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Ni Allende ni Pinochet: hacia un nuevo paroxismo de la indecencia política

Fuentes: Rebelión

Hay momentos en los que toca ponerse (políticamente) antipáticos y denunciar algunas verdades, pese a quien pese en el seno de «la izquierda» española. Durante años, ellos nos dijeron que Venezuela era «el modelo» porque había allí un parlamento pluripartidista con representación de la oligarquía. Nosotros, que para nada consideramos tal esquema de organización estatal […]

Hay momentos en los que toca ponerse (políticamente) antipáticos y denunciar algunas verdades, pese a quien pese en el seno de «la izquierda» española. Durante años, ellos nos dijeron que Venezuela era «el modelo» porque había allí un parlamento pluripartidista con representación de la oligarquía. Nosotros, que para nada consideramos tal esquema de organización estatal «el modelo» ni ninguna verdadera «democracia» (lo reconocemos: venimos de tradiciones desacomplejadamente pro-cubanas); nosotros, que, de hecho, no hemos sido nunca apologetas de la demo(banco)cracia occidental burguesa, hemos defendido a Venezuela en todo momento y, por supuesto, lo seguimos haciendo. Así: sin ambigüedades, y cada día más.

Pues bien, resulta que quienes producían todo tipo de teorizaciones más o menos espurias para ensalzar esquemas como el «Socialismo del siglo XXI» ahora vacilan y juegan a la equidistancia, adoptando una posición que hace muy poco tiempo nadie habría aceptado y que ahora (como la rana que ha sido calentada a fuego lento y, por ello, nunca ha llegado a saltar) muchos han naturalizado. Digámoslo rápido: la posición política de Pablo Iglesias y Teresa Rodríguez ante la crisis venezolana ha sido un auténtico bochorno. Y si quienes decían aspirar a «cambiar Podemos desde dentro» hacen seguidismo de esa postura, en lugar de exigir su inmediata rectificación, dicha aspiración no era menos falaz que el resto del tinglado morado.

Pablo Iglesias mantiene en su Facebook una postura ecléctica, según la cual en Venezuela «ambos bandos» tienen que entenderse. Qué recuerdos… Esto casi tiene ecos del Comité de Londres (Comité de No Intervención) de 1936 por el cual Francia y Reino Unido dijeron algo así como «ni II República ni Franco», poniendo en el mismo plano al gobierno del Frente Popular y a unos golpistas genocidas y fascistas (y beneficiando, de facto, a estos últimos). Hace solo cuatro años, en la muerte de Chávez, Iglesias se deshacía en elogios hacia el proceso bolivariano… Ahora, no sabe cómo esconderse para no tener que pronunciarse sobre el mismo. Pero bueno, es habitual en él: prácticamente ninguno de los puntos programáticos fundamentales del Podemos primigenio de las europeas de 2014 se mantiene en la actualidad. No hablemos ya de su presunto «horizontalismo» organizativo.

Teresa Rodríguez va aún más lejos: «la única Venezuela que a mí me preocupa es la calle de mi barrio de Cádiz». ¿Es que nadie en su entorno piensa decirle que esa fórmula, que usa ahora por segunda vez, es impropia de un internacionalista? En fin, ya puestos podría haber concretado más: «a mí solo me importa mi barrio: a los trabajadores de otras partes del mundo… que les den». La cosa es que «Tere» ni siquiera se dignó a defender la posición del comunicado que su propia organización (Anticapitalistas) había sacado de forma prácticamente simultánea. ¿Entonces para qué sirve un posicionamiento político, si luego, cuando te pregunta un periodista, no lo defiendes? Suponemos que para lo mismo que tanta lectura teresiana de manifiestos en la «Marcha a Rota»: para luego acabar diciendo que la OTAN… «debe dar más trabajo» en su pueblo. Se ve que Tsipras ha creado verdadera escuela entre la izquierda europea.

