A las puertas de una crisis anunciada con los frescos de otoño, Andalucía es el síntoma de una sociedad –la española– perdida entre un extendido escepticismo económico–político y un futuro carente de ideas. Los del PP no las necesitan, y nunca las necesitaron, porque desde la dictadura que les alumbró, lo único importante para la derecha española son los patrimonios personales.
Sin patrimonio no hay derecha que valga. Y es por ello que el arte de la transición del 78 fue lograr mantener intactos los dos pilares fundamentales del tardofranquismo. De un lado, el intocado e intocable Poder Judicial. De otro la doctrina básica de la propiedad que justifica su metabolismo de acumulación capitalista entre la lógica evangélica de San Mateo 13:12 –«Al que tiene se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene se le quitará aún lo que tiene»– y la ley de Moisés por la que solo «quien tiene padrino se bautiza».
El realismo de esta doctrina económica de la autarquía franquista encontró su actualización con la transición del 78 a la lógica neoconservadora de la Mont Pelerin Society y el thatcherismo del libre mercado. Básicamente este fue el milagro espiritual de la transición del «atado y bien atado». Un espíritu que ahora retorna a sus orígenes tardofranquistas bajo el impulso liberticida de Ayuso en Madrid, la patraña sistémica de Mañueco–Vox en Castilla y León y el nihilismo patricio y socarrón de Juanma Moreno en Andalucía.
Las clases medias y trabajadoras
Frente a esto asistimos al lamentable derrumbe, de larga data, de la izquierda, con un PSOE que se afirma socialdemócrata, pero solo como término pegadizo en busca de una teoría que ni se sabe, ni se la espera más allá del concepto vacío de las «clases medias y trabajadoras». Concepto que, paradójicamente, también usa socarronamente Juanma Moreno en Andalucía porque más allá de la figura sociológica de la agrupación de percentiles, todos los pagadores del IRPF se sienten clase media –superalta, alta, media media o media baja– y trabajadora, rentistas inclusive.
Consecuentemente es un concepto que no solo se perfila por exclusión aparente de los megarricos, sino también por exclusión de los parados de larga duración y los del Ingreso Mínimo Vital para abajo. O lo que es lo mismo, las clases medias y trabajadoras no configuran ninguna identidad política capaz de formar un común y aplanar la desigualdad galopante impulsada ahora por la inflación, la subida de tipos de interés, etc.
La inestabilidad económica se mezcla ahora con la inestabilidad geopolítica, la inestabilidad medioambiental y la inseguridad sanitaria. Sólo en dos años se han derrumbado décadas de desarrollo neoliberal y globalización, sin que la izquierda progresista haya reaccionado poniendo diques a la transición de la economía productiva a la economía especulativa combatiendo burbujas, regulando la actividad financiera o simplemente creando alternativas estables contra la desigualdad galopante. Todo lo contrario.
El urbanismo según San Mateo
La gran mayoría del progresismo español y europeo se puso de perfil y se subió al carro de la economía financiera tirando por la borda cualquier pensamiento de transformación estructural, lo que en el caso español suponía la conservación de la estructura económica y patrimonial gestada durante la dictadura: agricultura, turismo y poco más.
La mirada histórica no puede ser más triste, pues la gran mayoría de las medidas políticas adoptadas por los gobiernos del PSOE han tenido carácter focalizado en intereses determinados, donde los cambios estructurales apenas han existido, por decir algo. El suelo fue el gran protagonista político de la democracia española del siglo XX. Izquierdas y derechas desarrollaron un ordenamiento urbanístico según San Mateo, al que tiene se le dará en abundancia y al que no tiene se le quitará del territorio. Las políticas educativas se conciben bajo la óptica del desarrollo de las capacidades laborales. Tuercas y microchips inundaron las aulas y las matemáticas se presentan como la quintaesencia del pensamiento racional. La economía renovó el fondo de armario del avaro contable y se vistió de flamante académico con curvas y estadísticas de lentejuelas. El pensamiento crítico no se prohibió, pero desapareció del currículum por inútil y aburrido. Las políticas de salud articulan la atención primaria como dispensadores de fármacos y en los hospitales públicos los pasillos de urgencias ofrecen funciones dantescas con relativa frecuencia.
