Corría el año 2008 cuando estando en la Venezuela de Chávez, rodeado de sus luces, penumbras, sombras y tinieblas, una noche observé por TVE Internacional el estrepitoso fracaso en las generales de la Izquierda Unida de Llamazares.
Fue en ese momento cuando decidí que nada más volviera a España me afiliaría a Izquierda Unida y al Partido Comunista de España. ¿El objetivo? ¿Masoquismo? No, unirme a esa masa crítica que intentaba cambiar las cosas desde dentro y virar hacia la izquierda. Aquella que echaba en falta lo mejor de los tiempos de Julio Anguita y del PCE que luchó por el fin del franquismo. Doce años después, tras enfurecidos discursos y promesas de algunos de esos antillamazaristas insignes, no solo no estamos en mejor lugar que antaño sino incluso en peor. Ahora no solo nos hemos convertido en muleta del PSOE en diversos ayuntamientos y gobiernos autonómicos sino en el gobierno central. Y no como Llamazares que, al menos, era un reformista honesto que iba de cara, sino desde supuestas posiciones «revolucionarias» o, al menos, «rupturistas» con el Régimen de 1978.
En la actualidad, Izquierda Unida (con la excepción de Zamora y otros lugares más pequeños) ha desaparecido de facto para la inmensa mayoría de la población y el PCE sigue cada vez más cayendo en un profundo abismo del que casi nadie recuerda cuándo se precipitó. Y lo peor: a absolutamente nadie le importa. A nadie fuera de la propia organización o de sus antiguos y nostálgicos votantes. Como muestra, les aseguro que como profesor de Secundaria que soy, la inmensa mayoría de mis alumnos más mayores (entre 16 y 19 años) desconocen siquiera que existe algo llamado IU y desde luego no tienen ni idea de quién es Garzón (más allá de, quizás, «con suerte», una cara del gobierno del PSOE). Mejor no hablemos del PCE. La fagocitación podemita ha sido completa e irreversible. Incluso si el PCE decidiera romper con IU y UP, cosa que a corto-medio plazo no hará, tendría que volver a presentarse a la población general. ¡Porque nadie se acuerda de él! Y los que se acordaban sin militar políticamente están muertos o a punto de morirse.Tanto IU como el PCE decidieron inmolarse en un partido (Podemos) encabezado por profesores e investigadores universitarios (en su mayoría) precarios pero con un narcisismo hipertrofiado a prueba de balas. Agigantado, además, por el capital de la oligarquía mediática que decidió auparlos a los televisores de todos los hogares españoles allá por el bienio 2014/2016. Ese partido político que jugó por un tiempo a que no lo era y fue catapultado por los mismos poderosos y explotadores sin los cuales, Pablemos, digo, Podemos, jamás hubiera conseguido la representación que tiene (y mucho menos la que llegaron a tener en sus tiempos «mozos»). Ni por asomo. Sin ese apoyo de «los de arriba» (en el léxico podemita ya obsoleto), su insigne líder, al que poco le quda de su «garra televisiva» pretérita tras su paso gubernamental, jamás hubiera podido transformarse en Vicepresidente del Gobierno. Eso sí, nadie le quitará al astuto Pablo, nunca jamás, el hito de haberse convertido en el primer vicepresidente con coleta y pendientes de este país. No sé si él conocerá todos los nombres de los propietarios de los medios a los que tendrá que dar las gracias por tal revolución político-estilística, pero ellos, desde luego, sí. El gatopardismo se adapta a los tiempos, precisamente, para que todo cambie sin que nada sustancial cambie en realidad. Y puede ser teledirigido siempre que las marionetas con infulas adanistas y rupturistas, conscientes o inconscientes, no presenten mucha resistencia.
