Michael Kaufman es un reconocido experto internacional en el trabajo de los hombres a favor de la igualdad. Cofundador de la Campaña del Lazo Blanco (campaña de repercusión mundial nacida en Canadá en 1991 para implicar a los hombres en contra de la violencia hacia las mujeres), investigador del Instituto Promundo y miembro de MenCare, iniciativa desarrollada en más de 35 con el fin de involucrar activamente a los hombres en el cuidado de las personas, Kaufman participó en una jornada celebrada en el marco del Foro para la Igualdad impulsado por Emakunde en Bilbao, en la que habló sobre las directrices y experiencias internacionales sobre el trabajo con hombres a favor de la igualdad.
¿Qué se está haciendo a día de hoy a nivel internacional en el trabajo con los hombres para la igualdad?
En primer lugar, es interesante ver que en todo el mundo hay grupos de hombres trabajando en una gran variedad de temas, celebrando la diversidad de posibilidades del ser humano. Trabajan para acabar con la violencia contra las mujeres, por los derechos LGBT, sobre temas de salud sexual y reproductiva, o para transformar la paternidad. Realmente no hay un país en el mundo donde este trabajo no se esté haciendo. Así que esto en sí mismo, es un gran cambio en comparación con hace 20 o 25 años.
Cuando algunos empezamos este trabajo en la década de los 80 y hasta bien entrada la década de los 90, se percibía más bien como algo extraño. ¿Por qué molestarse en involucrar a los hombres? ¿No son los hombres el problema? ¿No es una distracción? En el mejor de los casos, la idea del trabajo con hombres y niños se veía como algo marginal, una pérdida de tiempo, una distracción, y tal vez incluso como simplemente erróneo. «Los hombres,» se decía, «son el problema, no deberíamos estar perdiendo el tiempo y los recursos».
Esto ha dado la vuelta. Hoy en día prácticamente todas las agencias de la ONU, todas las ONGs importantes, y todos los gobiernos, están dedicando al menos algo de energía y recursos a descubrir maneras de involucrar a hombres y niños. Esto en sí mismo es un gran cambio que estamos viendo en el transcurso de nuestras vidas. Más que dar un ejemplo de un programa u otro, creo que es importante empezar señalando este fenómeno de cambio que estamos viendo en todo el mundo, un cambio real. Son cambios no sólo inspirados en, sino causados por los rápidos cambios en las vidas de las mujeres. Los hombres se enfrentan a nuevas realidades. Sus esposas, hijas y amigas están diciendo que la manera en que vivieron sus madres y abuelas no son válidas para ellas.
A medida que se transforman las vidas de las mujeres en el lugar de trabajo, en la comunidad, en el hogar, y que cada vez más mujeres están diciendo «no vamos a tolerar esto, no vamos a seguir viviendo en una relación violenta»; a medida que más mujeres están exigiendo igualdad de derechos y el control de sus propios cuerpos, más y más hombres están simplemente diciendo «esto también está cambiando mi vida».
¿Qué elementos tienen en común los «mejores programas» a nivel internacional para involucrar a hombres?
Sabemos que tenemos que aunar esfuerzos entre los cambios individuales y los cambios institucionales y estructurales. Obviamente esto no es nada nuevo. El movimiento feminista se ha basado en este precepto, y es igual de válido para los hombres. Tenemos que trabajar con hombres para transformar sus vidas a nivel individual, pero también tenemos que conseguir el apoyo institucional y las estructuras jurídicas que lo permitan e impulsen.
Hemos aprendido que algunos métodos funcionan mejor que otros. Como por ejemplo, que los enfoques positivos tienen más éxito a la hora de que hombres y niños reflexionen sobre sus vidas, sus relaciones con las mujeres, sus actitudes y comportamientos. Los enfoques positivos sirven mejor para realmente motivarles hacia el cambio. Solamente regañar a los hombres sobre los comportamientos que no nos gustan no llegará muy lejos. No ayuda a la transformación individual. Sabemos que los enfoques positivos son la clave.
