Esto no es un compendio antropológico sobre sexualidad. La periodista Adaia Teruel recoge en ‘Mujeres que follan’, editado por Libros del K.O., historias reales de mujeres sobre su sexualidad. Publicamos un extracto del libro.
NATALIA
43 años, casada, sin hijos
«De pequeña me sentía sola porque había una parte de mí que debía esconder a los demás. A esa edad no quieres destacar, quieres ser igual que el resto».
De joven era una pardilla. No sabía nada de sexo. En mi casa este tema era tabú. Mi hermano pequeño quería barrer y ayudar en la cocina. ¿Sabes qué le decía mi abuela? «Suelta la escoba que se te va a caer la picha». Mi abuela tenía una mentalidad de antaño, y como ella había muchas. De pequeña, llevaba el pelo largo porque ella se empeñó en que para la comunión debía lucir una larga melena. Y, en cuanto pude, me lo corté muy corto. Recuerdo acompañar a mi madre al mercado y que las dependientas le preguntaran: «¿Es un niño o una niña?». Aquel corte de pelo y las reacciones de los adultos me generaron cierto trauma. Aún no sabía que me gustaban las mujeres pero, de algún modo, la sociedad ya me estaba etiquetando como a un marimacho. ¡A los nueve años! Es muy cruel hacerle eso a un crío. No conocí a nadie que fuera homosexual hasta que fui mayor. Por eso, de pequeña me sentía sola, porque había una parte de mí que tenía que esconder a los demás. A esa edad no quieres destacar, quieres ser igual que el resto.
Tendría catorce o quince años cuando me colé por mi mejor amiga. Suena a cliché, lo sé. Yo había tenido algún que otro rollo con algún chico, pero aquello era distinto. Me había enamorado, y reconozco que sentí miedo. A mediados de los ochenta, las lesbianas no teníamos referentes. Si te sentías atraída por tu mejor amiga pensabas «¿soy rara o qué me pasa?». Las generaciones que vienen tienen parte del camino hecho, y están más abiertas. Mi amiga me dijo que me apreciaba pero que ella no sentía lo mismo. El rechazo hace que te sientas mal y, al no tener referentes, no sabes a qué agarrarte. Supe que el amor entre mujeres era posible leyendo una novela de Lucía Etxebarria, Beatriz y los cuerpos celestes. Aquel libro fue mi despertar sexual. Ten en cuenta que entonces no existía internet. Soy de una ciudad que está a treinta kilómetros de Barcelona y, aunque tiene más de cien mil habitantes, es un lugar muy provinciano. A los veintidós años me vine aquí a estudiar y noté mucho el cambio. Empecé en la universidad y se abrió el abanico. Para mí, ver a los travestis en plena calle fue como entrar en un mundo distinto. Antes de venir a Barcelona había contactado con una asociación de gais y lesbianas de mi ciudad que me ayudó mucho. También me influyó trabajar en un bar de camarera: me sirvió para conocer a gente distinta y me ayudó a abrirme. Recuerdo un día que atendía una mesa y una de las chicas, que debía ser lesbiana porque tenía todo el aspecto, no paraba de mirarme y sonreír. No creo que quisiera ligar conmigo. La suya era más bien una mirada de reconocimiento, como si me dijera «te tengo calada». Antes de irse me apuntó su número de teléfono en un papel. Ella era mayor que yo, tendría unos treinta años, y me abrió las puertas de un mundo hasta entonces desconocido para mí, donde había gente que era igual que yo.
(…)
La primera vez que estuve con una mujer tenía veintiún años. Yo no estaba enamorada. Lo nuestro fue sexo, nada más, pero estuvo bien. Me dejé llevar, y para mí el sexo es eso. No se trata de qué debes o no debes hacer, de si lo haces bien o mal. Cuando tienes pareja, y es una mujer, siempre hay alguien que te suelta la típica frase «¿quién hace de hombre?». Me dan ganas de mandarlos a la mierda. Nadie hace de hombre. Sale natural. Evidentemente, con los años coges experiencia. De hecho, yo había tenido algún escarceo sexual con chicos y ahí sí que me sentía torpe porque no sabía qué tenía que hacer. En cambio, con esa chica fue de lo más fluido. Ahí es cuando te das cuenta de que realmente disfrutas de tu sexualidad, cuando estás a gusto. Con los chicos no sentía placer y no sabía cuál era el motivo. ¿Eran ellos todos unos patatas que no sabían hacerlo bien? ¿Era yo la lerda? Ni una cosa ni la otra. Simplemente, el tema no fluía porque a mí no me atraían los chicos.
(…)
Tengo barriga, el culo gordo y las tetas caídas, pero es lo que hay. Si te gusta bien y si no, también. Ando bien de autoestima yo. Mi cuerpo nunca ha sido un impedimento a la hora de ligar o acostarme con alguien. Si de joven me importaba poco, ahora menos. Con mi pareja tengo mucha confianza. Si está en el baño cagando, y quiero entrar a ducharme, entro sin problema. Tengo amigas a las que sus novias no les dejan ni tirarse un pedo. Y otra que hace el amor con la luz apagada. Hay gente con muchos traumas. Yo sería incapaz de estar con alguien así, necesito ver a mi compañera, saber quién es de verdad. Al final, es una cuestión de confianza contigo misma. Estar bien con una repercute en la relación que tienes con los demás. Una vez me lie con una chica que iba completamente depilada, cosa que odio. Ella propuso que yo también me lo depilara, y como estaba gilipollas lo hice. Nunca más. ¡Con lo que pica! Además, parece que tengas tres años y cuando crece rasca como una cerilla. Estas cosas las haces cuando eres joven y estás enchochada. A mí las mujeres pelos fuera no me gustan. Las miro y parece que les hubieran dado un hachazo entre las piernas. A ver, es importante que una mujer tenga el pubis arreglado. Los bosques no me van porque hay algunas chicas a las que podrías dejar caer un boli y, con esa mata de pelo que tienen, desaparecería al instante. Si hay algo que no soporto es la falta de higiene y todavía hay gente que debería ducharse más. La lencería tampoco me va. Yo veo a una chica con lencería fina y me echa para atrás. Ni la lencería fina ni las bragas marrones de abuela. A mí me gusta ver a la mujer desnuda.
Por mi cumpleaños me regalaron un libro con cien fotografías de coños. ¡Y todos son diferentes! El coño es un gran tema, pero no se habla tanto de él como de las pollas. Por ejemplo, está el coño mariposa, de labios grandes como orejas. Si estás con una pelirroja no te libras de la pregunta: «¿El coño también lo tiene pelirrojo?». Pues sí, claro. Aunque también hay mucha rubia de bote que tiene el coño morenote. Ahora en serio, el tema de los coños es curioso. Otra cuestión que da mucho juego son los pezones. Que si es muy grande y parece una galleta, que si tiene pelos y parece un oso. A mí el físico me importa poco, me gustan las mujeres con sentido del humor y, sobre todo, con inquietudes intelectuales o artísticas. Más allá de eso, no tengo ningún tipo. De una mujer me atrae su personalidad.
Fuente: https://www.pikaramagazine.com/2023/05/mujeres-que-follan/