No seré yo el que dulcifique el Diccionario de la Real Academia Española que, aunque manifiestamente mejorable, es al que me atengo en mi profesión de juntaletras. Y si, según el DRAE, que no entiende de motivos, asesinar es matar a alguien con premeditación y alevosía , mi tocayo Iñaki de Juana Chaos fue, técnicamente […]
No seré yo el que dulcifique el Diccionario de la Real Academia Española que, aunque manifiestamente mejorable, es al que me atengo en mi profesión de juntaletras. Y si, según el DRAE, que no entiende de motivos, asesinar es matar a alguien con premeditación y alevosía , mi tocayo Iñaki de Juana Chaos fue, técnicamente hablando, un asesino. De hecho, todos y cada uno de los militantes de la organización vasca ETA, hombres y mujeres, lo fueron mientras ésta empleó la lucha armada como forma drástica de su acción política, al margen de las puntuales imputaciones individuales de la Fiscalía, porque toda la sangre vertida y derramada por Euskadi Ta Askatasuna a lo largo de su historia debe ser reivindicada por el conjunto de sus miembros en activo. Entiendo que cuando una persona toma la decisión libre y voluntaria de alistarse en un movimiento en el que se mata y se muere, ha de asumir este principio básico.
Sin embargo, las leyes son lo que son y no se suelen promulgar en base a la Lógica -salvo que sea la perversa lógica del Poder- ni, mucho menos, a la Ética. Así, lo expresado en el párrafo anterior no pasa de ser una simple opinión sin sustento jurídico. Lo que vale es la Ley. Ella es la que apunta castigos que, después, personajes togados por la mano de Dios se encargan de concretar: jueces que se llaman a sí mismos independientes y están sobreprotegidos por el Estado, del que forman parte y son coartada; magistrados que deberían aplicar los Códigos haciendo caso omiso de presiones externas y, sobre todo, superando cualquier tentación de venganza.
Iñaki de Juana Chaos comenzó el pasado 7 de agosto una huelga de hambre indefinida en la prisión algecireña de Botafuego, en el Campo de Gibraltar, en la que se encuentra recluido, ahora en calidad de «preventivo». Según sus abogados, ha tomado esta medida extrema para protestar por su situación de indefensión ante el aparato de un Estado que no lo quiere en la calle. Y es que mi tocayo, según la ley por la que fue sentenciado, debería haber sido puesto en libertad el 25 de octubre de 2004, hace casi dos años.
La Audiencia Nacional -que, como saben, es un tribunal especial que juzga, entre otros, los casos tipificados como «de Orden Público»- le imputó los delitos de «amenazas terroristas» y «pertenencia a banda armada» por la autoría de dos artículos aparecidos con su firma en el diario Gara . Uno, titulado El Escudo , fue publicado el 1 de diciembre de 2004 -es decir, 36 días después de haber cumplido íntegramente su condena- y en él se rebela contra su gratuita permanencia en prisión. El otro, titulado Gallizo , lo publicó el periódico vasco el 30 de diciembre del mismo año -cuando mi tocayo llevaba ya 65 días de injustificada propina carcelaria- y en él hace un repaso a los curricula de algunos carceleros ascendidos por la militante del PSOE Mercedes Gallizo, entonces recién nombrada directora general de Instituciones Penitenciarias. Les recomiendo que los lean y que se pregunten qué habrían escrito ustedes en su lugar.
No sé qué suerte le espera a mi tocayo. Ignoro si llevará la huelga hasta el final, o si, en un raro ataque de justicia, algún juez (en este contexto la redundancia es imposible) lo pondrá en libertad cumpliendo, de paso, con su obligación. Lo que sí tengo claro, es que demasiada gente mira hacia otro lado mientras esto sucede. Me refiero, por si hay alguna duda, a la legión de personas que, en el Estado español, se dicen de izquierdas pero se comportan como si fueran activistas de la extrema derecha ante cualquier asunto relativo a los «nacionalismos». En este caso, la excusa añadida -que no se creen ni ellos- es la de que se trata de un asesino . Con su dolosa desidia, impiden cualquier posibilidad de regenerar este reino borbónico, corrupto y decadente. Mientras, en un acto supremo de dignidad, mi tocayo se está dejando morir en una cárcel del sur de Andalucía. Quienes, con su silencio cómplice, lo permiten, también se encaminan, consciente o inconscientemente, hacia la muerte cívica, pero en su trayectoria no hay dignidad alguna.
( Continuará )