Tan bajo es el legado que deja el PSOE en su largo gobierno de Andalucía desde 1978 hasta 2019 que la sentencia de los ERE eclipsa ya la historia de un cambio que no cambió apenas nada, ni creó nada nuevo, esencial e irreversible, diferente. Simplemente se limitó a administrar el crecimiento de lo que había, no a cambiarlo. Es por ello que tras la sentencia de los ERE todo se derrumba, sin más, en este verano incandescente de 2022, y lo poco que queda en pie promete privatizarlo el PP después de bajar los impuestos.
Sumar o restar, ¡esa es la cuestión!
Pero al lado izquierdo del PSOE se alza la izquierda de los mesiánicos en proceso permanente de clonación diversa. Sorprende, por incomprensible, la visita de Yolanda Díaz al Papa Francisco en Roma y a Bernie Sanders en Washington.
Si vamos a sumar desigualdades está claro que el Cuerpo de Cristo es el modelo de la sagrada familia que desde hace XXI siglos viene predicando la suma orgánica de los distintos bajo la cabeza del único Dios verdadero.
Pero si lo que pretendemos es sumar igualdades, nada tienen en común los excluidos de Washington con los excluidos de Madrid, ni cultural ni jurídicamente. La cuestión no es la de sumar, sino la de amortiguar, hasta anular, las desigualdades. Y eso, desde la vía fiscal o desde el modelo keynesiano, no tiene otro enfoque que el de restar y redistribuir.
No es la economía, ¡es el Derecho idiota!
Pero siguiendo el pensamiento de Katharina Pistor la economía carece de sustancia propia por cuanto es una creación o excrecencia del Derecho. La catedrática de la Columbia Law School nos descubre así la razón de por qué el PP bloquea persistentemente –¡a diente perro!– cualquier reforma del Poder Judicial capaz de amenazar el dominio de los jueces amigos conservadores.
Retornemos ahora al primer pilar de la Transición del 78, el Poder Judicial. Y pensemos sobre la siguiente cuestión romántica: ¿Puede «el poder» ser una realidad fáctica como el Sol, los árboles o el tigre de Bengala… o por el contrario se trata de un símbolo social que caracteriza una estructura asimétrica de desigualdades organizadas jerárquicamente en términos de dominio y subordinación?
Prestando un poco de atención, se puede apreciar que lo más determinante de esta estructura básica es su fórmula piramidal donde la experiencia vital de la inmensa mayoría de la población humana se conforma –crece, vive y se reproduce– sobre un flujo constante de actos de subordinación.
No hay clases, hay posiciones sociales
Flujo que configura, a su vez, un espacio de relaciones en el que las distintas experiencias van dando forma a unas identidades individuales estrechamente vinculadas a la posición que cada uno ocupa en la cadena de actos sociales que constantemente tiene lugar en ese espacio de relaciones. Siendo que espacio y posición se modulan recíprocamente. Así un trabajador que cae en paro no sólo cambia de posición sino que también cambia su espacio de relaciones, y lo mismo pasa con los jubilados y todos aquellos que cambian su posición.
Consecuentemente podemos ver que la sociedad del Siglo XXI no es ninguna sociedad de clases estables, entendida en los términos del siglo XIX y primer tercio del siglo XX. Más bien podríamos afirmar que lo que ahora tenemos es una sociedad ordenada en redes de posiciones sociales que conforman espacios dinámicos de convergencia de intereses.
