Un comentarista de TVE resaltaba lo épico que puede llegar a ser un partido de tenis. «Es el drama del tenis», repetía insistentemente cuando a uno de los millonarios titanes le masajeaban el muslo a causa de los calambres. «Drama» y «héroes» – muy bien pagados- en un espectáculo para ricos en la Francia que […]
Un comentarista de TVE resaltaba lo épico que puede llegar a ser un partido de tenis. «Es el drama del tenis», repetía insistentemente cuando a uno de los millonarios titanes le masajeaban el muslo a causa de los calambres. «Drama» y «héroes» – muy bien pagados- en un espectáculo para ricos en la Francia que lucha contra los contratos basura. Como rehenes de alguna campaña de propaganda subliminal nos hemos ido acostumbrando a que se manejen conceptos de una manera tan inercial como equivocada, cuando no peligrosamente suicida. Nos han adiestrado para que resulte relativamente fácil confundir «su» Estado de Derecho con un compendio de reglas de juego inventadas y aceptadas por todos y no adivinar que es la expresión suprema de convivencia impuesta por el capital; se habla de los demócratas, con el Partido Popular y el Psoe al frente, en contraposición a esas hordas de las izquierdas que pretenden participar en la toma de decisiones más allá de las consabidas componendas electorales; emplean rentabilidad entendida sólo desde su enfoque más economicista y, por lo tanto, absuelta de cualquier desviación social; sustentan el desarrollo sostenible únicamente en consignas propagandísticas mientras se depredan con saña los ecosistemas; mantienen que hacer negocios con las oligarquías autóctonas es la única forma de cooperar para el desarrollo de los pueblos.
Sobre negocios y campañas publicitarias, el que fuera aprendiz de nazi y actual gestor de El Vaticano no ha dudado en promover una campaña en la que los valores del catolicismo y su propia imagen -cada vez más parecida a la del cómico que lo parodia en Buenafuente que a sí mismo- se estampen en radios, relojes, gorras, camisetas y hasta en botellas de vino. Será en Valencia, ombligo de la familia cristiana por unos días, donde seguramente el Todopoderoso mirará para otro lado, sin condenar a nadie por mandarse un lingotazo de Rioja siempre que rece el padrenuestro impreso en la etiqueta. Se podrán oir las prédicas de Jiménez Losantos, algunas incluso figurarán en miniatura sobre el tricornio del Ratzinger que aparece en el sintonizador de esas coquetas radios. Tampoco le va a la zaga la Alemania del Mundial donde se entremezclan la efigie de Benedicto XVI impresa en balones, bufandas y silbatos con artilugios y brebajes dedicados a divinos placeres terrenales. La publicidad y el merchandising han sustituido a los púlpitos y los reposados discursos han dado paso a las consignas, como sucede en la política.
Aquí, en estas peñas atlánticas, la OTAN se empeña en demostrar que todos los misiles, bombas, cañones, destructores, fragatas, bombarderos y cazas que participan en las maniobras Steadfast Jaguar entre Canarias y Cabo Verde son instrumentos creados para la ayuda humanitaria. Este jaguar «inquebrantable» -nada menos que diez mil hombres armados hasta los dientes- es la apuesta de la OTAN por marcar un antes y un después en la ayuda humanitaria entendida como un impedimento necesario para que la miseria, o mejor, para que los miserables de África no puedan siquiera salir de sus costas. Es conocida la trayectoria caritativa de la OTAN, habría que recordar los daños colaterales en la devastada Yugoslavia o los miles de muertos causados por su humanitario bloqueo a Iraq, sin olvidar el encomiable trabajo sucio que realiza para la lucha imperial en el frente afgano. Nadie señala que el objetivo de estas filantrópicas maniobras -con el despliegue de las fuerzas de intervención rápida (NRF)- es el desvergonzado control militar de los recursos africanos considerados vitales para EE.UU. y Europa, además de la vigilancia y protección de las inversiones -cincuenta mil millones de dólares- que las multinacionales están realizando en el Golfo de Guinea. Los xenófobos parlamentarios que demandaron la acción urgente de la Armada no cabrán de gozo ante la posibilidad de que la OTAN decida finalmente hacer parada y fonda por aquí, consolidando el campamento base de la xenofobia y el racismo. Mientras sucede esto, aquí sigue languideciendo el «OTAN no, Bases Fuera».
Algunos ya han aprovechado la visita de la OTAN para reclamar que se construya de una vez una nueva Naval en Las Palmas, dinero para los de siempre y cemento para La Esfinge en la Isleta, un paraje virgen de gran interés ecológico. Para el Presidente de Canarias la presencia crónica de la OTAN, el desarrollismo infernal impuesto por el Tripartito ultraperiférico o la devaluada democracia que se vive en estas islas no deben ser tan perniciosos como la desmesura de la inmigración y el «chirrido que puede producir el sistema a causa del fenómeno demográfico» (sic). Con esta lógica y ante la imposibilidad de hacer entender a los africanos hambrientos de «consumo» la letra pequeña de la propaganda capitalista, donde se estipula que el lujo y el glamour destilado por series y documentales sobe el modo de vida gringoeuropeo no está al alcance de cualquiera, y menos de ellos, los últimos en llegar, se hace inevitable combatirlos, repelerlos, expulsarlos lejos -a los niños también- porque a (pre) juicio de Adán Martín «las desmesuras siempre se pagan a medio y largo plazo». Y lo dice él, que lleva más de treinta años de desmesura en desmesura.