Quería juntar, a golpe de donaciones de todo el mundo, el dinero y los esfuerzos suficientes para levantar el Faro de Tatu, en el corazón mismo de África, como símbolo de la luz que Che y Cuba le aportaron a su continente. Fue el Che Guevara quien lo trajo a nuestro país. Con solo 16 […]
Quería juntar, a golpe de donaciones de todo el mundo, el dinero y los esfuerzos suficientes para levantar el Faro de Tatu, en el corazón mismo de África, como símbolo de la luz que Che y Cuba le aportaron a su continente. Fue el Che Guevara quien lo trajo a nuestro país. Con solo 16 años, Ilunga había sido su traductor de swuahili en el Congo.
Hace solo unos días, murió en La Habana, con la misma discreción con que vivió, el doctor Freddy Ilanga Yaité. Ilunga le llamaban sus compañeros de lucha y los muchos amigos ganados por su alma universal vertida dentro de una figura de güije de las selvas africanas con su gesto travieso, la mirada aguda y el torrente de palabras sabias.
Fue el Che Guevara quien lo trajo a Cuba. Con solo 16 años, Ilunga había sido su traductor de swuahili, en aquellos días terribles y aleccionadores que cerraron con amarga frustración el Diario de Campaña del Congo y dejaron una huella tremenda en la memoria del adolescente africano:
«Hace 37 años -recordaba Freddy- conocí a un hombre blanco, de mirada penetrante, que infundía respeto. Fue presentado a los congoleses como Tatu, que en swuahili significa número tres. Había escuchado ese nombre con anterioridad cuando Mitudidi Leonard, nuestro jefe de Estado Mayor, hablaba con el Comandante de la base de Luluabourg, recomendando que lo cuidara, porque estaba enfermo, y al percatarse de que escuché el misterioso nombre, amenazó con fusilarme si no guardaba el secreto. A los tres días, Mitudidi me llamó para la tarea de profesor y traductor del famoso Tatu y la noticia estalló como una bomba de tiempo en mi cerebro. Después de la advertencia de Mitudidi, experimentaba temor sólo de escuchar cuando se pronunciaba al Tatu por cualquier indiscreción ajena.
«Al inicio del encuentro rechacé su persona, porque me pareció un blanco engreído e irónico, por su mirada. A sólo tres años y 10 meses de la independencia, todavía entre los congoleses el blanco era considerado superior al negro, por la colonización inhumana y brutal, durante casi 80 años, y como enemigo por los actos de barbarie contra la indefensa población, durante la guerra. Ahora, además, la identidad de este blanco podía costarme la vida.
«Se le notaba también cierta diferencia de carácter en relación con sus compatriotas; se dedicaba intensamente a la lectura y no participaba en las bromas que solían hacer los demás en el tiempo de inactividad. A pesar de la frontera entre el dialecto cubano y el congolés, los otros se veían alegres y platicaban entre sí, mientras el médico traductor se refugiaba en sus libros fumando tabaco.»
Los intrincados y fabulosos caminos que siguió aquel complicado encuentro están narrados de un modo muy singular en «Traduciendo a Tatu», un artículo especialmente escrito por Ilunga para el número 153 de la revista Tricontinental. No están en esas líneas ciertas anécdotas indispensables como la decisión del jefe guerrillero de darle cobija en su camastro al traductor que dormía en el piso, o los modos en que compartieron el entrenamiento, la escasez, el caos o el frío…pero no hacen falta ni eran el objetivo de su análisis. Freddy estaba obsesionado con una sola y fundamental idea: explicar desde su punto de vista, en qué consiste el ideal guevariano de lo nuevo.
«Hoy lo difícil-dijo- es explicar el giro completo de mi apreciación inicial hasta llegar a sentirme como el familiar más allegado, sin que Tatu cambiara en su conducta hacia mí.
«Sin dudas, con su pedagogía de educar con el ejemplo, me fue inculcando de manera inconsciente ideas que terminé tomando como propias. Él me ayudó a borrar el accidente geográfico en el que abordé el tren de la vida, el egoísmo étnico y nacional; y me enseñó mi pertenencia al planeta mal llamado Tierra, si tenemos en cuenta que mejor le correspondería el nombre de Agua, debido a su abundancia con relación a la parte terrestre.
«Los gestos de Tatu fueron mensajes educativos de un padre al hijo, tanto que, en la actualidad, ante diversas dificultades, es el libro de consulta quien me ayuda a vencer las ataduras que se imponen para ser y sentirme hombre libre en un mundo libre.
«Nosotros es el vocablo que he predeterminado en mi vida; pero hoy regresaré al «yoísmo» para responsabilizarme de estas reflexiones.
«El humano, cuando no está seguro en sus convicciones, siempre hace una salvedad en su planteamiento: «Como dijo fulano» y menciona a un dirigente o a héroes queridos y respetados. Si la idea es equívoca, ya él salvó su responsabilidad. Pero cuando uno está convencido, las ideas se convierten en propias. Es como si cada vez que un matemático utiliza una ecuación mencionara a su descubridor, mientras que el convencido la toma como de su propia creación. Así he tomado yo las ideas de Tatu:
«El ser humano es egoísta por naturaleza, por instinto de conservación, pero ese instinto debe tener un límite: cuando lo sobrepasa para monopolizar a la especie humana. Para que se supere este mal, necesitaremos muchos años luz y borrar de la subconciencia el lugar donde nacimos, porque el espacio de la galaxia que ocupamos es apenas una molécula de la nación Tierra.
