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Memorias en alta voz, relato coral de una historia viva

Fuentes: Rebelión

Muchas veces, los sufrimientos de niñas y niños quedaron eclipsados por la mirada centrada en los adultos. Sin embargo, estas infancias cargaron con horrores que los adultos apenas podían procesar. El exilio, las persecuciones, la ausencia de padres detenidos desaparecidos o el silencio forzado en los hogares son heridas profundas que estos relatos visibilizan con urgencia. Niñeces que muchas veces desde el vientre de sus madres ya fueron víctimas del horror.

por Danae Sinclaire Tijero

Qué necesario este libro, que rescata las memoria de infancias en dictadura y exilio. Sin duda remueve y conmueve. Para una que se dedica a escuchar las historias del horror, tal vez de manera más habitual que para el común de la gente, remueve leer las historias de personas que conozco, la compañera de curso, del colegio, algunos pacientes. Historias que se entrecruzan y mezclan con la de una misma, y darse cuenta que la de una es una historia de una familia que como decía mi abuela, tuvo mucha suerte. Pero más allá de las historias propias que a una le remueven, este libro nos abre un espacio necesario para comprender el impacto profundo y sostenido de las violaciones a los derechos humanos, no solo en quienes las vivieron directamente, sino también en las generaciones posteriores. Como psiquiatra, me interesa reflexionar sobre algunos conceptos clave que emergen al leer estas historias, que entretejen el terror de la violencia y la tortura, con el exilio, la persecución, el duelo y el peso de los silencios familiares las infancias robadas por la dictadura.

Quería hablar de lo poderoso que es hablar. Del relato como herramienta de memoria y reparación: El acto de narrar no es solo un vehículo de memoria colectiva; también cumple un rol terapéutico fundamental en la reparación del trauma. En el contexto de la psicoterapia, narrar permite procesar experiencias fragmentadas y dolorosas. Del mismo modo, en el ámbito social y político, estos relatos alimentan procesos de verdad, justicia y son una vía para la reparación. La narración, al validar y reconocer el sufrimiento, es una forma de resistencia frente al olvido, y en sí misma, un acto de sanación. Pasar del silencio, de lo no dicho, a asumirse como víctima y luego como sobreviviente, es un proceso difícil pero trascendental en la reparación del daño.

Otro tema que atraviesa el texto es la transgeneracionalidad del trauma: El concepto de trauma transgeneracional adquiere una relevancia central al trabajar con hijos y nietos de víctimas de la dictadura. El dolor no resuelto de los sobrevivientes, sus duelos incompletos y los silencios impuestos atraviesan las generaciones, configurando dinámicas familiares marcadas por el miedo, la incertidumbre y la ausencia. Estos relatos nos invitan a reconocer cómo las heridas del pasado siguen vivas en el presente y cómo el acompañamiento terapéutico debe contemplar esta transmisión del trauma para ser verdaderamente efectivo.

Creo hay bastante invisibilización de las infancias durante la dictadura
Uno de los puntos más potentes que aborda este libro es la experiencia de las infancias. Muchas veces, los sufrimientos de niñas y niños quedaron eclipsados por la mirada centrada en los adultos. Sin embargo, estas infancias cargaron con horrores que los adultos apenas podían procesar. El exilio, las persecuciones, la ausencia de padres detenidos desaparecidos o el silencio forzado en los hogares son heridas profundas que estos relatos visibilizan con urgencia. Niñeces que muchas veces desde el vientre de sus madres ya fueron víctimas del horror. Ahora, desde la neurociencias sabemos como impacta el estrés temprano. Cómo queda grabado en la biología el paso de la violencia, cómo se desregula para siempre el eje regulador del estrés (el eje hipotálamo, hipófisis, suprarenal), cómo nos moldea la psiquis el trauma temprano y nos genera una desconfianza estructural con el mundo que nos rodea, además de predisponer a toda clase de enfermedades médicas como la hipertensión, la fibromialgia, el cáncer, la diabetes, y psiquiátricas, como la esquizofrenia, la bipolaridad, la depresión.

Por último, pero no menos importante, este texto nos invita como siempre, a reflexionar sobre la responsabilidad institucional y el desafío intergeneracional en la reparación, la verdad y la justicia.

La pregunta de cómo nos hacemos cargo, como el Estado asume su responsabilidad, en la verdad y la justicia, y la reparación integral, como encarnamos de una vez por todas el compromiso del nunca más, compromiso vulnerado y pisoteado el 2019 y cómo nuevamente, aquellas hijas, hijos, nietos, nietas, sobrines, deben tomar el megáfono para denunciar horrores, traumas oculares, golpizas, perdigones, asesinatos.

Nuestras generaciones, digo nuestras, porque también es la mía, vivimos marcadas por las heridas del pasado, también hemos sido protagonistas de nuevas luchas por la memoria y la justicia, como se evidenció durante el estallido social. Esas infancias que crecieron con la necesidad de verdad se han transformado en actores fundamentales para que estas heridas traumáticas no queden en el olvido. Porque no todo es horror, también hay lucha y resistencia. Hay esperanza.

El libro, entonces, no solo recopila testimonios; también interpela nuestra responsabilidad como profesionales de la salud mental, como instituciones y como sociedad. ¿Cómo seguimos acompañando a quienes cargan con las huellas de la dictadura? ¿Cómo garantizamos que el anhelo de justicia y reparación no quede atrapado en el pasado, sino que trascienda como un compromiso generacional? Estas páginas nos recuerdan que la memoria no solo es un acto de resistencia, sino también una forma de sanar.