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¿Mendexa, atalaya menguante?

Fuentes: Rebelión

Digamos claramente y de entrada: Mendexa (pueblo de Bizkaia) es al PNV lo que Lizartza (pueblo de Gipuzkoa) es al PP. Un buen día la Inquisición española anuló y prohibió la elección del pueblo, y embozada de guardias civiles en Lizartza y de ertzainas en Mendexa tomó por asalto el ayuntamiento. Con las armas en […]

Digamos claramente y de entrada: Mendexa (pueblo de Bizkaia) es al PNV lo que Lizartza (pueblo de Gipuzkoa) es al PP. Un buen día la Inquisición española anuló y prohibió la elección del pueblo, y embozada de guardias civiles en Lizartza y de ertzainas en Mendexa tomó por asalto el ayuntamiento. Con las armas en la mano impusieron en sus puestos a alcaldes y ediles de fuera, a foráneos sumisos. De modo mayoritario el pueblo eligió a otros como sus representantes. Pero el PP en Lizartza y el PNV en Mendexa y Ondarroa, viniendo de fuera, les robaron su ayuntamiento y sus quereres. En Mendexa se quejan de haber convertido su Ayuntamiento en un vulgar batzoki. Pedro Agustín, residente en Bilbao, y Jon Sánchez -quien fuera concejal peneuvero de cultura en el Ayuntamiento de Bilbao-, por citar a dos usurpadores entre otros, ocuparon los puestos de los elegidos Aitor Idoiagabeitia y otros vecinos.

Mendexa es una atalaya a 180 metros de altura con vistas y sabor a mar, recostado sobre la playa de Karraspio y con 350 habitantes. Un pueblo pequeño, hasta ayer rural y ganadero, que lucha por su futuro en un presente en cambio. Hoy son pocas las legumbres y hortalizas de Mendexa, que se venden en la plaza de Lekeitio, y sus burros ya no bajan, como otrora, cargados de leche y huevos de caserío al mercado. El ingreso (o venta) en el mercado común europeo fue un balazo de muerte a su agricultura y ganadería. Ni los intereses del estado español, ni tampoco los del PNV, tuvieron en cuenta en su balanza de negociación la defensa del agro de nuestra tierra.

Mendexa, herido de muerte, buscó vías de subsistencia por otros caminos: bajaron de su bella atalaya y se pusieron a trabajar en oficios nuevos en los rincones del valle a lo largo de los ríos Lea y Artibai, pero siguen oteando y rumiando el futuro desde su atalaya tentadora. Y como en el cuento del Evangelio, también su paraje magnífico se ha vuelto tentación y codicia de especuladores, mandamases foráneos y sumisos y de algunos amos de suelo, sin querer mirar a la cara y discutir en auzolan y batzarre los cariños, deseos y planes del pueblo. La bella vista de Mendexa ha comenzado a ennieblarse y menguar, y en parte de lo que antes eran bancos de descanso, de meditación y solaz con vistas al mar ahora se interponen y alzan casas particulares, que roban las miradas de la calle y de la gente. Los nuevos usurpadores quieren otroidar al pueblo, convertirlo en otra cosa, multiplicarlo por dos, hacer de Mendexa un pueblo de aluvión, en algo ajeno como el alcalde y los concejales impuestos; con mucha gente nueva que avasalle, imponga lengua y marque distancia en la relación, que troque sus costumbres, sus bares y tertulias sin capacidad y tiempo de adaptación; un crecimiento desorbitado de casas nuevas para gente de fuera. Quieren privatizar y multiplicar por dos con cien viviendas nuevas su privilegiosa atalaya de pueblo. Y eso no. Les mataron sus hortalizas y sus ganados, les robaron su modus vivendi sin contar con ellos, hoy luchan para que otros no les roben su pueblo ni el calor de sus gentes. Los habitantes llaman a reunión y batzarre, convocan asambleas, discuten sobre el futuro, defienden «la casa de sus aitas» mientras alcalde y concejales foráneos, despreciando a los mendexatarras, se reúnen lejos a escondidas en la Diputación de Bizkaia. No quieren una construcción opaca de pueblo con sabor especulador, no quieren un Mendexa que deje de ser faro público para el vecino y el visitante. Luchan por ser actores principales de la construcción y del futuro de su pueblo. Cuando se saca la conversación en el bar se palpa el orgullo atalayero de los mendexatarras, son conscientes de su situación de privilegio y de pueblo y no quieren dejar en manos de otros la configuración de futuro.

