La duración de una película, del corte final del film que se hará circular, a pesar de que la necesidad comercial logró standarizarla en algo cercano a hora y media, en corto, medio y largo metraje siempre ha tenido cualquier duración.El cine comenzó su andadura con fragmentos de la realidad grabada. Los primeros films de […]
La duración de una película, del corte final del film que se hará circular, a pesar de que la necesidad comercial logró standarizarla en algo cercano a hora y media, en corto, medio y largo metraje siempre ha tenido cualquier duración.
El cine comenzó su andadura con fragmentos de la realidad grabada. Los primeros films de los catálogos de los Lumière tenían una duración de menos de 1 minuto. La tendencia narrativa del cine, no solo fue un capricho de literaturización del hecho fílmico, sino una conjunción de factores vinculados a la continuidad de espacio y tiempo al grabar las escenas que fueron haciendo necesario y posible, mayores extensiones.
Cuentan que la versión de Avaricia de Erich Von Stroheim de 1924, por su meticulosidad reconstructiva alcanzó un montaje de más de 9 horas, que los límites estéticos e industriales del sistema de Hollywood, no permitieron existir de esa manera, impidiéndonos conocer la versión original. Autores actuales como Pedro Costa que renuncian a las prerrogativas del «tiempo de producción», del que hablábamos semanas pasadas, se mueven con la libertad en 3 horas de duración de película; otros como Wang Bing plantean documentales de observación de 14 horas, como el caso del film Crude Oil de 2008.
Por otro lado, podríamos considerar la filmografía de cualquier director o de cualquier gran estudio cinematográfico, como un largo film que se va construyendo a lo largo de muchos años según sus propias necesidades o la de productores y directivos correspondientes. Las sagas cinematográficas con sus una, dos, tres o más partes consecutivas se presentan al público como resultado del trabajo de algunos creadores en sus esfuerzos de ir haciendo emerger por etapas sus propias fantasías narrativas, desarrollando una misma temática.
En los orígenes, cuando la Vitagraph era la productora más activa de EEUU, alrededor de 1908, inició la producción de la serie naturalista Escenas de la vida real que contribuyó a un primer florecimiento del cine norteamericano. La estructura episódica siempre tuvo su lugar en el cine, desde los films de Louis Feuillade basados en la figura de Fantomas, en 1913, hasta cualquiera de las sagas comerciales que vemos en la actualidad.
Esta posibilidad de «filmografíar» temáticas o personajes, siempre ha estado vinculado a dos asuntos: continuidad temática por un contenido, unas tramas o unos personajes que generaron buena recaudación para estimular a sus inversores a continuar con la producción; o la necesidad expresiva de algún director que requiere de más de un film para desarrollar sus ideas cinematográficas. Siempre, la rentabilidad, la creación de espectadores propios, para un contenido establecido, determina en gran parte la posibilidad de continuidad de un film a otro.
La filmografía como conocimiento de la realidad parece ser hoy, dada la facilidad tecnológica actual de producción, la mejor manera de acompañar un tiempo social de personas y grupos.Uno suele fotografíar la realidad para abordarla en una imagen estática. Suele cinematografiarla cuando graba secuencias con las que armará una película. Y se nos hará habitual «filmografiarla» para abordar períodos más largos de tiempos de vida mediante una serie de films.
En nuestro caso, las razones de continuidad fílmica que vamos encontrando son estrictamente sociales. Llegados al corte final de la película, en producción con los y las jóvenes de Humanes, por ejemplo, nos encontramos con un material hecho por un grupo de los cuales la mayoría estaba acabando su bachillerato. La película que vivieron e intentaron crear en el medio año de trabajo, estuvo marcada por un caótico aire festivo, de juego permanente, exhibicionismos de todo tipo, discusiones sobre temas más bien anecdóticos con respecto a una trama que nunca terminó de cerrarse. Es una película que refleja lo que eran sus vidas del año pasado. Hoy, luego de medio año, cuando miran aquello para intervenirlo y alcanzar el corte final, sus vidas han pegado un giro notable: dos trabajan en supermercados a la espera de traspasar un número clausus universitario, otra vendiendo móviles, otro en una agencia de seguros mientras termina el instituto, uno entró en la Universidad, otro recorre los alcantarillados de Madrid a veces a 20 metros por debajo del suelo… Entre tanto varios se han comprado coche, desearían irse de casa de sus padres pero no tienen dinero y están apretados por los gastos con los que se han comprometido. En las últimas reuniones, sus temas han variado dado el cambio de circunstancias que han sufrido sus vidas.
Entonces, nos empezamos a preguntar si esta película les refleja o no en lo que son. Ellos, ellas dicen que sí y están contentos con lo que ven. Pero a pesar del poco tiempo que ha pasado desde que dejamos de grabar, comienzan a verlo como otro momento de sus vidas. Las otras preguntas que nos surgieron son muy sencillas: ¿de qué hablarían en su próxima película? y ¿por qué no hay una segunda película?