En todo caso, a pocos puede sorprender ya que este particular dueto modifique sus posicionamientos políticos en función del Barómetro del CIS. Más sorprendente resulta que a nuestro alrededor encontremos a demasiada gente del activismo realmente existente justificándolo todo. En estos días hemos visto a algunos (especialmente, de Podemos) rebotar por las redes sociales un cartel de color morado que se inicia con la siguiente consigna: «Me importa una mierda Venezuela». Muy bonito: podrían decir lo mismo de Palestina, Gambia o Idomeni. También observamos a gente a la que, para hacer pasar por lógica su particular «transición democrática», no se le ha ocurrido una excusa mejor que la siguiente: Chávez era genial, pero Maduro es muy malo. Ni a Suárez se le habría ocurrido algo tan esperpéntico.

Algunos culpan al actual presidente de un modelo de desarrollo excesivamente basado en la renta petrolera: ¿no fue Hugo Chávez quien implantó ese modelo durante tres lustros? ¿No es Maduro precisamente quien trata de superarlo con la «guerrilla productiva» y la Constituyente? ¿Qué se esconde tras una falta de rigor tan flagrante? Se llega hasta a afirmar que Maduro no ha sabido dialogar con la oposición. ¿Es que ya no recuerdan que Chávez recibió un golpe de Estado en 2002, golpe que colocó como nuevo presidente del país al presidente de la patronal Pedro Carmona y que, afortunadamente, fue derrotado por la movilización popular? Al igual que esta nueva intentona está siendo derrotada por la movilización y la inyección de entusiasmo popular que ha supuesto la Constituyente. ¿Es que ni siquiera van a tener la decencia de reconocerle a Maduro el acierto y el golpe maestro que ha supuesto la convocatoria de dicha Asamblea? ¿De verdad creen, contra toda experiencia histórica, que es posible iniciar un proceso político transformador sin que la oligarquía reaccione y monte una «contra»?

Otros -más clasistas- llegan al extremo de aludir a la «falta de preparación intelectual» del presidente. No podemos sino tener la impresión de que a algunos solo les gustan los conductores de autobuses si los interpreta algún glamuroso actor, como Robert de Niro en Una historia del Bronx . A ver si nos aclaramos: ¿»el obrero es el auténtico tipo duro», pero es incapaz de gobernar un país? ¿Eso hay que dejárselo «a los universitarios»? Y por cierto: ¿qué universitarios, los de aquí? ¿Los que no entienden nada y emplean esa especie irrisoria de culpar a Maduro incluso de la bajada internacional de los precios del barril de petróleo, cuando ha sido una verdadera maniobra de una OPEP actualmente controlada por los EE UU y que intenta perjudicar a rivales exportadores como Rusia y Venezuela?

En fin, no entendemos a qué tanto balbuceo incoherente: ¿no sería más fácil admitir que, en realidad, se ha acabado interiorizando las tesis errejonistas o neo-laclauianas? ¿Que la ideología es «líquida» y ellos están dispuestos a claudicar en cualquier principio político para no perder algunos escaños, carguitos, liberaciones o cuotas de poder? Y en relación a esto último: ¿son estos los que tendrán que mantenerse firmes y no vendernos el día de mañana cuando Bruselas les diga lo mismo que le dijo en su momento a Alexis Tsipras?