«Por lo tanto somos nacionales del mundo. Eso significa sentir que el mundo en que vivimos nos pertenece y con derecho a defenderlo, por el bien común, de todo lo que perturba el equilibrio de sus habitantes: hambre, enfermedades, miseria e injusticia, que llevan a las desigualdades. Cumplir deberes y derechos como ciudadanos del mundo, sin diferencia de color de la piel, sexo, religión… nos permite defender a la humanidad en cualquier región del planeta y sentir que no somos extranjeros en ninguna parte del universo.
«El reconocimiento del papel protagónico del hombre y del poder nuevo en la transformación de la sociedad en construcción es la versión humanista del materialismo histórico. No son las leyes económicas objetivas las que transforman la sociedad, sino la acción consciente y organizada de las personas y del pueblo nuevo. La opresión es un factor que identifica el sistema económico, por consiguiente, el cambio de la sociedad es esencialmente ético, de las personas.
«Ideas, valores éticos y políticos, sentimientos, son opciones irreductibles a factores biológicos. Es un amor por los oprimidos que asume formas cada vez más concretas y comprometidas, terminando por identificarnos con todos los oprimidos del mundo.
«Reflexionar sobre el hombre nuevo permite afirmar que un verdadero humanista está guiado por grandes sentimientos, es imposible pensar a un humano auténtico sin esta cualidad. La vanguardia debe educar a los pueblos en ese sentimiento para la causa justa. La vocación de educar para la libertad es esencial en el hombre nuevo, es arma de triunfo liberadora, que va instaurando sus condiciones materiales de posibilidad. Un proceso consciente, generador de una persona y de un pueblo nuevo, hombre nuevo de la nueva sociedad. Es imposible lograrlo si el hombre mantiene mentalidad egoísta, competitiva o servil.
«Aún en el interior del socialismo, la lucha debe continuar contra el autoritarismo, el burocratismo, el seguidismo ideológico, el servilismo, el econo-micismo y contra todas las desviaciones que impiden la realización de una sociedad protagonizada enteramente por el pueblo.
«En el sentido ético-político, no son el hombre y la mujer o el pueblo como tales, capaces de cambiar la historia, sino el hombre y la mujer y el pueblo nuevos; la eficacia objetiva de la violencia revolucionaria es nada sin el apoyo del pueblo. La invencibilidad de la guerrilla surge de la invencibilidad del pueblo. El optimismo revolucionario descansa en la certeza de que es posible cambiar la naturaleza egoísta del hombre con el esfuerzo incansable por educar sus capacidades.
«El sacrificio de Tatu me indicó el camino hacia la comprensión de que el mundo es bello, sólo hay que luchar para humanizar a su inquilino contra el egoísmo. Su pregón con ejemplos es el faro que indica el camino. En busca de la justicia y formación del hombre nuevo en un mundo nuevo al sur del Sahara, su valerosa vida dejó la enseñanza de que se puede crear un modelo alternativo de desarrollo, que asegure formar un hombre nuevo del siglo XXI en África.»([1])
Ilunga estudió en Cuba hasta convertirse en un respetado neurocirujano pediatra, que al final de su vida padeció los mismos males que atendía en los niños, pero incluso bajo las más agudas crisis de neuropatía o de diabetes, que también sufrió, mantenía una intensa vida política, como apasionado representante de África, «pariente cercano del Che por cuenta del Congo» y en años más recientes, como luchador de vanguardia por la causa de los Cinco cubanos presos en cárceles del imperio.
Al momento de morir, el Dr. Ilunga trabajaba con ardor y entusiasmo, saltando burocracias y obstáculos de todo tipo, en tres objetivos hermosísimos: soñaba con juntar, a golpe de donaciones de todo el mundo, el dinero y los esfuerzos suficientes para levantar el Faro de Tatu, en el corazón mismo de África, como símbolo de la luz que Che y Cuba le aportaron a su continente; quería hacer un directorio con todos los africanos que cursaron cualquier tipo de estudios en Cuba y armar con ellos el más grande y fuerte grupo de solidaridad mundial con nuestro país y, desde ese mismo propósito, confiaba en poder llevar a todas las naciones de África la batalla por la libertad de los Cinco, haciéndoles saber que tres de ellos -René, Gerardo y Fernando- arriesgaron sus vidas en el combate por la independencia de Angola y Namibia y por el fin del apartheid.
No pude asistir a los funerales de Ilunga, apenas alcancé a ver a una mujer que lloraba a la salida del cementerio sin reparar en la lluvia que comenzaba a caer en la mañana fría en que lo enterraron casi antes de la hora prevista, en el cementerio de Colón. Nos abrazamos sin habernos saludado nunca antes y ella me explicó que tuvo un esposo compatriota de él y un hijo que había regresado a aquellas tierras. Enseguida pensé: es un nacional del mundo. Como aquel adolescente africano que tradujo por primera vez al Che sin comprenderlo totalmente y después de comprenderlo dedicó el resto de su vida a enseñarle a otros la esencia fundamental de su pensamiento.
Hay razones para creer que un día se juntarán todos los esfuerzos para que el Faro de Tatu alumbre el corazón de África y se realicen todos los sueños de Ilunga.
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[1] El número 153 de la revista Tricontinental está agotado en español, no así la edición en inglés que puede adquirirse en la sede de la OSPAAAL, en C 668, esquina a 29, en el Vedado, Ciudad de La Habana. También puede leerse en ambos idiomas en el sitio www.tricontinental.cubaweb.cu.