La primera pregunta solo la pueden responder ellos y es una curiosidad que está latente. ¿Hablarán de sus trabajos de mierda -como suelen mencionarlos-, de la precariedad, de la frustración por no independizarse, del coche que quieren comprarse, de sus novios y novias?… ¿De qué?, es su título para la primera película que estamos terminando.
La respuesta no la sabemos, no está clara. Todos estos temas están insinuados en este primer film… ahora les preocupa si estrenarlo en Humanes por la autocensura, el pudor que les supone ante los conocidos del barrio, su grado de espontaneidad en lo que se ve en la película. No sabemos realmente de qué hablaríamos en un segundo film.
La segunda pregunta va dirigida a nosotros, el colectivo que nos planteamos este proceso: ¿por qué decidimos arbitrariamente que haríamos una sola película? Primordialmente por nuestras agendas, la lejanía del lugar, nuestra pereza, nuestros intereses de realización, etc, etc. Si dejamos de lado todo esto e intentamos que el dispositivo perdure y asumimos que podemos entablar una relación filmográfica de respeto a la relación que hemos entablado con estos jóvenes, este cine podría acompañarles por un perìodo más largo de sus vidas y convertirse en un refugio de expresión y reflexión sobre sus circunstancias, su sentir, su pensar, su derroteros futuros.
Ahora han dejado el instituto pero el pequeño grupo sigue yendo a la Casa de la Juventud cuando organizamos sesiones, porque algo les sigue enganchando a esto. De la misma manera, nosotros también seguimos enganchados a unos y unas jóvenes que hace apenas un año ni siquiera conocíamos y que sin tener nada que ver en nuestra forma de ver la vida, se van haciendo una parte curiosa de nosotros mismos. No volveremos a ver igual a unos jóvenes parecidos a ellos. Algo ha pasado, solemos decir, que no sabemos definir, pero que indudablemente tiene que ver con el cine que nos ha reunido. Todo pende de un hilo en mitad de la precariedad de nuestras vidas, es cierto. Pero no importa. Hemos tenido que sincerarnos y preguntarnos: ¿y si continuamos? Y lo preguntamos en la última reunión: y ¿si hacemos otra peli?
Sin demasiada planificación, parece, empezamos a gestar otro film. A la sombra de esto también hay un profesor de matemáticas que les vio crecer a todos, en ese mismo pueblo de Humanes y durante largos años. El también ha decidido seguir en este extraño asunto fílmico que nos une. Su labor docente duró mucho tiempo allí. Justo al finalizar la película se trasladó a otro instituto de Madrid. Quizá la continuidad de su presencia tiene mucho que ver con la posibilidad de haber hecho esta primera película.
La durabilidad de las cosas sociales, de los vínculos sociales es un asunto despreciado por la cultura capitalista y nuestras relaciones siempre parecen a punto de desaparecer, de ser arrastradas, revolcadas, destruidas por el ritmo vertiginoso de nuestras vidas. Nosotros, el colectivo que llegamos hace un año al Instituto Humanes para hacer nuestra experiencia de Cine sin Autor, éramos tan ingenuos como aquellos jóvenes que aceptaban el mismo desafío. Siendo honestos, decimos que fuimos a probar nuestros métodos de realización para comprobar si servían para algo, que pensábamos hacer una película y terminar la experiencia y quedarnos con nuestros logros. Era nuestro tiempo de producción.
Pero el cine nos ha pasado por encima, ha desafiado nuestras agendas y roto nuestros intereses.
Igual que el primer día cuando conocimos a los y las jóvenes de Humanes en que no sabíamos qué pasaría con aquella experiencia de cine. Luego de un año, a punto de terminar una película, tampoco sabemos qué pasara con la continuidad del proceso. Sólo podemos recitar con total certidumbre, aquello mismo con lo que Jean Rouch terminaba La pyramide humaine, una película improvisada entre jóvenes africanos y franceses en el año 1961:
«¡Qué más da una historia verosímil o copiada! ¡Qué más da la cámara o el micro! ¡Qué más da el director! ¡Qué más da si durante estas semanas ha nacido una película o si esta película no existe!
Lo que ha ocurrido alrededor de la cámara es más importante. Ha ocurrido algo entre esas clases de cartón…esos amores poéticos e infantiles, esos simulacros de catástrofes.
Han aprendido a amarse, a enfadarse, a reconciliarse, a conocerse. Lo que muchos años yendo juntos a clase no consiguieron…lo ha conseguido una simple película con su improvisación cotidiana…La película acaba aquí…Pero la historia aún no se ha terminado…»
Y sí. Solo el viejo cine podía ejercer esa soberbia actitud de creer que acababa una historia rubricándola caprichosamente con su: FIN. Alguien nos dijo una vez que una película se acaba solamente cuando es de un cine muerto. A lo mejor no estaba tan equivocado. Al final de una película de Cine sin Autor, un día comenzamos a poner, caprichosamente NO-Fin. Por algo sería.