Mientras que el desempleo no deja de crecer, cobrar el paro o una pensión es cada vez más más difícil después de cada reforma. Miles de jóvenes deben elegir entre emigrar o conformarse con una precariedad sin límite de tiempo. A los mayores de 50 años sin trabajo parecen negarles incluso esas opciones. Hablar de […]
Mientras que el desempleo no deja de crecer, cobrar el paro o una pensión es cada vez más más difícil después de cada reforma. Miles de jóvenes deben elegir entre emigrar o conformarse con una precariedad sin límite de tiempo. A los mayores de 50 años sin trabajo parecen negarles incluso esas opciones.
Hablar de empleo en España es hablar de cifras y porcentajes escandalosos. Los desempleados registrados en el INEM se acercan a los 5 millones, mientras que la Encuesta de Población Activa habla de entorno a 6 millones de personas en España que no encuentran trabajo. Dicho de otros modo, en varias Comunidades Autónomas uno de cada tres adultos no consigue empleo.
Pero algunas cifras son más que cifras, porque es sencillo imaginarse las historias personales que llevan consigo. Como ese dato que habla de los 1.821.000 hogares en los que ninguno de sus miembros tiene trabajo. O esos dos millones de personas que ya han agotado la prestación de desempleo y se les ha dejado fuera de cualquier tipo de ayuda.
En estos últimos años, a medida que el desempleo crecía, el apoyo a los parados se reducía en cada nueva normativa laboral. Los recortes empiezan desde el mismo momento de quedarse sin trabajo: la última reforma laboral redujo las indemnizaciones por despido a menos de la mitad, de 45 a 20 días de sueldo por año trabajado. A los seis meses: los nuevos parados solo cobrarán el 50% del último sueldo, en vez del 60% anterior. Y cuando se agota el paro: en julio de 2012 se endurecieron las condiciones para cobrar el subsidio de 426 euros tras agotar la prestación de desempleo.
Además, tampoco han mejorado las alternativas a la suerte de milagro en que se ha convertido ser contratado. No se ha aprobado ninguna medida que alivie realmente los obstáculos a los que se enfrenta quien trata de crear una pequeña empresa o ser trabajador autónomo. Y por otro lado, la reforma de las pensiones que aprobó el anterior Gobierno ya está ampliando la edad que da derecho a la jubilación. Un aumento progresivo que concluirá en 2027, cuando la edad para acceder a una pensión será de 67 años.
«Fuera del mapa»
Pero hay realidades que no caben en ninguna cifra. El desamparo de los jóvenes obligados a elegir entre precariedad y exilio. La tristeza de miles de personas que vuelven a sus países de origen con las manos vacías, o llenas de deudas. La desesperanza de los que acaban de formarse para su vocación, la apatía de los que renuncian a su vocación sin ni siquiera intentar cumplirla.
Como la rabia de José Félix. Con 54 años, en paro desde hace más de dos, que ve cómo el sistema le va dejando fuera poco a poco. «No cobramos, no cotizamos, no consumimos, desaparecemos del mapa», resume.José Félix explica con orgullo su vida laboral. Durante 26 años se convirtió en «el hombre para todo» en un estudio de urbanismo. Pero la desesperanza asoma en su voz cuando reconoce que en dos años no ha conseguido una sola entrevista de trabajo. «Ni siquiera te llaman por la edad», protesta ante lo que califica de una «clara discriminación», frente a la cual propone cuotas para mayores de 55 años en las grandes empresas.
Los puños de este hombre tranquilo se cierran al hablar de las recientes reformas del Gobierno. «A mí personalmente la que más afecta es la última, el decreto del 15 de marzo», dice con el convencimiento del que sabe de lo que habla. Explica que justo le pilló en medio la ampliación de los 52 a 55 años como edad mínima para recibir una pensión. Y cuando llegue a esa edad, al computarse ahora los ingresos de la unidad familiar tampoco recibirá ninguna ayuda. «A lo mejor tengo que separarme para cobrar algo», bromea resignado.
La situación de los miles de casos similares a José Félix se puede comparar a tener cada pie en dos barcos que se separan: la dificultad de encontrar trabajo en los últimos años de vida laboral por un lado, y la ampliación de la edad de jubilación por el otro.
Pero en el momento en el que parece imperar la ley de la selva y el todos contra todos, José Félix y tantos otros como él, han decidido formar la Asociación de Mayores por el Empleo (Ampem). Además de participar en protestas, organizar recogidas de firmas contra las leyes que les recortan derechos, AMPEM se ha convertido en un grupo donde se comparte información sobre posibles trabajos, se intercambian cursos y se debate cómo les van a afectar cada nuevo recorte en materia laboral. En definitiva, se echan una mano en lo que pueden.
Por ahora las firmas recogidas por AMPEM no han conseguido cambiar ninguna de las leyes a las que se enfrentan. Puede que muchos de sus miembros no logren encontrar un trabajo. O tal vez sí. Pero lo que es seguro es que cuando José Félix habla de la asociación, de la necesidad de unirse ante los recortes, de luchar juntos, aleja unos cuantos metros el fantasma de sentirse un hombre rendido.