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A la crisis alimentaria, financiera y ambiental sin precedentes que vive el planeta hay que sumarle también una crisis política

Nada volverá a ser como antes

Fuentes: Rebelión

Nada volverá a ser como antes. «Hay que refundar el capitalismo». Esta debacle es para el capitalismo lo que fue el muro de Berlín para el comunismo». Estas frases no las pronunciaron Hugo Chávez ni Evo Morales, ni Lula da Silva, las pronunciaron, más o menos literalmente, hace poco más de un año, en plena […]

Nada volverá a ser como antes. «Hay que refundar el capitalismo». Esta debacle es para el capitalismo lo que fue el muro de Berlín para el comunismo». Estas frases no las pronunciaron Hugo Chávez ni Evo Morales, ni Lula da Silva, las pronunciaron, más o menos literalmente, hace poco más de un año, en plena tormenta financiera, voces tan acreditadas para las grandes instituciones del capital como Barak Obama, Sarkozy o el Nobel de Economía, Paul Samuelson.

Sin embargo, algo más de un año después, ningún dirigente mundial ha tomado decisión alguna más o menos relevante en la dirección anunciada. Se habló de una fiscalidad internacional para gravar las transacciones especulativas, se dio por hecho que había llegado el momento de la Tasa Tobin, pero nadie ha tenido el arrojo ni la voluntad política de ponerle el cascabel al gato. Por eso, el capital financiero ha seguido campando a sus anchas, agudizando la crisis y poniendo en jaque las economías mundiales.

Los usureros, los ladrones transnacionales, los verdaderos piratas del siglo XXI, esos a los que nos referimos en términos eufemísticos como los mercados, han puesto a Europa en el punto de mira de su codicia, como antes habían hecho con África, Asia y América. La crisis en la que viven estos continentes desde hace décadas cuando no siglos, también se globaliza.

El estado de bienestar europeo, el modelo de sociedad que nace de la segunda guerra mundial ante la amenaza del avance del comunismo, que ha tenido como máximo exponente a las socialdemocracias nórdicas, está amenazado de muerte y son los presidentes de la UE los que están ejerciendo de verdugos, cual caballo de troya del neoliberalismo. Lo que no consiguieron con la fallida constitución europea, cuyo engendro se gestó con Maastricht, ni con el golpe de Estado que supuso el Tratado de Lisboa, lo están haciendo ahora a golpe de decreto. Para calmar los mercados, nos dicen.

Yo también creo que esta crisis es diferente y que sin duda, nada volverá a ser como era antes. Pero no sólo económicamente, sino también en términos políticos como ya han apuntado acertadamente pensadores y dirigentes de la izquierda europea, como reciente publicó en El Pais, Juan Torres.

A la crisis alimentaria, financiera y ambiental sin precedentes que vive el Planeta, hay que sumarle también, una crisis política. No hay una sola institución del tipo que sea, que se salve del descrédito popular generalizado.

Los intereses de unos pocos, de nuevo el mercado, están pasando por encima de los parlamentos, pisoteando la soberanía popular de las democracias mundiales. ¿De qué sirve votar a uno o a otro partido si basta una llamada al orden por parte del presidente de los Estados Unidos de América, del FMI, de la OCDE o del Banco Mundial para poner las economías nacionales al servicio de los especuladores internacionales? ¿Dónde queda la soberanía popular, dónde queda la democracia, dónde quedan las modernas teorías sobre la gobernanza de las políticas públicas cuando los mercados cuentan más que las personas?

Lo hemos visto recientemente en España. El segundo presidente socialista que tiene el país desde la recuperación de la democracia, se ha cargado de un plumazo las conquistas de décadas de negociación colectiva. Ha puesto a los funcionarios a los pies de los caballos, ha congelado a los pensionistas y tocado a dependientes y familias jóvenes, además de aprobar con toda seguridad, la reforma laboral que lleva años negando a la patronal y de anunciar una inminente reforma de las pensiones.

Zapatero ha lanzado un mensaje inequívoco a diestra y siniestra, haciendo girar 180 grados su discurso económico desde que estalló la crisis. Se acabó lo que se daba. Aviso para navegantes. Vayan preparándose para las rebajas de poder adquisitivo en todos los convenios colectivos, el abaratamiento del despido, el incremento de la edad de jubilación, la privatización de las pensiones y de los servicios públicos básicos.

Es el caso de España como antes fue el de Grecia, y más tarde el anunciado por Merkel para Alemania o Cameron para el Reino Unido. El programa neocon no se vota en las urnas, lo impone Wall Street.

