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Economía social | Antes de quedarse en el desempleo, un grupo de mujeres se organizan en cooperativa

Nueve mujeres contra China

Fuentes: Diagonal

La crisis empujó a un grupo de mujeres a formar su empresa textil. Constituyeron una cooperativa y trabajan para la marca de ropa Touche, que se vende en los supermercados Hipercor. Un lunes de abril de la primavera pasada, 33 costureras se quedaron sin ropa que zurcir. Su empresa, Confecciones Rami, dedicada a la producción […]

La crisis empujó a un grupo de mujeres a formar su empresa textil. Constituyeron una cooperativa y trabajan para la marca de ropa Touche, que se vende en los supermercados Hipercor.

Un lunes de abril de la primavera pasada, 33 costureras se quedaron sin ropa que zurcir. Su empresa, Confecciones Rami, dedicada a la producción en serie de ropa, las puso en la calle. Salieron del taller y fueron a tomarse un café de despedida. Esmeralda Moreta, ecuatoriana de 34 años, utilizó el sobre de su carta de despido para apuntar los números de teléfono de sus compañeras. «Para estar en contacto, nada más», les dijo.

Pocas semanas después, los teléfonos de estas mujeres empezaron a sonar. Esmeralda había investigado en internet todo sobre cooperativas y logró convencer a nueve de sus ex compañeras para hacerse socias. Cada una puso 250 euros y la inicial de su nombre para crear Jemaka’s, y después de un sinnúmero de cursos, del pago de tasas, del papeleo para montar la cooperativa, firme aquí y firma allá, empezaron a recibir encargos de Confecciones Touche, la marca que vende la mayor parte de sus prendas al supermercado Hipercor. No fue necesario invertir en maquinaria ni en materia prima. Touche les alquiló ocho máquinas de coser y un pequeño espacio en una nave que tiene en el polígono de Marconi, al sur de Madrid.

«Segunda calle a la izquierda, última nave a la derecha». El celador del enorme polígono responde telegráficamente cuando se le pregunta por Touche, la nave número 10 de la quinta área de una ciudad industrial que tiene a cientos de obreros como visitantes diurnos y a prostitutas como inquilinas permanentes. Jemaka’s ocupa 30 metros cuadrados dentro de la nave y está encajada entre paredes de poco más de dos metros. En la entrada del taller hay un cartel que pone 220 y encima se lee: «Producción mínima diaria». Esmeralda les recuerda así a sus compañeras que tienen que trabajar a conciencia. Es la presidenta de la cooperativa y sabe de sobra que la confección no vive su mejor momento. «La ropa de los chinos es más barata, hay mucha competencia», dice sin dejar de coser la cintura de una de las 1.125 faldas que les han encargado; límite de plazo, una semana. La segunda de abordo es Ainoa Álvarez, madrileña de 31 años, que frunciendo el ceño reconoce que «el negocio de la confección siempre ha estado mal». Cuenta que hay talleres donde sólo se dedican a pegar etiquetas en ropa que se confecciona fuera de España.

El sueldo para las nueve socias de la cooperativa se fijó en 800 euros, cien más de lo que ganaban con su antigua empleadora. Todo lo que les queda después de pagar las nóminas, los impuestos y el alquiler se ingresa en una cuenta para la época de vacas flacas. Una de las reglas del cooperativismo.

Esmeralda y Ainoa se ocupan de pagar el alquiler de las máquinas de coser y del local, que asciende a 2.200 euros, de llevar las cuentas al gestor, de pagar las nóminas y, sobre todo, de pelear para conseguir que les encarguen prendas fáciles de confeccionar, pues no pueden perder tiempo…

Touche les paga 3,50 euros por prenda y en los tres meses que llevan con la cooperativa han comprobado que no pueden producir menos de 5.000 piezas al mes para mantenerse a flote. Trabajan ocho horas por día, aunque a veces deben extender su jornada para entregar los pedidos urgentes. Después rinden cuentas con sus hijos, que están presentes en el taller, en forma de dibujos de paisajes que sus madres pegan sobre las máquinas de coser.

«Nos libramos de la del látigo»

Jemaka’s es un nudo de manos internacionales. Hay tres ecuatorianas, tres españolas, dos marroquíes, una hondureña y una portuguesa. Usan una bata de color celeste que se ponían en el taller anterior, lo único que han heredado. «Nos libramos de la del látigo», dice Sandra Almendarez, hondureña de 32 años, que recuerda con fastidio las reglas de su anterior jefa: no escuchar música ni conversar en horas de trabajo. «Las cooperativas son una opción de autoempleo e históricamente han sido las hijas de la crisis», señala Juan Antonio Pedreño, presidente de la Confederación Empresarial Española de Economía Social. «Su único objetivo es mantener el empleo y en tiempo de crisis tienen más capacidad de resistencia». Según sus cifras, este año cerrará con 1.500 nuevas cooperativas en España, unas 500 más que el año pasado. El textil «es un sector agotado», señala Pedrero. En Andalucía, Murcia y Valencia ya no existe empleo para operarias de máquinas de coser. La culpa del bajón productivo es del empuje imparable de los países asiáticos.

El balance de Jemaka’s es positivo y las socias van ampliando tímidamente su plantilla. Este mes han contratado a otra persona, para que les eche una mano con el planchado, una ecuatoriana que también pertenecía a su anterior empresa. Se sienten seguras. Han despachado sin problemas la ropa del muestrario de invierno y confían en que sigan los pedidos hasta final de temporada. Por la tarde, a las cinco en punto, las batas celestes desaparecen y cesa el ruido de las máquinas de coser.

Esmeralda continúa contando las prendas y Ainoa, encargada de la llave y de la clave de seguridad de la nave, le apura y pregunta a las demás si han apagado las planchas y las máquinas. «Aquí no hay jefas», presume Esmeralda. «Todas hacemos de todo», remacha Ainoa. Pero en verdad estas dos mujeres tiran de esta cooperativa. Cuando entreguen las mil y pico faldas que cosen ahora, tendrán que volver a pelear para conseguir prendas sencillas que no les retrasen la producción. Las más difíciles se irán a talleres más grandes o vendrán de China sin etiqueta. Las nueve costureras de Marconi seguirán zurciendo juntas en su cajón industrial.

Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/Nueve-mujeres-contra-China.html