El histórico dirigente del PSUC Gregorio López Raimundo ha fallecido a los 93 años en su casa de Barcelona, según han confirmado fuentes de ICV. López Raimundo era el marido de la escritora y militante del PSUC Teresa Pàmies y padre del escritor Sergi Pàmies. Nacido en Tauste (Zaragoza) en 1914, inició a los 20 […]
El histórico dirigente del PSUC Gregorio López Raimundo ha fallecido a los 93 años en su casa de Barcelona, según han confirmado fuentes de ICV. López Raimundo era el marido de la escritora y militante del PSUC Teresa Pàmies y padre del escritor Sergi Pàmies.
Nacido en Tauste (Zaragoza) en 1914, inició a los 20 años su militancia política en las Juventudes Socialistas. En 1936, participó en la creación de las Juventudes Socialistas Unificadas y se afilió al PSUC.
Durante la guerra civil, fue comisario político en el frente de Aragón, y se exilió al finalizar el conflicto. En 1956 fue designado máximo responsable de organización del PSUC y en 1965 fue elegido secretario general, alternando la actividad clandestina en Catalunya con estancias en el extranjero.
Medalla de oro de la Generalitat
Tras la legalización del PSUC en 1977, fue elegido presidente del partido y elegido diputado en los primeros comicios generales. Desde su cargo, apoyó las tesis eurocomunistas de Santiago Carrillo. El fallecido se retiró de la política en 1985.
Ha publicado el libro Escritos. Cincuenta años de acción (1937-1988) y las memorias Primera clandestinidad. En el 2005, fue condecorado con la medalla de oro de la Generalitat.
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López Raimundo: la dignidad comunista
El pasado día 17 de enero el presidente Pasqual Maragall entregaba la medalla de oro de la Generalitat de Catalunya a Gregori López Raimundo, el veterano dirigente comunista que condujo el PSUC, Partit Socialista Unificat de Catalunya, en los años más duros de la dictadura franquista y que llegó a ser su secretario general y presidente. Su aportación fue decisiva para hacer de ese partido el eje de la resistencia antifascista y para poner las bases de la conquista de la libertad, aun con las hipotecas que la democracia tuvo que admitir a finales de los años setenta, hace ya más de un cuarto de siglo.
La temprana incorporación de López Raimundo a la militancia comunista, en las Juventudes Socialista Unificadas, durante los años de la Segunda República, su participación en el frente de la guerra civil contra la revuelta fascista de 1936; el amargo exilio, tras la derrota, en Francia, México, Colombia; su retorno a la difícil clandestinidad de los años cuarenta, cuando volvió a Cataluña para dirigir el PSUC en momentos especialmente duros y amargos, en 1947, cuando se alejaba la esperanza de la recuperación de la libertad tras la derrota de Hitler y Mussolini, ilustran su recorrido vital. Después, llegaría su detención, en 1951, tras la huelga de los tranvías, las torturas, la cárcel y la expulsión de España, el retorno, otra vez, a la vida clandestina, y los años de la agonía del régimen. Su vida se resume en tres años de guerra, catorce de exilio, veinte de clandestinidad y tres de cárcel. Su excepcional aportación al combate por la dignidad humana estuvo siempre salpicada por la desaparición y el asesinato (a manos de la policía y del ejército franquista) de numerosos militantes comunistas, a quienes Puig Pidemunt puede dar nombre, todavía hoy enterrado en las tinieblas del olvido, y a los que la democracia actual debe una reparación inaplazable. Porque López Raimundo, (junto con tantos comunistas, y anarquistas de la CNT, entre otros, exponentes de lo mejor de las tradiciones obreras del país) se negó siempre a aceptar la derrota, a resignarse a la vida impuesta por los correajes falangistas, los burgueses vengativos y los estraperlistas corruptos que se adueñaron de España repartiéndose el botín de la victoria fascista en la guerra civil española.
El acto, sobrio, y la propia iniciativa de conceder la máxima distinción catalana a López Raimundo, honraban así al gobierno del tripartito catalán, porque gestos como ese son imprescindibles para no olvidar de dónde venimos y quiénes somos. El acto, además, transcurrió en catalán y castellano, como si fuera un reflejo inadvertido, preciso, de la realidad del país. Porque el PSUC unió lo mejor de la tradición obrerista catalana con las energías de la inmigración del resto de España: los comunistas fueron quienes hicieron posible la forja de una nueva sociedad, integradora, civil, abierta al mundo, aunque ahora, a veces, parezcan resucitar de nuevo fantasmas del pasado.
