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¿Por qué la "izquierda" es un problema difícil para Cuba?

Necesitamos otra definición de «izquierda»

Fuentes: Rebelión

Después de leer las observaciones de Boaventura de Sousa Santos sobre Cuba (en su artículo, ¿Por qué Cuba es un problema difícil para la izquierda?, publicado en rebelion en abril), me ha parecido necesario escribir acerca de lo que yo creo que es la importancia que la República de Cuba tiene para la humanidad actual. […]

Después de leer las observaciones de Boaventura de Sousa Santos sobre Cuba (en su artículo, ¿Por qué Cuba es un problema difícil para la izquierda?, publicado en rebelion en abril), me ha parecido necesario escribir acerca de lo que yo creo que es la importancia que la República de Cuba tiene para la humanidad actual. Quizás es porque soy de los cree que la pregunta del título está mejor formulada de forma inversa y que el modo en que se organiza la vida social en Cuba es la solución a muchos problemas de la humanidad actual.

Lo primero es aclarar qué significa ‘izquierda’ en la pregunta retórica que encabeza el artículo. Estoy de acuerdo con Santos cuando señala que el objetivo de la izquierda es conseguir una democracia participativa; las organizaciones de izquierda son aquellas que contribuyen a los procesos de profundización de la democracia, en los que -como ahora se suele decir- se produce el empoderamiento de la sociedad civil. El pensamiento de izquierda da la razón de esos procesos y, para ello, desarrolla una confianza crítica en la razón de las gentes y los pueblos. Además en base a la experiencia histórica, percibe que los obstáculos, que el orden social capitalista opone a la realización democrática de la sociedad, son tan fuertes, que se hace necesario modificar ese orden social hasta dar lugar a una nueva sociedad socialista.

La derecha por el contrario, dirá que los obstáculos a la democracia participativa no están en el capitalismo, sino en la naturaleza humana. Por tanto, hay que demostrarle al pensamiento de derechas -¡y a nosotros mismos!-, primero, que el problema de la democracia no es natural, sino histórico; y segundo, que la democracia es necesaria para resolver los graves problemas de la humanidad actual de un modo razonable y racional. Por eso, se trata de establecer si en la República de Cuba se han producido los procesos de participación pública en las decisiones políticas, si existe un empoderamiento de la sociedad y cuáles son las consecuencias de ese empoderamiento. Por mi parte, intentaré demostrar que la República de Cuba es la mejor prueba que conozco de que se pueden superar los obstáculos a la democracia participativa en un sistema social adecuado.

¿Qué es una democracia radical o participativa?

En toda sociedad existe un tejido asociativo de organizaciones civiles, nacidas para satisfacer los intereses de los ciudadanos, -intereses de todo tipo, culturales, científicos, artísticos, religiosos, deportivos, etc.-; todo sistema político se asienta sobre un sistema de relaciones sociales prepolíticas, que constituyen la moralidad ciudadana. Cuando esas redes asociativas son activas en la determinación de la agenda política, surgen los movimientos sociales -pacifismo, ecologismo, feminismo, etc.-; y si éstos tienen la capacidad de incidir sobre las decisiones que afectan al desarrollo de la vida ciudadana, entonces nos encontramos con lo que llamamos una democracia participativa.

Para que las asociaciones ciudadanas puedan influir en la agenda política, llamando la atención sobre los problemas esenciales que atañen a la sociedad, es necesario que las personas hayan tomado conciencia de ellos. Por poner un ejemplo, hasta hace relativamente poco tiempo, en la época de Aznar la violencia contra las mujeres no parecía ser un problema para el Estado español, hasta el punto de que los ciudadanos que estamos sometidos a ese Estado, no sabíamos que asesinaban a varias decenas de mujeres todos los años. Lo fuimos descubriendo porque el movimiento feminista hizo posible que el problema apareciera en los medios de comunicación y se hiciera una ley que intenta evitar el problema. El problema está ya en la agenda política, pero todavía no se ha resuelto; en parte por la manera en que ese problema está tratado por el poder y por los medios de comunicación, y en parte también porque la sociedad civil no ha construido todavía los resortes que puedan resolverlo. En una sociedad tan conservadora como la española, dominada por una jerarquía eclesiástica profundamente misógina como es la católica, incluso lo que se ha conseguido en el terreno legal podría quedar sin efectividad práctica. Si se produjera una contrarrrevolución conservadora en ese terreno -conociendo España y sus tradiciones-, puedo imaginar con espanto que quizás alcanzara proporciones semejantes a lo que sucedió con la clase obrera en la guerra civil.

