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Entrevista a Eugenio del Río sobre De la indignación de ayer a la de hoy (VI)

«Mis reproches han solido referirse, y en esto no he cambiado de opinión, al determinismo económico característico del marxismo como ideología.»

Fuentes: Rebelión

Ex dirigente del Movimiento Comunista, Eugenio del Río es autor de numerosos libros y artículos sobre la izquierda revolucionaria europea de la segunda mitad del siglo XX y sobre temáticas afines. Nuestras conversaciones se centrarán en el ensayo que da título a estas entrevistas. *** Estábamos en la pequeña historia del Movimiento Comunista. De toda […]

Ex dirigente del Movimiento Comunista, Eugenio del Río es autor de numerosos libros y artículos sobre la izquierda revolucionaria europea de la segunda mitad del siglo XX y sobre temáticas afines. Nuestras conversaciones se centrarán en el ensayo que da título a estas entrevistas.

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Estábamos en la pequeña historia del Movimiento Comunista. De toda la trayectoria del MC, ¿qué es lo que consideras más importante? ¿El papel jugado en el movimiento social antiotánico? Yo, por ejemplo, escuché a Manuel Sacristán hablar con admiración del MC cuanto menos en dos aspectos: de lo que acabo de apuntar y de las aportaciones feministas del colectivo.

  Ambos aspectos tuvieron su importancia. En nuestro balance hay que destacar la agrupación de gente valiosa, a lo largo de muchos años, así como las inquietudes ideológicas en diversos terrenos, alentadas por una dedicación, con mayor o menor fortuna, pero nunca abandonada a actividades formativas. También un sentido autocrítico y una voluntad de superar nuestros defectos. Se puede señalar aquí, asimismo, una visión crítica del mundo político oficial y de sus prácticas, lo que no significa indiferencia hacia los problemas políticos.

Hay otras facetas, menos conocidas, por ejemplo, nuestro sistema organizativo clandestino, que fue relativamente consistente, y nos permitió operar con un buen nivel de eficacia; o, desde finales de los setenta, unas finanzas bastante sólidas, que hicieron posible nuestra independencia y la solidaridad interterritorial; en los años noventa, lo que dimos en llamar diálogo intergeneracional…

A ver, a ver. ¿Y cómo se consiguieron esas finanzas bastante sólidas? ¿Con las cuotas de la militancia?

El grueso provenía de las cotizaciones, aunque secundariamente hubo actividades (como las casetas de las ferias y cosas similares) que dejaban algunos ingresos. Esto fue todo. Un esfuerzo grande de los miembros del MC, unos ingresos estables, una administración ordenada y previsora de los recursos, y la solidaridad entre las organizaciones territoriales.

¿Y qué fue eso del diálogo intergeneracional?

  Nada muy especial. Hacia 1994 le dimos algunas vueltas a la necesidad de abordar en serio el relevo generacional en nuestras organizaciones. A esas alturas seguía teniendo un peso excesivo la primera generación. De manera que dedicamos algún tiempo a esta cuestión, que abarcaba problemas muy diversos. Uno de ellos era el del tipo de jovenes con los que queríamos trabajar. En esos años se podía observar una bifurcación entre los jóvenes a los que llegábamos: una parte seguía el rumbo de la extrema izquierda anterior, o algo parecido, con un mimetismo que no nos hacía muy felices; y otra parte se alejaba de ese modelo, y se orientaba más hacia una acción solidaria concreta. Ya sé que estoy simplificando demasiado pero la disyuntiva era real. Decidimos optar por el segundo tipo de jóvenes. Pero, en fin, ya digo que había diversos problemas implicados. El diálogo intergeneracional, no temas que no me voy a extender ahora en ello, hacía referencia al método que cabía aplicar en la relación, en la comunicación, en el intercambio de ideas, sobre todo entre la primera generación y la de los años noventa.

La crítica al marxismo, apuntas, «se adelantó en buena medida a la reconsideración» de los aspectos de los que hemos hablado antes. ¿Y cuáles fueron entonces tus criticas al marxismo? ¿Las mismas que sigues manteniendo?

  Como colectivo, la cuestión de la adhesión al marxismo pasó a considerarse como un asunto privado. Esto era así ya a finales de los ochenta. Había quienes se seguían teniendo por marxistas y quienes no hacíamos nuestra ya esa identificación.

Mi crítica al marxismo la desarrollé en el libro titulado La sombra de Marx, de 1993, subtitulado Estudio crítico sobre la fundación del marxismo (1877-1900).