Sin el apoyo de los oligarcas mediáticos y sus amigos de celebraciones varias que, pese al teatro, nunca les temieron porque en realidad los crearon; sin el apoyo de los mismos que nunca les dieron semejante espacio televisivo a la Izquierda Unida de Anguita (excepto cuando les interesó aupar a Aznar), Llamazares o Lara; sin ese mismo apoyo (como siempre) interesado, Pablemos primero y, posteriormente, Unidas Pablemos, jamás hubieran irrumpido en el Parlamento Europeo como lo hicieron en aquellas elecciones de 2014. Comicios muy lejanos ya en estos tiempos cortos de la Era de las Pantallas y los stories de 24 horas, pero muy cercanos en los tiempos de la Historia.
Por su parte, la «esperanza» de Garzón, la paloma blanca del comunismo educado e ilustrado, que incluso quien escribe estas líneas tiene que reconocer con bastante vergüenza que se la creyó cuando era un joven diputado emergente a la sombra de Cayo Lara, se transformó en el impertérrito termidoriano Garzón, cuando como Graco y su banda, se deshicieron del envejecido Julio César. Alberto Garzón, Alberto «El Grande», para los seguidores de su pequeña organización, se transformó en el temido Secretario General de un partido político de izquierda light (o «Zero-Zero») donde este cargo se llama Coordinador y el partido no se reconoce como tal. Pues, como recordarán ustedes, IU, con sus ya escasas matrioskas posmodernas a las que alimentar con pienso de cuotas desde dentro, tras la expulsión de las feministas falconianas, no es un partido sino un «movimiento político-social». Todo sea para no espantar a los izquierdistas descafeinados y anticomunistas que antaño no tenían ni un Unidas Pablemos ni un Más Errejón donde esconderse o un PSOE Sanchista al cual aferrarse frente al árido desierto de lo real: es decir, del resto de partidos políticos con posibilidades de representación parlamentaria a los que votar.
El «bueno» de Garzón con su rostro de niño formal, de estudiante de Empresariales que buscara trabajo en las cajas de ahorra ahora privatizadas (y desde luego no renacionalizadas), eliminó de Izquierda Unida o desterró a algún lugar de tierras yermas a todo aquel que cuestionara su fusión pseudoempresarial con el partido mediático-universitario de los círculos fantasmas de… (mantengamos las formas para no cansar al lector) Podemos. ¡Y vaya si pudieron! El señor PIT (acrónimo de Pablo Iglesias Turrión -para diferenciarlo y no manchar el nombre del marxista que fuera primer secretario general del PSOE allá en 1888: el señor Don Pablo Iglesias Posse), con la inestimable ayuda de su «escudero-monaguillo» Garzón, repartieron hostias no litúrgicas mientras muchos, sorprendidos, hubiéramos jurado que el bueno de Alberto, joven, abierto y vaporoso como el 15M que quería representar, no habría sido capaz de soltar un puñetazo a nadie en su vida. Ni una torta.
Al final, la lluvia que cayó en los cuerpos maltratados de cayófilos y compañía no sé si se compuso de puñetazos, tortas o navajazos, pero el rojo de una organización ya bastante decolorida fue derramándose fuera del lienzo organizativo en favor de otros colores más festivos, más adaptables a batucadas y fiestas patrocinadas por El Corte Inglés o Patricia Botín y su generoso banco. La última, de un tiempo a esta parte, adalid del feminismo «progre». Ese que tanto les gusta a las «Pepas Buenos» de las radios. En su triunfal andadura hacia las poltronas y la Restauración Borbónica III, los «revolucionarios» PIT y su inseparable monaguillo «comunista» consiguieron el sueño del «anticomunista» Llamazares: crear un gobierno «progresista» que batallara contra los molinos de viento de una derecha supuestamente más rancia que la europea (hasta que vino VOX y demostró lo contrario, por si a alguien le quedaba alguna duda).
