Se celebran en Colombia 200 años de la independencia y la «fundación» de la república. Se hizo la independencia formal de España pero no se constituyó una Nación. Son cosas diferentes que muchos confunden, por ignorancia o conveniencia. Tiempo después, la oligarquía criolla nos entregó al imperio inglés y, después, al norteamericano (1903). Es cierto […]
Se celebran en Colombia 200 años de la independencia y la «fundación» de la república. Se hizo la independencia formal de España pero no se constituyó una Nación. Son cosas diferentes que muchos confunden, por ignorancia o conveniencia. Tiempo después, la oligarquía criolla nos entregó al imperio inglés y, después, al norteamericano (1903).
Es cierto que funcionamos como un país, tenemos una economía construida por nuestra gente (así sea subordinada a las potencias) y portamos una particular y compleja identidad (que nos hace «seres especiales»), pero no somos una verdadera Nación. Somos una colonia y el «Caín de América». Con siete bases militares gringas y gobiernos títeres, no podemos creernos «independientes». Las derechas oligárquicas, patriarcales, racistas y clericales, nos usan como cabeza de playa en la región. Y la resistencia interna es exterminada a sangre y fuego, a pesar que la oligarquía afirma que tenemos «la democracia más antigua del continente».
Para entender por qué hemos llegado a la actual situación, es interesante comprender lo que en verdad ocurrió en el pasado. A principios del siglo XIX, el grueso del pueblo mestizo, de origen indígena, afro y «blanco pobre», no tenía la más mínima oportunidad de decidir con autonomía sobre la llamada «revolución» de independencia. Estaban sometidos al poder omnipotente de los grandes terratenientes y esclavistas mineros, sin posibilidad de hablar y menos de decidir.
Sólo en muy pocas regiones de la Nueva Granada existían núcleos de pueblos rebeldes que podían decidir su «propio hacer» frente a la guerra que enfrentaba a los llamados «patriotas» con los «realistas». Eran pueblos indios y negros que no habían sido completamente derrotados y mantenían una relativa autonomía para poder decidir qué partido tomar.
En el suroccidente colombiano, el pueblo Nasa, que era el único que mantenía una relativa autonomía, se dividió. Unos apoyaron a los «patriotas», otros a los «realistas». En el Patía, la gran mayoría de negros rebeldes, que tenían una alianza de vieja data con pueblos sindaguas (awas), y en Nariño, la mayoría de los indígenas pastos y quillacingas, se pusieron del lado de los realistas. Conocían a los encomenderos criollos y sabían que eran peores que los administradores del rey. Era natural que desconfiaran de la «independencia».
Para los actuales «ciudadanos» colombianos y muchos políticos y académicos, influidos por el falso nacionalismo que ha sido utilizado en Colombia para engañar, la actitud «progresista» tenía que ser la «patriótica». Apoyar el rey de España es considerado una «traición» y es inconcebible que pueblos negros o indígenas pudieran ser «realistas».
No obstante, si nos colocamos en el «cuero» de esos pueblos, los 200 años de independencia no les ha significado gran cosa. No han podido ampliar o fortalecer su autonomía, y siguen en peligro de ser exterminados o «extintos». Las leyes que se aprueban en «su favor», como las que se aprobaron en tiempos de la «república», se convierten en trampas y retrocesos.
La particularidad y complejidad colombiana (historia muy resumida)
En el territorio que los españoles denominaron la Nueva Granada (actual Colombia), durante la conquista y colonización, se encontraron con la existencia de un pequeño «imperio» muisca, en la altiplanicie cundi-boyacense en el centro de esa región, rodeado de cientos de pueblos indígenas indómitos y rebeldes, en medio de una geografía y naturaleza exuberante y agreste.
Se enfrentaban a tres cordilleras gigantescas; dos océanos (atlántico y pacífico) que nos conectan con Centroamérica, las Antillas y Sudamérica y nos hacen ser un cruce de caminos y migraciones amerindias (y actuales), y a bosques y selvas impenetrables donde los indígenas se refugiaban (y después lo hicieron los «negros cimarrones»).
