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Ni Haití ni Afganistán

Fuentes: La Voz de Galicia

Bastaría con que leyesen las primeras líneas del Prólogo de Don Quijote: «No se puede contravenir al orden de la naturaleza; que en ella cada cosa engendra su semejante». Y así, ¿qué podrá engendrar un batallón de soldados armados en un país en guerra si no desolación y muerte? «Acontece tener un padre un hijo […]

Bastaría con que leyesen las primeras líneas del Prólogo de Don Quijote: «No se puede contravenir al orden de la naturaleza; que en ella cada cosa engendra su semejante». Y así, ¿qué podrá engendrar un batallón de soldados armados en un país en guerra si no desolación y muerte?

«Acontece tener un padre un hijo feo y sin gracia alguna -sigue Cervantes- y el amor que le tiene le pone una venda en los ojos para que no vea sus faltas, antes las juzga por discreciones y lindezas, y las cuenta a sus amigos por discreciones y donaires.» No evitó esa fatalidad el general Fabián Sánchez: «Los soldados españoles van a una zona no especialmente peligrosa». Gastado sonsonete, esgrimido hasta la saciedad por el anterior Jefe de Gobierno cuyo nombre no quiero recordar: nuestras tropas se habían instalado en Irak en zona segura y sólo para misiones humanitarias. Pronto le exigieron otras y empezaron a caer españoles y no mayormente soldados -sabido y asunto trillado es que la mayoría de los militares mal identificados murieron por incuria ministerial-, sino diplomáticos y civiles, culminando la masacre el 11 de marzo en Atocha.

No importa que la vez anterior la decisión haya salido del ingenio estéril y mal cultivado de un megalómano, y ahora de la «voluntad popular» a través de sus representantes en el Parlamento. Una vez que el pueblo ha votado y la oposición vencido, sus señorías representan ante todo a los partidos: casi la mitad de ellas a un grupo «popular» de ya probado belicismo, y la otra, váyase a saber qué razones adopta la misma posición. Consúltese más bien directamente al pueblo por referendum, extraño sería que se haya volatilizado aquel 95% de pacifistas.

Quiérase o no, en el supuesto de que las misiones fuesen de paz y humanitarias, vamos a Afganistán y Haití a reparar males causados por la agresión de la mayor potencia del mundo, que una vez causado el desastre -y sin duda obtenido la apropiación de riquezas que esperaba-, exige que otros peguen los platos rotos.

En el tablero maldito de la guerra hemos cambiado de lugar. De oca en oca y a mí me toca. Con tal suerte que dos veces caemos en la casilla de la calavera. La primera vez tiró un hombre, sólo contra la mayoría; ahora aplaudimos todos, pero el resultado es el mismo y el proceso clásico: primero se sataniza a un dirigente cuyo país interesa a los norteamericanos por sus riquezas, sus reservas, el provecho de las multinaciones o su posición estratégica; los yankis bombardean, invaden, aniquilan el país pero rescatan los intereses en juego. Al final llegan sus lacayos «a poner orden».

El estratega del Pentágono Edward N. Luttwak acaba de publicar en el New York Times lo mismo que digo yo, pero con mucho más cinismo: este profesor aboga por la política de la tierra quemada: al intervenir en Irak, sus compatriotas han provocado un caos del que al fin no sacan el provecho deseado. Pero si se retiran generarían una situación muchísimo más caótica que desestabilizaría toda aquella región y obligaría a los países limítrofes a intervenir así como a las grandes potencias. Los Estados que ahora se niegan a participar en la ocupación (por ejemplo de Afganistá, Irak, Haití…) no tendrán más remedio que hacerlo.

Esta política descarnada que planifica la tragedia de los pueblos ilustra explícitamente la nueva doctrina norteamericana, analizadada con lucidez por el experto francés Alain Joxe en su obra El Imperio del Caos .