Ruego al lector que disculpe el grosor de mis palabras que buscan como único objetivo resaltar la podredumbre y la mediocridad de los líderes de la organización en la que desde hace unos días ya no estoy siquiera afiliado. Es cierto que hace tiempo dejé de militar, es verdad que nunca tuve cargos de responsabilidad y que desde hace meses (quizás incluso un par de años) mantenía una actitud claramente beligerante desde las redes hacia el señor PIT y su no tan fiel (¿o sí?) monaguillo laico. También es cierto que como muchos otros militantes, en algunos periodos de mi vida, dediqué muchas horas de mi vida a una organización que entonces compartía más luchas que las que ahora nos pueden unir. Sin embargo, hace tiempo que nadie que me conociese o siguiera en las redes podía pensar que estaba alineado con la tropa de Unidas Galapaguemos y sus errantes y microscópicos «avances» sociales, más difíciles de encontrar que al pobre Wally en las ilustraciones repletas de gentío que nos atrapaban de niños. Era obvio y notorio que personalmente estaba desencantado por estos próceres del posmodernismo y la gilpollez supina, pero ahora he decidido hacerlo público. No por darle pompa al asunto sino por ser franco con las personas que desde hace tiempo me siguen, aprecian y sabían de mi pública pertenencia política a esas organizaciones. Ya no puedo siquiera dar un céntimo con los que sufragar, aunque sea en mínima parte, sus ocurrencias y su vileza oportunista. Dudo que incluso llamar reformistas a la mayoría de dirigentes de IU/PCE, en el peor sentido de la palabra, sea justo para con los reformistas honestos de toda la vida.
¿Y ahora por qué? ¿por qué no me fui hace años con la fagocitación podemita? Por un cúmulo de recientes imposturas que se acumulan con lo peor de cada casa. Solo por citar las más gordas para no fatigar al lector: destrucción ética pública de PIT a los ojos de muchos trabajadores tras la compra del palacete (que en su caso sí fue una desafe-acción política y no una simple decisión personal), la coalición con el PSOE cuando no era necesaria (se obtuvo más desde la presión parlamentaria fuera del gobierno tras la moción a Rajoy con el aumento salarial más importante que, posteriormente, dentro del gabinete de Sánchez), búsqueda vergonzante y vergonzosa de cargos políticos ejemplificado en la obtención del irrisorio y por ahora inocuo Ministerio de Consumo en manos del sumiso monaguillo, no exigencia de un referéndum o salida del gobierno cuando nuestro «amado» Juan Carlos el Grande, «Nombrado por Franco y la Gracia de su Dios» huyó de la justicia para refugiarse en las mansiones de sus poco católicos amigos saudíes wahabistas, no ruptura del gobierno cuando se confirmó la total privatización de Bankia y un largo etcétera que supera la salud de quien les escribe y seguro que la paciencia de los lectores.
Eso sí, no puedo no mencionar, entre todas estas lindezas del «progresismo del siglo XXI» la gestión deplorable de la pandemia. Tras un inicio mediocre con sus luces (estado de emergencia, centralización gubernamental para afrontar la crisis, extensión de los ERTEs como medida de contención temporal para evitar EREs masivos, etc.) y sus sombras (la falta de preparación previa como haber comprado suficiente materiales de protección en el mercado mundial para no dejar a tantos de nuestros sanitarios expuestos frente a la muerte o haber obligado a alguna empresa nacional a producir material como emergencia nacional, la celebración oportunista del 8M, la falta de medidas coactivas para los infractores -individuales y empresariales- de las normas de salud pública, etc.); esta gestión grisácea ha dado paso a la oscuridad de la descordinación absoluta de esa España de Reinos de Taifas que son las CCAA que ilustran, como una bofetada en la cara a la mayoría de los españoles que todavía se atreven a pensar, su carácter del todo ineficiente para cuidarles, para no dejarles morir. Estériles para desplegar coordinadas y con brío las competencias de salud y educación con las que proteger a la población. Lo que nos ha retratado a los ojos del mundo, dicho sea de paso, como el país de pandereta y turismo que somos, en el grupo de cola de las economías desarrolladas en nuestra «lucha» contra la COVID-19. Incluso pequeños países como Cuba, acosados por embargos y con menos recuersos, nos pueden dar múltiples lecciones al respecto. Así que lo siento Santi, pero de gobierno «social-comunista» nada de nada. Y lo sabes.
