Mesurado, absorto, tranquilo, quizás un tanto retraído, suele aparecer, para quien lo observe desde lejos, en cualquiera de los espacios del Palacio del Segundo Cabo como uno de aquellos caballeros que desandaban el recinto en sus tiempos fundacionales. «No lo pienses, todos tenemos nuestros diablos» Qué más quisiera yo que ser una persona calmada, con […]
Mesurado, absorto, tranquilo, quizás un tanto retraído, suele aparecer, para quien lo observe desde lejos, en cualquiera de los espacios del Palacio del Segundo Cabo como uno de aquellos caballeros que desandaban el recinto en sus tiempos fundacionales.
«No lo pienses, todos tenemos nuestros diablos» Qué más quisiera yo que ser una persona calmada, con larga vista, pero a veces uno no puede ser así. Quizás lo consiga un poquito más que otros», argumentó probablemente en busca de deshacer ese primer aire sobre sí mismo.
Rogelio Riverón (Placetas, 1964), logró alzarse con el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar gracias a una breve joya, Los gatos de Estambul, de un libro en preparación que podría llevar el mismo nombre.
Único escritor, hasta ahora, de una familia en la cual su madre fue el primer ángel que le regaló buenos libros, Riverón tras terminar el bachillerato en la Escuela Vocacional Ernesto Che Guevara de la antigua provincia de Las Villas, marchó a la entonces Unión Soviética para estudiar Licenciatura en Lengua y Literatura Rusa, de la que se graduó en 1987.
Hoy se desempeña como jefe de redacción de la editorial Letras Cubanas, del Instituto Cubano del Libro (ICL). Su obra suma los textos: Los equivocados (1992); Subir al cielo y otras equivocaciones (1996); Buenos días, Zenón (1999); Otras versiones del miedo (2001); Mi mujer manchada de rojo (2005) y Llena eres de gracia (2003). Tiene una novela terminada sin publicar aún Bailar contigo el último cuplé y otra en preparación cuya trama, «un hecho raro e histórico», comienza en Rusia y termina en La Habana.
Narrador, poeta, periodista, crítico literario, editor. ¿Por qué tanto derroche de energía en multiplicarte?
«Son profesiones afines. Primero pensé en ser escritor, después me di cuenta de que me gustaba también hacer periodismo. De hecho lo hago desde 1989 que, desde Placetas, escribía para la revista semanal de Radio Reloj donde aún continúo. Colaboro con Granma y hago crítica literaria en La Gaceta de Cuba esporádicamente. El periodismo tiene mucho que ver con la literatura. Y me interesaba ser editor, estar del lado de acá de la página, pero también del lado de allá», dice mientras entre sus delgados dedos parece juguetear el bolígrafo olvidado en la redacción.
Coincidimos en que no mantiene una sistematicidad la crítica literaria en los medios cubanos. A su juicio, esta puede realizarla un escritor o un periodista «alguien bien informado y con cultura que comprenda un poco más desde dentro sus fenómenos, aunque parece haber una combinación, los medios no quieren mantener la crítica asiduamente y no es fácil encontrar una persona que pretenda dedicarse a eso responsablemente, puesto que requiere leer mucho y disponer de bastante tiempo».
Este hombre al que le deleita el rock, el cine, practica un estilo de karate tradicional de Okinawa «como una manera de alcanzar la espiritualidad, moldear la voluntad y encontrar paciencia» se considera «un narrador más que un crítico, más que un poeta, más que un periodista incluso» y confiesa que su obra más querida es Mi mujer manchada de rojo, publicada por la Editorial Oriente. «Libro en el que consigo una libertad no obtenida en los demás. Mantiene una ironía que me alimenta como escritor, puede llegar a ser soez, a mí me da placer».
Su fuente de inspiración, la propia literatura y la calle. «En mi obra está la plasticidad con que yo creo ver la vida, es un poco abstracto pero es así. No tengo necesariamente que incluir mi autobiografía. Yo creo que un escritor que se tenga que restringir a sus vivencias para escribir tiene grandes limitaciones».
En sus labios una sonrisa entre cortés y burlona sostuvo el tono de la conversación. Un poco ese «desenfado con arte» que él disfruta. ¿Perfeccionista? «Sí, yo sé que escribir es una aventura del lenguaje, no se pueden tirar las palabras a como de lugar, en un texto tiene que haber un ritmo que es tan importante como lo que va a contener». ¿Censurado? «No, nunca. Y probablemente tampoco me haya sentido autocensurado, no te sabría decir por qué pero he escrito con libertad».
Lo único que espera de la vida, asegura, es que no le nuble la mente para seguir escribiendo. ¿ Y la fama? «Si es publicar cada vez más sí me interesa, pero si es aparecer firmando autógrafos me interesa poco».
Como en un buen filme de suspenso hasta el final no se aclaró la esencia de nuestra entrevista. «Conquistar un premio es sacarse una lotería. Hay mucho de casualidad. Te alegra y es una confirmación de que lo que haces no es ridículo. Estoy muy contento, y no pido perdón por haber ganado».