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Reseña de Mujeres encarceladas, de Fernando Hernández Holgado

Mujeres en la memoria histórica democrática

Fuentes: Rebelión

Fusiladas, presas, y relegadas por el oscurantismo franquista. Mujeres que han sido y son un bastión de la dignidad y de la resistencia republicana antifascista. Heroínas desconocidas y ahora recuperadas para romper los muros de ignorancia levantados por el franquismo y sus continuadores. Heroínas también condecoradas en Francia, no aquí. Gracias al esfuerzo de las […]

Fusiladas, presas, y relegadas por el oscurantismo franquista. Mujeres que han sido y son un bastión de la dignidad y de la resistencia republicana antifascista. Heroínas desconocidas y ahora recuperadas para romper los muros de ignorancia levantados por el franquismo y sus continuadores. Heroínas también condecoradas en Francia, no aquí. Gracias al esfuerzo de las organizaciones republicanas hoy ocupan un espacio en la historia, son ejemplos para el presente y para el futuro de justicia social por el que se trabaja.

El libro «Mujeres encarceladas», de Fernando Hernández Holgado, en Ediciones de Historia Marcial Pons, rinde homenaje a éstas mujeres enseñando su valía humana, social y política, poniendo de relieve el carácter con el que defendían los valores republicanos de antifascismo, solidaridad e igualdad, en lo cotidiano y frente a sus asesinos. Bertolt Brecht las denominaría «mujeres imprescindibles».

El libro se abre con una canción satírica compuesta y cantada por las presas de Ventas en la que resumen las condiciones de vida a las que las sometían los directores de prisiones, las monjas de todas las congregaciones religiosas, que hacían de carceleras, y las mujeres extraídas del más puro fascismo para hacer de funcionarias de prisiones. ¿Cuáles son las implicaciones de todos los gobiernos que han pasado para que ninguno haya querido levantar el manto que borra a todo el Estado «anterior» y en concreto a semejantes personajes?

El autor comienza haciendo una reflexión sobre las cárceles como objeto de estudio histórico, y en ella señala que el número de los prisioneros de la guerra «sobrepasaba ampliamente las 300.000 (trescientas mil) personas, y señalando el hacinamiento de prisioneros apunta el caso de la Prisión de Barcelona, la Prisión Modelo, como «la más poblada de Europa e incluso del mundo».

Fernando Hernández Holgado nos transmite lo sucedido en la cárcel de Ventas en el periodo que va del final de la guerra en 1939 hasta 1941.Pone en primer término y como referencia de la voluntad republicana a Victoria Kent, Directora General de Prisiones nombrada por el gobierno de la República en 1931, primera mujer que en España y en el mundo ocupó un cargo así. La reforma de Victoria Kent tenía el propósito de cambiar la concepción de la cárcel como centro de castigo infernal impuesto por la monarquía, para hacer de semejante antro un centro en el que las personas internas iban a aprender, a mejorar sus condiciones para salir al mundo y poderse ganar la vida con dignidad. El triunfo del fascismo hizo volver a la edad media a ese conjunto social que en la República había crecido en esperanza de cambio a un mundo más justo, y las cárceles se convirtieron en lugares infernales.

Entrelazadas con el análisis histórico el autor vierte las aportaciones personales de las presas, aportaciones que se han recogido en libros, entrevistas, cartas, declaraciones, que construyen una visión imborrable del franquismo y depositan en el lector la idea clara de lo que es una dictadura, de lo que fue el franquismo, cuya crueldad era fruto del esfuerzo de las gentes fascistas.

Fernando Hernández Holgado destaca los textos «memorialísticos» escritos por mujeres que se hace necesario tener en cuenta; el autor de «Mujeres encarceladas» considera el principal de ellos, por la cantidad de información que le ha aportado, el de la militante comunista Tomasa Cuevas, dos volúmenes, titulado «Cárcel de Mujeres. I y II», además de «Mujeres de la resistencia». Tomasa Cuevas recorre la Península entrevistando a presas y nos da a conocer la vida en los centros de reclusión fascista. A continuación señala la novela-testimonio de Juana Doña: «Desde la noche y la niebla»; el de Mercedes Núñez: «El Carretó del Gossos» (La carretilla de los presos); el de Consuelo García: «Las cárceles de Soledad Real»; el de Ángeles Malonda: «Aquello sucedió así»; el de Ángeles García Madrid: «Réquiem por la libertad»; el de Josefa García Segret: «Abajo las dictaduras»; el de Carlota O´Neill: «Una mujer en la guerra de España»; el de Pilar Fidalgo: «Une Jeune mere dans las prisons de Franco».

Desde ahí y desde otro buen número de lecturas expuestas en el apartado bibliográfico, parte el estudio de las cárceles franquistas en general y la de Ventas en particular.