El ejemplo histórico debe aclarar lo que quiero señalar. El objetivo de la izquierda es conseguir una democracia participativa en la que los ciudadanos pueden determinar las decisiones políticas que les afectan, sobre el fundamento del robustecimiento de la sociedad civil, el fortalecimiento de la conciencia personal, alcanzando una mayor justicia en la organización social. Sólo con esa condición pueden las leyes ser efectivas. ¿De qué sirve una ley que la sociedad no reconoce? A menos que el Estado pueda ejercer la violencia suficiente para imponerla contra la opinión pública. Otra cosa es que la sociedad civil ande dividida y el Estado se apoye en un sector contra el otro; lo que constituye el problema de las clases sociales. Para ser más precisos, el Estado tiene siempre un carácter de clase, y es claro que más democrático es el Estado obrero que el burgués. Aunque el Estado obrero puede también fracasar al construir la democracia radical, el burgués suele convertirse indefectiblemente en una oligarquía.

Como intenta mostrar Santos, en una democracia participativa el Estado depende de la sociedad civil, y no a la inversa como sucede en el Estado capitalista; para que eso sea posible es necesario la existencia de dicha sociedad civil, compuesta por asociaciones de personas conscientes, cuya práctica tiende a obtener fines racionales de organización social. En Cuba el entramado institucional de asociaciones sociales han alcanzado un alto nivel de conciencia política y social, si bien el papel tutelar del Estado no ha sido todavía superado. Es este aspecto el que Santos parece criticar, puesto que además una especie de sociedad civil independiente ha aparecido en el terreno económico clandestino. Así nos encontramos en una típica paradoja hegeliana, según la cual el concepto de sociedad civil se refiere a los individuos egoístas que se relacionan a través del mercado. En ese sentido la situación es explosiva, y quizás ya habría explotado si no fuera porque hay una evolución latinoamericana hacia el socialismo.

Pero hay un pequeño detalle que demuestra que la situación no es tan grave, como podría parecer. Me refiero al control del dólar en la economía cubana, cuando el Estado fue capaz de sacar el dólar de la circulación monetaria de la economía cubana. Un ejemplo nada desdeñable, por cuanto la economía latinoamericana está dolarizada y países mucho más fuertes que Cuba en aquel continente, estarían contentos de poder hacer lo mismo. La fortaleza de la relación entre la sociedad civil y el Estado cubano, viene a mostrarse en este detalle.

¿Qué izquierda ha fracasado en el siglo XX y por qué?

Santos comienza definiendo a la izquierda como la aspiración a un sistema social postcapitalista, una sociedad alternativa a la actual que sería necesariamente socialista. Sobre la base de esta definición resulta claro que existirán entonces muchas izquierdas, tantas como imágenes del futuro postcapitalista quepan en la fantasía de las personas. Por eso dijo Marx que el futuro hay que dejárselo a nuestros descendientes y no prejuzgar cómo va a ser. Lo que no significa que tengamos que actuar irresponsablemente, ni mucho menos. Todo lo contrario, si tenemos un mínimo de personalidad, convendremos en que nuestra obligación es dejar a los que vengan detrás un mundo mejor, o al menos, no peor que este que nos ha tocado a nosotros. Por eso debemos pensar en las consecuencias de nuestros actos -por ejemplo, en lo que toca a las cuestiones ambientales-.

Lo que ha cambiado radicalmente en el siglo XX es la percepción del futuro. La Ilustración nos legó en herencia un puñado de ideales que constituyen el fundamento moral de nuestra civilización. Pero también nos dejó el legado de las ilusiones acerca del Progreso. Y esas ilusiones son las que se han acabado en el siglo XX. Por eso, una ‘izquierda’ que se funda en un futuro ilusorio para la humanidad, en un mundo de abundancia como Jauja de las fantasías populares, no tiene nada que decirnos en el siglo XXI. Estoy pensando en Breznev proclamando el comunismo en la extinta U.R.S.S., o en Stalin imponiendo un desarrollo de las fuerzas productivas fundado en el terror. Pero también en los socialdemócratas prometiendo el desarrollo económico sin fin del capitalismo y el bienestar consumista. Son corrientes de pensamiento en dependencia de la idea ilustrada de Progreso, una izquierda con connotaciones liberales. Y es para éstos que Cuba puede ser un ‘problema difícil’. Ya nos advirtió Walter Benjamin que una izquierda no reformista y revolucionaria no se fundaría en la idea de un futuro mejor, el paraíso postcapitalista, sino en la idea de una justicia que se realiza en la historia, es decir, en la memoria de las víctimas.

