Borges afirmaba que a lo largo del tiempo nuestra memoria va formando una biblioteca dispar, hecha de libros, o páginas y artículos, cuya lectura fue una dicha para nosotros y que nos gustaría compartir. Y finalizaba diciendo: los textos de esta íntima biblioteca personal no son forzosamente famosos. ¿Es necesario vigilar obsesivamente las lecturas de […]
Borges afirmaba que a lo largo del tiempo nuestra memoria va formando una biblioteca dispar, hecha de libros, o páginas y artículos, cuya lectura fue una dicha para nosotros y que nos gustaría compartir. Y finalizaba diciendo: los textos de esta íntima biblioteca personal no son forzosamente famosos. ¿Es necesario vigilar obsesivamente las lecturas de los pensadores? ¿Es productivo seguir el hilo rojo de Ariadna de la lectura al concepto? Habitualmente no se le exige confesarlas. Es en cierto sentido perjudicial, una suerte de pudor metodológico, ya que el conocimiento de lo que un autor lee facilita la inteligencia y el sentido profundo de lo que dicen. Un concepto novísimo, un giro sorprendente, una metáfora imprevista nos hace sospechar que sin aviso previo se está retomando la palabra de otro. La escritura es un velo que hace difuso el razonamiento que se despliega detrás y antes de lo que estamos leyendo. Al ser transpuesta la escritura por la vigilancia hermenéutica, aquella se convierte en un eco quebrado, en un jeroglífico de la razón por fin descifrado o la mera apariencia de una idea que ya no puede negar su génesis. Sólo si tenemos la posibilidad de encontrar el texto primordial de la cadena, puede el enigma de las fórmulas huérfanas despejarse y con ello se redibujar la imagen total del filósofo. En ciertos pensadores esta tarea seculizadora (ya que aniquila el aura religiosa del Genius) se encuentra con múltiples problemas: resulta imposible fácticamente o por la propia dinámica de su Stil, reconstruir la angustia de las influencias. Nadie más adecuado, para esta reconstrucción de la biblioteca imaginaria personal, que el filósofo Nietzsche. No tanto por su estilo antiacadémico premeditado, que cita muchos autores y pocas obras, sino por la obra filial de su hermana. Gracias a la previsión de Elisabeth se protegieron no sólo los manuscritos, el Nachlass nietzscheano, sino su importante biblioteca personal, incluyendo sus libros anotados de puño y letra. Como albacea responsable hasta conservó no sólo sus libros personales, sino los recibos de compra de las librerías y talones de las bibliotecas públicas, patrimonio que se conserva hoy en el Goethe-Schiller Archiv de Weimar. En Nietzsche sucede muy fácilmente, gracias a sus constantes autointerpretaciones de su propia vida y obra, que tengamos la impresión que en realidad leía poco o nada al final de su vida. Sus biógrafos también quedaron despistados, ya que Nietzsche mismo se encargó de borrar toda huella remarcable, todo vestigio de inspiración. Como decía su primer admirador y hagiógrafo Georg Brandes «es algo notable que considere como absolutamente insensato que él, Nietzsche, pueda deberle algo a alguien, y se enoja ‘como un alemán’ contra todo autor que se le parezca en algo». Parte del aura atrayente y núcleo duro del culto a Nietzsche, el Nietzschéisme, que consiste en considerarlo un adivinador, un visionario, un artista, un santo original e inactual. Y no hay duda que esta imagen mítica dionisíaca fue alimentada y construida por el mismo Nietzsche. Su propia filosofía critica con dureza la lectura como una falta de afirmación en la vida misma: «Otra listeza y autodefensa consiste en reaccionar las menos veces posibles y en eludir las situaciones y condiciones en que se estaría condenado a exhibir, por así decirlo, la propia ‘libertad’, la propia iniciativa, y a convertirse en un mero reactivo. Tomo como imagen el trato con los libros. El docto, que en el fondo no hace ya otra cosa que «revolver» libros -el filólogo corriente, unos doscientos al día, acaba por perder íntegra y totalmente la capacidad de pensar por cuenta propia. Si no revuelve libros, no piensa. Responde a un estímulo (un pensamiento leído) cuando piensa, al final lo único que hace ya es reaccionar. El docto dedica toda su fuerza a decir sí y a decir no, a la crítica de cosas ya pensada; él mismo ya no piensa. El instinto de autodefensa se ha reblandecido en él; en caso contrario, se defendería contra los libros. El docto, un décadent. Esto lo he visto yo con mis propios ojos: naturalezas bien dotadas, con una constitución rica y libre, ya a los treinta años ‘leídas hasta la ruina’, reducidas ya a puras cerillas, a las que es necesario frotar para que den chispas «pensamiento»- Muy temprano, al amanecer el día, en la frescura, en la aurora de su fuerza, leer un libro; ¡a esto yo lo califico de vicioso!»» (Ecce Homo, Porqué soy tan listo, 8). Leer sería una actividad meramente reactiva y un vicio que puede llevarnos a estar «leídos hasta la ruina». Como dijimos esta constante autocomprensión de sí mismo que ha servido de canon interpretativo a hagiógrafos y epígonos (un caso similar es el de Heidegger) coincide con la peculiaridad de su Stil donde la forma táctica del ensayo aforístico no deja lugar al clásico aparato erudito de citas, ni al apéndice bibliográfico. Aparecen aquí y allá algún autor mayor (de prestigio), ninguna obra y mucho menos autores menores o escolares. Cuando confiesa lecturas a la luz pública, como en Ecce Homo, su lista es arbitraria y limitada a obras de ficción (Molière, Corneille, Racine, Maupassant, Merimée, Stendhal, Byron, Shakespeare). Será esta la única lista confesional de Nietzsche sobre sus lecturas. El guerrero, ya armado con casco, pica, escudo y égida sobre el pecho, sólo reconoce recurrir a la lectura como mero pasatiempo entre las batallas de las ideas. El resultado es un rizo hermenéutico que refuerza la genialidad y originalidad absoluta de Nietzsche mismo, un verdadero Minerva filosófico, y como contrapartida para sus lectores la incomprensión de su diálogo íntimo con autores y obras. Como producto final Nietzsche sería un filósofo genial bien dionisíaco, un pensador original aislado, un eremita eminente y excepcional. El resultado no es otro que la incomprensión del mismo Nietzsche. Por supuesto, esta imagen es totalmente falsa. Nietzsche fue, en efecto, un enorme lector de libros, casi compulsivo. «Revolvió libros» no sólo en su juventud, sino durante toda su vida incluyendo su último año de actividad consciente.
