Alguien -ignoro su nombre pero no su ocurrencia- sentenció que la izquierda abertzale tenía la mala costumbre de negociar intimidando. El aserto, que incontables seguidores repiten como bandada de loritos, tomó cuerpo en la metáfora de «la mesa y la pistola». Aunque, a fecha de hoy, no se ponen de acuerdo en dónde colocar el […]
Alguien -ignoro su nombre pero no su ocurrencia- sentenció que la izquierda abertzale tenía la mala costumbre de negociar intimidando. El aserto, que incontables seguidores repiten como bandada de loritos, tomó cuerpo en la metáfora de «la mesa y la pistola». Aunque, a fecha de hoy, no se ponen de acuerdo en dónde colocar el arma; los más cautelosos aseguran que los batasunos guardan la pistola debajo del mueble; los más ostentosos, que encima de la mesa, y que la acarician sin reparos cuando los interlocutores se les resisten; los más dramáticos, que los sufridos negociadores españoles sienten el frío del cañón en sus sienes cuando expresan desacuerdo.
Cualquiera de las figuras literarias resulta espeluznante. Sensación que utilizan los voceros y tertulianos del régimen para desarrollar su teoría sobre la negociación: hay que acudir a la mesa con voluntad de acuerdo, cualquier pretensión de imponer a los demás las tesis propias resulta demoledora, el respeto tiene que estar en la base de las conversaciones, todo intento de coaccionar a la interlocución mediante amenaza es un chantaje, no se puede estar en la mesa jugando con dos barajas… patatín, patatán, patatán. Reflexiones atinadas y de suma utilidad pero un tanto parciales. Pensando en la izquierda vasca, están describiendo un código ético que deja muy en evidencia los usos y maneras del Estado al que tan ardorosamente encubren.
Visto lo visto, y con la experiencia que dan los años, se puede asegurar que uno de los oficios más arriesgados que existen en este país es el de negociar con España. Quien se sienta en la dichosa mesa de conversaciones, tiene altísimas probabilidades de acabar en el destierro o en la cárcel. Los interlocutores de ETA que acudieron a Argel fueron venteados por el mundo como hojarasca de otoño. Belén González, que parlamentó con el PP en Suiza, concluyó sus infructuosos parlamentos entre rejas. Siguiendo la costumbre, y en el último de los intentos, dos miembros del equipo negociador de ETA han terminado enjaulados y sus ordenadores en manos de la policía.
Y ¿qué decir de la base social que conforma la variopinta izquierda abertzale? Son gentes que bailan y canturrean cada vez que se reabre otro proceso negociador. Mala costumbre. Les aconsejo que no se relajen ni en los días de zarabanda y refocile. Todas estas personas, aun las más circunspectas, están en el punto de mira de los aviesos negociadores españoles. Si los negociadores batasunos suscribiesen lo que exige el Estado, toda su gran familia sería tratada a papo de marqués. Pero ¡pobres de ellos si tal supuesto no sucede! El fracaso de Argel dio lugar al miserable Pacto Antidemocrático al que Ardanza puso rostro. El fiasco de Suiza provocó las furibundas razzias que lideraba Garzón. Y el desencuentro actual ha sido la causa de que el inquisidor Pumpido esté quemando en la hoguera a miles de candidatos y votantes.
Mucho debe de incomodarles la fuerza y libertad de la izquierda vasca cuando tanto la acosan. Incontables atropellos, todos baldíos, para conseguir que ésta recite con sumisión el guión que España dicta.
* Jesus Valencia es educador Social