Thomas Mann o Stefan Zweig, prófugos del nazismo militarista alemán (ver Dr. Faustus o Le Monde d’Hier), exponen cómo la victoria justifica la injusticia. Se trata de la eterna dialéctica de la guerra, amigo-enemigo, que también explica, rozando la brutalidad, Carl Schmitt, mayormente en referencia a la política. Así que, cuando los militares se adueñan […]
Thomas Mann o Stefan Zweig, prófugos del nazismo militarista alemán (ver Dr. Faustus o Le Monde d’Hier), exponen cómo la victoria justifica la injusticia. Se trata de la eterna dialéctica de la guerra, amigo-enemigo, que también explica, rozando la brutalidad, Carl Schmitt, mayormente en referencia a la política. Así que, cuando los militares se adueñan de esta última, el asunto llega al paroxismo, a la tragedia y esperpento neroniano. Véase el franquismo, el pinochetismo, el videlismo, etcétera.
En nuestra querida Celtiberia, padecemos en particular la rémora y la inercia (tan existente en Física como en Política) de haber tenido un Ejército sustituto, socio, cirineo, de los muy débiles partidos políticos a lo largo del XIX, llegando al súmmum con las dos dictaduras del XX. A lo que, en plena Unión Europea, ya en el XXI, no cesan las gollerías y ambiciones continuistas tipo general Mena, y otras, o ahora lo del espionaje caballa (esto es, ceutí) por parte de militares a dirigentes sindicales y vecinales. La cabra tira al monte.
Uno conoce Ceuta, su primer destino de capitán a finales del 70, en el Regimiento ligero acorazado de allá. Suscrito estaba, el mismo, a Fuerza Nueva, lo que uno corrigió desde la administración regimental (bien que dicha fuerza político-editora, a la que creo se ha apuntado Fabio Capello, siguió enviándola gratis). Anyway, lo de los tenientes coroneles, en destino militar, Albarracín y Berenguer, escudriñando a la sociedad civil, a ver con quién hablan o se acuestan los ciudadanos, me trae a la memoria a aquellos mílites de la 3ª Sección del Alto Estado Mayor (Tejedor, Pardo de Santayana, Peñaranda…) que, desde septiembre de 1.968, comandados por el ínclito San Martín, se dedicaron a espiar a alumnos y profesores universitarios, matriculándose incluso en carreras, y extendiéndose luego a los sindicatos, intelectuales y gente de la cultura, hasta a la Iglesia, creciendo y creciendo cuanto se agotaba el «Régimen», hasta desembocar en la creación del SECED, el servicio político-secreto de Carrero. Mas lo de ahora, en 2.007, es «superlativamente grave», que decía Ortega. ¿Durante años y bajo distintos jefes? ¿No lo sabía el Comandante General de Ceuta (general de división)? ¿Con qué objetivo se ha hecho? ¿Está pasando en otros sitios?
Por otra parte, el juez militar va a investigar si alguien ha «revelado» este «secreto». O sea, matar al mensajero. ¿Algo contrario a Derecho puede quedar protegido como «secreto oficial»?: suena a fraude de ley. ¿No se puede revelar algo delictivo o ilegal? Más bien parece habría que condecorar a quien lo hace. ¿O sólo se puede denunciar ante los mismos que han ordenado la ilegalidad y/o la protegen? ¡Cuánto nos gustaría que estos servicios de información militares investigasen y comunicaran al juez de la Audiencia Nacional los datos de los militares americanos que asesinaron a Couso!