Sabemos que los programas que han funcionado son aquellos que son «transformativos de género». Es decir, que cuestionan lo que significa ser un hombre. No se trata simplemente de decir «debes apoyar los derechos de las mujeres» o «debes practicar sexo seguro» o «no se debe golpear», sino que además se hable de las vidas y los valores de los hombres. Porque si los hombres no tienen la oportunidad de reflexionar sobre su propia construcción de género, van a seguir perpetuando los comportamientos que se derivan de una cierta definición de hombría, de ciertas formas de poder y privilegio que les hemos otorgado. Si no cuestionamos el poder y el privilegio, si no afrontamos estas visiones estereotipadas de la masculinidad, no vamos a ser capaces de ayudar a los hombres a que realmente cambien.
Sabemos que los programas tienen que ser positivos, que tienen que incluir la transformación de género en el corazón de su trabajo, y tienen que estar en concierto con las iniciativas de las organizaciones de mujeres. No se trata de «caballeros al rescate de la mujer», ni de hombres cultivando su espacio separado, sino de trabajar como aliados con las mujeres.
Se están empezando a formar redes de grupos de hombres que trabajan por la igualdad de género en todo el mundo. ¿Qué podemos decir que están aportando?
Sí, opino que sí están aportando. Al trabajar con hombres para tratar de cambiar sus actitudes y comportamientos, te obligas a entender las cosas, a cuestionarte a ti mismo. Se ha empezado a incluir a los hombres dentro del discurso de género.
No estoy diciendo que los hombres lo inventaron. Hay mujeres que tanto desde el ámbito intelectual como desde el activismo han dedicado mucha energía a involucrar a los hombres o para teorizar sobre hombres y masculinidades. Pero este proceso ha requerido articular una comprensión más matizada de los hombres como seres generizados. Así que creo que eso ha sido una contribución al feminismo.
Si nos fijamos en algunos grupos de hombres igualitarios, su trabajo ha ayudado a crear una mayor conciencia entre los hombres sobre la violencia de género. En algunos casos posiblemente hayan contribuido incluso a generar leyes, pero es difícil generalizar en todo el mundo.
Veo algunos ejemplos en mis viajes. Por ejemplo en Turquía, había un maravilloso programa que fue iniciado por una de las agencias de la ONU. Turquía tiene leyes contra la violencia contra las mujeres, pero los agentes de policía, principalmente hombres, no estaban implementándola. Así que comenzaron un programa en cascada, dirigido sobre todo a los agentes de policía hombres. No era suficiente con tener una ley sobre la violencia contra las mujeres, no era suficiente con unos anuncios de televisión. Necesitaban policías que aplicaran la ley. Y la mayoría de agentes de la policía eran hombres. Había que concienciarlos.
Gizonduz es una iniciativa del Gobierno Vasco, dirigida por Emakunde que busca involucrar a los hombres en el continuo esfuerzo por la igualdad. ¿Conoce su trabajo?
El trabajo es fantástico, porque han estado trabajando en toda una serie de iniciativas diversas. Por ejemplo el trabajo con nuevos padres, es decir, hombres en posiciones de cambios vitales. Trabajar con nuevos padres es crucial porque es cuando empiezan a repensar sus valores, a reflexionar sobre qué es lo importante en sus vidas. También está su trabajo con diferentes instituciones, en las escuelas y así sucesivamente, sin limitar el trabajo a un solo campo. Lo mejor es cuando veo a diferentes organizaciones, incluso dentro de un mismo país, que utilizan diferentes enfoques y son capaces de ser catalizadores para que otros puedan iniciar su propio trabajo en su escuela o lugar de trabajo.
