El planteamiento del presidente del PNV, Josu Jon Imaz, que tanta polémica suscitó hace unas semanas, se basaba en una idea clave: hay que conseguir primero un acuerdo transversal entre nosotros, para después trasladar ese acuerdo a la sociedad y a las instituciones estatales. Sin ello, sin cumplir esas premisas, el acuerdo, cualquier acuerdo, estaría abocado […]
El planteamiento del presidente del PNV, Josu Jon Imaz, que tanta polémica suscitó hace unas semanas, se basaba en una idea clave: hay que conseguir primero un acuerdo transversal entre nosotros, para después trasladar ese acuerdo a la sociedad y a las instituciones estatales. Sin ello, sin cumplir esas premisas, el acuerdo, cualquier acuerdo, estaría abocado al fracaso.
Dicho planteamiento centró el debate político, tanto por la claridad con que se planteaba como, sobre todo, por quién lo decía y cuándo lo dijo. Surgió la polémica, en la que, también en términos generales, quienes abogamos por el derecho que tiene esta sociedad para ser consultada y decidir estuvimos a un lado y quienes niegan dichas facultades estuvieron en el otro. Al PSOE le encantó la idea. El planteamiento no sólo era correcto, sino que era el correcto. Y en esto llegó José.
En Navarra había un acuerdo. Un acuerdo entre diferentes, transversal, integrador. Era un acuerdo demandado por la mayoría de la sociedad navarra. El acuerdo no trataba sobre lo divino: no era un acuerdo sobre el derecho a decidir, sobre propuestas de consulta, sobre una nueva configuración de la realidad institucional de Navarra. El acuerdo era, básicamente, sobre lo humano: una sociedad, la Navarra, mayoritariamente harta de un gobierno de derechas que lleva una década enfrentando a sus ciudadanos entre sí, haciendo de la confrontación modo de vida y seguro de subsistencia, pidió un cambio en la forma de gobernar, en los contenidos de ese gobierno. Pidió un presente y un futuro diferentes. Todavía recuerdo la cerrada ovación que recibió Patxi Zabaleta en la cadena SER, cuando en el programa en directo que abrió la campaña electoral (y que se hizo en Pamplona pero se emitió en todo el Estado), respondió con claridad que Nafarroa Bai buscaría acuerdos de gobierno que echaran a la derecha del poder.
El acuerdo transversal de gobierno era, además, un acuerdo mayoritariamente defendido y demandado no sólo por los navarros y las navarras que llevan años siendo ciudadanos de segunda -en cuestiones lingüísticas, por ejemplo-, sino también por los y las votantes, militantes y cargos públicos del PSN. Militantes y votantes socialistas que no entienden que Navarra sea moneda de cambio ni pim-pam-pum político entre quienes la convierten en objeto. Militantes y votantes socialistas que no entienden por qué lo que en Cantabria fue y es posible (un acuerdo entre el PSC y el PRC para echar al PP del gobierno, en 2003 primero y en 2007 después) no es posible en Navarra. Unos militantes y votantes socialistas que quieren un cambio de gobierno. Que quieren un gobierno progresista también en su comunidad.
Al impedir ese gobierno, al imponer un gobierno de derechas, el PSOE ha enviado varios mensajes. Uno de ellos, que considera a sus votantes en España como menores de edad, que no van a saber distinguir el polvo de la paja. Que se van a creer que el PSN y el PSOE venden Navarra -y, para que esto no ocurra, prefieren regalársela al PP-. Metidos de lleno en faena, con la calculadora electoral en la mano, ha pasado por encima de la voluntad de los progresistas de Navarra, que hace dos meses demostraron ser mayoría. Por encima de la voluntad de sus votantes, de sus militantes. Y, por último, ha dejado un mensaje bien claro: es inútil llegar a acuerdo con el PSN (y, por extensión, con el PSE en la Comunidad Autónoma Vasca). Es inútil llegar a acuerdos, aunque esos acuerdos versen sobre lo humano. La decisión la tomamos en Madrid, porque el cambio de un presidente autonómico popular a un presidente autonómico socialista, si es en Navarra, es cuestión de Estado. Así que el acuerdo transversal, el acuerdo entre diferentes es papel mojado antes de buscarlo siquiera. Si su propia gente le importa tan poco, no es probable que respete la opinión de los demás, aunque sea mayoritaria.
Así que, ¿para qué vamos a buscar un acuerdo entre diferentes aquí? ¿Para que llegue el comandante y mande a parar? Por culpa del pánico escénico que le tienen a las campañas mediáticas demagógicas y apocalípticas del PP (como si regalando Navarra fueran a conseguir que no las hubiera), el PSOE ha dejado claro que la propuesta del presidente del PNV, aquella que tanto aplaudieron hace unas semanas, no vale. Algo bueno tenía que tener la espantada navarra del PSOE para los soberanistas de este país.