El pasado 9 de agosto las calles a lo largo y ancho de Estados Unidos se llenaban de homenajes, actos y manifestaciones para recordar la muerte del joven afroamericano Michael Brown a manos de la Policía. Los disturbios y la violencia policial se sucedieron en distintas partes del país. Ayer martes, un suceso nos tocaba […]
El pasado 9 de agosto las calles a lo largo y ancho de Estados Unidos se llenaban de homenajes, actos y manifestaciones para recordar la muerte del joven afroamericano Michael Brown a manos de la Policía. Los disturbios y la violencia policial se sucedieron en distintas partes del país.
Ayer martes, un suceso nos tocaba más de cerca. En medio de una macrooperación policial en la localidad tarragonesa de Salou, Mor Sylla caía al vacío desde un tercer piso, muriendo al instante. Se trataba de un migrante de origen senegalés, de 50 años que llevaba ya veinte como vecino de Salou.
La Policía había irrumpido en ése y en dos pisos más hacia las seis de la mañana bajo orden judicial con la sospecha de que eran viviendas vinculadas con ‘una red dedicada al top manta’.
La versión de los Mossos d’Esquadra fue que el fallecido saltó por la ventana justo cuando los agentes entraban por la puerta, sin que estos llegaran a estar de ningún modo involucrados en la muerte.
La comunidad senegalesa, familiares y amigos, comenzaron a concentrarse en la Plaza de Sant Jordi, culpando a las autoridades de la muerte y reclamando la liberación de los doce detenidos en la redada de la mañana. Exigían también que el cónsul senegalés inspeccionase el levantamiento del cadáver, pero la Policía intervino para llevárselo rápidamente, desoyendo las demandas, lo que dio comienzo a los enfrentamientos que desenvocarían en disturbios.
Las líneas de tren tuvieron que ser cortadas. Más de 24 personas heridas, barricadas de contenedores, lunas de coches policiales rotas y el pavimento levantado son los escenarios dejados por la rabia y la impotencia.
A raíz de los disturbios, la red de microblogging Twitter estalló en indignación por parte de los simpatizantes de manifestantes y Policía. Esto ha llevado a la aparición de varios twitts racistas, especialmente en cuentas de policías o cercanas a los Mossos, que condenaban los disturbios y se solidarizaban con la policía.
Desde la otra parte, mucha gente clamaba apoyando a la comunidad senegalesa, consciente de la persecución y acoso que viven a diario. Además, en un lugar como Catalalunya, donde la Policía acumula más denuncias por abusos o malos tratos que en ningún otro lugar del Estado y los casos de torturas y asesinatos inundan el historial de los Mossos d’Esquadra, a la gente le cuesta creerse la versión policial.
Es una historia que ya suena tristemente familiar, además de que la Policía suele negar toda responsabilidad por sistema, lo que reduce aún más su credibilidad.
Mucha gente ha recordado también que este cuerpo de policía autonómico suele grabar en vídeo sus actuaciones, en concreto las entradas en domicilios, lo que ha llevado a medios como Catalunya Plural a solicitar las grabaciones para probar la versión policial. La petición ha sido respondida con el más absoluto silencio.
El representante de la comunidad senegalesa dejaba claras las dudas albergadas por sus compatriotas con respecto al hecho de que Mor se hubiese tirado por la ventana. «Alguien que lleva veinte años viviendo en Salou y que ha sido detenido mil veces no va a saltar sólo porque vayan a entrar en su casa (…), no se va a tirar por unas camisas».
El hermano de Mor declaraba en la misma tónica: «Un vecino le oyó gritar al caer, y alguien que se tira voluntariamente no grita». Por su parte, ha interpuesto una denuncia contra los Mossos a la espera de que se abra una investigación para clarificar lo ocurrido.
En cualquier caso, los detalles de lo que pasó en el domicilio no son lo realmente destacable en esta situación, ni el problema de fondo. No es relevante si Mor se tiró o lo tiraron.
Lo que importa es que es un muerto más, una víctima de un sistema de exclusión que ha hecho estallar la rabia a quienes no pueden más. La cara más visible de la violencia policial, económica, social y política que viven los trabajadores del top manta, los africanos y los inmigrantes.
