La primera conferencia del Movimiento de Liberación de la Mujer en Reino Unido lanzó al activismo a una nueva generación de mujeres que convirtieron lo personal en político. Repasamos (algunas de) sus victorias, tensiones y legado.
Lo que ocurrió en un frío fin de semana de febrero de 1970 no tenía precedentes. Cerca de 600 mujeres, casi todas jóvenes y blancas, muchas acompañadas de sus maridos y criaturas, se reunieron en el colegio Ruskin de la ciudad de Oxford. Se estimaba un máximo de 300 participantes. El ambiente era caótico y electrizante. Mientras los hombres cuidaban de los niños y niñas, las mujeres compartían experiencias, intercambiaban ideas y reclamaban cambios. “Nos dimos cuenta de que el movimiento era más grande de lo que habíamos anticipado. Teníamos la sensación de que estábamos haciendo historia, de que íbamos a cambiar la posición de las mujeres en nuestras culturas”, recuerda Sally Alexander, entonces alumna de Ruskin y una de las principales organizadoras.
Cerraron el encuentro con cuatro demandas básicas: guarderías gratuitas 24 horas, igualdad en la educación, igualdad de oportunidades laborales y píldora anticonceptiva gratuita bajo demanda. Pero sobre todo volvieron a sus casas con la convicción de que su lucha por la liberación de las opresiones del patriarcado era importante y su voz tenía que ser escuchada.
Para entonces se habían dado algunos pasos significativos como la legalización del aborto en 1967 –aunque solo para embarazos de riesgo para la gestante o el feto- o la huelga de mujeres por igualdad salarial en la planta de Ford de Dagenham en 1968. Muchas, además, habían participado en movimientos contraculturales y protestas internacionales contra la guerra de Vietnam, el apartheid en Suráfrica y en apoyo a los derechos civiles en Estados Unidos. En las calles y en las casas, de forma individual y en numerosos pequeños colectivos, las mujeres empezaron a adquirir conciencia de las desigualdades de género y de las de clase y raza.
“Fue un proceso muy gradual de observar lo que pasaba a tu alrededor, de hablar con otras mujeres”, explica Alexander, profesora emérita de Historia Moderna de la Universidad de Londres. Tan gradual que tuvieron que empezar por crear el vocabulario para formular sus ideas. “Decir que no estábamos explotadas sino oprimidas y analizar el origen de esa opresión nos pareció un descubrimiento intelectual extraordinario”, cuenta sentada frente al florido balcón de su casa de Londres. A sus 77 años, recuerda que fueron las mujeres de su generación quienes acuñaron expresiones como “división sexual del trabajo”, que después se utilizarían en los debates de aquel encuentro histórico.
Sally Alexander. / Foto: Ángeles Rodenas
Uno de los eventos más sonados, también en 1970, fue la interrupción en directo del programa televisivo más visto del planeta, el concurso de belleza Miss Mundo. Feministas vestidas de gala se infiltraron en el evento y en pleno espectáculo lanzaron pequeñas bombas de harina hacia el escenario antes de ser desalojadas. El incidente ha sido objeto de programas y películas, la mas reciente Rompiendo las normas (2020), con la actriz Keira Knightley interpretando a Sally Alexander. Más interesada en el pasado de otras que en el suyo propio, a la profesora emérita le horrorizó la idea de verse interpretada en la gran pantalla por una estrella de Hollywood, pero finalmente cooperó para ayudar a reflejar “el espíritu colectivo del movimiento”. Solo tiene elogios para todo el equipo y señala que “la película refleja una verdad histórica” -por primera vez una mujer negra ganaba el concurso-, pero se muestra incómoda con las licencias poéticas. Ni se llevaba mal con su madre ni fue armada al evento.
Cinco mujeres fueron arrestadas por la acción de protesta. Sally Alexander era una de ellas y la única a la que acusaron de asaltar a un policía. Después se enteró de que el día anterior al evento había habido una amenaza de bomba, lo que hizo que la policía tratara con más seriedad el incidente. Su aventura podía haber acabado en sentencia de cárcel si no hubiera sido por la defensa de su abogado. Por aquel entonces Alexander era madre de una niña pequeña y el activismo tenía sus límites. “Nunca habría puesto en peligro a mi hija”, aclara con contundencia.
En marzo de 1971, 3.000 mujeres tomaron las calles de Londres en lo que sería la primera marcha feminista, otra demostración de sororidad para los anales de la historia. En 1972 vio la luz la primera revista feminista británica, la emblemática Spare Rib, que durante 21 años desafió la imagen estereotipada de las mujeres que ofrecían los medios de comunicación dominantes. Otras campañas hicieron menos ruido, pero consiguieron importantes victorias. El primer refugio para mujeres víctimas de violencia doméstica abrió en Londres (1971) cuando apenas se hablaba del tema y, en todo caso, se percibía como un problema de las mujeres. Hoy existen unos 300 centros en Inglaterra y Gales que, a pesar de las políticas de austeridad, siguen dando un servicio vital a las supervivientes.