El objeto principal de este último no era la obra de Marx, aunque una y otra vez hube de volver sobre ella, sino la ideología que, tras su muerte en 1883, se expandió bajo la denominación de marxismo. Vino a ser una construcción ideológica basada en la apropiación selectiva y simplificadora de las ideas de Marx, eludiendo lo que en ellas pudiera resultar contradictorio o marchar en distintas direcciones.

Esa ideología hizo las veces de una argamasa eficaz, no tanto en el amplio universo del socialismo europeo en su totalidad cuanto en el más restringido de los responsables de los distintos niveles de los partidos socialistas y, luego, comunistas.

Mis reproches han solido referirse, y en esto no he cambiado de opinión, al determinismo económico característico del marxismo como ideología (lo que hallamos en Marx es un determinismo más específicamente tecnológico); la dialéctica hegeliana; las pretensiones de constituir una ideología de base científica, lo que no es nada beneficioso ni para la vertiente ideológica ni para la posible dimensión científica; su arrogancia y su sectarismo intelectual; un espíritu ortodoxo esterilizante y enemigo de la disidencia; el sistema de autoridades intelectuales y de escrituras canónicas que siempre ha escoltado al marxismo…

Pero no continuaré con esta lista cuyos elementos deberían merecer una atención detenida que ahora no es posible concederle.

Déjame preguntarte sobre uno de estos aspectos, sólo sobre uno de ellos. ¿Qué tiene de horrible la dialéctica hegeliana?

  Horrible, horrible… quizá es mucho decir. No hace falta recordar que en la historia de la filosofía hay muchos artefactos problemáticos.   El edificio filosófico construido por Hegel es impresionante. Cuanto más se le lee, más asombra como creación mental. ¿Qué tiene de malo la dialéctica hegeliana? Lo primero qué es una ontología a priori que nos dice cómo es la realidad antes de haberla investigado, cosa que, en mayor o menor grado, ocurre con todas las metafísicas y que hasta cierto punto es inevitable en los procesos de conocimiento. Uno no investiga totalmente desprovisto de hipótesis o supuestos que pueden tener que ver con una metafísica. De ahí la conveniencia de afinar en la elección de los supuestos metafísicos. La hegeliana tiene en su contra, especialmente, que posee un carácter idealista (la idea se confunde con el ser) y se concibe como una ontología universal, presente en la naturaleza y en la historia, según la cual tanto el pensamiento como el ser se desarrollan de acuerdo con una secuencia ternaria: afirmación, negación, y síntesis o negación de la negación. Es un camino demasiado ambicioso y, a la vez, estrecho y rígido. A cada paso observamos procesos que no se ajustan a este movimiento dialéctico.

 

  Me atrevo con otro más. «Espíritu ortodoxo esterilizante y enemigo de la disidencia». ¿Hablas de Karl Marx, del compañero de Jenny Marx?

En general, cuando digo marxismo no estoy pensando en la obra de Marx sino en la ideología o ideologías de sus seguidores, que no es exactamente lo mismo. He señalado el espíritu ortodoxo como uno de los rasgos permanentes de las ideologías marxistas. Esto no se puede decir de Marx.

 

  Por lo demás, las cosas que has apuntado, algunas de ellas cuanto menos, ¿no han merecido críticas severas en la propia tradición?

Algunas, si. La propia ideología marxista se ha ido adaptando a los aires de cada época, no siempre con mucho tino, incorporando ciertas ideas que se han integrado en lo políticamente correcto de la izquierda, como ocurre con el feminismo o con el ecologismo.

Hablas de dos libros tuyos, y de tu voluntad de propiciar un pensamiento riguroso y autoxigente en los medios de izquierda de los que formas parte. ¿Qué medios son esos? ¿Ese pensamiento riguroso y autoexigente al que aludes no es o no debería ser marca de identidad de la izquierda en general?

  Esos dos libros son Crítica del colectivismo europeo antioccidental (2007) y Pensamiento crítico y conocimiento (Inconformismo social y conformismo intelectual) (2009). En ellos me detengo en algunos de las deficiencias intelectuales que considero más relevantes y nocivas dentro del mundo de la izquierda, que es al que pertenezco, el que me interesa y el que creo conocer mejor. La izquierda social es el medio en el que siempre me he movido y en el que sigo trabajando.

En los amplios movimientos sociales, y la izquierda ha sido y sigue siendo un amplio movimiento social, nunca ha estado muy extendido un modo de pensar riguroso y exigente.

Las cualidades de los movimientos sociales suelen ser otras: la capacidad para movilizarse, la constancia, unas buenas demandas políticas y sociales, la creación de espacios de solidaridad y de apoyo mutuo… Pero eso no quita para que quienes tienen mayores responsabilidades deban subir unos centímetros el listón de sus propias formas de pensar. De esto se trata.

