Es necesario educar a los consumidores en el valor de la energía Manuel Pizarro, Presidente de Endesa Desde hace un par de días, la cuidad de Sevilla está sufriendo cortes de electricidad. La compañía Sevillana-Endesa, la sevillana, ha declarado que no se explica el motivo. El cinismo se ha adueñado de todo lo público, y […]
Es necesario educar a los consumidores en el valor de la energía
Manuel Pizarro, Presidente de Endesa
Desde hace un par de días, la cuidad de Sevilla está sufriendo cortes de electricidad. La compañía Sevillana-Endesa, la sevillana, ha declarado que no se explica el motivo. El cinismo se ha adueñado de todo lo público, y ahora, a ver cómo se arregla eso. Lo del cinismo y lo de la luz.
Mientras tanto, los medios de formación de masas -encargados de transmitir las verdades oficiales y los valores dominantes- ni siquiera se ponen de acuerdo sobre la sección en la cual se debe incluir la noticia. Para la televisión pública, se trata de un asunto de Sociedad, algo así como un suceso. En ABC, el tema es portada, quién sabe si porque así lo entienden (con buen criterio periodístico), o porque creen que se trata de un filón político interesante para desgastar al nuevo gobierno. El País -nunca se conocen todas las razones en este grupo mediático- confina la noticia en la sección de Economía, ya sea por realismo político (sería su lugar natural, viniendo de portada o pasando por nacional) bien por racismo de clase (poco les importa las consecuencias directas del drama y esconden el asunto en páginas de escasa lectura).
Los cortes están afectando, directamente, a unas 100.000 personas, aunque en cuestión de números, todo depende de quién sea el contable mayor. De manera indirecta, la ausencia de fluido concierne a más de un millón. Tratando de minimizar daños, la compañía eléctrica distribuye las restricciones por toda la provincia siguiendo el conocido esquema mal de muchos, consuelo de tontos. Durante unas horas les toca a unos y después a otros, y así se va pasando -como se puede- el trago. Ayer, tal vez a modo de chiste o como expresión evidente de su manifiesta impotencia, la Junta de Andalucía abrió un expediente informativo a la compañía. Hasta el momento, esto es lo que hay.
Por inverosímil que resulte, parece necesario explicar el significado de un corte de luz en un ciudad de 700.000 habitantes, cuando las temperaturas sobrepasan los 40 grados. Lo primero que ocurre es que los semáforos no funcionan. De manera simultánea, los hospitales y centros de salud dejan de recibir suministro eléctrico, como ocurrió ayer en el hospital de la Macarena de Sevilla. Se apagan los ventiladores, las máquinas de aire acondicionado, las neveras, congeladores, ordenadores, todos los electrodomésticos y escaleras mecánicas. Los bancos y los comercios cierran, y las mercancías perecederas se pierden en la basura. En medio del caos circulatorio, algunos transformadores se incendian por exceso de demanda. Los bomberos no paran de atender llamadas para rescatar a la gente que se ha quedado encerrada en los ascensores. Todo esto en una tarde, en un rato.
Según cifras oficiales ofrecidas hace unos días, el año pasado murieron en España, como consecuencia de la ola de calor, unas 13.000 personas. Algo así como el triple que en accidentes de tráfico. Y, al igual que con el tráfico, caben dos formas de afrontar el asunto: la resignación, articulada sobre un discurso que confiere al fatum, en este caso meteorológico, toda responsabilidad, o el análisis de las causas, posición siempre muy poco elegante y, sobretodo, antipática.
Seamos vulgares y antipáticos: analicemos por qué está pasando esto. Para ello, formalicemos las hipótesis más elementales, de tal manera que podamos ir descartando unas y aceptando otras. En primer lugar, ¿hay energía eléctrica suficiente en España para abastecer la demanda? La respuesta es sí. Tanto las compañías como las administraciones públicas parecen estar de acuerdo en este punto. En España se genera energía suficiente para satisfacer la demanda, incluso cuando el consumo doméstico se dispara, como es el caso, debido a súbitos cambios meteorológicos. Por tanto, no es posible achacar los cortes de suministro a la escasez de recursos. Cosa distinta sería analizar si el mantenimiento de estos niveles de consumo es sostenible, pero ese es otro tema, que nos llevaría a evaluar el consumo industrial, el origen de la energía y también, la demanda doméstica, pero la inmediatez de la situación no nos conduce hacia ahí.
