Semanas antes de que Adolf Hitler llegara al poder en Alemania en 1933, un misterioso grupo de alemanes empezó a celebrar mítines y charlas en las plazas y cafés de Barcelona. El día de las elecciones en la República de Weimar, cientos de teutones que residían en la capital catalana se subieron a un barco que se desplazó hasta aguas internacionales para que pudieran participar en los comicios. El 65% de los que subieron a la embarcación votó al partido nazi.
Los alemanes eran la principal comunidad extranjera en Barcelona durante los años 30, atraídos por una ciudad industrial y barata que a la vez ofrecía un clima agradable y oportunidades de negocio. La colonia germana sumaba miles de miembros y no se mantuvo al margen del ascenso del nazismo en su país.
El libro La ciudad y la esvástica (Comanegra) del historiador Manu Valentín aborda la presencia nazi en la Barcelona de los años treinta. Una materia de la que se han escrito varios libros, aunque la mayoría se centra en la influencia del nacionalsocialismo durante el franquismo y obvia que el fenómeno llegó a la ciudad unos años antes. Valentín, en cambio, indaga en los tentáculos que Adolf Hitler extendió por la ciudad durante la Segunda República y en la “nazificación” paulatina de la colonia alemana en la capital catalana.
“Muchos refugiados alemanes huían de Hitler y se sorprendían al ver las garras del nazismo en la ciudad”, explica el historiador. “El proceso de apartheid que se llevó a cabo en el Reich también se desarrolló de forma camuflada y clandestina en ciudades con colonias alemanas como Barcelona”.
Tras bucear durante años en archivos públicos, prensa local y recoger testimonios, Valentín traza un dibujo de la represión silenciada que sufrieron los judíos en Barcelona antes incluso de la dictadura, una persecución que también sufrieron los comunistas alemanes de la ciudad.
Desde principios de los años 30, la estrategia de “nazificación” de la comunidad alemana en Barcelona estuvo dirigida por el propio cónsul alemán en la ciudad y se articuló mediante el asalto de las juntas directivas de los clubes, asociaciones culturales y demás organizaciones alemanas que articulaban la vida de esta comunidad en la ciudad. Los judíos y antifascistas fueron purgados de las direcciones y de la membresía de estos grupos, que pasaron de ser apolíticos a significarse deliberadamente por Adolf Hitler.
Llegó un punto a mediados de esa década en que prácticamente todas las entidades alemanas de Barcelona quedaron bajo el control de agentes de la Gestapo (la policía secreta de la Alemania nazi). La influencia llegaba incluso a grupos de ‘boy scouts’ integrados por miembros de las juventudes hitlerianas y dirigidos por agentes de la Gestapo en los que se hacían entrenamientos militares camuflados de prácticas deportivas.
Los medios y políticos progresistas del momento se hicieron eco de la presencia nazi en la ciudad. El líder de la Unió Socialista de Catalunya, Joan Comorera, advirtió en el Parlament en abril de 1933 de que Barcelona se estaba convirtiendo en un “campo de maniobras” del “fascismo internacional”. “Los funcionarios de los consulados de Italia y de Alemania no son más que espías a sueldo de las respectivas dictaduras”, advirtió.
Según Valentín, la extensión del nazismo no hubiese sido posible sin la connivencia de cierta prensa reaccionaria y de unas fuerzas policiales que contribuyeron a hostigar a exiliados judíos alemanes en la ciudad. Cualquier acto de denuncia del nazismo en Barcelona por parte de exiliados alemanes llegaba rápidamente a oídos del cónsul y algunos de sus protagonistas eran expulsados del país. Tanto las agresiones a judíos como las deportaciones de exiliados alemanes que residían en Barcelona aparecieron en varios medios internacionales de la época, según recoge el libro.
“La persecución probaba la existencia de un entramado de espionaje político que iba mucho más allá de lo que se veía a simple vista”, escribe el autor. “Varios mandos policiales de la Jefatura de Barcelona y especialmente los del servicio de extranjería recibían un sueldo de los nazis para ponérselo difícil a los refugiados antifascistas”.
El historiador también señala el papel de algunas grandes empresas alemanas asentadas en la ciudad como Bayer, Siemens o la aerolínea Lufthansa, que financiaron las organizaciones nazis en Barcelona y dieron cobijo a muchos espías alemanes que actuaban como si fueran empleados de estas compañías.
El autor señala tres grupos destacados de alemanes en la ciudad. Las víctimas de la persecución nazi, los victimarios y después el grupo más numeroso: los llamados Mitläufer, que no eran fervientes seguidores de Adolf Hitler y apenas estaban involucrados en política, pero que se dejaron llevar por la corriente porque de alguna manera u otra les beneficiaba.
“Si observas el padrón de la ciudad en esa época, ves que hay muchos alemanes pero no estaban politizados porque no aparecían en la documentación del partido nazi”, analiza Valentín. “Sin embargo, cuando hubo elecciones la mayoría apoyó a Adolf Hitler”.
Las dos venganzas
Más allá de analizar los tentáculos nazis en Barcelona antes de la Guerra Civil, el volumen también aborda dos episodios destacados de venganza en la ciudad entre nacionalsocialistas y antifascistas, entre los que se encontraban numerosos exiliados judíos.
El primero llegó con el estallido de la Guerra Civil y el fracaso del golpe de Estado en Barcelona. El partido comunista alemán envió a un representante a la capital catalana para organizar un grupo de acción que vigilara a los alemanes pro nazis y contrarrestara las acciones del cónsul en la ciudad.
Muchos alemanes antifascistas aprovecharon para vengarse de los compatriotas que habían promovido e incitado su hostigamiento. Organizados en lo que se llamaron “Comités de Investigación”, estos exiliados irrumpieron en las sedes de todas las entidades germanas que se habían significado con el nazismo: desde el colegio alemán hasta las empresas alemanas de la ciudad, que acabaron bajo control obrero.
También se entró en casi todos los domicilios de los alemanes que tenían vínculos con el nazismo, aunque la mayoría de ellos huyó de la ciudad antes de que pudieran ser atrapados. Donde actualmente está situada la cervecería Universitat, en la plaza Universitat, se incautó el archivo en el que figuraban todos los afiliados a la sección internacional del partido nazi en Catalunya: había unos 3.000 miembros.
El consulado alemán hizo lo posible ante la Generalitat para liberar a los teutones detenidos por estos grupos armados. En una entonces incipiente Guerra Civil, el Govern catalán temía la implicación alemana en el conflicto y por esto accedió a liberar la mayoría de los presos con vínculos nazis, que fueron evacuados de la ciudad en diversas embarcaciones con destino a Italia y Alemania.
“Los grandes sabuesos nazis no fueron represaliados porque tuvieron la protección del cónsul, cuya presión fue muy efectiva”, apunta el autor en conversación telefónica. “La otra venganza sí que fue más exitosa”.
La otra venganza a la que se refiere Valentín fue más cruenta y se dio cuando el bando republicano perdió la guerra civil. El fin de la contienda supuso el regreso de muchos nazis alemanes a la ciudad y el régimen franquista citó a todos los extranjeros de Barcelona con la excusa de una presunta actualización de la documentación.
“Esa trampa sería mortal para muchos de los extranjeros con pasado antifascista o de origen judío que residían en Barcelona”, apunta Valentín. “La mayoría fueron detenidos y enviados a los campos de concentración”.