Esa izquierda progresista contaminada de utilitarismo, considera que la felicidad es la satisfacción de múltiples necesidades y deseos a través de los bienes producidos socialmente. El otro día vi un mapa sobre el sufrimiento humano, producido por una ONG respetable y políticamente correcta, en la que los países occidentales gozaban de una envidiable posición en el ránking de la felicidad, entendida como la satisfacción de necesidades gracias al consumo de bienes. Así, la ausencia de sufrimiento se entiende como acceso a los productos del mercado, y los países pobres son también países sufrientes. Cuba aparece entre los países que no han conseguido alcanzar el máximo de felicidad que permite el mercado; por tanto, un país no deseable.

Conviene aclarar el origen del equívoco, que a mi juicio está en una interpretación de marxismo con raíces en la tendencia socialdemócrata, aunque aparezca disfrazada de comunismo; ésta prometía que el socialismo iba a ser un modo de producción más eficaz en la creación de utilidades públicas. Pero ¿qué hemos de entender por utilidades? A veces parece que se entienden esas utilidades como bienes de consumo, lo que debe ser radicalmente corregido.

La versión del marxismo que se practicó en la U.R.S.S. -y que se estrelló contra la realidad-, proclamó la superioridad económica del socialismo, pero no fue capaz de demostrarlo. En realidad se limitó a imitar las técnicas más avanzadas de producción capitalista, como el fordismo y el taylorismo, en condiciones de planificación política de la economía. Una versión que está dispuesta a militar en el comunismo sólo en la medida en que resulta necesario para el desarrollo económico de países periféricos, como en el caso actual de la República China. Es claro que eso es insatisfactorio, aunque no se le puedan negar a países como China o Rusia su derecho al desarrollo.

El socialismo será un sistema de máximo bienestar para el pueblo, no me cabe duda, pero habrá que saber en qué consiste ese bienestar y qué máximo es posible alcanzar. Tener coches para todos los ciudadanos no es posible de alcanzar, y ni siquiera es bienestar. Y es cierto que la economía marxista debe sustituir los valores monetarios del marcado por la utilidad de los bienes; pero hay que descubrir qué es útil a los ciudadanos: ¿tal vez, el conocimiento y la salud?; ¿por eso en Cuba se ha construido un extraordinario edificio estatal que produce educación y sanidad para los ciudadanos?

Quizás alguien esté pensando en aquellos ciudadanos que prefieren tener un coche último modelo, antes que saber resolver un algoritmo matemático, aunque sea de los más sencillos. Entre mis alumnos abundan este tipo de ciudadanos producidos en masa por el sistema social en el que vivimos. El único problema que tienen esas preferencias es que son injustas: es imposible que todo el mundo pueda disfrutar de un coche último modelo, y si uno lo disfruta es que algún tipo de fraude se está produciendo.

¿Qué izquierda, pues?

Pero el mundo da muchas vueltas y en cincuenta años la izquierda ha evolucionado mucho. En primer lugar, la gente inteligente, bien informada y sin prejuicios partidistas, se ha hecho ecologista al darse cuenta de la magnitud imponderable de la crisis ambiental creada por el capitalismo. Para esta izquierda el problema difícil no es Cuba, se lo aseguro, puesto que Cuba es un país sostenible según las investigaciones realizadas por una ONG nada sospechosa (ADENA-WWF en su Informe Planeta Vivo 2006). Eso demuestra que Cuba no es un problema de difícil solución desde el punto de vista ecológico; por el contrario, Cuba es la solución al difícil problema ambiental de la sociedad capitalista tardía, que se origina por la necesidad y la costumbre de consumir sin tasa ni moderación, lo que nos lleva al colapso ecológico y el desastre ambiental.

Son aquellos izquierdistas que consideran que se trata de producir más y mejor bienes de consumo para satisfacer sin restricciones cualesquiera necesidades o deseos humanos los que temen que Cuba sea la verdad del socialismo como única posibilidad de la humanidad futura. Izquierda liberalizante o socialdemocráta, que creen en sofismas del tipo ‘vicios privados, públicas virtudes’, hay que multiplicar los deseos y necesidades para incrementar la producción; la naturaleza humana como un pozo sin fondo de deseo insaciables excitado por la publicidad.