Alexander, que tenía experiencia en actividad sindical, se involucró en la campaña de las limpiadoras nocturnas, la primera vez que el movimiento de liberación ayudaba a las trabajadoras a sindicalizarse y mejorar sus condiciones laborales. “Organizar a personas con jornadas a tiempo parcial, responsabilidades domésticas y distintos grupos étnicos no era nada fácil”, rememora. Por un lado tuvieron que convencer a las mujeres para unirse a los sindicatos y por otro presionar a los sindicatos para tomar en serio al gremio. Dos huelgas visibilizaron sus demandas y mejoraron los salarios. Algunas voces críticas ven en este tipo de campañas un intento del feminismo académico dominante de tender puentes a la clase trabajadora. “Es muy fácil mirar a mujeres como yo que llegaron a tener profesiones intelectuales y pensar que era un movimiento de clase media alta, pero las demandas de igualdad salarial, guardería 24 horas, aborto, píldora bajo demanda, ayuda legal y económica… se hacían en nombre de todas las mujeres”, defiende Alexander.
Portada de la revista Spare Rib, de febrero de 1975. /Foto: Angeles Rodenas
Quienes no se sentían representadas por el feminismo predominante, se unieron para formar sus propias organizaciones como Brixton Black Women´s Group (1973), la Organización de Mujeres de Descendencia Africana y Asiática (OWAAD, 1978) o Southall Black Sisters (1979). Defendían un feminismo más allá de las desigualdades de género mucho antes de que apareciera el término interseccionalidad.
Muchas de aquellas primeras iniciativas y campañas de los años 70 y 80 están documentadas en la Biblioteca Feminista de Londres y fueron recogidas en una exposición conmemorativa celebrada este año en Oxford y comisariada por Minna Haukka, la actual artista residente en la biblioteca. La organización surgida durante el movimiento contracultural de la época cuenta con 1.500 cabeceras de periódicos, 10.000 libros, miles de fanzines y panfletos y un espacio de encuentro en el que tiene lugar, entre otros, un club de lectura en español “para acercarnos a la realidad de un país a través de los libros”, como dice una de las organizadoras, Eva Megía.
Sumergida en los archivos de la recién reabierta biblioteca, la finlandesa Haukka comparte su optimismo precavido: “Es muy interesante ver a mujeres liderando protestas en todo el mundo: las marchas por la justicia racial de Black Lives Matter, el movimiento LGBT+ en Polonia, las manifestaciones políticas en Bielorrusia…”.
Minna Haukka, en los archivos de la Biblioteca Feminista de Londres. / Foto: Ángeles Rodenas
“Las mujeres negras me salvaron la vida”
Aviah Sarah Day, doctora en Criminología e integrante del colectivo Sisters Uncut contra los recortes a servicios de violencia doméstica, pertenece a una nueva generación de feministas que cree posible “acabar con el patriarcado, el capitalismo y la supremacía blanca”. Practica un feminismo “interseccional e inclusivo que busca liberar a las mujeres y también a los hombres, porque el patriarcado también les aprisiona a ellos”, cuenta.
Nos citamos a orillas del canal que pasa por su barrio, una zona judía y deprimida del norte de Londres. Aparece con un potente mensaje en su camiseta: “Las mujeres negras me salvaron la vida”. Day sufrió violencia machista en su infancia, pasó un tiempo en un refugio para mujeres con su madre y hermano y empezó a politizarse temprano -leía a Marx a los 14 años- buscando en las teorías anticapitalistas una forma de combatir su pobreza. En la universidad comprendió lo relevante que era para ella el feminismo. “Empecé a conectar los comentarios sexistas de ciertos compañeros de grupos de izquierdas con la violencia machista que había vivido en mi infancia y con lo que les había pasado a algunas mujeres de mi entorno”. Y se enfrentó a aquellos falsos camaradas. “Después entendí el sexismo y el patriarcado y sus vínculos con la raza y la clase”, afirma. Hoy es experta en políticas y prácticas relacionadas con violencia machista.
Aviah Sarah Day. /Foto: Ángeles Rodenas
Considera su activismo como parte de un proceso colectivo que construye para el futuro sobre los logros del pasado: “La violencia contra las mujeres no se va a erradicar dentro del capitalismo porque este se basa en la violencia para mantener el poder y los beneficios. Aunque yo no llegue a ver un cambio de sistema mi papel es mantener vivo el fuego, resistir de forma constante al capitalismo, hasta que en algún momento sea una posibilidad”. Algo a lo que dedica cuerpo y alma, en su labor académica y en su activismo de base.
Esa alternativa, argumenta Day, está más cerca de lo que pensamos: “Durante el confinamiento el Estado se retiró y los grupos de ayuda mutua proliferaron por todo el país”. Ella creó su grupo local. “Nos dicen que el pueblo es demasiado ineficiente, pero en realidad es todo lo contrario. La comunidad puede manejarse por sí misma y debería tener más control sobre la gestión de los recursos y su distribución”, subraya. Además, afirma que la autogestión podría ser la solución a la violencia de género: “En una comunidad en la que todos los individuos se conocen y contribuyen es más difícil que comportamientos inaceptables pasen desapercibidos”.
Queda por ver si ese modelo surgido en una situación de emergencia es viable a largo plazo. En esto también trabaja, inspirada por referentes icónicos y heroínas anónimas de los 70 y 80. “Aunque ya no tengamos que escuchar comentarios sexistas en el trabajo quizá no nos sintamos tan poderosas como se sintieron ellas. Es muy difícil resistir contra el sistema neoliberal cuando la prioridad es sobrevivir”, afirma. Precisamente por eso, ella piensa continuar.