La campaña del Lazo Blanco nació de una tragedia. A veces estas tragedias pueden provocar reformas o incluso leyes, pero, ¿Cuándo va a ser el momento adecuado para que se aborde como sociedad la raíz de la construcción social de la masculinidad violenta?
Cuando empezamos la campaña del Lazo Blanco en 1991, fue por varias cosas, la más inmediata fue el asesinato de 14 mujeres por un hombre que culpaba a las mujeres de que no le habían admitido en la Universidad. Esto provocó un debate nacional sobre la violencia contra las mujeres en Canadá.
Pero desde el principio, el enfoque específico, el lenguaje específico, se dirigió hacia los hombres para acabar con nuestro silencio sobre la violencia contra las mujeres. Nos dimos cuenta de que los hombres a los que podríamos llegar no eran necesariamente los hombres que estaban usando la violencia en sus relaciones, sino la mayoría de hombres que no la estaban ejerciendo pero que con su silencio estaban permitiendo que continuara. Nos planteamos dirigirnos a los que no estaban usando la violencia, interpelándolos a hablar con sus hermanos, hijos, padres y compañeros, entre los cuales sí estaban los que utilizan la violencia. Pero a la vez queríamos que los hombres examináramos nuestras propias actitudes y comportamientos. No bastaba con decir «pórtate bien, no golpees» aunque esto fuera una parte clave del mensaje.
Así que en el movimiento del Lazo Blanco, o en mi propio trabajo, siempre hemos hablado de la construcción de la masculinidad. En cuanto desarrollamos recursos educativos para las escuelas, no se trataba únicamente de llevar un lazo blanco y ser buenos. Hemos llevado a cabo programas en las escuelas para hablar sobre hombres y masculinidad. Hay que examinar aquellas expectativas sociales sobre la virilidad que conectan con el poder de los hombres. Por ejemplo, que en su socialización, los hombres puedan acabar arrogándose el derecho a ciertas prerrogativas, y cómo algunos hombres usan la violencia para mantener el poder. Desde el primer momento vinculamos el trabajo al análisis de nuestras concepciones alrededor de la hombría.
Pero siempre te encuentras en una disyuntiva entre la complejidad de la tarea y la inmediatez que requiere un mensaje claro. Si diseñas un cartel, no puede ser un discurso de 1000 palabras sobre los hombres, la masculinidad y el feminismo. Hay que contribuir a un discurso social que ya está teniendo lugar. Las mujeres son las que se están asegurando de que este discurso exista.
Lo que realmente me preocupa es lo contrario. A veces veo grupos de hombres bien intencionados que piensan que si ellos no parecen «suficientemente feministas», entonces de alguna manera están decepcionando a nuestras hermanas y mujeres, por lo que acaban perdiendo su capacidad de comunicarse con la mayoría de los hombres.
Creo que debemos preocuparnos menos de asegurarnos siempre estar cumpliendo con todo el discurso, y pensar más en cómo podemos crear oportunidades para que unos hombres desafíen a otros a hablar; para que ese chico en la escuela diga algo a su amigo que le cuenta un chiste sobre una violación. Puede que ese chico no sepa la palabra patriarcado. Puede que no sepa qué es el feminismo, pero yo quiero que interrumpa ese chiste. Es fundamental profundizar en la comprensión y el análisis para nuestro trabajo, pero para hacer el trabajo corriente del día a día, no podemos ser demasiado puntillosos.
Por supuesto, no podemos ser demasiado puntillosos pero, por ejemplo, Obama en su discurso después de la última masacre de armas en los EE.UU., lamentaba que sea tan fácil para «un hombre o una mujer» conseguir un arma de fuego, cuando en realidad el problema no es con las mujeres que compran armas. ¿Cuándo vamos a señalar también ese problema?
