No tomar las decisiones a tiempo suele tener consecuencias espantosas. En ocasiones, cuando se mencionan los grandes desastres (las guerras) que aderezan la historia se refiere a ellos como «tragedias». No obstante, los conflictos humanos no son tragedias, en tanto que ese componente de enigma e incertidumbre que define a éstas no aparece. Las grandes […]
No tomar las decisiones a tiempo suele tener consecuencias espantosas. En ocasiones, cuando se mencionan los grandes desastres (las guerras) que aderezan la historia se refiere a ellos como «tragedias». No obstante, los conflictos humanos no son tragedias, en tanto que ese componente de enigma e incertidumbre que define a éstas no aparece. Las grandes «tragedias humanas» no lo han sido por casualidad sino porque alguien, o muchos, no tomó la decisión cuando hubo que hacerlo.
Y de esto los españoles sabemos más de lo que creemos. La decisión de hacer frente y expulsar al dictador se postergó tanto que nuestra «revolución de los claveles» o «de los jazmines» se nos escapó, perdimos el tren,… En lugar de ello se nos sobornó con una «transición ejemplar» (ejemplo de cómo no ha de hacerse) y un simulacro de democracia en el que, desde hace ya más de 30 años, un puñado de amigos viene fingiendo hacer política.
¿Se tomó la decisión a tiempo? La respuesta es que «no». Ahora bien, ¿ha tenido esto alguna consecuencia perniciosa? 1) Por ejemplo, el que nos endosasen un régimen monárquico así como quien no quiere la cosa. 2) Por ejemplo, el que todavía hoy tengamos sembrados los campos de fosas comunes como quien cultiva patatas o cebollas. Imagino que será todo un orgullo para muchos el que seamos subcampeones del mundo en desaparecidos, sólo por detrás de la Camboya de Pol Pot. 3) Por ejemplo, el que tengamos una configuración política absurda en tantos sentidos, o unos «profesionales de la política», amén de corruptos hasta el tuétano, incapaces.
Ya son más de treinta años representando la misma farsa; treinta años tolerando los mismos perros (con distinto collar, pero los mismos). La gente está agotada y urge tomar una decisión ya. Y no apremia porque lo diga yo sino porque las consecuencias nefastas comienzan a vislumbrarse. Esta parodia está engendrando un rechazo hacia la democracia que, como una metástasis, viene cada vez a más, especialmente entre los más jóvenes. Y la crisis de la democracia no se refleja exclusivamente en un desinterés por todo lo que tenga el adjetivo «político»; esta nueva España de charanga y pandereta está provocando el reverdecer de conductas autoritarias entre la juventud. Lo cual no tiene nada de extraño, basta con acercarse mínimamente al contexto donde están educándose para comprender. ¿Cuál es el discurso que muchos vienen oyendo desde que tienen uso de razón? «¡Vaya un Presidente inepto que tenemos!», «Chaves es un corrupto y un ladrón», «de Rajoy mejor no hablar por no faltar», etc. Con esta hornada cada mañana, ¿qué adhesión a la política o qué civismo se pueden esperar?
La «tragedia» está exhalando su aliento en nuestra nuca y nosotros seguimos distraídos con trivialidades como las municipales del día 22, las primarias del PSOE, especulaciones sobre hacia qué lado se decantarán las futuras generales, etc. Sin embargo, por lo que España clama, aunque ni ella misma lo sepa, es por una renovación política plena: personal, institucional, normativa,… Las reglas del juego no funcionan (si es que alguna vez lo hicieron) y las medidas que deban tomarse al respecto constituyen una decisión que no puede prorrogarse más.
José Luis Estévez Navarro. Estudiante de Sociología. Granada.
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