El problema es definir la felicidad, y es aquí donde esa izquierda se muestra como una segunda versión de la tradición capitalista. Pero la exploración del concepto de felicidad por los individuos de la especie humana es mucho más rica y variada de lo que suponen los izquierdistas contaminados de capitalismo. Podríamos hablar de la felicidad masoquista de los cristianos -participando de la pasión de Cristo por el sufrimiento-, pero es claro que parece inaceptable en ciertos ambientes. Es más justo mencionar la coherencia moral de la ética clásica griega, que conocemos a través de la filosofía, y que cifraba la felicidad en el autodominio de la personalidad por la razón humana, la capacidad reflexiva y el conocimiento de sí mismo. Este es un programa de felicidad mucho más coherente con los problemas ambientales de la coyuntura histórica, que exigen la moderación del consumo y una extraordinaria racionalidad de la producción económica; si es que de verdad queremos resolver esos problemas.

Lo que nos muestra esa tradición filosófica -que es la nuestra-, es que los ideales juegan un papel importante en la construcción de la personalidad individual. Y aquí aparece otro de los aspectos de lo que hemos llamado hasta ahora ‘izquierda’, lo que Marx llamaba el ‘materialismo vulgar’, un materialismo sin ideales -y que un poeta de nuestro pagos definió como ‘ciencia sin raíces’-. Un aspecto fundamental de una sociedad avanzada son sus personalidades formadas mediante una conciencia basada en ideales -y el ideal evidente de la satisfacción de los Derechos Humanos de todos y cada uno de los seres humanos-.

En este sentido la República de Cuba y sus ciudadanos son ejemplares. Admirable es que uno encuentre médicos, educadores y asistentes cubanos entre los desheredados de la tierra, resolviendo algunas necesidades básicas y nada espúreas. Es claro que esa atención no genera dividendos ni permite aumentar en mucho el consumo. Por tanto, que no vengan a hablar de los derechos de la minoría cubana liberal, que quiere hacer valer su derecho al consumo y está dispuesta a apoyar el uso del terrorismo para acabar con el socialismo. La libertad de mercado, defendida por las armas del Imperio, frente a las numerosas libertades y derechos a los que una persona se hace acreedora en pleno siglo XXI. Como todos saben, Cuba ha pertenecido a la Comisión de Derechos Humanos de la O.N.U., organismo de máxima confianza en este terreno. Comisión que por otra parte ha condenado reiteradamente a algunos países que presumen de democráticos.

Por tanto yo diría que necesitamos otra definición de ‘izquierda’, si queremos hacer compatible la realidad que la experiencia cubana nos muestra y nuestro deseo de transfomar el mundo. No vale cualquier modelo, por más ilusiones que nos hagamos; vale el modelo que resiste la prueba de la práctica. Y lo que propongo es una izquierda que se caracterice por el combate a favor de lo que vamos a llamar la ‘profundización de la democracia’, esto es, la extensión y la radicalización de los derechos democráticos de la ciudadanía, la participación de los ciudadanos en la toma de decisiones que les afectan, la resolución de los problemas humanos a partir de la conciencia personal y no mediante tecnologías más o meno sofisticadas. La resolución moral de los problemas y no la solución técnica.

No quiero decir que no haya que progresar científica y tecnológicamente. Pero hay que saber que cada transformación tecnológica exige modificaciones en la cultura y en las instituciones sociales, y por tanto también en la moral pública y la conciencia de las personas. El tremendo problema del crecimiento de la población mundial, tiene una sencilla solución en la emancipación de las mujeres respecto del yugo machista. Está comprobado que la independencia de las mujeres es mucho más eficaz para hacer descender la tasa de natalidad, que una legión de médicos recetando anticonceptivos o practicando operaciones de esterilización forzosa. Y la emancipación de las mujeres es una cuestión moral, no técnica.

Y esto es así porque estamos llegando a los límites del desarrollismo capitalista, con la destrucción ambiental y el agotamiento de las materias primas. Por lo tanto, señores socialdemócratas vayan revisando su doctrina, porque el mundo se acaba en la próxima esquina del tiempo, a menos que seamos capaces de vivir de otra forma. Cosa, por lo demás, que sería cada vez más dudosa después de varias décadas de neoliberalismo, sino fuera porque Cuba está ahí para darnos la esperanza; Cuba, la auténtica esperanza de la humanidad. En América Latina han empezado a comprenderlo. En Europa quedan muchos años para reconocerlo.