Más que una época de cambios, estamos asistiendo como indica acertadamente Joan Subirats, a un cambio de época. Esta crisis ha venido para quedarse mucho tiempo y está golpeando las clases populares europeas como nunca antes ninguna otra crisis lo había hecho, y afectando seriamente a las clases medias que verán disminuir drásticamente su poder adquisitivo. Caminamos hacia una sociedad dual. De ricos y de pobres. Millones de personas van a ser expulsadas abruptamente de la sociedad del consumo, a un ritmo mucho más veloz del que apenas podían imaginar cuando hace tan sólo dos años podían adquirir su propio vellocino de oro al tres por ciento de interés pagándolo en cómodos plazos durante los 40 próximos años de su vida.

El modelo de cohesión social que tanto esfuerzo se ha venido forjando en la dialéctica capital-trabajo puede saltar por los aires si no conseguimos detener el diabólico programa que la dictadura financiera mundial ha preparado para Europa con el aplauso indisimulado de la derecha y la aquiescencia perpleja de la socialdemocracia.

¿Qué hacer ante esta ofensiva sin precedentes? Lo primero y más urgente, acelerar los procesos de convergencia de la izquierda política y social. No sobra nadie y no hay tiempo que perder. La izquierda tiene ante sí una nueva tarea histórica de dimensiones titánicas. Nada más y nada menos que globalizar la lucha de clases a escala mundial en base a un programa de confrontación claro. Se trata de un nuevo punto de inflexión, de una ruptura histórica que no deja lugar para las medias tintas. Tenemos que prepararnos para una larga batalla que se va a librar a lo largo de los próximos veinte o treinta años.

Hay que movilizar a las clases populares en torno a un programa de cambio realista capaz de conseguir las transformaciones necesarias y que debe incluir los siguientes elementos fundamentales:

1. El papel de lo público en la articulación de un nuevo modelo productivo frente al neoliberalismo. Definiendo el papel del Estado como garante de un desarrollo económico justo y sostenible económica, social y ambientalmente.

2. El desarrollo local frente a la globalización neoliberal, haciendo del territorio un lugar de diálogo entre lo público y lo privado, capaz de generar proyectos con valor y comprometidos a reinvertir sus plusvalías en el desarrollo (local) y la cooperación (global), que estimulen una nueva relación local-global.

3. Acabar con la economía especulativa a través de una nueva Fiscalidad internacional y la adopción de los cambios legislativos necesarios.

4. Crear una banca púbica al servicio del desarrollo. El Banco Mundial como la Banca Pública mundial que se coordina con las bancas públicas estatales.

5. Nuevo modelo energético con fuerte presencia pública que apueste por la descentralización energética y la cogeneración de energía a pequeña escala. La cogeneración planificada puede hacer posible la autonomía energética de todos los países gracias al impulso de las renovables. (en los tres primeros meses del año, sólo la energía eólica supuso sólo el España más del 40 % del mix energético).

6. Un nuevo modelo agrícola y ganadero ligado al territorio y basado en unas relaciones comerciales justas que garanticen la soberanía alimentaria de todos los pueblos del mundo frente a la dictadura de las transnacionales de la alimentación.

7. Un nuevo modelo de gobierno basado en una revolución democrática basada en el empoderamiento de las clases populares y la gobernanza o buen gobierno en la toma de decisiones.

El verdadero new deal de la izquierda deber pasar inexorablemente por un desarrollo necesariamente asimétrico. Es necesarios el decrecimiento en algunos aspectos de las economías de algunas partes del mundo y crecer en otros muchos. Es una cuestión de solidaridad elemental.

En resumidas cuentas, el cambio debe pasar por trabajar, consumir y ganar menos para que podamos trabajar, consumir y ganar tod@s, me refiero a los beneficios empresariales. Es intolerable e inmoral que mientras los salarios decrecen, las ganancias de muchísimas empresas siguen creciendo indecentemente sin freno alguno. No se trata seguramente de generar más riqueza si no de repartir la existente.

Efectivamente, no hay tiempo que perder. Nos jugamos la herencia de las conquistas de nuestros mayores, pero sobre todo el futuro de nuestros hijos. Sólo nosotros seríamos responsables de una nueva generación perdida a la que se le arrebatara el derecho mismo de haber soñado un mundo nuevo.

Alfonso Salmerón. Portavoz ICV-EUIA Ayuntamiento de l’Hospitalet. Responsable de Política Municipal de Euia.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.