Así las cosas, si hay energía suficiente, ¿por qué, desde hace unos años, las compañías insisten en los cortes masivos de luz? Y, ¿por qué les toca siempre a los mismos? La respuesta está en la red de suministro. No se trata de que no haya energía suficiente. Lo que no hay son redes renovadas y capaces de suministrar toda el fluido que se requiere. Las deficiencias están localizadas en puntos muy concretos: grandes ciudades del centro, el levante y el sur de España. Todas las compañías y las administraciones públicas conocen este mapa del atraso y la ignominia y, como ayer mismo declaró el presidente de Endesa, Manuel Pizarro, «incidentes, desgraciadamente, hay todos los días, pero no se arreglan en un día todos los problemas» (ABC, 30-6-2004). Nada más cierto. Este problema no se creó en un día, y tampoco bastará un día para arreglarlo.
La privatización de las grandes compañías públicas, proveedoras de servicios esenciales como la luz, agua, gas o teléfono, tiene consecuencias -muy graves- sobre la prestación global de sus servicios. Todos somos testigos de la espectacular subida de las tarifas y de la constante pérdida de calidad en las prestaciones, mantenimiento y atención. Desde Telefónica hasta Iberdrola, Gas Natural o CAMPSA, rebautizada -con merma de la actividad comercial- como CLH, la calidad ha disminuido a medida que se incrementaban los costes con la clara repercusión sobre los respectivos recibos. La privatización de las empresas públicas de energía, y la posterior liberalización del sector de las eléctricas, se ha llevado a cabo con el único objetivo de revalorizar la cotización de sus activos en bolsa, incrementar los beneficios anuales de los accionistas mayoritarios y, de paso, hacer multimillonarios -si no lo eran ya- a unos cuantos amigos de esa caterva de sinvergüenzas que rodeaban, en su día, la élite en el poder.
Para cumplir estos propósitos, la gestión de las antiguas empresas públicas, en este caso las eléctricas, ha utilizado los recursos al uso y otros complementarios. Entre los habituales se encuentran el recorte de las plantillas existentes, la precarización de las condiciones laborales de los supervivientes, la subcontratación de servicios de atención y mantenimiento, la deslocalización en la extracción de las materias primas y la apertura de nuevos mercados en el exterior que, tras la etapa de José María Aznar al frente del gobierno, se ha extendido desde América Latina hacia Oriente Próximo -cada vez más bombardeado- en una expansión sin precedentes de las multinacionales españolas.
Todo esto, es el paquete de medidas ordinarias. Las extraordinarios tienen que ver con las particulares condiciones de financiación del proceso de liberalización de las eléctricas que, dicho sea de paso, hemos pagado entre todos. Iniciada la segunda legislatura del PP, se concedió un crédito extraordinario al sector de las eléctricas por un valor que ronda el billón de pesetas. Es decir, un millón de millones, una de esas cantidades que ni se entienden ni se sabe lo que son. Ese billón estaba destinado a la renovación de las redes de suministro -con el consiguiente incremento de capacidad para la distribución de energía- en los puntos donde se concentraban los picos de demanda. Por ejemplo, Sevilla. Sin embargo, las compañías implicadas procedieron de modo distinto. Decidieron repartirse el billón de acuerdo con su participación alícuota en el mercado energético. Cada empresa se llevó su parte, en función de unos porcentajes que las grandes compañías impusieron y las pequeñas -a la fuerza ahorcan-aceptaron. No se tuvo en cuenta la implantación territorial de unas y otras, ni el número de puntos negros a renovar que le correspondía a cada cual. Ingresaron las ayudas en el haber, hicieron sus juntas generales de accionistas (con aire acondicionado y catering de lujo), despidieron a los trabajadores previstos por sus departamentos de personal (hoy, recursos humanos), repartieron dividendos y celebraron los magníficos resultados. Aquí paz y después, gloria. Y un dividendo -entre canapé y sonrisas- por otro, la consecuencia es que en Sevilla, a 28 de junio con 40 grados, se subsiste sin luz, ni aire acondicionado, ni ascensores, ni quirófanos, ni congeladores, ni tiendas abiertas.
Hace unos días, el presidente de Endesa, explicó que «los ciudadanos tienen la percepción de que el precio de la energía es muy, muy bajo, lo que no favorece ni el ahorro ni la eficiencia en el consumo». Asimismo, Manuel Pizarro se mostró partidario de la implantación de tarifas progresivas, que servirán para «educar a los consumidores en el valor de la energía» (ABC, 30-6-2004). El verano empieza, y nosotros, por lo que se ve, sin educar.