Pero lo más relevante de la posición social es que no solo proporciona al individuo el punto focal que reúne todas sus experiencias, y desde el que parte su perspectiva autónoma para la formación de criterios morales, sentimientos y significados interpretativos de la realidad. También es la fuente de desarrollo de su conciencia personal y del autoconocimiento que sustenta su mayor o menor autoestima.
Consecuentemente encontramos en esta conjetura de los posicionamientos sociales la fuente de la diversidad de puntos de vista, o puntos focales, que viene a refutar la vieja idea romántica de Friedrich Schiller (1795) de la Bildung (educación) que forme la conciencia de los ciudadanos. No tienen el mismo punto focal un parado de larga duración que un juez, un ingeniero o un banquero. Y lo mismo pasa con una limpiadora, la esposa del marqués, la enfermera o la ministra de Economía. Diversidad que plantea profundos problemas en el modelo de sociedad actual; el primero de ellos en el concepto de justicia como sistema hegemónico de pensamiento absolutista. Asimismo, esta es la razón por la que, con toda probabilidad, se puede explicar tanto el fracaso escolar como el fracaso de la política educativa contemporánea por su incapacidad absoluta para asumir la diversidad real de puntos focales. Ninguna matemática, tuerca o microchip tiene capacidad para formar una conciencia «sensata» en ningún ser humano.
Yo frente a los otros
Sensatez, por lo demás, imposible de alcanzar en el escenario español por cuanto desde el siglo XX, la conciencia personal se modula linealmente desde la cultura franquista hasta la cultura neoliberal del capitalismo actual. Siendo que la sustancia determinante de esa continuidad lineal lleva implícitos los dos signos culturales de la identidad individual frente a los otros, el de la familia y el de la prevalencia del interés egocéntrico.
Así la vieja concepción circular del común recíproco ha sido transformada en la modernidad liberal mediante la reducción, y destrucción, de los así considerados como «subjetivos» lazos sociales en favor de la prevalencia objetiva de los vínculos económicos, mediante relaciones contractuales entre las distintas posiciones sociales. Es la lógica del libre mercado. Incluso en el mundo cooperativo, el orden básico es el binomio del «yo frente a los otros» que lleva siempre implícito todo principio de jerarquía.
El gorrón y el representante, cuando los pobres roban el Rey es inmune
Razón por la que toda idea del común colectivo encuentra grandes dificultades de realización, bien por el sabotaje de la figura del «listo gorrón» dispuesto en todo momento a sacar ventaja, bien por la toxicidad de los privilegios del “líder” o los “representantes”, como miembros diferenciados del común. Y también, cómo no, por el asedio del exterior. La gran mayoría de las dificultades de «lo común» tiene origen, forma y sustancia jurídica antes que cultural.
Se trata, pues, de un problema «moderno» que nace de la contrarevolución napoleónica y se constituye como principio jurídico a través del art. 554 del Código Napoleónico que establece la propiedad privada como un derecho absoluto. Así pues, desde el Código Napoleónico la justicia en Occidente se entiende como una relación entre derechos patrimoniales. Relación que el derecho positivista –de ascendencia alemana– perfecciona con el paradigma de Carl Schmitt sobre «derecho amigo», de profundas raíces nazistas. Derecho amigo que se disfraza de racionalidad instrumental en la hegemonía del pensamiento único excluyente de toda realidad ajena al punto focal del poder establecido.
Los nazis no solo aportaron a Occidente la tecnología de los cohetes, desarrollando para los «aliados» la bomba atómica y la NASA; llevando a la luna al primer norteamericano en nombre de la humanidad. También desarrollaron el derecho como arma de exclusión selectiva con eliminación de los derechos comunes y desarrollo extenso de los derechos privados. Se trata de la perfección jurídica del «efecto Mateo», muy logrado en la España actual. Así mientras los pobres «roban» el Rey es inmune. ¿Es esto democracia?… Parece que no mucho. Pero lo paradójico es que los socialdemócratas del PSOE y los nostálgicos del PP también defienden esa misma inmunidad.