Nunca ha estado muy extendido, afirmas, un modo de pensar riguroso y exigente. ¿Y eso por qué? Por lo demás, si pensamos en muchos nombres, conocidos por todos, de las tradiciones de izquierdas, el espíritu riguroso, exigente, ha estado más que presente. Te cito tres nombres: Lucio Magri, Manuel Sacristán y David Harvey.

Esos nombres y otros muchos podrían formar una amplia lista de personas que han impulsado formas de pensar verdaderamente autoexigentes. Pero hay que reconocer que el desarrrollo de esas formas de pensar requiere un esfuerzo arduo y una actitud insumisa a lo políticamente correcto que no son muy frecuentes.

A menudo son mejor recibidos unos estilos de pensamiento que reconfortan más y que cuestan menos esfuerzo. Una cosa es el inconformismo social y político, y la voluntad de cambiar las cosas, y otra difrerente el inconformismo intelectual, siempre menos extendido.

Por cierto, ¿qué significa ser de izquierdas para ti?

Antes que nada, es un modo de identificarse, de autoidentificarse, como parte de un campo social y, en alguna medida político e ideológico, contrario al campo conservador. Es el antagonismo con la derecha lo que define, antes que nada, a las personas de izquierda.

Si contemplamos la cuestión bajo el ángulo histórico, entiendo por izquierda el conjunto de personas y de instituciones (partidos, sindicatos, movimientos sociales, organismos culturales…) que, a diferencia de la derecha, hacen de la igualdad un ideal de primera magnitud y defienden políticas redistributivas y sistemas de solidaridad universal.

Te cito de nuevo para acabar: «aunque las cosas que observo cada día en muchos de los partidos europeos que se declaran de izquierda me provoquen un claro rechazo». ¿A qué partidos haces referencia? ¿Y qué cosas te producen un profundo rechazo?

Me ceñiré a Europa, donde encontramos un cuadro de problemas similares.

Por decirlo brevemente, mis rechazos van por dos lados: uno se refiere a aspectos destacados de las políticas de tantos partidos socialdemócratas, que desempeñaron un papel sobresaliente en el establecimiento del Estado del bienestar, la mayor conquista de la izquierda en su historia, y que hoy han sufrido un importante desgaste en cuanto al impulso social transformador. Sé que las alternativas al neoliberalismo económico, que tantos destrozos ha causado, no son fáciles en un mundo tan internacionalizado, en el que los intereses nacionales son muy dispares, y en el que la base social de la izquierda se ha desestructurado y debilitado en cierta medida en las últimas décadas. Pero lo cierto es que los partidos socialistas no están a la altura de los problemas que hoy tenemos delante y, en demasiados aspectos, se han inclinado ante los vientos predominantes.

Pero tampoco me gustan especialmente cosas que veo en algunos partidos situados más a la izquierda que, por un lado, no acaban de concretar políticas económicas alternativas capaces de ganar un respaldo social suficiente, aunque a veces hablan como si contaran con esas alternativas, y, por otro lado, se muestran muy complacientes con movimientos o gobiernos como la dictadura siria actual. Hay lastres que siguen pesando lo suyo.

El Estado del bienestar, la mayor conquista de la izquierda en su historia. ¿La mayor conquista? ¿Más, por ejemplo, que la revolución cubana, a la que creo que tú consideras una dictadura, o a la revolución bolivariana?

No vas descaminado.

Veo muchos defectos en las sociedades en las que se asentaron los Estados del bienestar, hoy rebajados en su función social. Pero, pese a todo, son la mejor combinación que conozco, o, si se quiere, la menos defectuosa, de libertades, derechos democráticos, autonomía individual, organización de la solidaridad y bienes sociales. No ignoro que una economía tan condicionada por el afán de lucro y por los poderes financieros es fuente de numerosas desigualdades e injusticias. Pero la mayoría de las sociedad, con su acción, alcanzó unos logros fundamentales que hoy están en peligro. No insistiré en estas ideas, nada originales, que he defendido en muchas ocasiones.

¿Que se pueda preferir la actual situación cubana o la venezolana a la de los mejores años de Gran Bretaña (me viene al recuerdo la que yo conocí en los años sesenta)? Solo se me ocurre aquello de «sobre gustos no hay nada escrito».

Tengo amigos partidarios del régimen cubano.

