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Monarquía, República, Devolución

Fuentes: Rebelión

  En septiembre, cada año, huele a Chile, escribíamos durante la dictadura del milico felón por excelencia del siglo XX, ahora «en el cajón, por fascista y por ladrón», coreaban los chilenos hace cuatro meses en la Plaza de la Virgen de Valencia. Mas en España, cada abril, huele a República. Y miren: hay en […]

 

En septiembre, cada año, huele a Chile, escribíamos durante la dictadura del milico felón por excelencia del siglo XX, ahora «en el cajón, por fascista y por ladrón», coreaban los chilenos hace cuatro meses en la Plaza de la Virgen de Valencia. Mas en España, cada abril, huele a República. Y miren: hay en «british politics» una enjundiosa palabra o concepto que atañe a la articulación del Reino Unido): es el término «Devolution«, y su verbo «devolve«, en relación a «Northern Ireland«, y también a Escocia y Gales, implicando un paradigma de restitución o reintegro. A lo que uno, tras algo estudiar la Historia, la Política y el Derecho anglosajón, halla concomitante tal término (traducible por devolución; o «devolució«, en nuestra lengua mediterránea) para definir el horizonte de una III República Española.

Concomitante por cercanía semántica, no por parecido con la palabra inglesa, pues el torpe criterio de traducción «literal» ignara sabrán ustedes que lleva a colosales mamarrachos («rape» no es un pez sino violación sexual, «deception» significa engaño o truco, no decepción, y «constipation«, mayormente, estreñimiento).

Devolución, a la que nos referimos, de una parte de la soberanía o señorío político a los ciudadanos, retenida por la Corona. Con el anacoluto democrático de que el pueblo puede elegir –directamente o a través de sus representantes– la totalidad de los cargos públicos, a los cuales, por ende, paga, sufraga… menos el más alto de todos, el de Jefe del Estado.

Devolución o retorno. Porque, residiendo esa soberanía o poder primigenio en la nación, en sus mujeres y hombres, sucede aquí como con la dignidad o la virginidad, que sólo pueden tenerse enteras. Devolución, «autrement«, porque la República dos veces llegó democráticamente y sin gota de sangre, y dos fue fusilada, por quienes se apropiaron de las armas que no eran suyas (las tenían en depósito) sino del pueblo, para volverlas contra la voluntad de éste y contra su integridad física y moral. La II República, en particular, fue violada y muerta por una novísima Inquisición (España ha mirado casi siempre atrás, hacia el privilegio y la reacción, y hubo autos de fe inquisitoriales, «asesinatos jurídicos», hasta bien entrado el siglo XIX, así el del noble maestro valenciano Cayetano Ripoll, de la huerta de Russafa), por una retoñada inquisición o coyunda de armas desertoras e incultura atroz (ejemplo inigualable de esta juntura, el brutal Millán Astray frente a Unamuno; ¡ay, el diagnóstico del manco: el tullido tiende a tullir!). Una vez aún, lo más rancio del pensamiento «nacional-católico» yendo a sepultar la esperanza y el futuro digno, representado por el pensamiento liberal-popular, liberal-republicano.

En suma, optar por la República no es sino defender la Democracia. El fin natural de una sociedad democrática es la República, la monarquía resulta un límite a la democracia, siendo impedimento al fundamental principio de igualdad ante la ley (Art. 14 de la Constitución), con cargos y funciones públicas –Jefe del Estado, Sucesor en dicha Jefatura, etcétera– a los que no puede optar todo ciudadano, y para los que no puede ser elegido; afectando incluso al sagrado derecho de participación política (Art. 23). Con algunos ciudadanos poseyendo per se, por nacimiento, rango superior al de los demás. Con puestos públicos hereditarios, como en el Medioevo o el Estado Absoluto.

La monarquía actual, si fuera poco, fue impuesta por el dedo todo menos limpio de Franco, a su arbitrio, sin que, ni en vida del césar marroquí ni muerto, hayamos oído al monarca desdecirse de su vinculación con el dictador fascio-clericalista-militarista-bonapartista. Y no basta alegar que la monarquía fue aprobada a través de la Constitución. Porque la «transición», junto a perfiles de notable progreso, tiene otras caras, así la de pacto forzoso entre franquistas y demócratas, hecho bajo demasiadas coacciones de aquéllos: o los demócratas tragaban muchas cosas intragables, ingerían el paquete entero, o no habría democracia sino más dictadura y cárcel. Se tragó incluso situar, ubicar a la Corona, en la Constitución, antes que las Cortes, caso inédito en dos siglos de constitucionalismo hispano. Se ha tragado la traición hasta hoy a los últimos soldados de la República, los guerrilleros antifascistas o maquis, que son héroes patriotas en toda Europa, con medallas, pensiones, rango militar, en la Europa ex comunista del Este y en la Occidental liberal-capitalista, en toda menos en España, donde todavía son bandoleros. Se ha preterido a la Unión Militar Democrática, huérfana de un reconocimiento público-institucional. Incluso nos niegan la cruz de años de servicio a los militares de dicha UMD, mientras se la han otorgado (me parece que prevaricando, pues el Reglamento dispone no concederla a quienes no hayan observado, toda su vida militar, «la más intachable conducta», sic) a condenados a años de prisión, con sus correspondientes antecedentes penales, por la rebelión del 23-F, incluso al oficial que pegó a Gutiérrez Mellado. Todo lo cual suena a ley del embudo, a transición sin terminar; o con guetos, agujeros negros. Igual que tener a Franco cabalgando en la «capitanía general» de Valencia, y su escudo fascistoide sobre la puerta principal de la misma, mas ni una calle de Valencia para el hombre de honor, gran militar, gran católico, el general valenciano Vicente Rojo Lluch, jefe del Ejército de la II República. Suena a interinidad. Y es que, desde el posible respeto personal a Don Juan Carlos, la gran, la inmensa interinidad es aquella en que se encuentra y se hallará España mientras no se celebre un referéndum monarquía/república. No pedimos más de lo que hubo, democráticamente, en Italia o Grecia, tras sendas dictaduras en monipodio o apaño con el monarca. Queremos una reconciliación plena, no parcial, sin agujeros negros. Y que sea tan imposible un general Mena conminando al Parlamento como lo es en Suecia, Inglaterra u Holanda.

 

 

* José Luis Pitarch es miembro de la Junta Directiva de Unidad Cívica por la República