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No nos vamos porque no podemos

Fuentes: Rebelión

Últimamente leo muchos artículos acerca de aquellas y aquellos a los que no le queda otra que exiliarse para poder tener un futuro, cualquiera que sea. Todos esos exilios están marcados por una situación que ya no es una crisis, sino una estafa miserable y esclavizadora del sistema que, tras una situación insostenible, ha tomado […]

Últimamente leo muchos artículos acerca de aquellas y aquellos a los que no le queda otra que exiliarse para poder tener un futuro, cualquiera que sea. Todos esos exilios están marcados por una situación que ya no es una crisis, sino una estafa miserable y esclavizadora del sistema que, tras una situación insostenible, ha tomado el camino del empobrecimiento generalizado no sólo en términos económicos.

Conozco casos, como casi todo el mundo, de gente que se tuvo que ir fuera para estudiar o trabajar. Algunas tienen la suerte de estar disfrutando de una beca, la cual se acabará y las obligará a regresar a España. Otras ya tuvieron que volver ante la falta de expectativas en otros países de la vieja Europa. También las hay que sobreviven de forma muy precaria en estos países, alejadas del permanente tópico del español que se enriquece cuando se va fuera. Las que seguimos aquí, nos embarcamos en las luchas porque no podemos permanecer inmóviles ante este saqueo diario y desvergonzado. Pero a veces, también, caemos en la desesperanza.

La gente joven de mi tierra, que es la andaluza, está doblemente invisibilizada y maltratada. Nuestro modelo económico sigue haciéndonos emigrar a otras comunidades más ricas, mientras inmigrantes trabajan en el campo por 4 euros la hora. Los planes de empleo joven puestos en marcha por la Junta no funcionan; «os venden humo», me dijo una funcionaria del SAE (Servicio Andaluz de Empleo). No nos falta formación, hemos hecho lo que nos mandaron -nuestros padres, nuestros profesores, el mismo sistema que ahora nos rechaza- para que el futuro fuera un lugar apacible y no un infierno de incertidumbre, de inseguridad. Sin darse cuenta nos convirtieron en sus enemigos, porque nadie quiere esclavizar a la gente que ha desarrollado un pensamiento crítico.

Realmente, pienso que a nuestro (des)gobierno le interesa que nos vayamos. Menos parados, menos preocupaciones; más condecoraciones para alimentar un discurso -el del final de la crisis y el comienzo de la recuperación- que es una verdad absoluta todavía para mucha gente. Tanto a mí como a muchas compañeras, hace ya tiempo que el relato oficial dejó de interesarnos. No tenemos nada que sea solo nuestro. Vivimos en la desposesión total de aquello con lo que alguna vez soñamos. Lo único que es mío -y que me gustaría que no lo fuera, porque no quiero ser dueña de nadie- es una gata negra. Tuve que firmar un contrato para que me dieran su pasaporte; sobre mi firma ponía «el/la propietario/a». Se llama Nur, que significa luz en árabe.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.