Aunque resulte chocante, algunos de ellos opinan que es una dictadura. Es lo mismo que pienso yo cuando veo un régimen de partido único (así reconocido en el artículo 5 de la Constitución cubana), no pluralista, que restringe gravemente las libertades y los derechos democráticos, y que tiene una ideología de Estado, que es el marxismo-leninismo. De cualquier modo, mis amigos se percatan, lo mismo que yo, de que el carácter dictatorial del régimen cubano se ha suavizado algo, a la vez que la economía está experimentando cambios visibles pero lentos: sospecho que la oligarquía gobernante teme dar cualquier paso que pueda poner en peligro su posicion. Los cambios, de momento, no apuntan hacia un modelo determinado.

Pero estos amigos que no niegan el carácter dictatorial del régimen cubano, y que lo aceptan, consideran que su transformación entrañaría demasiados riesgos, y que es preciso mantener el sistema político actual para afrontar las dificultades, entre ellas las resultantes del inexcusable bloqueo norteamericano. Esta relación para mi no resulta evidente ni mucho menos. Tenemos apreciaciones distintas sobre el particular. A diferencia de estos amigos pienso que el mantenimiento del régimen tal cual es no está justificado.

Entre mis amigos favorables al régimen cubano los hay que contemplan la cuestión de manera diferente. Niegan que se trate de una dictadura, insisten en que el pueblo cubano cuenta con libertades y derechos suficientes. Siempre me quedo con las ganas de saber qué entienden por dictadura. Lo que si percibo diáfanamente es que, en su idea del socialismo, no son necesarios más derechos que los ya reconocidos en Cuba.

A veces incluso sugieren que más dictatoriales que el régimen cubano son los sistemas políticos de Estados Unidos, Francia o Suecia, por citar algunos, achacando a la influencia de los poderes económicos y financieros una suerte de vaciado poco menos que total del carácter democrático de estos últimos.

Además de tener criterios, valores y exigencias diferentes, se diría que no hablamos de las misma realidad, ni cuando nos referimos a Cuba ni cuando lo hacemos a Europa.

En general, las discusiones sobre Cuba, siempre muy apasionadas, acaban en un callejón sin salida y cada cual sale con la misma idea con la que entró. Acaso con el tiempo, y si los cambios en Cuba van cobrando vida, sea posible una mejor comunicación.

Partidos socialistas, este es el término usado, que hoy han sufrido un importante desgaste en cuanto al impulso social transformador. ¿No eres muy generoso hablando de impulso social transformador? ¿El PSOE, por ejemplo, ha tenido impulso social transformador? ¿Lo ha tenido el laborismo más reciente o el SPD?

El laborsimo si lo tuvo. El Estado del bienestar británico tiene bastante que ver con lo que era el laborismo al terminar la II Guerra Mundial. El SPD también tuvo algunas responsabilidades en ese sentido. El PSOE hizo algunas cosas notables, como la instauración de la sanidad pública universal, que llegó con el Ministerio de Ernest Lluch a comienzos de los ochenta. Algunas de las medidas del primer Gobierno Zapatero, que están en la mente de todos, tampoco se pueden ignorar. Mis críticas no se limitan al sometimiento a las ideas económicas hegemónicas en Europa, particularmente desde mayo de 2010, sino que se extienden a la falta del necesario reforzamiento de la función redistributiva y del gasto social cuando las cuentas del Estado eran más propicias. Viniendo de donde veníamos, era obligado hacerlo, como también lo era haber comenzado a pinchar (por lo menos comenzado, digo) la burbuja inmobiliaria. Y no se hizo.

Entiendo, por lo que dices, que grupos como Syriza o IU o Die Linke, o Podemos, por ejemplo, no cuentan en tu opinión con políticas económicas alternativas con posibilidad de arraigo social suficiente.

  Los programas de los partidos gobernantes tienen el inconveniente de que cuando no se cumplen, algo nada raro, como sabemos, no motivan ninguna penalización, como no sea que algunos de los electores de esos partidos dejen de votarles en la siguiente ocasión.

El trabajo programático de los partidos que defienden cambios de más envergadura es muy difícil. Hace varias décadas había modelos alternativos. Podrían gustar más o menos, pero había modelos. En la actualidad faltan. No hay alternativas generales cuyos elementos parciales estén bien ensamblados, con unos costes cuantificados y apoyados en una base empírica suficiente.

Para los partidos que no tienen expectativas de gobernar es muy fuerte la tentación de incluir objetivos a la medida de los sectores cuyo voto se intenta atraer, aunque no estén bien resueltos los problemas que conlleva su cumplimiento, ni estén efectivamente articulados en un cuadro de conjunto y sean nulas las posibilidades de confrontarlos con la realidad. De hecho no están sometidos a la perspectiva de su realización porque los partidos que los han acordado no están pensando en llegar al gobierno.

Gracias. Seguimos con un nuevo capítulo.

 

[*] La cinco primeras partes de esta entrevista puede n verse en rebelión.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes