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Memoria histórica de la guerra sucia en Colombia-Subienda de Muerte (Cimitarra)

Fuentes: Rebelión

El 13 de abril de 1987, cerca de 90 paramilitares de las Autodefensas de Puerto Boyacá llegaron a la vereda Número Siete, en el municipio de Cimitarra, Santander, y con lista en mano se llevaron a 14 personas para asesinarlas a orillas del río Carare. Los ‘paras’ arrojaron algunos cuerpos al río y sepultaron al […]

El 13 de abril de 1987, cerca de 90 paramilitares de las Autodefensas de Puerto Boyacá llegaron a la vereda Número Siete, en el municipio de Cimitarra, Santander, y con lista en mano se llevaron a 14 personas para asesinarlas a orillas del río Carare. Los ‘paras’ arrojaron algunos cuerpos al río y sepultaron al resto.Los jefes paramilitares Ernesto Báez y Ramón Isaza han sido sindicados como inductores de este bárbaro crimen que se mantiene impune.

Los paramilitares señalaron a las víctimas de ser simpatizantes de la guerrilla.

Este es el relato original que yo redacté en ese entonces cambiando muchos de sus nombres por motivos de seguridad.
 
El otro día encontraron al mototaxista Libardo Taburete descuartizado en el río. Por fin apareció el muchacho y se acabó la angustia de la familia. Dicen que lo pasaron al papayo porque no les pagó a los prestamistas de la compraventa. Lo hicieron como advertencia para meterle miedo a los morosos que se retrasan en las cuotas.
 
Parece que fue la gente de «Charco de sangre», unos paramilitares de Caucasia, contratados por los patrones que están molestos con tanto cuatrero y extorsionista. Esos sicarios si que no perdonan. Ahorita cualquiera es sospechoso, en el momento menos pensado le echan el guante y, en nombre de la ley y el orden, le ponen a uno la soga al cuello.
 
Me duele el habernos ido de la finquita, pero ya nos habían boleteado. Nos metieron en la lista y si no salíamos pitando seguro también nos mochan el pescuezo. Nos acusaron de auxiliadores de la guerrilla. Fue por pura envidia, mejor dicho, para robarnos la tierra. Cuánto echo de menos nuestra finquita en Cimitarra, pero desde que les dio por sembrar de cadáveres las veredas, nos tocó volarnos. ¡Qué remedio! No somos más que carne de cañón. Porque a nadie le gusta que lo torturen y lo boten como a un perro chandoso al río. No, no, que va, y esos chulos repugnantes tragándose las vísceras de los pobres cadáveres ¡huy! ni hablar.
 
Además, los terratenientes son muy avaros y necesitan tierra para sembrar palma africana, caña de azúcar y coca. No les basta con sus haciendas donde pastan miles de cabezas de ganado que son los únicos que viven felices sin que nadie lo moleste. Ojalá fuéramos bestias y así se acabarían todas nuestras cuitas.
 
El que no obedezca la orden del patrón tiene 24 horas para desalojar la finca. Si no se van, aténganse a las consecuencias.
 
Nosotros salimos con lo puesto con dirección a Barranca, ni siquiera pudimos coger la ropita de los niños. Huyendo despavoridos con toda la familia a cuestas como quien carga la cruz hasta el Gólgota. Si a uno le exigen la vacuna debe cumplir o la cosa se pone color de hormiga. Siempre se presentaban en quincena: Señor ¿ya tiene la platica? Mire que el patrón se pone bravo.
 
Como no colaborábamos nos acusaron de subversivos, porque además mi hermano se había metido en la asociación campesina. Nosotros queríamos pagar pero no teníamos ni un centavo. Apenas engañábamos el hambre con un poco de frijoles y agua de panela. ¡Qué compasión ni que nada! Con esas ametralladoras apuntándonos quien decía que no. Al final a patadas nos echaron los malparidos.
 
En Barranca la comuna 7 se convirtió en nuestro nuevo hogar. Allá con otras tantas familias desterradas construimos un cambuche de bahareque, plástico y cartón. Nos tocaba amañarnos a la fuerza, organizarnos de alguna manera porque de lo contrario nos comía el tigre. Mi mujer se puso a lavar ropa en una residencia del barrio Alcázar, mis hijos a vender dulces y galletas por las calles, y yo a cargar bultos de papa en la plaza de mercado. Teníamos que salir adelante pues no nos íbamos a ahogar con nuestras propias lágrimas. ¿Qué futuro nos esperaba? sin ninguna ayuda del gobierno y tratados peor que leprosos.
 
Cuando empezaba a llover, ni les cuento. Nos hundíamos en el barro, todo el día con el agua al cuello chapoteando como cerdos. Sin tierra, sin Dios, sin esperanza, con los pies encallecidos y las manos mugrientas. En esa ciudad tan grande donde la gente lo mira a uno con desprecio y ese tráfico enloquecedor que te rompe la cabeza. Aguante y aguante tan sólo para llevarse a la boca una sopita de cuchuco con pan. Los sábados nos sentábamos en las escalinatas de la catedral del Sagrado Corazón con un letrero: somos desplasados. alludenos, por fabor. Dios se lo pague. De vez en cuando los feligreses se conmovían al ver los chinitos y nos dejaban caer una que otra monedita. ¡Quién iba a pensar que nosotros tendríamos que vivir de la caridad pública!
 
Lo que más me preocupaba era mi hermano Demetrio. No quiso abandonar la finca y se quedó por allá a esperar el fin del mundo. Sacó el carácter de nuestro padre, un liberal bien verraco. Yo intenté convencerlo para que se viniera con nosotros, pero ni caso. Ahí está, sembrando su maíz y su yuquita, cuidando sus marranos y gallinitas. Prefería la muerte antes que comer mierda en la ciudad. Él sí tenía bien claras las ideas, y por eso se metió en la asociación dizque para defender los derechos de los campesinos. Defenderlos con qué, ¿con un machete? Con las palabras no se gana nada. ¡qué va! los patrones tienen la sartén por el mango y con sus ejércitos particulares no hay quien les lleve la contraria. Yo no sé que va a sacar con eso pues a pecho descubierto es blanco fácil para esos asesinos. Ya desde niño era un rebelde y no se dejaba achantar. ¿Será que quiere convertirse en un mártir?
 
Pero si en Cimitarra llueve, por aquí en Barranca no escampa, pues ya nos vinieron a boletear los paracos del bloque central Bolívar, dicen que hay que pagar la cuota por estar vendiendo en la calle y hasta por cargar bultos en el mercado. De esto no se libra nadie. Y a entregar el billetico, cinco mil de los diezmil pesos que me gano; mitad y mitad y a comer callado, mijo. Esta comuna es de las más jodidas. A las ocho de la noche todos a dormir, pues los paramilitares empiezan sus rondas a la caza de la chusma y hasta se hacen castigos como escarmiento público. Ayer a un pelado le cortaron una oreja porque quiso meterse con la novia de un raspachín. Eso es imperdonable. Nadie puede levantar la voz porque se expone a las represalias. Lo mejor es sentarse en las cantinas a escuchar vallenatos y jartar trago para intentar olvidarse de la tragedia. A las niñas más bonitas desde bien tiernas les echan el ojo y las van escogiendo para que hagan parte de su corte. Seguro irán a engrosar las filas de los prostíbulos y cabarets. ¡Qué perra vida! eso si me duele porque mi hijita va a cumplir doce años y es tan buena moza como su madre.
 
Con tantas preocupaciones apenas si puedo dormir unas horas. Se me ha quitado el sueño y a las cuatro de la mañana ya estoy en pie para irme al mercado a cargar cajas y bultos de aquí para allá, de allá para acá, peor que un burro rompiéndome el espinazo.
 
Me contaron que en Bucaramanga les están dando casa a los desplazados, que hay más oportunidades y hasta regalan ropa y comida. En el momento menos pensado nos largamos a la capital o si no al extranjero. Qué patria ni que nada, nos enseñaron a cantar el himno nacional y saludar a la bandera ¿y todo para qué? No hay caso, este es un país que desprecia a sus hijos más humildes y defiende a los patrones. Somos puros NN desde el nacimiento ¡Qué cosa más jodida! cuando rezo por la noche antes de acostarme le pido a mi Dios que no me emponzoñe más el alma, que no me deje llevar por el odio y la venganza. Me muerdo la lengua y aprieto los puños de impotencia esperando una respuesta, pero lo único que escucho es el ladrido de los perros. A veces me digo que lo mejor es volverme un ratero, porque ser bueno no paga. Dios no está con los perdedores y vive sentado en la mesa de los ricos. Mis padres me educaron como un buen cristiano, respetuoso de sus mandamientos y fiel creyente en su palabra. Quién sabe porqué nuestro diosito se volvió sordomudo y ya no bastan los rosarios y oraciones para conmoverlo.
 
Cuando vi la portada de la Vanguardia Liberal me entró tremendo escalofrío: Masacre en Cimitarra. Hay varios muertos y desaparecidos. Claro, esto no podía acabar bien. ¿Qué le habrá pasado a mi hermanito? De una me fui al cambuche a contarle a mi mujer la mala nueva. Desesperado lo único que podía hacer era ir a buscarlo. Por lo menos habría alguien que lo reclamara. Si lo encuentro vivo me lo traigo a rastras a Barrancabermeja.-me dije.
 