¿Qué ha hecho el gobierno de Sánchez e Iglesias y el chico de los recados de Garzón cuando nuestros mayores se morían en las residencias privadas donde se perseguía antes el beneficio económico que la salud de nuestros seres queridos? ¿Siquiera ha planteado este gobierno de «progreso» la nacionalización de las mismas? ?Aunque fuese a cambiuo de alguna moderada indemnización que consiguiera el apoyo de la mayoría de la población? ¿Y qué decir del mísero e insultante Ingreso Mínimo Vital que presentado como una pseudo renta básica apenas ha llegado a un ínfimo porcentaje de los millones de personas que lo necesitaban en este país donde 1 de cada 3 niños son pobres? ¿Es ese el gobierno de «progreso» al que podemos aspirar? Todo ello, por supuesto, mientras ponían en la agenda temas tan «importantes», «urgentes» y «perentorios» como hormonar a niños y niñas prepúberes si se sienten «hombres» o «mujeres» aunque no lo sean si ellos solitos lo «deciden» sin contar siquiera con el diagnóstico de un profesional. ¡Incluso en pacientes con enfermedades mentales y tratamiento demostrado durante años! ¡La negación de lo real en la piara ideológica posmoderna!
¿En eso ha quedado la izquierda? ¿De verdad? ¿En la razón de los que rechazan la razón como un «constructo occidental» y nos dividen a los obreros entre «privilegiados» y «no privilegiados» como los amos de las plantaciones de Alabama dividían a los esclavos de los campos de algodón y los del servicio doméstico porque a los segundos no les daba tanto el sol? ¿En esto ha quedado tanta lucha, tanto sacrificio, tanta esperanza en un mañana mejor? ¿En esto tanto denodado esfuerzo de una clase obrera otrora solidaria, digna, que soñaba con un futuro poscapitalista para la humanidad? Pues lo siento en el alma pero de este tren descarrilado con locos que se creen dioses del limbo a los mandos y con destino a un infierno gobernado mañana por la ultraderecha, me bajo. Me bajo antes de que todos nos vayamos al carajo. Y cuando digo todos, no me refiero a la minoría de la población que milita en estas organizaciones a las que hasta hace unos días todavía estaba afiliado, me refiero a la mayoría de la población: a la clase trabajadora.
Pido al lector que entienda que la dureza de mis palabras en ningún momento busca ensombrecer la maravillosa labor que muchos militantes, ex compañeros de IU y del PCE han realizado en sus barrios, luchando para que miles de trabajadores no fueran expulsados de sus hogares por la avaricia intrínseca del capital y sus lacayos. Muchos compañeros y camaradas de base, incluso no pocos cuadros y algún personaje de cierto peso, fueron los que me mantuvieron en unas organizaciones de las que hace tiempo, de corazón, desde el fondo de mi sentido ético, necesitaba desvincularme por completo. No he podido más y me disculpo con ellos. Me disculpo porque por ahora no tengo un plan mejor, no veo un plan mejor. Ojalá lo haya, ojalá lo construyamos. Me lanzo al mar sin saber si habrá isla ni bote, pero si me quedaba dentro de ese barco a la deriva, seguro iba a ahogarme. Como tantos otros antes de mí.
Pese a mi «denodado amor» por PIT, su compañera Montero (de auténtica vocación «lideresa»-«modela» de pasarelas), el monaguillo lacio y otros insignes e inolvidables protagonistas de esta tragedia a la que el propio Shakespeare dudo hubiera podido dotar de una forma artística a la que al menos otorgar sentido histórico-estético a tanta impostura, pese a ello, lo confieso: los volvería a votar. Y esto es lo más duro. Si ahora mismo hubiera de nuevo elecciones generales, tendría que volver a votarlos por aquello de que prefiero votar a lo menos malo para mi clase. Más que nada porque no puedo permitirme el impuslo pequeño-burgués, anarcoide, de por la repugnancia política que me producen estos personajes lavarme las manos y dejar que vengan las hordas de siempre a destrozarnos todavía más nuestras vidas. Muchos obreros y personas de bien murireron luchando para que hoy podamos votar y no voy a tirar ese derecho a la basura, por poco que sirva en nuestrra dictadura del capital disfrazada de democracia. Poco es más que nada y Unidas Podemos, pese al olor de viejóvenes ya podridos que emanan con ínfulas de ministros y coches oficiales, es bastante mejor que el estercolero masivo de la derecha.
