En una película de Frank Capra una periodista (Bárbara Stanwyck) buscaba al ciudadano estándar norteamericano (Gary Cooper), a un «Juan Nadie» a quien responsabilizar de una carta de protesta que podría haber sido firmada por cualquiera; al personaje anónimo perfecto; al protagonista difuminado de una vida vulgar que en nada se distinguiera de la de […]
En una película de Frank Capra una periodista (Bárbara Stanwyck) buscaba al ciudadano estándar norteamericano (Gary Cooper), a un «Juan Nadie» a quien responsabilizar de una carta de protesta que podría haber sido firmada por cualquiera; al personaje anónimo perfecto; al protagonista difuminado de una vida vulgar que en nada se distinguiera de la de sus congéneres, igual de gris y atornillada que la de todos los que pululaban por cualquier ciudad a la misma hora; aquellos que tomaban el tren para dirigirse a la misma oficina cuadriculada de mamparas aislantes, con esposas, hijos y problemas parecidos en sus casas, y que organizaban las mismas barbacoas de fin de semana; aquél que por su indefinición personal pudiera representar a toda la sociedad, a todos y a ninguno en concreto, al alma de la masa. A nadie en particular.
Decir «nadie» es decir «todos»; y lo que no es de «nadie» suele ser de «todos», porque generalmente se trata de un bien público, y, por tanto, a «todos» acaba afectando su gestión en una u otra forma, individual o colectivamente, en presente y en futuro; sobre todo cuando se trata de derechos básicos como la enseñanza o la sanidad. Por eso, recuerdo ahora las palabras del presidente canario, cuando hace muy poco interpretó nuevamente el hit parade de esta legislatura: «nadie va a verse afectado por los recortes en los servicios públicos». Nadie que es lo mismo que todos; nadie que puede ser cualquiera. Un diez por ciento de reducción presupuestaria, sólo en Educación.
«Nadie se verá afectado», repite cual mantra Paulino Rivero, como si sus palabras tuvieran efectos hipnóticos o balsámicos; o el poder de hacer desaparecer en un chasss las pruebas del delito, las rutinarias evidencias; o como si prefiriera permanecer ajeno a una realidad que le disgustara hasta nombrar; o como si creyera de verdad que los televidentes no tenemos familiares, amigos o conocidos dañados directamente por los dramáticos recortes en sanidad o educación que no nos relataran sus odiseas diarias; o mucho peor aún, como si los damnificados, por ejemplo los cientos de estudiantes que permanecen durante semanas y meses sin recibir clases de algunas asignaturas, a causa de las bajas que no se cubren por la Consejería de Educación, fueran «nadie», cientos de «nadie», personas anónimas de segunda clase, sin peso, sin importancia, desdibujados, sin valor real.
Porque lo cierto es que ya suman muchos «nadie» los que desde noviembre del año pasado no han recibido clases de inglés o de alemán en la Escuela Oficial de Idiomas de Santa Cruz. La política oficiosa de la Consejería consiste en no cubrir todas aquellas bajas médicas inferiores al ¡mes y medio!, y empezar a mover papeles sólo superado ese tiempo, de manera que pueden transcurrir dos o tres meses sin que reciban sus clases decenas de «nadie». Con el agravante de que si la baja está próxima a un período festivo, no se sustituirá al profesor antes de esa fecha para no tener así que abonarle las vacaciones al sustituto, prefiriendo mantener al alumnado sin docencia. La demonización del trabajador, reo culpable del delito de enfermar; la mezquindad escondida bajo el disfraz de la eficiencia. La enseñanza pública desguazada, cientos de alumnos sin clases y el futuro roto. ¿De verdad no son nadie, presidente?
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.