La cara oscura de lo que está a la vista
Así pues, bajo el franquismo, la derecha española desarrolla la concepción política de los dos modelos colectivos fundamentales. El primero es orgánico y lo constituyen la familia y la estirpe. El segundo es coyuntural y lo conforma la articulación de intereses bajo el sacramento de la comunión, modelo Opus Dei. En política la mezcla de los dos configura el fenómeno denominado «clientelismo», que es la cara oscura de lo que siempre está a la vista bajo la vieja ley del padrino de Moisés, más modernamente actualizada bajo el epíteto del tráfico de influencias. No hay duda de que el clientelismo es una transposición de la idea de familia al campo de los intereses.
Transposición que genera una multitud de paradojas. La última es la paradoja de que Anticorrupción libera a Esperanza Aguirre por «falta de indicios» mientras que el Tribunal Supremo condena a José Antonio Griñán y otros a la cárcel pese a que dos de los cinco votos son en contra. Así pues, las redes clientelares también tienen color, siendo que las azules están más cerca del cielo y las rojas siempre más cerca del infierno.
Tres preguntas a la izquierda
¿Por qué el legislativo progresista español no reforma las leyes dando prioridad al desarrollo de una legislación favorable a los derechos de todos los ciudadanos a una vida digna y autónoma que contrarreste la primacía absoluta de los derechos patrimoniales?
¿Por qué un legislativo de mayoría progresista no reforma la Ley Orgánica del Poder Judicial y desarrolla el delito de la prevaricación judicial como un instrumento efectivo de defensa de las ciudadanas y ciudadanos contra la arbitrariedad, la negligencia judicial y el llamado lawfare o guerra judicial?
¿Por qué un gobierno progresista no reforma los estudios jurídicos y cuanto menos equilibra las cátedras de derecho mercantil con la creación de cátedras que impulsen la investigación y desarrollo de un derecho de lo común capaz de proponer leyes que pongan freno tanto a la privatización de los servicios públicos esenciales, como al flujo desenfrenado de los actos de dominio y subordinación de una economía cada vez más desquiciada e injusta?
No es el Estado, ¡son las instituciones idiota!
Pero no es solo el Poder Judicial, también el Poder Administrativo contribuye al gran fracaso de la modernidad mediante la creación de un gran número de “instituciones” cuya función principal es la de servir de dispositivos para dar sentido, canalizar y controlar la mayor parte del flujo de actos de dominio y subordinación dentro del espacio de las relaciones entre las distintas posiciones sociales. Control que se realiza a favor de los intereses de los poderes económicos. El ejemplo extremo de esta distopía es la Ley hipotecaria y todas las instituciones públicas que la hacen posible, protegiendo los intereses de la banca hasta llegar a los desahucios y recibiendo faraónicos rescates públicos por un negocio eminentemente especulativo.
La Justicia no puede ser una cuestión de fe. No basta con creer en la justicia. La justicia hay que demostrarla caso a caso. Lo contrario es la barbarie. Es aquí donde entra en juego la carencia de la izquierda española de un concepto efectivo y real de lo común que sea antagónico al modelo orgánico y clientelar de la derecha española. Así, mientras que las instituciones dedicadas a los distintos campos de la economía son las predominantes, las instituciones dedicadas a la defensa y protección del bienestar social o bien se conciben como un lastre de último recurso (recuérdese el IMV) o bien ni siquiera existen como tales.
La degradación y el desamparo de la sanidad pública, así como la falta crónica de personal y dotación de la justicia española son casos –con muchos otros– referenciales de un progresismo que no progresa en una sociedad carente de proyecto de futuro más allá del cáncer especulativo que gangrena la economía y se expande con metástasis tensionando, en extremo, las desigualdades sociales.
Si no despertamos de la pesadilla distópica, será la realidad la que termine con todos.
Blog del autor: https://lacalledecordoba21.blogspot.com/2022/07/el-derrumbe-de-la-izquierda-espanola-no.html
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