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Media veda: caza o expolio

Fuentes: Rebelión

Hace unas semanas un buen amigo ecólogo me animó a, desde el posicionamiento ecologista, encontrar razones en la oposición frontal de un sector de la población (los ecologistas) a todo cambio de nuestro paisaje, a toda transformación brutal de la forma en que tradicionalmente se ha gestionado el territorio; una posición conservadora enfrentada a modelos […]

Hace unas semanas un buen amigo ecólogo me animó a, desde el posicionamiento ecologista, encontrar razones en la oposición frontal de un sector de la población (los ecologistas) a todo cambio de nuestro paisaje, a toda transformación brutal de la forma en que tradicionalmente se ha gestionado el territorio; una posición conservadora enfrentada a modelos innovadores y de progreso que han marcado los ritmos de avance en la evolución de la humanidad .

Ambos llegamos a la conclusión de que es un instinto ancestral del hombre en pro de la conservación de su hábitat. El mismo que debió de plantear conflictos entre los cazadores recolectores y las gentes que iniciaron la agricultura en el neolítico, que opuso a los ganaderos trashumantes a la roturación de pastizales para cultivar cebada. Un instinto que intenta evitar riesgos y no confía a ciegas en la tecnología como solución a los problemas que genera la explotación de los recursos; y no es peor que el de aquellos que confiando en la tecnología apuestan por cambios rápidos, soluciones inmediatas a la necesidad de explotar los recursos demandados por un modelo de desarrollo, no siempre ajustado a las necesidades reales de las sociedades. Concluimos la charla en la necesidad de razonar sobre la necesidad de los recursos y las posibilidades reales de restaurar los impactos que generamos al explotarlos, sobre la obligación de conservar espacios primigenios, y en base a ello tomar decisiones racionales frente a oposiciones radicales.

Ese instinto humano, curiosamente debe remontarse en el tiempo, al mismo que sin duda estos días llevan a tantos ciudadanos a comenzar a limpiar las escopetas, con la vista puesta en esa necesidad de cazar surgida en nuestros orígenes.

Este año no ha sido malo en las cosechas, y la fauna después de tantos años de sequía ha debido tener un respiro, que ha aprovechado para asentar poblaciones en una reproducción óptima; no hay más que salir al campo y escuchar los cantos de las codornices.

Las codornices no son unos pájaros grandes, pero tienen una fortaleza tremenda, teniendo en cuenta el viaje que cada año emprenden a invernar en las tierras subsaharianas y el de retorno estival a nuestras latitudes. Hace años que sus poblaciones no terminan de recuperarse debido a la reconversión del medio rural en su zona de cría de la Península Ibérica, con la apuesta por una agricultura intensiva, que ha promovido: concentraciones parcelarias, que modifican la diversidad del paisaje; intensificación del uso de productos fitosanitarios; abandono de rastrojos y barbechos; y en aquellos lugares en que su rentabilidad no es viable el abandono de los cultivos. También debe incidir en que cada año existan menos codornices, la presión cinegética a la que desde aquí se le sigue sometiendo antes de emprender su viaje de regreso a Africa; y otras causas que desconozco, pero que deben están relacionadas con los cambios que el hombre ocasiona al Planeta.

El instinto de cazar, que surgió con el propio hombre «Cazador recolector», hoy incluso llega a ser algo propio de nuestra cultura. Entiendo el esfuerzo a renunciar de esas jornadas cinegéticas de la media veda, antes de que termine el verano, cuyas anécdotas pasan de padres a hijos, como en los clanes del Paleolítico lo eran las jornadas de caza contadas alrededor del fuego y de las que han dejado constancia en las pinturas rupestres del arte levantino, patrimonio cultural del que Teruel conserva excelentes ejemplos.

Probablemente también debiéramos razonar, sobreponiendo la lógica al instinto, sobre esa necesidad socio-cultural, que es la caza. Decidir si debe continuar manteniéndose «la media veda» en los Planes Cinegéticos y sí especies migradoras, como codornices y tórtolas, deben continuar siendo especies cinegéticas. Llevamos varias décadas, en que las poblaciones de codornices no terminan de recuperar la población que mantuvo antaño, y de la que los cazadores tienen referencias y hacen mención a ellas, en los relatos sobre las perchas que conseguían en esas jornadas vividas con sus compañeros y amigos y su imprescindible perro de muestra. Es de todos conocidos que en estos días de mediados de Agosto otras muchas especies cinegéticas no han terminado de completar el ciclo reproductivo, hablo de perdices por poner un ejemplo. La frustración de que el perro no muestre codornices a veces se descarga en tirar a lo primero que vuela delante, sean especies cinegéticas en veda, o especies protegidas, y ello queda reflejado en el número de aves rapaces que por esas fechas ingresan en los Centro de Recuperación de Fauna, por heridas de perdigones.

Mis hijos no terminan de entender mi afición por salir al campo y poder todavía contemplar una naturaleza, de la que ya me habló mi abuelo, pastor en la primeras décadas del siglo veinte. Me gustaría que los comentarios de mis observaciones, que guardo en mis cuadernos de campo, pudieran ser también contrastados en el. futuro por gentes capaces de ilusionarse por: un paseo entre los sabinares, viejos árboles cuya longevidad supera a la del hombre, siempre que éste lo respete y no lo corte; entre la extrema aridez de los Yesares de Tortajada; ó la frescura de los prados del Valle Sollavientos, donde se mantiene una interacción hombre-naturaleza, cuyo resultado es ese paisaje alomado en un valle amplio, donde el bosque ha dado paso a un prado con funciones de alimentar vacas y ovejas, también de retener la perdida de suelo y otros servicios ambientales.

Como en otras facetas, sintiéndonos humanos, hemos de superar los instintos animales gestados en nuestros orígenes, para afrontar la razón en las decisiones con las que enfrentarnos al futuro..