Poco a poco fueron colonizando el territorio y esclavizando a la población. Esas oligarquías coloniales vivían aisladas en sus ciudades, rodeadas de la resistencia de los indios. En Popayán, se protegieron con sus aliados «yanaconas» traídos de Perú y Ecuador; en Bogotá tenían acuerdos con los indios muiscas mientras los aculturizaban; en Cartagena se hacían proteger por mestizos-negros domesticados, y en Antioquia, los hijos de hombres blancos e indias (mestizos) les servían de protección y mano de obra de haciendas y minas.
En el caso de Antioquia, cuando los mestizos crecieron, fueron expulsados de las haciendas por medio de la «colonización paisa» hacia Caldas, Risaralda, Quindío, y norte del Valle, y de allí hacia más abajo, Tolima, Huila, Caquetá, Putumayo, zonas del Cauca, y los Llanos. No obstante, esos mestizos de origen paisa, se volvieron liberales en su contacto cotidiano con los pueblos pijaos, cuyabros, calimas, nasas y demás, rebeldes por naturaleza. (Es la avanzada más subversiva de nuestro pueblo pero deben controlar el «resentimiento» para conectarse al resto).
Así continuó la colonización en Colombia, proceso que no ha terminado. Nunca hubo reforma agraria sino que empujaron con la violencia a campesinos y colonos hacia tierras baldías. De tal manera que en Colombia siempre existió una élite de origen español, una gran base de mestizos domesticados (de origen yanacona, muisca y blanco), y una gran cantidad de pueblos indios rebeldes pero desunidos y dispersos, que siempre se enfrentaban con los «capataces», o sea, con el «colchón de amortiguamiento» que habían construido los criollos para defenderse de los «malos cristianos», los «bandidos, vagabundos e insurgentes».
Así, los criollos herederos de los españoles no estaban en capacidad de construir una Nación y menos una república democrática. Para ellos era mejor mantener el control en las diversas regiones e impedir la unión de los pueblos rebeldes que podían influir en sus aliados domesticados, los «indios buenos», y poner en peligro su hegemonía. Por ello, necesitaban un aliado imperial en caso de una rebelión generalizada como ocurrió con Jorge Eliécer Gaitán. Alguien de antaño decía que «la oligarquía colombiana le teme más al pueblo que al imperio».
Conclusión
Seguir haciéndole creer a nuestra gente que en verdad hubo una efectiva independencia y que se fundó una República, es caer en la trampa de los poderosos. Hay que sintonizarse con nuestro pueblo que instintivamente sabe que siempre fue una mentira. Por ello la gente aclama con más exaltación el triunfo de un deportista salido y surgido de sus entrañas, que la supuesta independencia que muy pocos sienten de verdad y que pocos celebran con entusiasmo.
La tarea que tenemos por delante es fundar en serio la Nación y construir la República. No será nada fácil. Para hacerlo no podemos seguir luchando solo contra los «capataces» (Uribes, Santos, etc.), apoyándonos solo en un sector de los pueblos más rebeldes (Nariño, Guajira, alrededores del Volcán del Huila, y Bogotá). Nos toca diseñar una estrategia envolvente, paciente, inteligente, sin «vivezas» y sin «saltos al vacío» (supuestas «constituyentes», etc.), que solo conducen a más guerras fratricidas y a desgastes innecesarios.
Hay que romper con la repetición compulsiva que nos conduce a una constante trágica: a) alzamiento rebelde; b) acuerdo de paz; c) falsa constitución; y d) nueva guerra.
Es lo que ocurrió con algunas guerrillas, que se dedicaron a acosar a campesinos ricos y medios en muchas regiones, sin apuntarle a los lacayos mayores y al imperio, generando la base social de lo que hoy es el «uribismo». Eso no podemos repetirlo. Hoy está apareciendo una juventud que marca la pauta, que quiere cambios concretos en la vida real y no solo en las leyes (que siempre se quedan en el papel).
Esa juventud no quiere más de lo mismo, así se vista de «nuevo» y «progresista».
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