Absolutamente cierto. Mis colegas y yo en Norte América hemos estado diciendo y escribiendo que la violencia masculina es el «elefante en la habitación». Por ejemplo, en EE.UU., en estos asesinatos en masa constantes nunca se identifica explícitamente que los perpetradores son hombres. Si fueran mujeres las que estuvieran cometiendo cualquiera de estos asesinatos, se suscitaría un gran debate público sobre «qué está pasando con las mujeres últimamente» Pero son hombres y es casi invisible.
Sí, tenemos que nombrar el problema. Y el problema no son los hombres. El problema es nuestras concepciones dominantes sobre la masculinidad, la desigualdad entre hombres y mujeres, y las estructuras, instituciones, e ideologías del patriarcado. La manera en que lo expresemos va a ser diferente según el contexto. Tenemos que poder transmitir cierta complejidad y sin embargo ser capaces de conectar con nuestro interlocutor. Pero es bastante básico. Son hombres los que están tirando del gatillo. Es un problema de cómo criamos a los niños para ser hombres.
Por tanto, estoy totalmente de acuerdo, vamos a nombrarlo. Un ejemplo de no nombrarlo es cuando nos referimos a la violencia como familiar o doméstica. Hay violencia familiar, puede haber violencia contra los niños, violencia contra los hombres, pero sabemos que la violencia más letal dentro de la familia es la cometida por los hombres, no todos, pero la mayor parte. Así que vamos a nombrarla como violencia de los hombres.
Muchos hombres relatan cómo han llegado a reflexionar sobre la igualdad como resultado de un cambio en sus vidas, sobre todo la paternidad. Como miembro de MenCare, ¿Cuáles son algunas de las políticas públicas más transformativas que conoce en este campo?
Los líderes, en términos de cambios en las políticas, específicamente en los permisos parentales, son los países nórdicos. En Islandia, por ejemplo, para los nuevos padres, si es una pareja heterosexual, la madre recibe 3 meses, el padre recibe 3 meses y hay otros 3 meses que se pueden repartir entre cualquiera de los dos. En Suecia, tienen un año que pueden dividir, la mitad cada uno, los dos al mismo tiempo, un mes uno y otro mes otro, por lo que lo han hecho muy flexible, y cobrando un porcentaje bastante alto de su sueldo.
Realmente han posibilitado que no solo mujeres, sino también hombres, tomen tiempo de su trabajo remunerado para dedicarse a ser padres. Ese es uno de los cambios en políticas públicas que más impacto han tenido en transformar la sociedad.
En Quebec, cuando cambiaron la legislación sobre los permisos para padres, haciendo que fueran más fáciles de conseguir y mejor pagados, se disparó el porcentaje de nuevos padres que los utilizó. Ahora la gran mayoría de padres están utilizando estos permisos, al igual que en los países escandinavos. Por lo tanto, lo primero son las políticas de permiso parental.
Pero también hay que mejorar las políticas de cuidados de hijas e hijos. Por ejemplo, en Quebec implantaron una nueva política de guarderías públicas muy asequibles, que costaban una fracción de lo que pagan otros canadienses. La medida facilitó que más mujeres pudieran trabajar fuera de casa, y que más mujeres con empleo pudieran permanecer en sus trabajos remunerados. Con más mujeres trabajando en empleos remunerados se consiguió también aumentar la recaudación de impuestos y eso pudo financiar de sobra el programa.
Necesitamos políticas específicas dentro de los lugares de trabajo que fomenten y no estigmaticen a madres y padres que solicitan bajas por parentalidad. Necesitamos políticas que fomenten la flexibilidad laboral, como el trabajo compartido o a tiempo parcial. Tenemos que ser capaces de garantizar que las personas puedan dedicar el tiempo y la energía que necesiten a ser buenos padres y madres, sin sacrificar su trabajo remunerado.
Pero además de implantar políticas públicas, hay que formar a las direcciones de las empresas para que lideren con el ejemplo. Por ejemplo, aunque en tu lugar de trabajo existan facilidades sobre el «papel», si tu superior en la empresa se jacta de cómo él sólo se tomó media jornada cuando tuvo familia o ella sólo una semana, ¿Eso es algo de que presumir? ¿Qué clase de ejemplo están dando? Necesitamos formación. Esto es crítico.