Aunque ya me advirtieron que no me querían ver por allí, que si aparecía por la vereda, me quebraban. Pero la sangre me hervía de rabia y se me quitó el miedo. Ya estaba bien de tanta mansedumbre. Mi hermano Demetrio y yo desde pequeñitos fuimos inseparables, íbamos para todas partes juntos; a ordeñar las vacas, a la plaza, a la escuela, compartíamos las penas y alegrías. Hasta que nos hicimos mayores y todo cambió. Tal vez la culpa la tuvo el cura Donato que le metió esos pájaros en la cabeza. Que la tierra es para quien la trabaja, y los patrones con esas haciendas donde le sobra y les basta mientras el pueblo sin un hueco donde caerse muertos.
 
La incertidumbre es peor que una puñalada trapera ¿seguirá vivo o se lo estarán comiendo los gallinazos en el basurero? Cuando llegué a Cimitarra me fui derechito a la morgue a reconocer a las víctimas, todos parecían muñecos de trapo tirados ahí en el piso ensangrentados, cosidos a balazos y con esa mueca de espanto dibujada en sus bocas cual postrer despedida. Pero Demetrio no estaba allí, ninguno de ellos era mi hermano. Aunque reconocí a varios de sus compañeros: el Manuel Giraldo, el Jorge Silverio, el Calixto Vargas ¡Qué tragedia para las familias! ¡Cuántos niños huérfanos y viudas desamparadas!
 
En Cimitarra la gente no quería hablar de la matanza, el olor a muerto les revolvía las tripas y en silencio se persignaban. Yo insistía en preguntar por Demetrio, pero nada, nadie me daba razón de mi hermano. En la iglesia se preparaba el sepelio de los difuntos y sólo se escuchaba el gemido de los deudos y las plañideras recitando: concédeles, señor, el descanso eterno y les ilumine tu luz perpetua.

Y no era para menos, diez vidas sacrificadas por el ángel exterminador, por ese ángel vengador que llegó con lista en mano señalando a los culpables, a los comunistas enemigos de Colombia que vienen a sembrar la cizaña en Cimitarra.
 
La asociación de campesinos se empeñó en reclamar las tierras usurpadas por los terratenientes, hasta pusieron una demanda con un penalista y todo en el juzgado. Esa fue la sentencia definitiva. ¡Qué tal provocación! que unos pobres diablos se atrevan a hablarle de tú a tú al patrón. Las inocentes ovejitas creyendo en la justicia, creyendo que el ejército y la policía iban a defender sus derechos.
 
El único que me habló claro fue el padre Leonel. -No vayas a la finca de tu hermano. Se lo llevaron por ser el cabecilla y debe andar por la vereda la Poza retenido por los paramilitares de Charco de Sangre. Sus palabras fueron lapidarias, los malos augurios se confirmaban. ¿Qué le estarían haciendo?, a lo mejor torturándolo como a Libardo el mototaxista ¿Adónde ir a buscarlo? ¿A quién preguntarle? ¡Diosito, ayúdame, haz que mi hermano aparezca vivo! ¿Y si me presento en el puesto de policía a denunciar su desaparición? No, no qué bruto si deben estar compinchados con los paracos y seguro que hasta me meten preso. Quién sabe si lo habrán tirado al río, como suelen hacer. Lo mejor es irse al playón a ver si su cuerpo aparece flotando en la corriente.
 
                                                                                ***
 
El río Cimitarra está crecido y como es la época de la subienda en las orillas bogan los pescadores en sus canoas lanzando las atarrayas en pos de la pesca milagrosa. Casi al instante sacan las redes henchidas de bocachicos, bagres, picudas y blanquillos. En la copa de los árboles los gallinazos hacen guardia y a su sombra varias mujeres enlutadas murmuran oraciones cabizbajas. Todas llevan velas en sus manos para que las ánimas de sus hijos, padres, hermanos, o vaya a saber quién, encuentren el camino. Tal vez a mi hermanito Demetrio se lo chuparon los remolinos y ya no vuelva más. Para rematar se vino encima un tremendo aguacero que nos dejó emparamados de los pies a la cabeza. Con la mirada fija en la corriente turbia aguardábamos que el río vomitara los cuerpos de nuestros seres queridos para darles cristiana sepultura. Pero nada, éste tampoco se compadeció de nuestras súplicas y enfurecido lo único que arrastraba era troncos, matorrales y hojarasca. Los negros nubarrones eclipsaron el sol y de repente el día se convirtió en noche. Una manada de caimanes chapoteaba en el arenal abriendo sus fauces desafiantes mientras los gallinazos acuclillados en la copa de los árboles parecían ángeles diabólicos listos a calmar su hambruna con cualquier pedazo de carroña.
 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.