Rodríguez Zapatero dijo ayer que España no tiene rival en materia de simpatía. Que eso lo sabe todo pichichi. Un menda al que no identifiqué afirmó horas después en Radio Nacional que «los franceses» son «muy chovinistas, como su nombre indica» (sic), pero que «nadie duda» de que Madrid es una ciudad «mucho más simpática […]
Rodríguez Zapatero dijo ayer que España no tiene rival en materia de simpatía. Que eso lo sabe todo pichichi.
Un menda al que no identifiqué afirmó horas después en Radio Nacional que «los franceses» son «muy chovinistas, como su nombre indica» (sic), pero que «nadie duda» de que Madrid es una ciudad «mucho más simpática que Londres y que París».
Quienes lo acompañaban en la tertulia vespertina de la radio pública lo respaldaron con un entusiasta «¡Ole!».
Sumo y sigo.
Por esas mismas horas, Javier Mariscal, que es el genio que diseñó el monigote que sirvió de emblema de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92, diagnosticó que los logotipos de las candidaturas de Londres y de París son malísimos, y se dedicó a ridiculizarlos. El uno parece -dice- una chorrada con el Támesis como idea bobalicona, y el otro un anuncio de un cierto almacén de juguetes. Sentenciado lo cual, dejó dicho que lo que a él le gusta es predicar el amor, aunque parezca cursi (lo es), y favorecer que entre «la gente» haya «buen rollo». No aclaró cómo se fomenta el «buen rollo» hablando en esos términos de Londres y de París.
Oí todo eso, y tanto más, y me quedé helado pensando que estamos en 2005, y preguntándome en qué condiciones podríamos llegar al 2012.
Por fortuna, todo este disparate ha tenido su conclusión.
Menos mal.
Supongo que el Supremo Hacedor me llevará a su lado antes de que llegue el 2012, pero no quiero ni imaginarme lo que hubiera podido ser el trauma de sobrellavar siete años de papanatismo celtibérico llevado a sus extremos de mayor euforia.
Bendito sea el COI, por esta vez. A ver si podemos conjurar la amenaza nuclear roja y gualda que se atisbaba en el horizonte.