Por encima de toda táctica y de toda «coyuntura» cambiante, un principio está claro: el antiimperialismo, la denuncia pública de las acciones de las multinacionales y los bancos españoles en América Latina, el repudio de los posicionamientos de «nuestros» gobiernos y de los partidos patrocinados por ellos y por USA, todo ello es una tarea más entre las nuestras. Y además una tarea que, de manera especial por vivir en la retaguardia del imperialismo, nos corresponde a nosotros: a la izquierda que vive en el corazón del ogro, en la metrópoli desde la cual se cocinan todas las agresiones. Y si no afrontamos esta tarea, será una clara dejación de funciones por nuestra parte, que, para colmo, a efectos prácticos solo podrá traducirse en complicidad. No sería nada nuevo: ya la II Internacional acabó siendo una reconocida cómplice del imperialismo. Y a nuestra II República también la dejaron sola: solamente el gobierno de la URSS tuvo la decencia de prestarle apoyo. ¿Y Allende? ¿Acaso alguien cree que los medios de comunicación españoles pintaban a Allende como un «romántico» y «honesto» luchador cuando aún no estaba muerto? ¿Debe ser la prioridad de Nicolás Maduro caerle bien a los medios de comunicación españoles y norteamericanos? ¿Qué habríamos pensado de alguien que, como hace Iglesias con Venezuela, pusiera en el mismo plano al gobierno de Allende y a los golpistas a sueldo de EE UU comandados por Pinochet?

Desgraciadamente, no exageramos: ya hemos visto demasiadas cosas este último año. Hemos visto a los opositores secuestrando helicópteros, lanzando miles. Los hemos visto quemar vivas a personas en la calle. Los hemos visto poner bombas, han organizado «guarimbas». Han acaparado alimentos para provocar el caos, hasta el punto de que ha sido necesario que el gobierno intervenga las panaderías para que los empresarios dejaran de esconder el pan. Han comprado a miembros del lumpen para cometer crímenes deleznables. Han llamado a la intervención extranjera y a su propio ejército a sublevarse, e incluso se han disfrazado ellos de militares (sin serlo) para intentar confundirlo. Todos lo saben: en España, la oposición venezolana ya estaría ilegalizada según nuestra Ley de Partidos.

Pero también hemos visto a un pueblo movilizado para, de la mano de su gobierno revolucionario, solucionar sus problemas por sí mismo. Hemos visto que, cuando los empresarios cerraban las fábricas para proseguir su guerra económica (lo mismo que le hicieron a Allende), estas eran tomadas por los propios trabajadores y administradas en régimen de cooperativa socialista, como la ejemplar fábrica de conservas «La Gaviota», que produce diariamente 900 cajas de sardinas en lata. Hemos visto cómo la oposición no ha sido capaz de movilizar más que a los barrios de clase media-alta, pero, como incluso un acérrimo medio antichavista como El País se ha visto obligado a reconocer, nunca a la clase trabajadora, que sigue siendo fiel a una revolución que se lo ha dado todo en estas casi dos décadas. Hemos visto a la formidable Delcy Rodríguez, hija de un dirigente comunista asesinado en 1976, emerger como figura política y convertirse en presidenta de la Asamblea Nacional Constituyente. Y hemos visto a un pueblo volver a ilusionarse y a movilizarse como en los mejores tiempos de Hugo Chávez, avanzando hacia la conquista de un socialismo que, es cierto, aún no ha llegado; pero que cada vez se percibe de forma más clara como la única alternativa frente a los golpistas.

Habiendo visto todo esto, sentimos tener que expresarnos con tamaña dureza: ya está bien, compañeros, ya está bien. Quien, desde posiciones de izquierdas, deje de defender sin ambigüedades a Venezuela frente a una oposición golpista y con clara tendencia al fascismo; quien en esta coyuntura particular marque distancias con respecto al proceso revolucionario o justifique a los que -como Iglesias o «Tere»- lo hacen, o quien diga que «Chávez sí pero Maduro no» es, sin duda alguna, el mejor representante del cinismo, la indecencia, la inmoralidad, la cobardía política y la tendencia más o menos disimulada a pisotear todo principio en pos de un electoralismo que, desde luego, habría dejado sin respiración al mismísimo Felipe González.

Más les valdría enterarse de que, con tanto tacticismo, acabarán por perderse en la selva del inmediatismo y de la traición. Más les valdría pensar en sí mismos hace solo unos años, antes de la fulminante adopción del «paradigma Laclau», y en si habrían aceptado todo lo que están aceptando ahora. Y más les valdría recordar la máxima de Martin Niemöller: «primero vinieron a por los comunistas, pero yo no dije nada…».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.