorrágico al trips palmi.
«Y todavía hoy me regodeo por haber roto el monopolio anglosajón sobre el género, y publicar una primera novela de espionaje cosmopolita en lengua española. Luego siguieron otras, donde los protagonistas son cubanos o latinos o ciudadanos del mundo solidarios con la Revolución; y me di el gusto de desechar los modelos creados por la ficción de habla inglesa, y situar a los nuestros en escenarios e intrigas internacionales.
«Es sabido que la Inteligencia cubana ha operado y opera a escala planetaria y en el propio territorio del enemigo. Eso sería tema imposible en una novela de cualquier otro país del área. En los años 80 sería ridículo un mayor Alba argentino, mexicano, brasileño, o incluso español o de cualquier país del Occidente europeo. Nadie se lo creería; porque ninguno de esos países se enfrentaría a los EE.UU. y sus órganos de seguridad todavía están mayoritariamente de rodillas, o sirven de alcahuetes y colaboran sin ninguna vergüenza con Washington en reprimir a los patriotas y disconformes del Tercer Mundo. Es más, algunos han permitido vuelos o cárceles con prisioneros secretos de estas últimas guerras.
«Aunque la causa de la Revolución fue en mi caso una vocación muy temprana y definida, al avizorar un día ese filón literario que es el género de la novela política de aventuras, y la posibilidad de inaugurarlo en lengua española con la verdadera historia de la Cuba contemporánea, zambullí de cabeza. Luego, con los años, me he ampliado, y hoy escribo también novela histórica y una picaresca cubana, que ensambla elementos del policiaco, la comedia costumbrista y la novela erótica.
«Y con respecto a la supuesta «continuidad» de esta novela de protagonismo cubano en la escena del espionaje mundial, lamento decirte que no existe: pero estoy seguro de que llegará un momento en que mis jóvenes colegas la restauren y difundan».
Uno de sus últimos títulos ha sido el de sus memorias: Y el mundo sigue andando. ¿Sigue andando el escritor o estas «memorias» indican algún tipo de cierre?
-Cada libro es un cierre -ni que decirse tiene- que abre otra puerta hacia la incógnita de la acogida de los lectores. A su vez, un escritor, cuando llega a descubrir que la vejez está llena de contenidos deplorables, si todavía tiene algo despierto el seso, se aferra al trabajo literario como a una tabla de salvación.
«Además, puesto que a nuestra provecta edad las vivencias y conocimientos ya no te confunden, el trabajo imaginativo ayuda a matar buena parte del molesto tiempo senil. Para mí, mientras me quede un mínimo de energía para fabular, no habrá jubilación posible. Quedaría desprovisto de mi mayor analgésico y de mi entretenimiento favorito».
Fuente: http://laventana.casa.cult.cu/modules.php?name=News&file=article&sid=5900