Para Victoria Kent los principios sobre los que levantar la transformación de quien delinquía eran la educación en valores sociales con el aprendizaje y la formación profesional en los centros, como medio para ganarse la vida, y la aconfesionalidad de las instituciones, para dejar a cada uno sus creencias e impedir imposiciones. Para los fascistas su método parte de la usurpación de la existencia como persona, con lo que castigan a quien ha delinquido con la degradación, la alienación el miedo y el desprecio social, descargando sobre ella todo un peso que no le facilite la participación en la sociedad.

Victoria Kent escribía siguiendo a Manuel Bartolomé Cossio: «Vayamos a la cárcel como va el maestro a la escuela: con el deseo de volcar nuestro espíritu, con el propósito de despertar las almas, llevando por lema las palabras de Cossio: «Para la educación del peor, los mejores», a ello iremos. Mucha labor queda por hacer; ardua es la tarea y no obra de un día (…)».

En su trabajo por dignificar al preso proyectó la construcción de la cárcel de Ventas, que no pudo terminar en el poco más de un año que estuvo al frente de la Dirección General de Prisiones; pero sí cerró algunas cárceles que estaban en condiciones deplorables; aumentó en cincuenta céntimos la peseta destinada a la alimentación de los presos; eliminó los amarres, grilletes y cadenas de las celdas; ordenó el traslado de los presos en tren, pues lo hacían andando; dispuso la entrega a los presos que saliesen en libertad de ropa y dinero para gastos de viaje; adelantó la libertad condicional; pidió la excarcelación de los mayores de 70 años; pidió la participación del preso en el funcionamiento del Centro; aprobó la instalación en cada cárcel de un buzón de reclamaciones para los presos, al que no podían tener acceso ni los funcionarios ni la dirección del Centro, con el fin de que los escritos de los presos llegasen directamente a la Dirección General. En sus declaraciones encontramos la intención de dar tierra y trabajo a los presidiarios. Y dispuso que pudiesen recibir en habitaciones reservadas a sus congéneres, mujeres y hombres.

Un objetivo principal para ella fue transformar las cárceles de mujeres pues había visitado la denominada Galera que entonces era la cárcel de mujeres de Madrid y escribió: «La impresión que me produjo esta cárcel fue muy penosa: las condiciones del recinto y la vida de las reclusas era muy difícil de aceptar. Las reclusas hacían labores de aguja por cuenta de las monjas, pero no recibían por su trabajo ninguna remuneración. Esta penosa impresión me llevó a poner en práctica a toda marcha el proyecto, tan ansiado por mí, de la nueva cárcel de mujeres».

La República sustituyó a las llamadas «Hijas de la Caridad», orden religiosa que se encargaba de las cárceles de mujeres, por funcionarias cualificadas para poner en marcha y llevar a cabo el propósito de reforma. Aun así, estando ya en el cargo, Dolores Ibárruri, «Pasionaria», que estuvo presa entre mayo y noviembre de 1931 y entre marzo y noviembre de 1932 en la prisión de Quiñones, denunció el mal trato de las monjas, que estaban siendo sustituidas, la mala alimentación, las condiciones nefastas, y la negación y obstaculización en el reconocimiento de presas políticas. Los fascistas dirían después que en España no había presos políticos, que lo que había eran «delincuentes políticos».

El 31 de Agosto de 1933 se llevó a cabo la ceremonia de entrega de la prisión de Ventas. Trabajaban en ellas funcionarios y funcionarias preparados para poner en marcha el proyecto de reforma. No entrarían las monjas hasta el triunfo del fascismo.

Victoria Kent dimitió en Mayo del 32. La campaña de descrédito desatada desde la derecha hasta una parte del gobierno republicano la llevó a tomar esa decisión, el mismo Manuel Azaña escribe en sus memorias: «En el consejo de ministros hemos logrado por fin ejecutar a Victoria Kent, directora general de Prisiones».

Contextualizado el proyecto de reforma de Victoria Kent y vista la actitud de algunos republicanos que hicieron eco de las protestas de la derecha, el autor se adentra en lo sucedido tras el golpe de estado que dieron Casado, el PSOE y algunos anarquistas el día 5 de Marzo de 1939 contra el gobierno de la República haciéndole el trabajo a Franco y sus fascistas, y así consiguieron la rendición para luego entregar a los republicanos que detuvieron con toda la ciudad de Madrid. Los fascistas esperaban con Franco a la cabeza, a que sus nuevos quintacolumnistas cumpliesen lo que les habían ofrecido. El ejército fascista les ayudo atacando a su vez allí donde la resistencia comunista era mayor; conseguida la rendición Casado, el PSOE y los anarquistas fueron más lejos: » …, en la noche del 12 al 13 los dirigentes comunistas, viéndose derrotados firmaron un acuerdo para la finalización de las hostilidades que fue incumplido por Casado».