Por eso, allí, en el salón donde se celebró el homenaje, estaban muchos protagonistas de esa historia, que no podían dejar de acompañar al veterano dirigente del PSUC: desde los fiscales Mena y Villarejo, hasta el secretario general del Partido Comunista de España, Francesc Frutos, pasando por muchos de los participantes en la lucha por la libertad (entre ellos, de manera destacada, Teresa Pàmies), que asistían serenos pero también emocionados por la dignidad comunista que siempre ha caracterizado a López Raimundo. Algunos, comentaron en los pasillos la propia evolución del PSUC, el partido heroico de la guerra y la resistencia, el partido imprescindible de la lucha por la libertad en los años sesenta y sesenta, el inicio de la autodestrucción en los ochenta, y tal vez por eso (y el deliberado olvido es relevante) nadie citó en los parlamentos a Rafael Ribó, protagonista de la etapa más oscura del PSUC, cuando, siendo su principal dirigente, el hoy síndic de greuges malgastó sus energías en intentar enterrar el PSUC. Casi lo consiguió. Pero esa es otra historia.
Maragall, que cerró el homenaje, afirmó que su gobierno era heredero de la tradición del PSUC, consciente de que en ese partido se congregaron las fuerzas más honestas, más vivas de la sociedad catalana, y se hizo una curiosa pregunta: ¿por qué no pueden unirse los socialistas de Raventós, los ecosocialistas de ICV (hoy ya desligados de su pasado común con López Raimundo y el comunismo), y los comunistas del actual PSUC?, pregunta que eludió contestar, aunque ese asunto también es otra historia. Como signo de los tiempos, sobre algunas cuestiones los intervinientes casi pasaron de puntillas: la identidad comunista del PSUC («vinculación», dijo el historiador Borja de Riquer, como si le temblaran las palabras, como si el PSUC hubiera tenido una relación ocasional con el comunismo: el PSUC, precisamente, que se adhirió a la Internacional Comunista desde su fundación y que fue el único partido que no representaba a un Estado que tuvo personalidad y presencia propia en la Internacional Comunista, en los años del infierno hitleriano), o la vigencia de la ideología comunista y del socialismo como horizonte.
Todos los que intervinieron citaron los versos de Raimon y aludieron a la indudable honestidad y generosidad de López Raimundo, quien llegó a afirmar, en las palabras que leyó su hijo Antoni, que recogía sin mala conciencia la distinción porque sabía que, con ella, más que a él, se honraba al PSUC y a tantos hombres y mujeres que dieron lo mejor de sí mismos por la libertad y el socialismo. Sus palabras tuvieron un enorme contenido político: si la conquista de la libertad fue trascendental, afirmó, hoy no pueden seguir dejándose en el olvido a quienes padecieron la injusticia y la infamia, y debe iniciarse la revisión de las condenas de tantos miles de víctimas (solamente en Cataluña, todavía viven 40.000 personas que fueron perseguidas por el fascismo) y la anulación de las sentencias, como en el caso de Julián Grimau, Lluís Companys o Puig Antich, por citar algunos.
El decreto de la Generalitat dice que la medalla a López Raimundo es «en reconocimiento de su trayectoria cívica y política al servicio de Cataluña». También, no era necesario recordarlo, en su compromiso con los trabajadores, con la libertad, la república y el socialismo. Es curioso: quienes estábamos allí, en la Generalitat, mientras escuchábamos las palabras de López Raimundo, leídas por su hijo Antoni, no podíamos por menos que fijarnos en un intruso (ya me disculparán los monárquicos) que gobernaba el gran salón: el retrato de cuerpo entero de Juan Carlos de Borbón ponía un guiño amargo (tal vez, un recordatorio imprescindible, para que sepamos hasta dónde hemos llegado y el trayecto que falta por recorrer) entre tantos protagonistas de la lucha antifranquista que llenaban el salón. Porque no es desdeñable lo conseguido, pero no hemos llegado, ni mucho menos, al final.
Gregori López Raimundo, que una vez fue expulsado de España por la vesania fascista, volvió, clandestinamente, para seguir luchando, para ver un día la Generalitat recuperada, para acariciar el sueño de la digna república española, para proseguir el esfuerzo por el socialismo, cuestiones que siguen estando presentes y que es probable que sean más vigentes que nunca. Cuando los asistentes nos fuimos, la dignidad comunista y la sonrisa de López Raimundo parecían evocar las notas de la Internacional fraterna y solidaria, la ternura que se hacía canto, como en el verso de Neruda, el escalofrío de quienes resistían en las fábricas o en las cárceles, guardando en la memoria el recuerdo del sacrificio obrero, cuyos hombres y mujeres más dignos, en los campos de concentración o en las prisiones, aplastaban hasta quedarse sin uñas los piojos de la mugre franquista, mientras guardaban una vieja, y joven, bandera tricolor y acariciaban un horizonte nuevo que, López Raimundo lo sabe, llegará.