Nietzsche y La Flair du Livre : la dudosa confesión a sus lectores de Ecce Homo que «durante años no volví a leer nada ¡el máximo beneficio que me he procurado!» es falsa, confunde y conduce a la mala interpretación. Esta pintura impresionista de un filósofo vital y dionisíaco, reflexionando en las alturas de la soledad y pleno de inactualidad (sin influencias) se desmiente con sólo espiar detrás de los hombros de Nietzsche, hacia los anaqueles más recónditos de su biblioteca personal. La cultura libresca de un miope contrastaba con Zarathustra. Ya de joven, Nietzsche fue un bibliómano obsesivo y lector voraz. De niño tuvo un interés desmesurado por los libros y su habilidad para leer y escribir la desarrolló en una edad muy temprana para la época. Según la biografía de juventud escrita por su hermana, Der junge Nietzsche, con cuatro años, su padre le había no sólo enseñado a leer sino que se sentaba a practicar en el estudio de su padre rodeado de libros. Este estudio, como lo reconocerá en escritos autobiográficos el propio Nietzsche, como en Aus meinen Leben de 1858, será su lugar favorito en su infancia. El lugar central que ocupaban los libros en el imaginario de Nietzsche lo demuestra el rol que jugaban en sus relaciones de amistad con sus amigos de infancia Wilhem Pinder, Gustav Krug, Paul Deussen y Carl von Gersdorff. Nietzsche no sólo les recomienda constantemente libros y le anuncia novedades editoriales, sino que discute los libros que adquiere y regala a sus amigos libros en sus cumpleaños y en la Navidad. Ya en esta época Nietzsche desarrolla un hábito malsano del cual no podrá desprenderse jamás: escribe sin citar fuentes o sin entrecomillado, llegando al borde del plagio. Además se derrumbe la peregrina idea del catecismo nietzscheano de que su interés filosófico se reducía a la psicología y el arte, por el contrario: ya en Pforta compra o consulta textos de historia, no sólo clásicos escolares de la historia de Roma como Mommsen sino le dedica particular atención a historiadores de la edad moderna y y de la política contemporánea. Lee y transcribe a historiadores alemanes como Mundt, Menzel o Gervinus, o historiadores conservadores como Guizot o el torie Macaulay. En carta a Elisabeth de noviembre de 1861 le indica como su deseo para regalos de Navidad una colección abigarrada de libros de historia sobre Alemania, la Reforma y en especial muchos sobre la Gran Revolución Francesa. Estudia con detenimiento además filósofos de la historia como «el gran Herder». En el Nietzsche lector aparece un obsesivo binomio que se mantendrá incólume en su derrotero intelectual: historia y política; política e historia. Le interesan los grandes líderes históricos, no sólo lee y escribe sobre Napoleón I (y también sobre el III), devora libros sobre Metternich, Castlereagh e incluso protagonistas políticos de las luchas sociales de la época: Blanqui, Blanc, Ledru-Rollin, Cavaignac (los protagonistas de la revolución de 1848). Nietzsche también adora la lectura colectiva o en conjunto, ya sea con su familia o amigos, una costumbre que se ha perdido: en 1864 menciona en una carta que él y Deussen han leído juntos un drama griego; en 1866 lee a Schopenhauer junto a von Gesdorff y Mushacke. En 1860 Nietzsche funda una asociación cultural con sus amigos, de significativo nombre Germania , importante en el desarrollo nietzscheano. Esta sociedad se centraba de nuevo en la cultura libresca: se obligaba a sus miembros a presentar cada mes un trabajo literario (poema, ensayo o composición musical) y los otros deberán evaluarle y escribir una crítica; además se recomendaban libros y revistas literarias. Las más importantes producciones de Nietzsche de ésta época, Fatum und Geschichte y Willensfreiheit und Fatum , fueron escritas para Germania . Ya en 1865 empieza a adquirir una cantidad importante de libros para una ambiciosa biblioteca ideal, que debido a su situación financiera, nunca podrá completar. Asiste a subastas y remates de librerías y planea pagar su compra de libros con un crédito a diez años, como le confiesa a von Gersdorff. Durante estos vagabundeos por subastas y librerías de viejo fue donde se encontró por casualidad con Schopenhauer. Otro autor importante en su desarrollo intelectual oculto, hablamos del socialista Friedrich A. Lange, lo adquirió gracias a la listas de novedades que le enviaban las librerías del lugar. Ya en Basilea como profesor de filología (1869-1879) lee entre cinco y siete horas por día, en especial textos filológicos y relacionados con sus clases. Utiliza frecuentemente la propia biblioteca de la universidad y reclama a libreros de Alemania la lista de novedades y re ediciones. A partir de 1879 hasta el culmine de su vida activa, enero de 1889, Nietzsche comienza una vida nómada, sin dirección fija y con limitaciones económicas. Esta época es la más difícil de evaluar para conocer la dimensión e influencia de las lecturas de Nietzsche. (Continuará)