En este sentido se han pronunciado colectivos como el Espacio del Inmigrante de Barcelona, Tanquem els CIE o la propia CUP, que ha sacado un comunicado en el que declaran que:
«Aún no se saben las circunstancias concretas de la muerte, pero sí que contextualmente vienen directamente derivadas de las políticas racistas, excluyentes, xenófobas y de apartheid que hace tiempo que impulsan la Unión Europea, el Estado español, el gobierno de la Generalitat y muchos ayuntamientos locales».
También interesante es el comentario hecho en Twitter por el regidor barcelonés Jaume Asens, de Barcelona en Comú.
Lamentable. La persecució policial a Salou contra top manta acaba amb senegalès mort. Tots en som còmplices! (uns més que altres)
– Jaume Asens #BCNComú (@Jaumeasens) agosto 11, 2015
Especialmente por el hecho de que nos recuerda la responsabilidad de la clase política, pero también la de toda la sociedad civil catalana, española y europea.
Nuestra complicidad con las políticas coloniales que las multinacionales, ejércitos y nuestros gobiernos implementan en los países africanos, que obligan a miles de habitantes de ese continente empobrecido a huir de la miseria y buscar refugio en el continente que se lo ha robado todo.
Cómplices con las políticas de cierre de fronteras que provocan que los migrantes y refugiados tengan que arriesgar la vida cruzando mares o saltando vallas para conquistar su derecho a la movilidad. Cómplices con las políticas de segregación que interponen multitud de fronteras invisibles dentro de nuestras sociedades, en nuestros barrios, en los hospitales, en el trabajo, en las playas, impidiendo el derecho ‘a existir’ a aquellos trabajadores extranjeros calificados de «ilegales».
Entrevistados, algunos vecinos de Salou decían haber pasado miedo durante los enfrentamientos y se quejaban de que algunos escaparates se habían roto y el mobiliario urbano había sufrido desperfectos.
Tan de espaldas vivimos a la realidad de violencia que los europeos imponemos al resto del mundo, que cuando alguien desesperado lleva a la calle la realidad de violencia que padece a diario nos escandalizamos; pidiendo que vuelva la normalidad a nuestras vidas en las que nosotros nos sentimos cómodos y seguros, en la que nosotros somos los protagonistas. Incluso si esa «normalidad» conlleva de por sí violencia para los demás.
Justo el mismo día que pasaba esto en Salou, la policía griega de la isla de Kos vaciaba un extintor sobre una multitud de refugiados sirios que pedían recibir documentos que les permitieran moverse de la isla. El mismo día se suspendía en funciones a un agente que el día anterior había sacado un cuchillo y tratado a empujones a varios refugiados. Miles se apelotonan en la isla y las autoridades han intentado concentrarlos en un campo de fútbol ante la saturación, pero siguen sin darles salvoconductos.
Ferguson, Salou, Kos. Sucesos en partes del mundo que a pesar de las distancias y los contextos tienen mucho en común. Las tres situaciones están provocadas por el racismo de una sociedad, la occidental, que a pesar de los años y los lavados de cara no ha conseguido superar su pasado colonial y se sigue creyendo el centro del universo.
Las tres son situaciones provocadas por la violencia policial, que es la cara más visible y amarga de un sistema opresor que ejerce la violencia desde los aparatos institucionales de forma cotidiana y sistemática contra los más débiles, los descastados, los marginados.
Y las tres son situaciones que dejan ver que las llamadas «democracias occidentales» son en realidad sistemas políticos profundamente racistas, desiguales y que esconden una realidad muy violenta bajo su máscara de bienestar y paz social. Que esconden la exclusión de una gran parte de su población en base a los ‘derechos de ciudadanía’, que no es otra cosa que la forma moderna de dividir a los humanos de primera de los humanos de segunda. De aquellos que estan en la zona del Ser, de los que están fuera de ella, que diría Fanon.
En los años setenta, eran los presos políticos los que ‘saltaban misteriosamente’ por las ventanas de las comisarías o de los pisos francos. Hoy son los inmigrantes.
El hecho de no hacer nada para combatir esta situación es ser cómplice de la barbarie, y es muy ingenuo pensar que podemos continuar viviendo en nuestra posición de privilego, viendo cómo el mundo o mejor dicho otros mundos, se hunden a nuestro alrededor sin que la sangre nos salpique. O por lo menos, los cristales de algún escaparate roto.
Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/libertades/27515-muerte-accidental-africano.html