Aunque tarde, finalmente la Huelga General ha tenido lugar y con un balance mucho más positivo del qué algunos esperábamos. A pesar del temor provocado por el paro y la precariedad, el sacrificio económico individual que supone la huelga, y la generalización de una cultura de la desmovilización a la que han contribuido los propios […]
Aunque tarde, finalmente la Huelga General ha tenido lugar y con un balance mucho más positivo del qué algunos esperábamos. A pesar del temor provocado por el paro y la precariedad, el sacrificio económico individual que supone la huelga, y la generalización de una cultura de la desmovilización a la que han contribuido los propios sindicatos, la respuesta a la convocatoria fue mayoritaria.
Ofrecer una perspectiva de continuidad posterior al 29-S es ahora la tarea primordial. Una huelga general de un día y punto no es suficiente. Ésta no puede ser un simple paréntesis, un desvío accidental en el camino, sino que tiene que ser un punto de inflexión. La Huelga General ha abierto un cierto espacio que hay que evitar que se cierre. Pero hará falta empujar desde bajo, desde la unidad entre las diversas organizaciones sindicales minoritarias, los sectores combativos de los grandes sindicatos y los movimientos sociales comprometidos con la huelga, para obligar a las direcciones sindicales mayoritarias a seguir moviéndose y a no volver a las confortables rutinas burocráticas de la concertación social y la práctica institucional.
La poca combatividad mostrada hasta ahora por los trabajadores en estos dos años desde el estallido de la crisis se explica por la combinación entre el miedo, la resignación frente la situación actual, el escepticismo respecto a los sindicatos, y la penetración entre los asalariados de los valores individualistas y consumistas. Para movilizarse no sólo se requiere malestar e indignación, también hay que creer en la utilidad de la acción colectiva, en que es posible vencer y en que no todo está perdido antes de empezar.
El reto colectivo es, precisamente, utilizar el buen resultado del 29-S para arrancar un nuevo ciclo de movilizaciones, impulsar un plan de lucha sostenido y recuperar la confianza colectiva entre los asalariados en que se pueden echar atrás las actuales políticas.
Para conseguirlo tenemos que potenciar un sindicalismo orientado a la movilización, al fomento de la participación democrática desde la base, y provisto de un discurso y una perspectiva anticapitalista. Un sindicalismo portador de un «sentido común» alternativo al dominante, de otra lógica, en sintonía con lo que ha sido el movimiento antiglobalización y los movimientos alternativos. Hace falta ir más allá de las críticas parciales de los sindicatos mayoritarios al actual modelo económico y de sus demandas de una integración europea con «dimensión social».
Los sindicatos tienen que tener como prioridad reconstruir, en un mundo cada vez más fragmentado, una cultura de la solidaridad, de la movilización y de la participación cotidiana en los asuntos colectivos. Tienen que buscar nuevas formas organizativas y estrategias para conectar con los segmentos más débiles de la clase trabajadora, como los parados, los precarios, los inmigrantes…, combinando la acción en el centro de trabajo y en el territorio, fomentando la colaboración entre sindicatos y otras organizaciones y movimientos sociales y desarrollando una práctica militante dinámica que rompa con la acción sindical rutinaria.
La coordinación europea de las resistencias es otro de los objetivos insoslayables para el sindicalismo y los movimientos sociales. Una auténtica «euromovilización», más allá de la débil jornada del 29-S convocada por la Confederación Europea de Sindicatos, sería mucho más efectiva para cristalizar la emergencia de un sindicalismo europeo en el imaginario colectivo que largas décadas de negociaciones burocráticas de bajo perfil en Bruselas. La consigna «huelga general europea», defendida por el sindicalismo alternativo, si bien hoy para hoy es sólo un eslogan propagandístico, tiene el mérito de fijar un horizonte de trabajo claro y plantear lo que es necesario para oponerse a unas políticas económicas que buscan aprovechar la crisis para hacer retroceder los derechos sociales y reforzar los mecanismos de dominación de clase.
En vista a la ofensiva coordinada de los gobiernos de la Unión Europea contra los derechos sociales la tan reiterada «luz al final del túnel», del fin de la crisis, ha resultado ser, como recordaba hace poco el filósofo Slavoj Zizek, la luz de un tren en dirección contraria que viene directo hacia nosotros. Se trata de hacerlo descarrilar antes de la embestida.
Josep Maria Antentas y Esther Vivas son autores de Resistencias Globales. De Seattle a la crisis de Wall Street.
http://esthervivas.wordpress.com
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