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Fue integrante de la Generación del 50 española

Murió el poeta Ángel González

Fuentes: La Jornada

El connotado poeta, ensayista y catedrático español Ángel González falleció anoche a la edad de 82 años en Madrid, a consecuencia de problemas respiratorios y después de haber sido internado en un hospital el pasado jueves, informó a La Jornada la familia Taibo, amiga del autor. Nacido en Oviedo, en septiembre de 1925, Ángel González […]

El poeta Ángel González

El connotado poeta, ensayista y catedrático español Ángel González falleció anoche a la edad de 82 años en Madrid, a consecuencia de problemas respiratorios y después de haber sido internado en un hospital el pasado jueves, informó a La Jornada la familia Taibo, amiga del autor.

Nacido en Oviedo, en septiembre de 1925, Ángel González Muñiz -su nombre completo- era miembro de la Real Academia Española y en su palmarés se encuentran dos de los premios literarios más importantes que se confieren en lengua castellana: el Príncipe de Asturias y el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, en 1985 y 1996, de forma respectiva.

Integrante de la Generación del 50, la suya es una poesía llena de contrastes y discurre entre lo efímero y lo eterno, características que llevan al lector a divagar y soñar en los temas del amor y la vida.

También ejerció la escritura de tipo social, en la cual se pueden advertir como ejes temáticas la solidaridad y la libertad, al igual que en sus colegas generacionales, entre ellos José Agustín Goytisolo, Carlos Barral y José Caballero Bonald.

Desde principios de la década de los años 70 el vate alternó su residencia entre España y Estados Unidos, país donde se desempeñó como catedrático en la Universidad de Alburquerque hasta 1993, año en que se jubiló.

Dentro de su obra poética destacan Áspero mundo (1956), Grado elemental (1962), A todo amor (1988), la antología Lecciones de cosas y otros poemas (1998) y Otoño y otras luces (2001).

A continuación transcribimos uno de sus poemas.

A mano amada
A mano amada,
cuando la noche impone
su costumbre de insomnio
y convierte
cada minuto en el aniversario
de todos los sucesos de una vida;
allí, en la esquina más negra del
desamparo, donde
el nunca y el ayer trazan su cruz de sombras,
los recuerdos me asaltan.

Unos empuñan tu mirada verde, otros
apoyan en mi espalda
el alma blanca de un lejano sueño,
y con voz inaudible,
con implacables labios silenciosos,
¡el olvido o la vida!, me reclaman.

Reconozco los rostros.
No hurto el cuerpo.

Cierro los ojos para ver
y siento
que me apuñalan fría,
justamente,
con ese hierro viejo: la memoria.