Ojalá tengamos un nuevo perfume para la clase obrera. Ojalá una organización donde ducharnos y no llenarnos de mierda en seguida. Ojalá un partido del que sentirnos orgullosos pese a que no hay nada ni nadie perfectos. Lo siento de corazón por los compañeros y camaradas que dejo en ambas organizaciones, pero que sepan que ellos siempre serán mis compañeros y camaradas, como lo son los que merecían la pena y nunca militaron o lo hicieron desde otros espacios con honestidas. Para Marx y Engels, el partido, no eran una siglas, sino nuestra clase en movimiento.
¿Pero por qué no me marché antes? Porque como los ilustres amigos antes mentados aconsejaban: los comunistas teníamos que estar en la organización obrera más grande, no separados fundando pequeñas sectas de convencidos y/o intransigentes dogmáticos incapaces de fluir con la dialéctica de nuestra propia clase e influir en el actuar de las masas. Pero ha llegado un punto que he entendido, no sé si con razón o sin ella, que IU/PCE no son ya organizaciones que se perciban claramente como de clase trabajadora. La mayoría de asalariados son totalmente ajenos a ellas. Su posmodernismo, su tibieza y la facilidad con las que se han mimetizado y defendido lo que hasta ayer criticaron los han alejado emocionalmente de ellos. Y de este modo, han conseguido fortalecer el mantra de «todos los políticos son iguales». Aunque no lo sean. Ni las heces lo son. No son las mismas las de los hipopótamos que la de los frágiles gatitos callejeros.
En realidad, la mayoría de los miembros con poder de IU/PCE son más bien una extraña mezcolanza de trabajadores de ingresos medios y medios-altos (es decir, obreros que tienen acceso a cierto consumo que les puede hacer creer que pertenencen a una inexistente «clase media») con pequeños burgueses con un mix de preocupaciones respecto a la salud de lo público mezclado con gilipolleces identitarias propias del posmodernismo y sus grandes tentáculos: feminismo mainstream o ecoindigena (me da igual), teoría queer, lgtbi+ismo, animalismo, etc. Y cuando digo gilipolleces, no quiero decir que defender los derechos de las mujeres, las libertades sexuales o el bienestar (posible y razonable) de los animales sean tonterías sino que muchas de las personas que se encuadran en estas ideologías, frecuentemente, defienden no ya tonterías sino soberanas gilipolleces que, personalmente, me avergonzaría tener siquiera que escuchar frente a una doctora, un electricista, una auxiliar de enfermería o un inmigrante sin papeles, es decir: cualquier miembro de la clase currante a la que pertenezco con orgullo. Todos los que al no tener los medios de producción nos tenemos que ganar la vida día a día con nuestro esfuerzo sin saber con certeza qué ocurrirá mañana.
Desde hoy, como sea y donde sea, debemos trabajar no por una unidad de siglas sin sentido ni programa, sino por establecer un programa socialista nacional e internacional que nos libere de la sociedad del capital donde nuestras vidas, y creo que esto ha quedado claro con la pandemia del Covid-19, valen mucho menos que los beneficios de las clases parásitas. Y por eso serán ofrendadas con fervor a los pies del altar del capital donde a todos nos cortarán la cabeza cuando haga falta para que la economía no deje de crecer (o no decrecer tanto). Es decir, tanto tiempo después, moriremos como morían aquellos «elegidos» como ofrendas vivas para los dioses mayas. Afortunadamente, pese a los «progresistas», el progreso existe y ya no dejaremos charcos de sangre que se derramarán por las escaleras de los templos ante los ojos de una mayoría todavía más ignorante y alienada que la nuestra. Nosotros moriremos de un modo más «civilizado». Lo haremos en camas de hospitales públicos atestados en favor del capital de las empresas más importantes, para que no dejen de engordar sus beneficios mientras el virus pulula a sus anchas entre tanto intercambio de mercancías para, al final, tarde o temprano, saltar a nuestros pulmones dejándonos sin aire, para siempre.
