Las cunetas y los cementerios están llenos de muertos clandestinos. La guerra civil y la dictadura franquista enterraron cientos de miles de cuerpos republicanos y ahí siguen casi todos esos cuerpos, más de cuarenta años después de que llegara eso que tan pomposamente llamamos democracia. El subsuelo de esa Patria que con aires marciales defienden […]
Las cunetas y los cementerios están llenos de muertos clandestinos. La guerra civil y la dictadura franquista enterraron cientos de miles de cuerpos republicanos y ahí siguen casi todos esos cuerpos, más de cuarenta años después de que llegara eso que tan pomposamente llamamos democracia.
El subsuelo de esa Patria que con aires marciales defienden Rajoy y Albert Rivera se apelmaza vergonzosamente en un líquido grumoso de huesos a la espera urgente de su necesaria identificación. Mierda de país que permite la impunidad de tanto asesinato sin resolver y que, si fuera por el PP, Ciudadanos y una sociedad que vive como si la felicidad que le venden desde la televisión no fuera mentira, seguirían sin resolverse por los siglos de los siglos. La II República es la bicha que incordia la memoria de quienes se empeñan cabezonamente en culparla de todos los males que vinieron luego. El golpe de Estado fascista -dicen- fue necesario para que España se salvara de los «horrores» que suponían el laicismo, la igualdad de géneros y haciendas, una libertad que intentaba convertir a las personas en dueñas de su propia historia.
Eso dicen quienes, desde sus novelas y un regreso cínico al relato histórico de los vencedores de la guerra, se empeñan todos los días en negar que la legitimidad republicana se obtuvo en las urnas y que el golpe de Estado fascista se perpetró para defender los privilegios de la casta militar más reaccionaria y los feudales intereses de quienes se sentían dueños absolutos de la vida entera de los demás y todas las haciendas. Quienes defienden la equidistancia en sus novelas y en sus declaraciones periodísticas no ignoran que lo que hacen es convertir las historias públicas y las suyas privadas en una insoportable caterva de mentiras. Lo dicen: durante la guerra hubo violencia en los dos bandos, el republicano y el fascista. Lo primero que hay que aclarar es que no hubo dos bandos, en el sentido delincuencial que podemos dar a esa palabra. Hubo el bando fascista que dio un golpe de Estado contra la legalidad republicana y hubo, en la otra parte, quienes defendieron a machamartillo esa legalidad a costa de sus vidas. Lo segundo es que la violencia fascista obedecía a una clara estrategia de exterminio republicano. Miren, si no, la llamada a ese exterminio de los militares golpistas Yagüe, Mola, Queipo del Llano y el propio Franco en sus inflamadas arengas para limpiar de rojos los suelos de su Patria. La historia de este país la siguen contando -tantísimos años después de su victoria- quienes lo ganaron para sus intereses económicos, religiosos, políticos e ideológicos aquel año aciago de 1939.
Hay otras historias -evidentemente- que se niegan a claudicar frente a la basura moral que sigue haciendo estragos desde el revisionismo franquista, un revisionismo que sigue a sus anchas como si sus cultivadores -que se llaman a sí mismos progresistas y hasta de izquierdas- fueran los únicos dueños del relato. Pero a esas historias -que hablan de verdad histórica y de justicia- les cuesta encontrar un sitio largo y ancho en los medios de comunicación, en todas las etapas de las aulas escolares, en las conciencias de la gente tan machacadas por los discursos oficiales del olvido.
Llevamos más de cuarenta años de democracia y es como si la democracia se hubiera quedado sorda, ciega y muda para ignorar lo que pasó en aquel tiempo devastado. Cuando intentas hablar, escribir de aquel tiempo, te salen los de siempre con lo de que lo único que queremos es reabrir las heridas del pasado, vengarnos de no sé qué ni contra quiénes, rumiar como las vacas, para regurgitarlo luego, un rencor que vendría a ser como el veneno de los derrotados. Eso dicen quienes tienen a sus muertos bien enterrados en sus nichos familiares porque a la casi totalidad de esos muertos los desenterró el franquismo para llenarlos de honores en las fachadas de las iglesias y en los eslóganes escolares aderezados con banderas aguiluchas y cantos patrióticos. Eso dicen algunos -bastantes- desaprensivos, como esos del PP que critican las exhumaciones de las fosas comunes, que se burlan de los muertos asesinados por sus antepasados, que incluso están convencidos de que hoy España iría mejor si esos asesinatos hubieran sido aún más numerosos de lo que fueron. No me lo invento. Un día daba yo una conferencia sobre esto que hoy escribo. Al final, una vez acabado el acto, se me acercó un tipo y me soltó a la cara, indignado, que si los suyos hubieran matado a más gente después de la guerra España sería muy diferente de lo que era. «No matamos bastantes», dijo. Hablaba en primera persona y en plural. Los suyos eran los vencedores de la guerra.
Vuelvo al principio de esta columna. Las cunetas y los cementerios están llenos de fosas comunes. La Ley de Memoria de 2007, tan frágil, tan miedosa y tan insuficiente, no está para ser cumplida sino para que la cumpla quien quiera. Así son las cosas. Ahí sigue el Valle de los Caídos. Ahí siguen decenas, centenares, de monumentos franquistas. Ahí está la foto de Rajoy paseando tranquilamente en Tenerife delante de uno de esos monumentos levantados en honor de la memoria fascista. Ahí está la noticia de estos días: una treintena de miembros de la División Azul, que lucharon al lado de los nazis en la Segunda Guerra Mundial, han sido repatriados desde el año 2003 y los gastos corren a cargo del Ministerio de Defensa. Son para el PP muertos de primera clase, de clase especial, diría yo. Mientras tanto, las exhumaciones de cadáveres republicanos han de correr a cargo de familiares, algunas asociaciones memorialistas y, en algunos casos, de instituciones oficiales como la Diputación Provincial de Valencia y la propia Generalitat Valenciana. Bien claro lo dejó el propio Rajoy cuando, lleno de orgullo y sabiendo que violentaba la propia Ley de Memoria, afirmó que su Gobierno no daba un sólo euro para esas exhumaciones desde el año 2012.
Ni un sólo euro para desenterrar muertos republicanos, y lo que haga falta para que sus familiares puedan recuperar a los de la División Azul que lucharon al lado del nazismo. No nos calentemos la cabeza: en este país la memoria dominante sigue siendo la memoria de los vencedores. La nuestra, la memoria republicana, la que a trancas y barrancas intenta hacerse un hueco en medio de tanta manipulación histórica, de tanto silencio y tanto olvido, sigue siendo una memoria de segunda clase. Pero ahí vamos a seguir. Contra viento y marea. Memoria republicana contra memoria fascista. Sin claudicar, porque a estas alturas de cada una de nuestras vidas, y de lo que escribimos, ya no sabemos ni queremos claudicar. Pues eso.
Artículo publicado originalmente en eldiariocv.es
Imágenes: Francesc Torres, instalación fotográfica en formato de proyecciones denominada, como el libro que le da origen, Oscura es la habitación donde dormimos. El libro, obra del mismo fotógrafo y escritor, documenta la exhumación de 47 republicanos que el 16 de septiembre de 1936 fueron asesinados y enterrados en una fosa común por franquistas en el pueblo de Villamayor de los Montes, provincia de Burgos (Castilla y León). Las imágenes, en blanco y negro, retratan el hallazgo de las 47 víctimas (varones) en julio de 2004, cuando el fotógrafo reunió un equipo de forenses y arqueólogos que inspeccionó la tumba clandestina. Los cadáveres aparecen alineados en la tierra con un agujero de bala en el cráneo.