Perdieron la guerra quienes defendían una sociedad más justa. Y las prisiones fueron centro neurálgico del horror. Para empezar, los casadistas, el PSOE y los anarquistas, quienes tenían la responsabilidad de la entrega al fascismo, habían llenado las cárceles con comunistas, no dejaron salir a las presas comunistas y defensoras y defensores de la República hasta momentos antes de la entrega de la capital, de modo que no pudieron huir ni refugiarse, y algunas ni salir de la cárcel. Manolita del Arco, una de ellas, cuenta: «Yo salí el 27 (de Marzo) ya no fui a mi casa (…) porque ya estaban los fachas en la calle y ya era horroroso. Ha debido de ser de las veces que más he llorado en mi vida, porque además no me lo esperaba».

Después llegó el horror en la mayor magnitud conocida; las cárceles, y en concreto la de Ventas, se convirtieron y se convirtió en un «almacén humano». Madrid capital se llenó de cárceles que, abarrotadas, servían para las conocidas «sacas» con las que llevaban a fusilar a los republicanos a las tapias del cementerio del Éste. Mirta Núñez y Antonio Rojas dan la cifra de 2.663 personas asesinadas; sólo en los dos primeros años fusilaron a 1931 personas. Las cifras, tanto una como otra, están en revisión porque los registros de que se dispone, que no son todos, no concuerdan. Personajes como Amancio Tomé y María Topete, director de prisiones de Madrid y funcionaria de prisiones que ingresó con el fascismo, adquirían relevancia por su carácter criminal. Como estos dos otros tantos determinaban la vida en un gran número de prisiones; la iglesia había convertido sus conventos en cárceles y de esos siniestros lugares «sacaban» para fusilar ¿cuántas personas?: no se tienen datos, han desaparecido los libros de registro. Debido a la desaparición de los documentos tampoco se sabe el número de muertes por enfermedades. La combatiente republicana Rosario Sánchez Mora, «La Dinamitera», que estuvo en la cárcel de Getafe, declara:» veíamos durante los amaneceres todos los fusilamientos. Un carro de basura con unas campanillas se los llevaba y varios hombres con una carretilla retiraban los cadáveres».

Otro tanto ocurrió con los niños que los fascistas robaban a las presas, como informa el autor de «Mujeres encarceladas», se los quitaban al nacer, o porque cumplían el tiempo en el que les permitían tenerlos, o porque las fusilaban y se los quedaban evitando a los familiares.

A pesar de todo, la resistencia al terrorismo de estado fascista crecía en las cárceles. La militancia del PCE creaba un sistema de organización por «familias»; en las «familias» se agrupaban quienes recibían y quienes no recibían ayuda exterior, se hacía así para repartir aquello que les llegaba, a su vez organizaban juegos, coros, y cualquier forma de reunión que les permitiese comunicarse, aguantar, proteger a los hijos e hijas de las presas y sacar o recibir noticias. Con el tiempo las mujeres pudieron trabajar cosiendo para ayudar a sus familias que vendían la costura y de lo que sacaban comprar algo que entregar a las encarceladas.

Entre los muchísimos acontecimientos trágicos a los que las presas fueron empujadas, en el libro se hace mención especial al caso de las 13 Rosas, militantes de la JSU, juventudes vinculadas al PCE, 7 de ellas menores de edad, y las 13 fusiladas lo fueron junto con 45 hombres el mismo día; el relato de la «saca», estremecedor, se incluye en éste libro «Mujeres encarceladas». Las 13 Rosas se confesaron porque sino los asesinos no dejaban a quien iban a fusilar que escribiese a su familia: «Nosotros (el PCE) no le dijimos a nadie: confiésese usted o no se confiese usted, cuando iban a morir. Cada quien hizo lo que le pareció oportuno. Hubo gente que confesó – Las Menores (Las 13 Rosas) – para poder escribir a su familia, pero luego no comulgaron».

Ante los innumerables peligros a los que se enfrentaban diariamente las presas y los presos republicanos, crearon un sistema de organización que les permitió acceder a pequeñas responsabilidades en el interior de las cárceles para así mejorar en lo posible el reparto de comida y otros bienes, además de la limpieza, el trabajo, la comunicación, la protección y la defensa ante las condenas; Fernando Hernández Holgado detalla todos estos elementos y entre otros casos expone el de Matilde Landa que consiguió acordar con la dirección de la prisión de Ventas la creación de una pequeña oficina, una vieja máquina de escribir sobre un cajón, ella también presa era abogada, desde la que interponer recursos ante las condenas, logrando de esta manera salvar a algunas presas y mejorar las condiciones de otras.

El libro, como los grandes libros de testimonio y denuncia, merecería ser comentado en centros de enseñanza para que las nuevas generaciones tomen conciencia histórica.

Mujeres encarceladas
Fernando Hernández Holgado
Marcial Pons Ediciones de Historia (Madrid 2003)

Ramón Pedregal Casanova es autor de Siete Novelas para la Memoria Histórica. Posfacios. Editado por la Asociación Foro por la Memoria y la Fundación Domingo Malagón.