Desde la izquierda obrera tenemos que empezar casi de cero respecto al pasado reciente, aprendidendo de los errores y de los aciertos también de un pasado más lejano pero actualizado a las condiciones actuales. Con autocrítica y honestidad. Todo queda por hacer. Por eso quien les escribe centrará sus fuerzas a corto plazo en la formación que, con humildad, tanta falta hace en nuestra clase. La izquierda es un espectro moribundo en el mundo actual. Y no parece que vaya a levantar ningún vuelo sin formación marxista, atestada de las diferentes mutaciones del virus posmoderno. La mayoría de experimentos nacional-populistas de izquierda en Latinoamérica han muerto, la mayoría de los partidos comunistas (occidentales y orientales) son socialdemócraatas de izquierda de facto (antes de entrar a los gobiernos, luego ya muchas veces ni eso) y, desde luego, no hay partidos socialistas que luchen por nada parecido a algo diferente a un capitalismo donde se respeten los derechos de las minorías mientras se aplastan los de las mayorías a la que esas mismas minorías, curiosamente, también pertenecen. Efectivamente, porque una lesbiana africana, un inmigrantes latinoamericano o un intersexual de Chueca que no tenga los medios de producción son, todos, asalariados. Hermanos de clase.
Quien se despide de IU y el PCE no rechaza la idea de que en un mañana más o menos distante nos volvamos a encontrar bajo esas u otros siglas (en nada importará cuáles), pero sí bajo organizaciones que con un programa nítido socialista no pacten con la burguesía y sus lacayos del capital y, encima, nos pidan que les demos las gracias porque es el mejor futuro posible al que podemos aspirar en este sistema-basura lleno de vidas-basura edulcoradas por los brillos de unas pantallas que añaden un falso dulzor a la amargura aciaga de nuestra existencia. ¡No, mil veces no! ¡Ese no es nuestro mejor futuro posible! ¡Es el suyo! El presente de su escaño, su profesionalización en la política lejos de las inclemencias del mercado laboral y cerca de sus casoplones en la sierra madrileña donde nos prometieron que nunca se marcharían porque allí solo moraban «los malos» de la película. Nuestro futuro fue sacrificado por su presente y somos nosotros los que tenemos que sacrificar su presente por nuesto futuro.
Pese a todo lo dicho, me gustaría despedirme mandando un abrazo fuerte con todo mi respeto y cariño a los que honestamente se quedan en IU/PCE con la idea de dar la batalla desde dentro frente a tanta impostura. Quizás ellos tengan razón y yo no. Sinceramente, les deseo lo mejor. Pero personalmente no podía más, éticamente no podía. Tampoco creo que sea la solución dada la correlación de fuerzas que existe en estas organizaciones. Lo siento. En realidad, no sé si nos merecemos algo mejor porque lo que tenemos en la suma de nuestras presencias y nuestras ausencias y las del resto de nuestros congéneres, pero me gustaría creer que las futuras generaciones sí. Y por eso hay que comenzar a trabajar duro ahora. Por mi parte sigo siendo un marxista convencido. Es decir: un demócrata, un internacionalista, un socialista y un comunista. Hoy no tengo organización. Mañana espero que todos la tengamos. Allí estaré. Hasta pronto.
Jon E. Illescas es profesor de Secundaria, Licenciado en Bellas Artes y Doctor en Sociología y Comunicación. Su último libro se llama Educación tóxica. El imperio de las pantallas y la música dominante en niños y adolescentes (El Viejo Topo, 2019) y es el responsable del programa Tu YouTuber Marxista.
Este artículo fue acabado el 4 de octubre de 2020, publicado el 7 de octubre en el blog del autor y tiene licencia Creative Commons BY-NC-SA.