Siempre supe que William Faulkner, aunque hablaba solo en inglés, era uno de los nuestros. No recuerdo otra novela que me haya estremecido tanto como «Mientras agonizo», libro que él escribió cuando trabajaba de carbonero en la Universidad de Mississippi y apuntó las primeras ideas de la fabulosa trama de la familia Bundren en el […]
Siempre supe que William Faulkner, aunque hablaba solo en inglés, era uno de los nuestros. No recuerdo otra novela que me haya estremecido tanto como «Mientras agonizo», libro que él escribió cuando trabajaba de carbonero en la Universidad de Mississippi y apuntó las primeras ideas de la fabulosa trama de la familia Bundren en el reverso de la carretilla donde transportaba el carbón.
Ahora mismo, cuando todos hablan de esa zona del sur de los Estados Unidos devastada por Katrina, yo no hago otra cosa que mirar tras el filtro de Yoknapatawpha -el pueblito inventado por Faulkner- cada imagen que la televisión transmite de Louisiana y Mississippi. Mientras más se adentran las noticias en las lóbregas estancias del Sur y de los seres humanos que han sobrevivido al diluvio, al fuego, a los saqueos y al desprecio de la Casa Blanca, más me convenzo de que toda esta tragedia ya está escrupulosamente descrita en aquellas páginas que leí temblando hace un montón de años.
En las ficciones de Faulkner aparece un mundo anacrónico y claustral, que es el de su propia región, sobre el que gravitan obsesivamente las proezas y los estragos de la guerra civil. Un ámbito habitado por los derrotados, que se desmorona y agoniza con la memoria fija en los esplendores de una opulencia ya extinta. Un universo dominado por el fanatismo religioso, por la violencia física y por la corrupción moral, social y política. Un mundo rural y provinciano, de pequeñas localidades ruinosas separadas por vastas plantaciones que antes fueron el símbolo de su bonanza y ahora lo son únicamente de su atraso.
En ese territorio de ficción se padece de todo a escala bíblica: locura, pobreza, inundaciones, incendios. Las víctimas son las ancianas llenas de vida y de sabiduría, los negros con su desesperación y su música, los niños desamparados, los blancos pobres, los retrasados, los miserables, los outsiders de una sociedad que les ha construido un sin fin de muros y laberintos.
Faulkner los metió a todos ellos en un ciclo narrativo inolvidable, duro y terrible, lírico y abrumador. Dibujó la pesadilla que era y sigue siendo ese profundo sur, tan parecido al nuestro y tan lejos del carácter imperial, tan doloroso y olvidado, tan cierto ahora. Si hiciera falta una frase, una simple frase de la otra Norteamérica que hemos descubierto después del paso del Katrina, les propongo buscar en «Mientras agonizo». Con el corazón y el oído pegado a la tierra que rodea al río Mississippi, Faulkner escribió lo que solo un hombre de ese lugar podría estar sintiendo ahora: «vivir aquí es prepararse a estar muerto durante un largo rato.»