En resumen, hay que combinar los grandes cambios en las políticas, con cambios específicos en los centros de trabajo, y en algunos campos y áreas de trabajo o instituciones.
Por ejemplo en Inglaterra hay un grupo, el Instituto de la Paternidad, que estaba trabajando con algunas escuelas para tratar de animar a más padres a venir a las reuniones con el profesorado, ya que siempre eran mayoritariamente las madres las que venían. Así que enviaron un aviso que decía, «Todos son bienvenidos». Aun así aparecieron más madres. Se preguntaron qué estaban haciendo mal, y decidieron nombrar el problema. Así que la próxima vez escribieron: «Todos los padres y madres son bienvenidos.» Y de repente vinieron muchos más padres. Así que en parte se trata de hacer visible lo que es invisible.
Con respecto a la violencia masculina, recientemente ha publicado una novela The Afghan Vampires Book Club («El Club de lectura de los vampiros afganos»), en el que junto con Gary Barker, otro gran experto en la participación de hombres por la igualdad, asegura «queríamos abordar el tema de la masculinidad, la guerra y la amenaza de un estado que nos vigila«. ¿Cómo sería el mundo si pudiéramos alguna vez dejar de enseñar, o socializar a los hombres para matar?
Acabo de estar en Portugal, en Évora, donde hay muchas excavaciones neolíticas, que se remontan a 5.000-7.000 años atrás. Las que se datan hace 7.000 años parecen ser pre-patriarcales. Son del principio del período de la domesticación de los animales y la agricultura. Han encontrado círculos de piedras que son calendarios de las estaciones, que reconocen y celebran la vida. Los sitios que datan de un par de miles de años más tarde eran tumbas de los líderes masculinos y en ellas han encontrado armas. Es en este período cuando nuestras culturas pasaron de ser sociedades en gran medida pacíficas a ser sociedades basadas en la guerra y la agresión; cuando los hombres tuvieron que, o bien armarse para defenderse de otros hombres, o bien usar esas armas para atacar y agrandar sus territorios. 8.000 años hacia atrás no es tanto tiempo en términos de historia de la humanidad. Cuando pensamos en la relación entre la violencia y el patriarcado, entendemos que desde el principio fue la sociedad la que movilizó la violencia de los hombres. Y según se fueron desarrollando los Estados más tarde, estas sociedades estado entrenaban a grupos de hombres para ser guerreros, para luchar.
Nuestra novela examina el impacto de la guerra en los soldados que combaten, pero también sobre la sociedad que libra esas guerras; cómo estas guerras, a medio mundo de distancia, realmente afectan a nuestras propias culturas, las elecciones que hacemos, nuestras ideas sobre nosotros mismos, lo que entendemos por seguridad. Creo que esos efectos son profundos. Lo podemos ver con mucha claridad. Que tantas personas hayan aceptado una reducción drástica de las libertades civiles en sus propios países en nombre de una supuesta seguridad, a pesar de que no nos hace más seguros, de alguna manera nos hace más vulnerables.
El proyecto del patriarcado no sólo ha sido un proyecto de dominación del hombre sobre la mujer, sino de dominación de unos hombres sobre otros. Y, por supuesto, de la dominación del hombre sobre la naturaleza. Cuando pensamos en la guerra y la paz, o en la destrucción del medio ambiente, todo ello es parte del proyecto patriarcal: controlar el medio ambiente, controlar la naturaleza, controlar a las mujeres, controlar a otros hombres, y el control de uno mismo y su propia vida emocional.
El reto feminista al patriarcado es tan profundo, que a medida que los hombres se unen a la tarea, llegamos a las raíces de toda una serie de problemas y cuestiones vitales en nuestra sociedad.