La discusión de futuro les ha unido y enzarzado, y les ha hecho lanzar preguntas y quejas amargas como saetas contra autoridades e instituciones, contra un PNV mendaz que reclama autonomía y capacidad de decisión en Madrid y les niega en casa su elección, les impone y dibuja un futuro desde fuera tapándoles la boca en su propia casa. Una experiencia que se repite demasiadas veces de la mano del PNV, como ya lo hiciera antes en Lemoiz, Zornotza con su imposición de la central de Boroa. Hoy el Ayuntamiento de Mendexa, en manos de estos usurpadores foráneos, es una puerta cerrada para la gran mayoría de sus vecinos. A pesar de la Inquisición española muy bien pudo ser de otra manera, como hoy ocurre en Elduain (Gipuzkoa), constituyendo una gestora que respeta la voluntad del pueblo.

Hay un hecho que define con nitidez a este PNV. Ocurrió en septiembre en 1976 en Lekeitio, a los pies de Mendexa. Y en carta a la directora de la revista semanal Punto y Hora de Euskal Herria, a Mirentxu Purroy, con el título «El truco de la bandera» narraba un tal Simón de Bolibar -seudónimo- lo ocurrido en la fiesta: Fue el día de gansos, «cuando las fiestas del pueblo están en su punto más álgido… A eso de las diez de la noche después de que el último autobús había salido y se suponía que el pueblo se había quedado sin la gran mayoría de gente de afuera, se desencadenó la tormenta. Un individuo a quien el pueblo conoce bien según dicen y que los que le vieron están dispuestos a nombrarlo, colocó una «ikurriña» sobre una estatua a la entrada del ayuntamiento y se llevó y quemó dos banderas nacionales. Mientras esto sucedía los jóvenes que pasaban por el sitio donde estaba puesta la «ikurriña» se paraban y llenos de fervor entonaban la canción del «gudari», completamente ajenos de lo que el otro estaba haciendo con las banderas nacionales. De repente la guardia contra disturbios saltó contra este grupo y empezó a culatazos a diestra y siniestra sin importarle un comino a quien daba, pues lo mismo era que fuese un anciano, que fuese un joven como una mujer de edad madura, que estuviese la persona en el grupo o que solamente pasase por la calle, que estuviese lisiado o que fuese una mujer en cinta, aunque me dicen que también hubo honrosas excepciones entre ellos. Entraban en los bares y la emprendían contra todos los que allí estaban, pero, para qué contar más, cualquiera que quiera saber la verdad de lo ocurrido no tiene más que ir a Lekeitio». Y sigue el relato, por lo demás y por desgracia algo habitual en nuestra tierra, antes con los guardiasciviles y grises y ahora con los ertzainas. ¡Recuérdese lo ocurrido el día de la bandera de la Kontxa en Donosti!

El juez militar acusó al tal Simón de Bolibar por esta carta a la directora de la revista, que realmente narraba lo acontecido, de un delito de injurias al Ejército. Y el tal Simón de Bolibar no dio la cara ante el juez y la directora, por no querer revelar la verdadera identidad del tal Simón, tuvo que responder por él. Mirentxu Purroy ingresó en la cárcel de Iruña el 28 de diciembre de 1976 a la cuatro de la tarde en un día de nieve. Y al salir de la cárcel, el 10 de enero de 1977, se lamentaba en su escrito Mirentxu Purroy cuando escribía: «A Simón de Bolibar -seudónimo- a quien comprendo y no juzgo, pero que su cobardía me ha impedido estar con la frente todavía más alta en la prisión». Al tiempo que agradecía a mucha gente, entre otros: «Al pueblo de Lekeitio, por sus valiosos testimonios que presidirán la verdad en mi posterior Consejo de Guerra».

Pero lo curioso es que hoy sabemos que este Simón de Bolibar, que se acercó a fiestas de Lekeitio en aquel septiembre de 1976 «conduciendo mi automóvil», aquel cobarde que no fue capaz de dar la cara por su escrito y tuvo que darla por él la directora Mirentxu Purroy no es otro que Iñaki Anasagasti, portavoz de su partido durante años en el parlamento español y hoy senador; y, para más inri, ese tal Simón de Bolibar apoyó el golpe contra el presidente bolibariano, elegido por el pueblo, el venezolano Hugo Chávez. Es el comportamiento usual de bastantes cargos del PNV: cobardes y sumisos ante la autoridad española y duros, chulescos e implacables con los cargos elegidos por el pueblo, como ocurre en Mendexa. Y es que, como dice el refrán: azari zarrari illea joan da bana ez anza, la zorra vieja pierde el pelo pero no el parecido.

Sólo que Mendexa no está dispuesta a renunciar a configurar su futuro, quiere ser parte actora de su destino, de su construcción, de su habitat y de sus gentes.