La consigna “no a la guerra, no a la OTAN” es completamente inapropiada para el momento y para el acontecimiento. Ese eslogan hoy solo puede interpretarse o como regüeldo de la Guerra Fría o como mera yuxtaposición de males.
No tengo nada que objetar al eslogan “no a la guerra”, a condición de que quede completamente claro de qué estamos hablando. En 2003, en vísperas de la invasión estadounidense de Iraq, su poder movilizador residía en el hecho de que España formaba parte de la coalición agresora en un contexto geopolítico en el que, omnipotencia solitaria, todas las guerras las desencadenaba EE.UU. Ese “no a la guerra” no ofrecía dudas: era una denuncia del horror que estaba a punto de abatirse desde la Casa Blanca sobre el pueblo iraquí indefenso. En 2022 la realidad es muy distinta. La guerra se ha descentralizado; hay otras potencias y subpotencias dejando su propia denominación de origen en diferentes infiernos locales: Arabia Saudí en Yemen, Rusia e Irán en Siria, Turquía en el Kurdistán, etc. La mayor parte de los humanos estamos en contra de la guerra todos los días del año, pero si solo nos manifestamos hoy conviene que se sepa por qué lo hacemos, qué ha despertado en nosotros esta necesidad de movilizarnos, a quién acusamos –en definitiva– con nuestra protesta.
Así que no me parece mal la consigna “no a la guerra”, a condición, por ejemplo, de que todas las manifestaciones se convoquen delante de las embajadas y consulados rusos. Y no me parece mal, a condición, además, de que no se añada en los carteles ese absurda jaculatoria sin sentido: “No a la OTAN”, rutinario reflejo izquierdista de un mundo que no existe y que, con razón, dejará fuera de las manifestaciones a miles de personas que solo reconocen ahí el sello de una vieja izquierda cerrada y autocomplaciente, más antiamericana que anti-imperialista, más pendiente de sí misma que del sufrimiento de los ucranianos (o de la valentía de los rusos que -estos sí con fundamento- se manifiestan en Moscú “contra la guerra” desencadenada por su gobierno). Cuidado: no es que la OTAN no exista o que no tenga ninguna responsabilidad en lo que está ocurriendo; nos lo ha contado muy bien Rafael Poch, por ejemplo, desde estas mismas páginas. La OTAN es dañina para Europa y para el mundo. Todos los días del año son buenos para manifestarse contra ella; todos, sí, menos éste. Ucrania no pertenece a la OTAN; no hay soldados de la OTAN combatiendo en Ucrania; y no hay, desde luego, aviones de la OTAN bombardeando Moscú; ni intención alguna, por parte de la OTAN, de frenar militarmente la agresión rusa. A la OTAN se la puede –y debe– incluir en un artículo de análisis o en un ensayo histórico sobre la cronología del conflicto, pero no en una manifestación de protesta contra una guerra cuya responsabilidad señala con el dedo una sola fuente: Putin. En 2003 todos sabíamos que Sadam Hussein era un dictador, que había matado chíies y utilizado armas químicas contra los kurdos; y a nadie se le ocurría pensar que los cientos de miles de españoles que se manifestaban contra la inminente invasión de Irak fueran sus cómplices. ¿Por qué hablar hoy de la OTAN? Nadie puede pensar tampoco que los manifestantes contra Putin son por ello partidarios de la OTAN. ¿Nadie? Solo paradójicamente ese sector de la izquierda que o bien busca mitigar la responsabilidad del gobierno ruso o tiene miedo de que sus propios compañeros los acusen de ser complacientes con el “único y verdadero” imperialismo, que es, ha sido y será siempre el de EE.UU..
La consigna “no a la guerra, no a la OTAN” es completamente inapropiada para el momento y para el acontecimiento. Ese eslogan hoy solo puede interpretarse de una de estas dos formas: o como regüeldo de la Guerra Fría o como mera yuxtaposición de males. Si no se menciona a Putin y sí se nombra a la OTAN, se está insinuando que esa guerra, una vez más, es responsabilidad de EE.UU. y de sus socios atlantistas. “Guerra” ahí, con ese subtítulo, deja de evocar por eso el caso concreto de Ucrania. ¿O es que nos estamos limitando a yuxtaponer dos de los males de este mundo (la guerra en abstracto y una organización inútil y criminal)? Pero entonces podríamos preguntarnos por qué no añadimos al cartel de la convocatoria otras lacras y amenazas más o menos conectadas: no a la guerra, no a la OTAN, no a las drogas, no al fascismo, no a las pandemias, no a las farmacéuticas. Una manifestación en la que la guerra en Ucrania se identifica con la OTAN se transforma en una manifestación de apoyo a Putin; una pan-manifestación contra todos los males del mundo es un completo absurdo.
Los pacifistas, que consideramos malas todas las guerras (ver este bello artículo de Vanesa Jiménez), y los anti-imperialistas, que consideramos criminales todas las invasiones, no hemos podido evitar la invasión de Ucrania como no pudimos evitar la invasión de Irak. Ahora bien, una vez consumada la agresión, por decencia y militancia, en favor de la paz futura, contra los imperialismos de toda laya, no debemos vacilar en denunciar a Putin como responsable imperialista de un crimen de lesa humanidad (pues recordemos que para la ONU el mayor crimen imaginable es precisamente la activación de la guerra, madre de todos los crímenes), tal y como hicimos en 2003 con EE.UU. en Irak. No sacrifiquemos mentalmente, como peones de ajedrez, a los civiles ucranianos que perecen bajo las bombas de Putin; solidaricémonos con los rusos que protestan contra ellas; dejemos sonoramente claro que queremos un mundo en el que los conflictos se solucionen por la vía diplomática y que, por lo tanto, nos manifestaremos contra cualquiera (¡cualquiera!) que viole la ley internacional e invada países soberanos, generando con ello muertes, desplazamientos y destrucción. Otras veces lo hicimos –y tendremos que volver a hacerlo, me temo– contra EE.UU. y la OTAN. El problema de un eslogan no es que sea breve y un poco de brocha gorda; tiene que serlo por fuerza; lo que no puede ser es ambiguo. Podemos elegir no convocar manifestaciones y dedicarnos a escribir y leer buenos análisis; pero si nos manifestamos hoy no lo hagamos con consignas de ayer o con pusilánimes consignas sectarias. Estar contra la guerra hoy es denunciar sin ambages la invasión rusa de Ucrania. Mañana ya veremos.
Santiago Alba Rico, es filósofo y escritor. Nacido en 1960 en Madrid, vive desde hace cerca de dos décadas en Túnez, donde ha desarrollado gran parte de su obra. Sus últimos dos libros son «Ser o no ser (un cuerpo) y «España».
Fuente: https://ctxt.es/es/20220201/Firmas/38858/Santiago-Alba-Rico-guerra-Ucrania-Rusia-Putin-OTAN.htm